QUINTA ENTREGA
LAS MISIONES
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VIDA Y ESTRUCTURA DE LAS MISIONES
El Tercer Concilio Limense, rector de la evangelización sudamericana, recomendaba en sus capítulos que los indios fueran instruidos a vivir políticamente: "La vida cristiana y celestial, que enseña la fe evangélica pide y propone tal modo de vivir, que no sea contrario a la razón natural e indigno de hombres y conforme al Apóstol, primero es lo corporal y animal que lo espiritual e interior, y así nos parece que importa grandemente que todos los curas y demás personas, a quienes toca el cargo de indios, se tengan por muy encargadas de poner particular diligencia en que los indios, dejadas sus costumbres bárbaras y de salvajes se hagan a vivir con orden y costumbres políticas, como es, que a las iglesias no vayan sucios y descompuestos, sino lavados aderezados y limpios; que las mujeres cubran con algún tocado sus cabezas {...} que en sus casas tengan mesas para comer y camas para dormir, que las mismas casas y moradas suyas no parezcan corrales de ovejas sino moradas de hombres en el concierto y limpieza y aderezo y las demás cosas, que fueren semejantes a éstas, lo cual todo no se ha de executar haciendo molestia y fuerza a los indios, sino con buen modo y con cuidado y autoridad paternal".
Las Misiones del Paraguay fueron la aplicación sistemática del espiritu del Concilio, con la creación de las condiciones sociales y económicas requeridas. El encuentro de dos culturas de muy distinto nivel constituía el nudo de la problemática misional. No sólo era penetrar el idioma, sino de una radical "promoción del desarrollo" desde un nivel cultural y técnico inferior a otro superior. Las arraigadas características de la vida indígena al nivel de la recolección y la agricultura rudimentarias generaban una existencia presentista, con escasa capacidad de previsión y cálculo, de planificación. El "impresionismo" indio era la desesperación de los misioneros. Cuenta el jesuita Cardiel de los indios: "Y ellos mismos nos suelen decir: Padres, esta nuestra capacidad es distinta de la de los españoles, porque estos son constantes en su entendimiento; pero nosotros sólo lo tenemos a tiempos". Y en efecto, para los europeos los indios eran como "niños", dada su peculiar inconstancia "infantil". Azara los definía: "no se ocupan del pasado ni del porvenir".
La creación de nuevas condiciones materiales para la evangelización global no era por cierto sencilla. Exigía una reeducación total, una transformación general de los hábitos indios, un cambio profundo de sus modos de ser, para poder levantar comunidades estables de grandes dimensiones políticas, con técnicas y productividad superiores, sin las cuales la selva tomaba otra vez a los hombres. Por eso Cardiel registraba: "Cuando los indios de nuestros pueblos tienen la economía suficiente para su manutención, aunque corta, los Padres poco o nada cuidan de lo temporal, como sucede en algumos pueblos de México y Perú. Todo el empeño es en lo espiritual. Cuando su economía es alguna pero no lo suficiente, cuidan mucho más de ejercitar las obras de misericordia temporales, cuidando de sus haciendas, de los haberes comunes, etc., dirigiéndolos en los tratos, enseñándoles todos los oficios repúblicos; y si no se hace así no habrá asistencia a la iglesia y a las obligaciones de cristianos. Fuman lo temporal y lo espiritual; unas obras de misericordia con otras, porque en esta gente no se consigue el bien de ms almas, ni se alcanza lo espiritual sin lo temporal. Si lo temporal está bueno, lo espiritual va muy adelante; si malo, lo espiritual muy malo; vanse a los montes, bosques y campos, por caza y frutas silvestres y a las estancias de los ganados". De ahí que los misioneros tuvieran necesidad de realizar una verdadera Asistencia Técnica en gran escala, con una sistemática planificación económica.
Para poder constituir las misiones, fue esencial la lucha de los jesuitas contra las encomiendas y el servicio personal de los indios. El primer provincial jesuita del Paraguay, Diego Torres, sostuvo inmediatamente la necesidad de desterrar el servicio personal. Afirmaba en un memorial: "Tres razones hay de la injusticia del servicio personal {...} la primera es por imponer perpetua servidumbre a hombre libre { } la segunda es que no se les paga el justo precio { } que debe ser por lo menos suficiente para sustentarse y vestirse él y su mujer y ahorrar algo {...} el tercer agravio es trabajarlos demasiado". Así vinieron las ordenanzas de Alfaro, y en 1612 el Padre Diego González decía: "Quitado ahora el servicio personal se abre la puerta a que podamos hacer Reducciones a pueblos de los indios huidos y derramados por ese temor, y aún alzados en guerra contra los Españoles". El historiador Pablo Hernández señala: "Mientras estuvo en ·vigor el servicio personal, nada consiguieron los jesuitas en ese sentido. Pero el día en que pudieron asegurar a los indios que formando voluntariamente reducción, no irían a servir a ningún encomendero, sino sólo al Rey, ese día empezaron a fundarse multitud de pueblos como por encanto".
Durante el ciclo de la Estabilización de las Misiones, que duró más de un siglo, éstas reunían un total de 30 Pueblos de dos a cinco mil habitantes cada uno, los cuales tenían una economía relativamente independiente, pero dentro de un solo espacio geoeconómico cuyo centro regulador estaba en la Candelaria, sede del Padre Superior de los Jesuitas. A su vez cada pueblo tenía la dirección de un Sacerdote, asistido por una decena de caciques, pues los jesuitas mantuvieron la organización tradicional de los guaraníes, ampliándola en su dimensión, transfigurándola y dándole nuevo sentido. Con el tiempo se comenzó a organizar la autoridad civil de los Pueblos, con Cabildos electivos todos los años.
