traducción de José Ferrater Mora
CUADRAGÉSIMOTERCERA ENTREGA
XV
LA VOLUNTAD AVASALLADA (2)
Si esto es exacto, los discursos de Kierkegaard sobre la increíble ferocidad de la predicación evangélica demostrarían solamente que había chocado con la Necesidad y que había comprendido que le era completamente imposible vencerla. Cuanta más obstinación, frenesí y exaltación pone en sus palabras, más nos damos cuenta de que nos las habemos aquí con una de sus “expresiones indirectas” más importantes, más significativas, aun cuando acaso involuntarias. No puede declarar abiertamente que el poder de la Necesidad le es insoportable: todos verían en esto un simple truismo chabacano y ridículo. Y le es más penoso todavía confesar que se siente incapaz de desembarazarse de ese poder. Fuera del hecho de que, como la sombra de Banquo, esa Necesidad, bien que todopoderosa, no era, en realidad, más que un espejismo, plugo al destino revestir la impotencia de Kierkegaard con una forma tan fea, tan vergonzosa, que no tuvo valor suficiente para hablar con franqueza de lo que constituía para él la cosa más importante del mundo. Evitaba utilizar la palabra “impotencia” cuando hablaba de sí mismo, pues temía con razón traicionar su secreto. Mas, por otra parte, no podía por otra parte pasarlo completamente en silencio. Mejor dicho: no podía hablar sino de la impotencia del hombre ante la Necesidad. Y esto porque los hombres, aun los que se dicen cristianos, se esfuerzan por todos los medios en olvidar la “necesidad”, en no hablar de ella, como si percibieran instintivamente que todo, incluyendo su fe, debe retroceder ante ella. He aquí también el origen de las “experiencias indirectas” de Kierkegaard. Tan pronto se oculta tras seudónimos (la mayoría de sus libros han aparecido con diversos seudónimos) o tras relatos imaginarios que giran continuamente en torno a la lucha del hombre viviente contra una fuerza infinitamente poderosa e indiferente a todo, como glorifica al cristianismo, tan destructor e implacable como la Necesidad misma. Y también aquí se manifiesta la rigurosa lógica de su vida interior. En efecto, si en la revelación bíblica el cristiano puede y debe “desviar su atención del milagro” (es decir, del hecho de que todo sea posible para Dios, del hecho de que la Necesidad no tiene sobre Dios ningún poder) y considerar de que la Necesidad se reduce, en suma, a la predicación del amor incapaz de realizar nada, en tal caso el cristianismo se aproximará tanto más a la filosofía especulativa cuanto que podremos comprenderlo de un modo más elevado y sublime. En otros términos: como el cristianismo no es más que una doctrina, que una enseñanza edificante, no ha “superado a Sócrates”, cuyas aspiraciones epirituales responden a las más estrictas exigencias de la moral.
Pero entonces, ¿qué es lo que obliga a Kierkegaard a “desviar su atención” del milagro, y qué es lo que nos atrae hacia el amor impotente? Más de una vez hemos topado con esta cuestión; es fundamental para Kierkegaard, quien vuelve constantemente a ella, pues ahí reside el articulus stantis et cadentis de la filosofía existencial. Desviar la atención del milagro significa admitir la existencia de la veritatis aeternae, que son también veritates emancipatae a Deo, verdades emancipadas de Dios, verdades de las cuales Dios depende; significa reconocer, pues, que no todo es posible para Dios. Y reconocer que no todo es posible para Dios equivale a decir -Kierkegaard mismo lo ha afirmado- que Dios no existe. Así, el cristianismo reducido a la doctrina de las veritates aeternae, por elevadas que sean, es la negación de Dios, y la elevación de esta doctrina se halla en proporción directa con la obstinación y la energía de dicha negación. ¡Cuántas veces nos ha dicho Kierkegaard que el cristianismo no era una “doctrina”! ¡Cuántas veces nos ha puesto en guardia contra los “profesores” que transforman la palabra divina en un sistema armonioso de tesis, repartidas en libros, capítulos, párrafos! Pero leemos también en su Diario: “Se nos quiere hacer creer que las objeciones al cristianismo proceden de la insubordinación, de la negativa a obedecer, de la rebelión contra toda autoridad. Por eso la lucha contra las objeciones ha sido vana en tanto que se haya limitado a luchar intelectualmente contra la duda en vez de emprender la lucha ética contra la rebelión.” A primera vista parece, en efecto, que se puede oponer la “lucha ética” a la negativa a obedecer, a lo que Kierkegaard llama la lucha intelectual contra la duda, y que en el dominio de lo religioso sólo la primera está en su lugar debido. Por consiguiente, a esta lucha ética se reduciría la tarea de la filosofía existencial. Y, sin embargo, el propio Kierkegaard nos ha dicho: “¿No constituye la mayor provocación al escándalo exigir que el hombre crea posible para Dios lo que desde el punto de vista de su razón está fuera del alcance de lo posible?”.
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