domingo

CUATRO POEMAS DE FABIO MORÁBITO (EGIPTO-MÉXICO / 1955)


I
Tengo un perro invisible,
llevo un cuadrúpedo por dentro
que saco al parque
como los otros a sus perros.
Los otros perros se dan cuenta
de mi perro
cuando, al doblarme, lo saco de mí mismo
para que juegue y corra,
sólo sus dueños no lo ven,
tal vez tampoco a mí me vean.
Me siento en una banca y veo cómo mi perro,
que a fuerza de paseos se ha ido dando,
se mezcla con sus semejantes,
y aunque los otros dueños no lo ven,
anima e inquieta la perrada
y entre los dueños cunde la inquietud
y empiezan a llamar sus perros
para que no se forme la jauría.
Tal vez tampoco a mí vean,
sentado en una banca,
doblado un poco
por el esfuerzo de dejar mi perro libre,
y aunque no pueden ver mi perro,
tal vez sí ven el perro
que invisible, como el mío,
llevan dentro,
la bestia que no sacan nunca,
el perro que reprimen
llevando a pasear sus perros.
II
No hay hoteles supremos
y aun en el más caro
se trasminan la tos,
el pleito, el amorío de al lado.
No hay jardines sellados
ni suite que, por más alto que se eleve,
no esté debajo de las nubes y el mal tiempo.
La suite, el pent-house, la veranda...
las moscas nos impulsan a subir,
cuidando de no tocar a Dios;
tal vez el gesto que las espanta
también espanta a Dios;
quizá usemos las moscas como excusa
para alejar a Dios con la mano,
y el día que se acaben las moscas...
no quiero ni pensarlo.
Lejos de Dios y de las moscas,
en eso, sólo en eso, estriban los hoteles,
pero de noche, a solas, sin el sol,
cuando ya nada relumbra
se trasminan la tos, el pleito, el amorío de junto,
y en una cama demasiado grande para uno
quedamos en la orilla, sin jardín,
ni excusas,
ni el lujo de dormir lejos de casa.
III
Los dinosaurios
se enfriaban por la noche
y al otro día, curados
por el sol,
se hundían en la maleza
en busca de otros de su especie.
El verdadero sol era el rebaño.
El hambre comenzaba apenas se reunían
y el verde sólo les sabía
cuando el rebaño estaba en auge.
De noche,
sin pelambre,
sin el calor que el pelo ayuda
a conservar cuando oscurece,
entraban en un trance,
y al otro día
era como si fuera el primer día,
como si apenas comenzaran a vivir,
y como cada día era el primero,
crecieron sin medida,
que es como no crecer,
como quedarse niños.
Los niños son pequeños dinosaurios
a los que damos,
para que un día se cansen de crecer,
su diaria dosis de palabras,
que son nuestra pelambre.
Pasamos de la noche al día apalabrados,
sin conocer el fondo
de la luz ni de la noche,
que ya no aguantaríamos,
y ese calor que ellos sintieron
cuando el rebaño estaba en auge
y nuestra piel codicia aún,
lo recordamos cada vez que hacemos versos,
que son nuestra manera de sentir
la sangre fría que sentimos.
IV
Mi madre ya no ha ido
al mar
lleva una buena cantidad de años
tierra adentro,
un siglo de interioridad
cumpliéndose.
Se ha resecado de sus hijos
y vive lejos
en toros consanguíneos.
Es como una escultura de sí misma
y sólo el mar
que quita el fárrago
acumulado en la ciudad
puede acercarla a su pasado,
hacia su muerte verdadera,
y hacer que crezca nuevamente.
Mi madre necesita algún
estruendo entre los pies,
Una monótona insistencia en los oídos,
una palabra adversa
y simple que la canse,
y necesita que la llamen,
oír su nombre en otros labios,
pedir perdón
y hacer promesas,
ya no se tropieza
en nada sustantivo.
Y yo tengo que armarme de valor
para llevarla al mar
armarme de mis años
que he olvidado,
reunirme con mi madre en otro tiempo,
con un yo mismo que enterré
y que ella guarda
sin decirme nada.
Tengo que armarme de valor
para perder confianza
en lo que sé,
tengo que regresar al día
en que mi risa quedó trunca
entre las páginas de un libro,
cerrar el libro y completar la risa,
cerrar todos los libros y reírme,
cerrar todos los ojos que he ido abriendo
para que nadie me agrediera.
Estuvo bien ya de crecer,
es hora de desdibujarme,
lo que aprendí enhorabuena,
lo que olvidé también,
es hora de ser hijo de alguien
y de tener un hijo
y un esqueleto para ir al mar,
para morir
con cada hueso sin pedir ayuda.
Salí hace años a rodearla a ella
para volver al mar más solo
o acaso fui a rodear el mar
para ser hijo de otro modo de mi madre,
ya no me acuerdo qué buscaba,
nadie recuerda lo que busca,
mi madre ya no ha ido
al mar,
es todo lo que sé,
y no llevarla es no reconciliarme
con el mar, no ver el mar
como se ve después de niño,
también no ver cómo es mi madre
ahora, no saber nada de mí mismo.

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