Los jesuitas procuraron desarrollar la educación por el trabajo, y darle a éste el carácter menos penoso posible.
Comenta Azara: "ellos se contentaban con hacerles trabajar cerca de la mitad del día, y aún el trabajo tenía un aire de fiesta; porque cuando los trabajadores salían para el campo en su tarea, marchaban siempre en procesión con música, llevando en andas una pequeña imagen. Se comenzaba por formar una enramada para colocar la imagen, y la música no cesaba hasta volver al pueblo, tocando igualmente a la vuelta". Los guaraníes eran músicos notables.
Pero además los jesuitas procuraban ocuparlos en toda clase de habilidades artesanales, para combatir su proclividad a lo ociosidad. El Padre José Peramás testimoniaba que: "Las habilidades de estos indios es grande: trabajan mil curiosidades en madera y hueso: imitan la pintura y bordados, pero lo que hacen con eminencia es copiar o imitar lo impreso. El indio Guaraní era capaz. de todo, cuando llegaba a sacudir la pereza, que era en él una segunda naturaleza, y hemos reconocido que, sin presión mayor, con el ejemplo y con oportunas exhortaciones obtuvieron los misioneros que los indios trabajaran en una u otra labor, y eso desde los doce a los cincuenta años, y desde la primera hora del día hasta la última. Eso obtuvieron, pero jamás consiguieron que el ritmo de ese trabajar tuviera la celeridad del europeo. Lo que un español haría sin prisas en una hora, el indio requería tres horas si estaba solo, y cinco en compañía de otros, pues son grandes conversadores entre si y grandes materos".
La base económica de las Misiones era esencialmente agropecuaria. Sus rubros fundamentales eran la yerba mate y la ganadería bovina. Y no hay duda que las bases del sistema, en la creación del abastecimiento y los excedentes, radicaba en el Tupambaé (propiedad de Dios), es decir en la explotación colectiva, social, y no en la propiedad individual. De ahí que se haya calificado de "socialista" o "colectivista" el régimen social de las Misiones. Era enorme el consumo de reses de cada pueblo, y esto estaba posibilitado por las gigantescas estancias de propiedad común, que como el Yapeyú o San Miguel tenían hasta 200.000 vacunos cada una. Pero el Tupambaé coexistía con la propiedad familiar del lbambaé (posesión del indio), que consistía en una pequeña chacra para cada familia, no heredable, puesto que se readjudicaba al fallecimiento del titular, y a las tareas de tejido doméstico, que aseguraban el sustento mínimo y la vestimenta. Es de recordar la tenaz lucha jesuita contra la poligamia y la promiscuidad, y que procuraron entonces asegurar a cada familia monogámica su casa individual, rompiendo las tradiciones ancestrales.
En el Abambaé las cosechas eran de cada indio, pero las semillas, el transporte, ete., pertenecían a la comunidad, y la distribución de carne, racionada igualitariamente. Gonzalo de Doblas en un informe que le fuera solicitado por Azara, expresa que entonces: "Cada semana señalábanse los tres primeros días para que todos los indios trabajasen para la comunidad en los trabajos que el Padre disponía, y los tres restantes habían de ir a trabajar a sus chacras, lo que asimismo celaba el Padre que lo cumplieran". Pero en conjunto, el Tupambaé era el fundamento de viabilidad del Abambaé.
Este sistema en que la propiedad pública era decisiva, exigía una dirección centralizada, que estaba compensada por la autonomía de los Pueblos, que sólo comerciaban entre sí en la medida de lo necesario para el sustento suficiente. Pero a la vez, dentro de las Misiones el comercio era en base al trueque, y no existía la moneda. Hacia el exterior, sólo a lugares prefijados, los Tambos, podían concurrir mercaderes a hacer sus ofertas. Y sólo podían permanecer hasta tres días. Los controles eran estrictos. Por otra parte, los jesuitas tenían sus oficinas de "comercio exterior" en Santa Fe y Buenos Aires, cuya base era la comercialización de la yerba mate y otros productos secundarios como tabaco, cuero, artesanías, etc. Estas exportaciones permitían a las Misiones el pago en moneda de los tributos al Rey y el procurarse las importaciones necesarias para su desarrollo.
Así puede caracterizarse, en rasgos muy generales, el régimen imperante en las Misiones del Paraguay. Una élite sacerdotal tuteladora y servicial basada en el consentimiento indígena, racionalizaba y planificaba la economía, cuya motivación no era el lucro sino el establecimiento de las bases sociales de sustento, relativamente constantes, para la incorporación del indio a una vida cristiana. Esta extraordinaria experiencia de jesuitas y guaraníes, que fueron de una excepcional solidaridad mutua, señala uno de los más grandiosos intentos del hombre para promover el desarrollo de un pueblo primitivo, dentro de la justicia social y el respeto, a tal punta que no existió la pena de muerte. Pero los sistemas de dominación iban a aplastar pronto esta singular comunidad evangélica, que ha hecho evocar en la literatura todas las utopías comunistas imaginadas.
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