martes

HOMBRE MUERTO COMULGANDO


LA NOVELA LUMINOSA DE MARIO LEVRERO

Hugo Giovanetti Viola

PRIMERA ENTREGA

para Eduardo Nogareda y Pablo Silva Olazábal
con cariño y gratitud

para Álvaro Matus e Ignacio Echavarría
exégetas de la verdadera belleza

(Este trabajo está elaborado sobre la 3ra edición de La novela luminosa, Edit. Alfaguara, 2005, Ediciones Santillana, S.A., Montevideo.)


1 / Operaciones

Empiezo a entramar este trabajo sobre La novela luminosa de Mario Levrero el domingo 13 de enero de 2013 porque el martes pasado me descubrieron un tumor en el riñón y me lo piensan operar el mes que viene.

Leí por primera vez lo que los editores consideran una obra de inflexión en el canon uruguayo entre julio y noviembre de 2012, y empecé a subrayarla y a anotarla recién en diciembre.

No pensaba que iba a tener necesidad de historiarla y diseccionarla tan rápido, pero el hecho de que Jorge (como llamábamos los amigos a Jorge Mario Varlotta Levrero) haya decidido desembucharla en el 84 por el pánico que le provocaba una inminencia quirúrgica, me obligó a obedecer a rajatabla la señalización sincrónica.

Yo también soy un loco que cree fervientemente en la sagrada gravitación de la fenomenología paranormal.

Y también soy un místico a quien una mirada femenina le hizo saber irreversiblemente, recién a los 25 años, que la Gracia de la PAX-LUX liberadora está más acá y más allá de todo poder de captación de la astucia racional, y que nos va a elegir siempre que uno trabaje y se sacrifique a lo Gregor Samsa para terminar comprendiendo que el amor al horror es el único acorralamiento capaz de redimirnos.

Dejo constancia, además, de que La novela luminosa se empoderó de mi invierno vacío porque una noche la localicé en la biblioteca de mi amigo Eduardo Nogareda, y le pregunté qué le había parecido mientras le presionaba las tapas en el estante sin animarme a sacarla del todo.

Eduardo me dijo con firmeza que a él le había gustado y hasta se ofreció a prestármela, pero le confesé que me daba miedo que no fuera lo que yo esperaba.

El último libro que había leído de Jorge fue El discurso vacío y me costó muchísimo llegar hasta el final de ese relevamiento del revire tortuoso de un neurótico, con muy pocos pasajes donde todavía brillaba el daimon de otros tiempos.

Y dos horas más tarde, después que terminamos de ensayar el espectáculo Los palabristas, sentí un empujón que me encajaba el libraco en la mano.

-Llevatelá -murmuró Nogareda, y sentí que había alguien más que él imponiéndome la lectura.

2 / Cosa

Mario Levrero empezó a ser notorio en el ámbito cultural por motivos más ideológicos que estéticos.

Es muy probable que yo no sea recordado como escritor aunque por un buen tiempo figure en los análisis críticos de esta época, por causas que sospecho de emergencia, o escasez; pero estoy bien seguro de ser recordado durante un tiempo por quienes me conocieron, y que me recordarán nada más que por loco afirma rotundamente en la p. 461 de la NL: En otras palabras: mi auténtica función social es la locura.

Después veremos que esa locura refiere a su capacidad de acceder a percepciones de la dimensión sublime o esencial de la existencia que provienen de la Gracia infusa por el Espíritu Santo.

Y para la culturita de cielorraso que sigue reinando en el establishment pos-posmoderno uruguayo eso significa, simplemente, estar chapita.

Y pocas páginas más delante (495) Levrero confesará: Kafka representó para mí algo así como un hermano mayor, que había llegado antes a una visión del mundo parecida a la que yo estaba descubriendo; pero, sobre todo, me convenció de que no era necesario escribir bien.

Lo que él necesitaba era proyectar su creatividad reprimida desde la infancia, y eligió la literatura para investigar la multidimensionalidad de la realidad que lo aterraba, lo fascinaba y lo desequilibraba porque le prometía el apresamiento de una PAX-LUX salvadora del mundo.

