SEGUNDA ENTREGA
VIVIR Y MORIR (1)
Hay mucha gente que dice: «La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse rara». La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo, no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tenéis buena conciencia y hacéis vuestro trabajo con amor, se os denigrará, se os hará la vida imposible y diez años más tarde os darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida.
Cuando ocurre que se ha pasado largo tiempo, durante muchos años, sentada junto a la cama de niños y ancianos que mueren, cuando se les escucha de verdad, uno percibe que ellos saben que la muerte está próxima. Súbitamente alguno se despide, dice adiós, mientras que en ese momento uno está lejos de pensar que la muerte podría intervenir tan pronto. Si se aceptan esas declaraciones, si se permanece junto al moribundo, se comprobará que la comunicación continúa y el enfermo expresa lo que desea hacer saber. Después de su muerte, se experimenta el emocionado sentimiento de ser quizá la única persona que ha atendido con la debida seriedad sus palabras.
Hemos estudiado veinte mil casos, a través del mundo entero, de personas que habían sido declaradas clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida. Algunas se despertaron naturalmente, otras sólo después de una reanimación.
Quisiera explicaros muy someramente lo que cada ser humano va a vivir en el momento de su muerte. Esta experiencia es general, independiente del hecho de que se sea aborigen de Australia, hindú, musulmán, creyente o ateo. Es independiente también de la edad o del nivel socioeconómico, puesto que se trata de un acontecimiento puramente humano, de la misma manera que lo es el proceso natural de un nacimiento.
La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento a otra existencia que puede ser probada de manera muy sencilla.
Durante dos mil años se ha invitado a la gente a «creer» en las cosas del más allá. Para mí esto no es un asunto más de creencias sino un asunto del conocimiento. Os diré con gusto cómo se obtiene ese conocimiento siempre que queráis saberlo. Pero el no querer saberlo no tiene ninguna importancia porque cuando hayáis muerto lo sabréis de todas maneras, y yo estaré allí y me alegraré muy particularmente por los que hoy dicen: «Ay, la pobre doctora Ross».
En el momento de la muerte hay tres etapas. Con el lenguaje que utilizo en el caso de los niños moribundos de muy corta edad (por ejemplo el que empleo en la carta Dougy), digo que la muerte física del hombre es idéntica al abandono del capullo de seda por la mariposa. La observación que hacemos es que el capullo de seda y su larva pueden compararse con el cuerpo humano. Un cuerpo humano transitorio. De todos modos, no son idénticos a vosotros. Son, digámoslo así, como una casa ocupada de modo provisional. Morir significa, simplemente, mudarse a una casa más bella, hablando simbólicamente, se sobreentiende.
Desde el momento en que el capullo de seda se deteriora irreversiblemente, ya sea como consecuencia de un suicidio, de homicidio, infarto o enfermedades crónicas (no importa la forma), va a liberar a la mariposa, es decir, a vuestra alma.
En esta segunda etapa, cuando vuestra mariposa -siempre en lenguaje simbólico- ha abandonado su cuerpo, vosotros viviréis importantes acontecimientos que es útil que conozcáis anticipadamente para no sentiros jamás atemorizados frente a la muerte.
En la segunda etapa estaréis provistos de energía psíquica, así como en la primera lo estuvisteis de energía física. En esta última vosotros tenéis necesidad de un cerebro que funcione, es decir de una conciencia despierta para poder comunicar con los demás. Desde el momento en que este cerebro -este capullo de seda- tarde o temprano presente daños importantes, la conciencia dejará de estar alerta, apagándose. Desde el instante en que ésta falte, cuando el capullo de seda esté deteriorado al extremo de que vosotros ya no podáis respirar y que vuestras pulsaciones cardíacas y ondas cerebrales no admitan más mediciones, la mariposa se encontrará fuera del capullo que la contenía. Esto no significa que ya se esté muerto, sino que el capullo de seda ha dejado de cumplir sus funciones. Al liberarse de ese capullo de seda, se llega a la segunda etapa, la de la energía psíquica. La energía física y la energía psíquica son las dos únicas energías que al hombre le es posible manipular.
