TERCERA ENTREGA
XXIII
Yo quiero salir del mundo
Por la puerta natural: En un carro de hojas verdes A morir me han de llevar. No me pongan en lo oscuro A morir como un traidor; Yo soy bueno, y como bueno Moriré de cara al Sol!
XXIV
Sé de un pintor atrevido
Que sale a pintar contento Sobre la tela del viento Y la espuma del olvido. Yo sé de un pintor gigante, El de divinos colores, Puesto a pintarle las flores A una corbeta mercante. Yo sé de un pobre pintor Que mira el agua al pintar, -El agua ronca del mar,- Con un entrañable amor.
XXV
¡Yo pienso cuando me alegro
Como un escolar sencillo, En el canario amarillo, Que tiene el ojo tan negro! ¡Yo quiero, cuando me muera Sin patria, pero sin amo, Tener en mi losa un ramo De flores, y una bandera!
XXVI
Yo que vivo, aunque me he muerto,
Soy un gran descubridor, Porque anoche he descubierto La medicina de amor. Cuando al peso de la cruz El hombre morir resuelve, Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve Como de un baño de luz.
XXVII
El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa; El sable la calle arrasa, A la luna tropical. Pocos salieron ilesos Del sable del español; La calle, al salir el sol, Era un reguero de sesos. Pasa, entre balas, un coche: Entran, llorando, a una muerta; Llama una mano a la puerta En lo negro de la noche. No hay bala que no taladre El portón; y la mujer Que llama, me ha dado el ser; Me viene a buscar mi madre. A la boca de la muerte, Los valientes habaneros Se quitaron los sombreros Ante la matrona fuerte. Y después que nos besamos Como dos locos, me dijo: “Vamos pronto, vamos, hijo; La luna está sola: vamos.”
XXVIII
Por la tumba del cortijo
Donde está el padre enterrado, Pasa el hijo, de soldado Del invasor; pasa el hijo. El padre, un bravo en la guerra, Envuelto en su pabellón Alzase; y de un bofetón lo tiende, muerto, por tierra. El rayo reluce; zumba El viento por el cortijo; El padre recoge al hijo, Y se lo lleva a la tumba.
XXIX
La imagen del rey, por ley
Lleva el papel del Estado; El niño fue fusilado Por los fusiles del rey. Festejar el santo es ley Del rey; en la fiesta santa ¡La hermana del niño canta Ante la imagen del rey!
XXX
El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón: Echa el barco, ciento a ciento, Los negros por el portón. El viento, fiero, quebraba Los almácigos copudos; Andaba la hilera, andaba, De los esclavos desnudos. El temporal sacudía Los barracones henchidos; Una madre con su cría Pasaba dando alaridos. Rojo, como en el desierto, salió el sol al horizonte; Y alumbró a un esclavo muerto, Colgado a un seibo del monte. Un niño lo vio: tembló De pasión por los que gimen; Y, al pie del muerto, juró Lavar con su sangre el crimen!
XXXI
Para modelo de un dios
El pintor lo envió a pedir: ¡Para eso no! ¡para ir, Patria, a servirse los dos! Bien estará en la pintura El hijo que amo y bendigo: ¡Mejor en la ceja oscura, Cara a cara al enemigo! Es rubio, es fuerte, es garzón De nobleza natural: ¡Hijo, por la luz natal! ¡Hijo, por el pabellón! Vamos, pues, hijo viril; Vamos los dos; si yo muero, Me besas: si tú... ¡prefiero Verte muerto a verte vil!
XXXI
En el negro callejón
Donde en tinieblas paseo, Alzo los ojos, y veo La iglesia, erguida, a un rincón. ¿Será misterio? ¿Será Revelación y poder? ¿Será, rodilla, el deber De postrarse? ¿Qué será? Tiembla la noche: en la parra Muerde el gusano el retoño; Grazna, llamando al otoño La hueca y hosca cigarra. Graznan dos: atento al dúo Alzo los ojos y veo Que la iglesia del paseo Tiene la forma de un búho.
XXXIII
De mi desdicha espantosa
Siento, ¡oh estrellas!, que muero; Yo quiero vivir, yo quiero Ver a una mujer hermosa. El cabello, como un casco, Le corona el rostro bello: Brilla su negro cabello Como un sable de Damasco. ¿Aquélla? ... Pues pon la hiel Del mundo entero en un haz, Y tállala en cuerpo, y haz, Un alma entera de hiel! ¿Esta?... Pues ésta infeliz Lleva escarpines rosados, Y los labios colorados, Y la cara de barniz. El alma lúgubre grita: "¡Mujer, maldita mujer!" ¡No sé yo quién pueda ser Entre las dos la maldita!
XXXIV
¡Penas! ¿Quién osa decir
Que tengo yo penas? Luego, Después del rayo, y del fuego, Tendré tiempo de sufrir. Yo sé de un pesar profundo Entre las penas sin nombres: ¡La esclavitud de los hombres Es la gran pena del mundo! Hay montes, y hay que subir Los montes altos; ¡después Veremos, alma, quién es Quien te me ha puesto al morir! |
viernes
JOSÉ MARTÍ - VERSOS SENCILLOS (III)
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