Y cuando yo leí la novela La ciudad y el cuentario La máquina de pensar en Gladys publicados por la editorial Tierra Nueva en 1970, me di cuenta enseguida que ese hombre era genial, pero que tanto su fraseo como sus estructuras (las dimensiones de lo micro y lo macro que se deben acoplar milagrosamente para provocar la hipnosis estética) siempre iban a generar una literatura despareja y llena de obviedad retórica.

Él buscaba otra cosa.

O mucho mejor dicho (y utilizando la expresión a la que recurre Aldous Huxley en La filosofía perenne para definir el objetivo que nuclea desde siempre a toda cultura enraizada en la sacralidad del ser): él buscaba la cosa.

Pero sus primeros textos recibieron una especial atención por interés político.


3 / Decisión

Retomo la escritura de este libro recién el miércoles 27 de marzo, en plena Semana Santa.

El 25 de febrero me extirparon un gigantesco carcinoma renal de células claras (nombre innegablemente poético) o hipernefroma, y apenas salí de la anestesia hice un laringoespasmo y sentí que me iba y que quería irme de este infierno tan querido.

Después empecé a rezar mentalmente una torrentada de Avemarías y Padrenuestros y enseguida vi emerger rostros (aunque la mayoría eran nombres de personas amadas desde la infancia o incrustadas con valor decisorio en mi vida por la Providencia) como siempre escuché contar que le pasa a la gente rescatada mientras se está hundiendo en una playa, por ejemplo.

Pero todavía no sabía si quería volver a la dimensión terrestre -donde lo único que amo más que a mí mismo son las deflagraciones de un reino inasible que existe pero no reina en este coágulo con corazón de fuego- y mi terapeuta está de acuerdo en que mi edad psíquica no debe sobrepasar los 46 años, a pesar de que en abril festeje los 65.

Sufro, como le pasaba a Levrero, la edípica y narcisista condenación de arrastrar una adolescencia retardada (pág. 473 de la NL), y mi niño profundo se sigue escalofriando frente a la obligación moral que representa el aparaisarse (jitanjáfora acuñada por el genial Juan Cunha) en la frutalidad de una completud adulta.

Pág. 413 de la NL: Es justamente esa odiosa parte mía que me ha venido gobernando desde hace demasiado tiempo, y es hora de dar un golpe de Estado en mi estructura psíquica y poner al mando a un ser razonable.

Durante mi asfixiante fuga postoperatoria estuve en todo momento hondísimamente lúcido, y después de rezar canté palabra por palabra la última canción que compuse antes de enfermarme hasta que pedí ayuda 3 veces y (como le sucedió Elísabeth Kübler-Ross en uno de sus agonías inducidas) no me fue concedida.

Quedé completamente abandonado y de golpe vi la palabra FE escrita con dos mayúsculas y decidí volver a batallar contra la única, eterna madrugada (NL, 430) en la que vivió Levrero hasta que parió su heroica liberación narrativa.

Demás está decir que si yo hubiese muerto durante el laringoespasmo nadie hubiese sabido jamás que fue por decisión de mi libre albedrío.

4 / Raro

En 1969 Ángel Rama, que ya había editado tres años antes la caprichosisima antología Cien años de raros, decide inventar la Generación del 69, agrupando las muy disímiles obras de Jorge Onetti, Mercedes Rein, Cristina Peri Rossi, Teresa Porzecanski y Mario Levrero.

Y en una nota publicada en 1984 a propósito de la aparición póstuma de La ciudad letrada, Jorge Ruffinelli deja la alevosa constancia de que esta fecha fue elegida significativamente por la “toma de Pando”, refiriéndose enseguida al advenimiento de la “generación de la acción” que en la literatura y las artes correspondería a nuevos contingentes y nuevas formas de expresión aun no asentadas, explorándose todavía.

Lo triste es que no deja de ser gracioso.