El mayor regalo que Dios haya hecho a los hombres es el del libre albedrío. Y de todos los seres vivientes el único que goza de este libre albedrío es el hombre. Vosotros tenéis, por tanto, la posibilidad de elegir la forma de utilizar esas energías, sea de modo positivo o negativo.
Desde el momento en que sois una mariposa liberada, es decir, desde que vuestra alma abandona el cuerpo, advertiréis enseguida que estáis dotados de capacidad para ver todo lo que ocurre en el lugar de la muerte, en la habitación del enfermo, en el lugar del accidente o allí donde hayáis dejado vuestro cuerpo.
Estos acontecimientos no se perciben ya con la conciencia mortal, sino con una nueva percepción. Todo se graba en el momento en que no se registra ya tensión arterial, ni pulso, ni respiración; algunas veces incluso en ausencia de ondas cerebrales. Entonces sabréis exactamente lo que cada uno diga y piense y la forma en que se comporte. Después podréis explicar con precisión cómo sacaron el cuerpo del coche accidentado con tres sopletes.
También ha habido personas que incluso nos han precisado el número de la matrícula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. No se puede explicar científicamente que alguien que ya no presenta ondas cerebrales pueda leer una matrícula. Los sabios deben ser humildes. Debemos aceptar con humildad que haya millones de cosas que no entendemos todavía, pero esto no quiere decir que sólo por el hecho de no comprenderlas no existan o no sean realidades.
Si yo utilizara en este momento un silbato de perros, vosotros no podríais oírlo, y sin embargo todos los perros lo oirían. La razón es que el oído humano no está concebido para la percepción de estas altas frecuencias. De la misma manera, no podemos percibir el alma que ha abandonado el cuerpo, aunque ésta pueda todavía grabar las longitudes de ondas terrestres para comprender lo que ocurre en el lugar del accidente o en otro lugar.
Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención. Todos los médicos y enfermeras deben tener conciencia de este hecho. Eso quiere decir que en la proximidad de una persona inconsciente no se debe hablar más que de cosas que esta persona pueda escuchar, sea cual fuere su estado. Es triste lo que a veces se dice en presencia de enfermos inconscientes, cuando éstos pueden oírlo todo.
También es necesario que sepáis que si os acercáis al lecho de vuestro padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, os oyen todo lo que les decís, y en ningún caso es tarde para expresar «lo siento», «te amo», u alguna otra cosa que queráis decirles. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo momento podéis arreglar «asuntos pendientes», aunque éstos se remonten a diez o veinte años atrás. Podréis liberaros de vuestra culpabilidad para poder volver a vivir vosotros mismos.
En esta segunda etapa, «el muerto» -si puedo expresarme así- se dará cuenta también de que él se encuentra intacto nuevamente. Los ciegos pueden ver, los sordos o los mudos oyen y hablan otra vez. Una de mis enfermas que tenía esclerosis en placas, dificultades para hablar, y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡yo podía bailar de nuevo!», y son miles los que estando hoy en sillas de ruedas, podrían al fin bailar otra vez, aunque cuando vuelvan a su cuerpo físico se encontrarán, evidentemente, otra vez en su viejo cuerpo enfermo.
Podréis comprender, pues, que esta experiencia extracorporal es un acontecimiento maravilloso, que nos hace sentirnos felices. Las niñas que a consecuencia de una quimioterapia han perdido el pelo, me dicen después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis rizos». Las mujeres que han padecido la extirpación de un seno, recobran su habitual normalidad. Todos están intactos de nuevo. Son perfectos.
Mis colegas escépticos son muy numerosos y dicen: «Se trata de una proyección del deseo». En el cincuenta y uno por ciento de todos mis casos se trata de muertes repentinas y no creo que nadie vaya a su trabajo soñando que seguirá disponiendo de sus dos piernas para atravesar una calle. Y de pronto, después de un accidente grave, ve en la calle una pierna separada de su cuerpo, sintiéndose sin embargo en posesión de dos piernas.
Todo esto, evidentemente, no es una prueba para un escéptico, y con el fin de tranquilizarlos hemos realizado un proyecto de investigación imponiéndonos como condición el no tomar en cuenta más que a los ciegos que no habían tenido ni siquiera percepción luminosa desde diez años antes, por lo menos. Y estos ciegos, que tuvieron una experiencia extracorporal y volvieron, pueden decirnos con detalle los colores y las joyas que llevaban los que los rodeaban en aquel momento, así como el detalle del dibujo de sus jerséis o corbatas.
