PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
DECIMOSEXTA ENTREGA
7 / OFICIALMENTE LA FANTASÍA (1)
Las mil y una noches: ¿literatura para niños?
Saint-Exupéry, fisgoneando, profetizó fácilmente el futuro: más tarde o más temprano el niño terminará por leerlo todo. Las mil y una noches logra retener en la niñez a octogenarios e incluso a vejestorios de un siglo, si se cumple la única imprescindible condición de que no traspapelen sus espejuelos. Todas aquellas historias terribles, encadenadas con nocturnidad, sobre adulterios, decapitaciones y una concubina narrando desesperada para aplazar el golpe de hacha o cimitarra, es ahora un caldo tibio tibio que se sirve en el desayuno. En la noche 168 Scherezada dice: “Todo lo escrito debe ocurrir, y los destinos, bajo cualquier cielo, han de cumplirse.” La tradición oral arrastró esa profecía desde el principio de los tiempos, si es que hay principio y si en realidad hay tiempo. Ahora debemos ponerle una oreja contemporánea. Mi percepción, en la transparente y veraniega tarde de hoy, es que cualquier escritura luminosa y batida por esos golpes deslumbrantes de magia, está efectivamente destinada a suceder y a suceder siempre que se repita el acto insosegado de las lecturas. Los nuevos lectores nos vienen pisando el calcañal y son más voraces que nunca. No importa que el cesto de las decapitaciones se replete de cabezas desdeñadas de adúlteras.
Los niños tiran fuerte del mantel por el otro lado de la mesa. El niño no anda con rodeos: sólo escoge clásicos. O convierte en clásicos lo que escoge. Si no ¿quién iba a justipreciar sin astucias relamidas el encanto metafórico o expeditivo de un palacio navegando con todo y su cimiento por las encrespaduras del aire? El vuelo rasante del asombro exige la recién cabeza y algún dedo sabio trasteando en la nariz.
Alguien dijo que el error imperdonable de Balzac y Dostoievsky fue no escribir de forma que los niños pudieran leerlos.
No hay error imperdonable ni perdones erráticos. Errar y perdonar son piezas mayores de la dialéctica de alto voltaje que amparó la conversión del protozoo en las bestias trepidantes o melancólicas de la actualidad. Cometemos todos los errores de gula vinculados a las sardinas enlatadas en aceite, porque conocemos los perdones anticipados del pez devónico. Cada cual escribe en la agonía de su propia tinta y partiéndose el brazo con alimañas ilusionadas o reales y, si puede, entrega cierta claridad de sus tinieblas personales. ¿Cuánto gozo daría a Balzac ver su Comédie humaine vendiéndose al por mayor junto al quiosco de los helados y compartiendo la lengua golosa de la grey infantil? ¿Qué no pagaría Dostoievsky, en moneda dura y contante, para que los niños lo llevaran al parque y deletrearan el texto de Crimen y castigo bajo el framboyán azul o la mirada caudalosa y pedagógica del aya?
¿Cree o no en una literatura para niños?
Yo me sumo a las creencias y a los escepticismos, porque no me agrada despreciar. ¿Qué sucedió o sucede aproximadamente? Los escritores han estado alimentando siempre la boca de fuego de la imaginación y legaron la colosal pira de sus páginas escritas. Mientras el niño careció de voz y voto, el paisaje permaneció incólume y sin huellas de caramelos. A partir sobre todo de una despabilada promoción del siglo XX, se presentó el gran aventurero del caballito de palo. Ese señor comenzó a toquetear, con gran desvergüenza, y de la mina a cielo abierto del ilusionismo y los duendes fueron salvando este y aquel tomo, este antes prohibido y aquel antes de que lo prohibieran. Los que rozaban con sus alas de saltimbanqui se trasmutaban en clásicos irremediables. Convirtieron Las mil y una noches en mansa alameda. El millón de Polo y sus exóticos y peligrosos itinerarios los he visto destripados e incómodos en la maleta escolar de algún desaliñado. Verne ni se diga: su imponente Nautilus duerme debajo de las camas, cerca de los orinales. Swift y Gulliver, que aspiraban a denostar a la criatura humana y poner a descubierto su prolongada y fija maldad, fueron a carenar a los arrecifes infantiles, donde predomina un ecuador florecido y una costra de pupilas fascinadas.
Más que la historia de los escritores que escribieron para niños, advierto la epopeya en que los niños escogieron entre muchos fuegos y decidieron en cuáles incendios querían arder. Ese ciclo no se cierra, porque los incendios procrean incendios. Y si algún caballo de palo es reducido a cenizas, al rato yo me invento a martillazos otro caballito de palo.
¿Nuevos asaltos?
Intento decir que nadie negaría con fundamento la eventualidad de que dentro de un siglo o cinco, Dostoievsky o Proust se conviertan en lecturas para angelotes. ¿Imagina al infante de aquí a un milenio? ¿Qué vendrá a secretarnos luego de volar aplicadamente por el cosmos y visitar a Dios en sus propios aposentos? ¿Todavía podrá Verne o el perro Pluto entretenerlo toda una tarde, cuando antes dialogó con un cánido astrónomo del planeta X y decidió viajar al centro de la galaxia durante el próximo invierno? Apuesto a que no siempre los padres le negarán permiso al niño cuando reclame ir a tomar helados cibernéticos o chupar caramelos de neutrones o algún asteroide recién estrenado. Ellos calzarán botas de siete mil leguas y serán los invitados de todas las pantallas.
No sé a dónde van las piedras rodando. Imagino que las piedras rodarán mientras haya piedras y por dónde rodar. En el listado de los escritores que no erraron ni nadie va a perdonar, podríamos incluir a cualquiera: a Shakespeare, Cervantes… Aunque pensándolo con justicia, creo que Quijote y Sancho y Romeo y Julieta comienzan a cambiar el bando. El pequeño recoge todos los pergaminos útiles y algunos adultos no atinan más que a abandonar candelabros. Ulises y Helena también suben al podio y opacan la popularidad de estadistas, políticos, generales, gobernantes y otros personajes de uña, carne y hueso. El Homero incierto y ciego de una era imaginaria, escribía también para los niños.
¿Es cierto? Sí, es cierto. Entonces, ¿por qué yo, aun cuando ahora mis novelas son consideradas cameras y mis ensayos y poemas de doble fondo y con cabinas herméticas, no podría aspirar también? Tal vez dentro de un milenio o dos, las criaturas acudan a mascar rositas de maíz sobre mis disminuidas y muy amarillas páginas, que para la fecha seguro pecarán de ingenuas y levantarán un tufillo a poeta trasnochado y nicotínico.
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