Yo entendí para siempre que el reinventor de la pólvora del rarismo dariano no iba a pasar nunca de ser un interesante pavorreal enjaulado y con pánico al verdadero vuelo, cuando compré, a los 17 años, la segunda edición de El pozo.

Y terminé por denunciar en mis confesiones, cuatro décadas más tarde: ¿Cómo podía Ángel Rama, en la contratapa de la joya continental que él mismo estaba desenterrando y exhibiendo con vanidad de pioneer, decir que El pozo era un texto irremisiblemente ingenuo y equivocado, pero lleno de vida y de arte?

Los sociologistas, Walt Whitman, los sociologistas.

Una vez Levrero me contó, con más lástima que diversión, que al conocer el manuscrito de París Ruffinelli le sugirió que cambiara los trescientos siglos del viaje del personaje por trescientos años, para hacerlo más verosímil.

Su intromisión en mi vida, en cambio, se redujo a ofrecerme un espacio fijo en la página cultural de Marcha si me pasaba del Partido Comunista al brazo electoralista del MLN.


Y en los 90 el pobre Levrero, que siempre odió los clisés estéticos, tuvo que fingir una mansa condescendencia cuando a Pablo Rocca se le ocurrió etiquetarlo inocuamente como un realista introspectivo.

Ya no quedaban popes enlentejuelados ni garrapatas de la guerrilla.

Y para colmo un joven aprendiz de escritor y crítico pos-posmoderno lo terminó acusando con lipovetskyana histeria relativista: ¿O quizá nos está señalando M.L. (o quien demonios sea) que el “yo” es esencialmente un manojo de “otros”?

5 / Cruz

Acabo de compartir en mi muro del facebook una bellísima Pietà del cementerio de Bonaria donde la Virgen aparece sosteniendo y a la vez levantando el cuerpo de su Hijo, y enseguida sentí la necesidad de agregarle un lapidario comentario adjunto: Hasta ahora mi vida siempre ha sido esto. Y hoy es viernes santo.

Después la colgué en el muro de Bénédicte, la dueña de la mirada que me cambió la vida en París en 1973, aunque al pie de la imagen sólo puse: Voilà.

Levrero perdió el contacto con la Ella que lo sumergió irreversiblemente en el resplandor de la divinidad mientras repartía diarios, pero yo localicé a mi Beatrice en Montréal después de 38 años de silencio y encontré su muchachez (Onetti dixit) inundada por la Gracia intemporal de siempre.

Ahora Bénédicte (que nunca fue mi pareja) me llama su poeta del fin del mundo y acepta pacientísimamente que yo sea su Alighieri.

Y sé que no me considera un exótico loco conmovedor, con una sonrisa perdonavidas.

Los próximos martes 2 y 9 de abril me practican un centellograma óseo y una nueva tomografía para saber si hay metástasis, y no me hago el campeón cuando digo que el resultado de esos exámenes no es lo que verdaderamente importa.

Ahora lo único que me interesa es una sobrevida que me permita instalar en este libro la ESPESURA DE VITRAL que se respira en Primera comunión, el relato coronador de La novela luminosa.

Sé por fuentes muy confiables que Levrero, después de cumplir con su evangélica peregrinación novelesca (un opus póstumo donde logró poner todo en orden) padecía de una cardiopatía inoperable (aunque por las dudas dejó una constancia escrita prohibiendo que se lo interviniese quirúrgicamente) y sabía con total certeza que iba a morir muy pronto.

Juan Carlos Macedo: Oh las opacidades frutales del poniente.

Recién anoche supe que mi Hombre muerto comulgando debía desarrollarse a lo largo de 20 capítulos de 30 líneas.

Ya hace casi dos décadas que sueño de antemano y después boceto en casilleros simétricos las estructuras de mis nouvelles.

Esta vez, sin embargo, debo dejarme guiar por la pietà verticalizadora de mi numen y la


imprevisible magia telepática que siempre entrelazó mi vida con la de Jorge.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+