SEXTA ENTREGA
LAS MISIONES
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EL ASALTO COLONIALISTA Y LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS
La hostilidad en torno a las Misiones fue permanente. El primer golpe mortal fue el Tratado de Límites de 1750 entre España y Pormgal. Allí se trata de dirimir definitivamente el engorro de los límites de Tordesillas, que facilitaba el avance portugués en la Cuenca del Plata, y 1o que se hace es consolidarlo. En realidad ya estamos en el ciclo de retroceso general del Imperio Hispánico, que resistía apenas el embate de Inglaterra y su cuña portuguesa. Esta penetra en las Misiones, que eran el gran antemural defensivo del Río de la Plata y el Alto Perú y España cede en el Tratado a las Misiones Orientales, con sus 7 Pueblos entonces habitados por 30.000 indios, a cambio de la Colonia del Sacramento ya ocupada.
Y no sólo se cedían los territorios, sino que se expropiaba los bienes indígenas, avaluados en 5 millones de pesos, con una indemnización de 28 mil pesos. Los Jesuitas protestan: "El trasladar a los indios de los siete Pueblos parece ser contra el derecho natural de dichos indios a su libertad, a sus haciendas, a sus tierras y bienes raíces y a su conservación; por que los obliga a perpetuo destierro de su patria, a perder sus tierras nativas, cultivadas y singularmente fecundas, y trocarlas por un yermo incógnito, a carecer de todo o a padecer grandes penurias de las cosas sobredichas, necesarias para su vida, y a fabricar de nuevo con suma pobreza y trabajo, habiendo perdido el fruto de su sudor, industria y afanes de más de ciento treinta años en establecer sus habitaciones (...) los indios de dichos siete Pueblos son verdaderos, absolutos y legitimas dueños de sus pueblos".
Todo fue inútil. La propia Compañía de Jesús en peligro. Vino la orden de acatamiento, y se preparó la mudanza de los pueblos. La indignación bullía en los indios y los jesuitas estaban desgarrados en su drama de conciencia, sin salida. Furlong relata los hechos así: "El Padre Lorenzo reunió a los indios (en el pueblo San Miguel, Navidad de 1752) al son de campanas en la plaza, y salió de la iglesia en procesión con la estatua del Niño Jesús; les predicó con vehemencia, amenazándoles con grandes castigos del cielo si no obedecían el mandato del Rey, y después, hincado de rodillas, besó los pies a los principales indios, rogándoles con lágrimas que accediesen a mudarse, y que si no obedecían, sufrirían ellos y los misioneros, gravísimas penalidades". Pero ya la rebelión comenzaba a cundir. Algunos curas y cabildantes indios son heridos por oponerse. Y en febrero de 1753 la Guerra Guaranítica estalla como un incendio. Todos los Pueblos se solidarizan con las Misiones Orientales. La guerra se prolonga sangrienta contra los ejércitos lusitanos y españoles hasta 1756, donde los guaraníes son derrotados definitivamente en la batalla de Chumiebí. Sin embargo, el escándalo fue tan inmenso, que con el ascenso de Carlos III se anula el Tratado en 1760. Los guaraníes volvieron a sus Misiones, pero ya eran la mitad.
Poco después las Misiones eran descabezadas. Los jesuitas son expulsados de España y todos sus dominios por la Real Pragmática de 1767. Ya habían sido expulsados en 1758 de Portugal y en 1764 de Francia. Era una hora aciaga para la Iglesia Católica. Y el Papa, presionado por las Cortes europeas, firma en 1773 la supresión de la Compañía de Jesús. ¿Qué había pasado?
La Iglesia estaba en plena decadencia en su centro europeo. Había perdido las élites intelectuales, que negaban la Revelación, y carecía de fuerza para resistir los Estados Absolutistas. El siglo XVIII será uno de los más indigentes de la Iglesia, que ante la Realeza, los intelectuales y las logias se convertía en símbolo de un pasado supersticioso definitivamente superado por las "luces". Los jesuitas eran el sector más dinámico que aún sostenía al Papado, por lo que congregaban todos los ataques. De ahí que la disolución de la Compañía por el propio Papa fue como el límite de la debilidad. Antecedente apenas en treinta años a la prisión del Papa en las convulsiones de la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico.
La crisis antijesuítica venía ya preparándose desde el siglo XVII, con la querella con los jansenistas y el célebre ataque de BIas Pascal en "Las Provinciales", donde acusaba a los jesuitas de un optimismo moral "laxista". Paradójicamente, los herederos de la lucha del Port Royal rigorista serán los ilustrados del siglo XVIII que estaban simétricamente en el otro extremo. La cuestión de las Misiones del Paraguay fue otro aspecto de la lucha. Desde Pombal aparecieron toda clase de panfletos contra la Compañía, denunciándola como un "Estado dentro del Estado" y circularon todo tipo de libelos e infundios sobre su acumulación de riquezas y ansias de dominio. El hecho cierto, era que los Jesuitas por estar sujetos directamente al Papado no dependían tan estrechamente del Estado como los episcopados y demás órdenes, en el tiempo de las formaciones nacionales y europeas y del Patronato Regio de la Corona de España. No eran tan domesticables por los poderes temporales. Hay que señalar, sin embargo, que los enciclopedistas, sus acérrimos enemigos, fueron unánimes en considerar a las Misiones del Paraguay como una obra grandiosa, desde Voltaire a D’Alembert. Y, claro está, una fuente capital de la propaganda antijesuítica provino de los sectores colonialistas de América del Sur, tanto españoles como portugueses. Finalmente, los propósitos fueron logrados. Veamos su resultado.
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