Es obvio que ahí no podía tratarse de visiones. Podríais también interpretar muy bien estos hechos si la respuesta no os diera miedo. Pero si os da miedo, seréis como esos escépticos que me han dicho que estas experiencias extracorporales serían el resultado de una falta de oxígeno. Pues bien, si aquí se tratara solamente de esa carencia de oxígeno, yo se la recetaría a todos mis ciegos. ¿Comprendéis?
Si alguien no quiere admitir un hecho, encuentra mil argumentos para negarlo. Esto, de nuevo, es su problema. No intentéis convertir a los demás. En el instante mismo en que mueran, lo sabrán de todas maneras.
En esta segunda etapa os dais cuenta también de que nadie puede morir solo. Cuando se abandona el cuerpo se encuentra en una existencia en la cual el tiempo ya no cuenta, o simplemente ya no hay más tiempo, del mismo modo en que tampoco podría hablarse de espacio y de distancia tal como los entendemos, puesto que en ese caso se trata de nociones terrenales. Por ejemplo, si un joven norteamericano muere en Vietnam y piensa en su madre que reside en Washington, la fuerza de su pensamiento atraviesa esos miles de kilómetros y se encuentra instantáneamente junto a su madre. En esta segunda etapa ha dejado de existir, pues, la distancia.
Son muchos los seres vivientes que han experimentado tal fenómeno, que se manifestaba de improviso cuando ellos tomaban conciencia de que alguien que vivía lejísimo, se encontraba, sin embargo, muy cerca, junto a ellos. Y al día siguiente de ese hecho recibían una llamada telefónica o un telegrama informándoles que la persona en cuestión había fallecido en un lugar a cientos o miles de kilómetros de donde ellos se encontraban.
Es obvio que estas personas poseen una gran intuición, pues normalmente no se tiene conciencia de tales visitas. En esta segunda etapa también os dais cuenta de que ningún ser humano puede morir solo, y no únicamente porque el muerto pueda visitar a cualquiera, sino también porque la gente que ha muerto antes que vosotros y a la que amasteis os espera siempre. Y puesto que el tiempo no existe, puede ocurrir que alguien que a los veinte años perdió a su hijo, al morir a los noventa y nueve puede volver a encontrarlo, aún como un niño, puesto que para los del otro lado un minuto puede tener una duración equiparable a cien años de nuestro tiempo.
Lo que la Iglesia enseña a los niños pequeños sobre su ángel guardián está basado en estos hechos, ya que está probado que cada ser viene acompañado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte. Cada hombre tiene tales guías, lo creáis o no, y el que seáis judío, católico o no tengáis religión no tiene ninguna importancia. Pues este amor es incondicional y es por eso que cada hombre recibe el regalo de un guía. Mis niños pequeños los llaman «compañeros de juego» y desde muy temprano hablan con ellos y son perfectamente conscientes de su presencia. Luego van al colegio y sus padres les dicen: «Ahora ya eres mayor, ya vas al colegio. No hay que jugar más a esas chiquilladas». Así se olvida uno que se tiene «compañeros de juego» hasta que se llega al lecho de muerte. De este modo ocurrió con una anciana que al morir me dijo: «Ahí está de nuevo». Y sabiendo yo de lo que ella hablaba, le pedí que me participara lo que acababa de vivir: «¿Sabe usted?, cuando yo era pequeña, él siempre estaba conmigo, pero lo había olvidado completamente». Al día siguiente moría contenta de saber que alguien que la había querido mucho la esperaba de nuevo.
En general sois esperados por la persona a la que más amáis. Siempre la encontraréis en primer lugar. En el caso de los niños pequeños, de dos o tres años por ejemplo, cuyos abuelos, padres y otros miembros de la familia aún están con vida, es su ángel de la guarda personal quien generalmente los acoge; o bien son recibidos por Jesús u otro personaje religioso. Yo nunca he tenido la experiencia de que un niño protestante, en el momento de su muerte, haya visto a María, mientras que ella es percibida por numerosos niños católicos. Aquí no se trata de una discriminación, sino de que son esperados en el otro lado por aquellos que tuvieron para ellos la mayor importancia.
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