VIGÉSIMA ENTREGA
XXII
Sit morbi fomes tibi cura
Los médicos consideran los orígenes y la oportunidad, los rescoldos y los carbones, y el combustible de la enfermedad, y se esfuerzan por purgar o corregir
¡Qué propiedad tan ruinosa ha adquirido el hombre al adquirirse a sí mismo! ¡Qué pronta está la casa para derrumbarse diariamente, y está todo el terreno cubierto de malezas, y todo el cuerpo de enfermedades!; donde no solamente cada terrón, sino cada piedra, tiene cizaña; no solamente cada músculo de la carne, sino cada hueso del cuerpo, tiene alguna dolencia; cada piedrita sobre la superficie de este suelo tiene alguna hierba mala; cada diente en nuestra cabeza sufre de dolores tales que un hombre valeroso los teme, aunque se avergüence de ese temor, de ese sentido del dolor. ¡Qué elevado, y qué frecuente es el alquiler que paga el hombre por esta propiedad!; lo paga dos veces al día, en dobles comidas; ¡y qué poco tiempo para aumentar su renta! ¡Cuántos feriados lo apartan de su trabajo! Cada día es medio feriado, la mitad consumida en el sueño. ¡Cuántas indemnizaciones, y subsidios, y contribuciones debe entregar, además de su alquiler! ¡Cuántas medicinas al lado de su dieta! ¡Y cuántos huéspedes están dispuestos a recibir, cuántas enfermedades infecciosas, de otros hombres! Adán pudo haber tenido todo el Paraíso para abonarlo y cuidarlo; y en ese caso su alquiler no hubiera sido aumentado hasta un trabajo tal que le hiciera sudar su frente; y sin embargo lo abandonó; ¡cuánto mayor alquiler debemos pagar por esta propiedad, este cuerpo, que nos paga a nosotros mismos, que paga por la propiedad en sí, y no podemos vivir en ella! Ni está nuestra labor finalizada cuando hemos arrancado alguna cizaña tan pronto ésta creció, enmendando algún violento y peligroso síntoma de una enfermedad, que nos hubiera destruido rápidamente; ni cuando hemos arrancado esa cizaña de raíz, recobrándola totalmente y firmemente de esa particular enfermedad; pero todo el terreno es de naturaleza dañina, todo el suelo está mal dispuesto; hay inclinaciones, hay una propensión a las enfermedades del cuerpo, de la cual, sin ningún otro desorden, se producirán las enfermedades, y así estamos expuestos a una continua labor en esta propiedad, a un continuo estudio de toda la complexión y constitución de nuestro cuerpo. En las perturbaciones y enfermedades de los suelos, fermentación, sequedad, filtración, cualquier clase de aridez, el remedio y el purgante están, en gran parte, algunas veces en ellos mismos; a veces la misma situación los alivia; el declive de una colina purgará y ventilará su propia maligna humedad; y la quemazón del césped de un terreno (como la cura mediante la cauterización), le da una nueva y vigorosa juventud al suelo, y se levanta allí una especie de Fénix de las cenizas, una fertilidad de lo que antes era árido, y mediante aquello que es lo más árido de todo: las cenizas. Y donde el terreno no puede purgarse a sí mismo, recibe, no obstante, la purga de otros terrenos, de otros suelos, que no devienen peores por haber contribuido con esa ayuda, mediante greda de otras colinas, o limo de otros litorales; las tierras se ayudan a sí mismas, o no hieren otras tierras, de las que reciben ayuda. Pero he tomado una propiedad con este duro alquiler, y bajo este pesado contrato, que no puede ayudarse a sí misma (ninguna parte de mi cuerpo, si fuera cortada, podría curar a otra parte; en algunos casos, podría preservar a una parte sana, pero en ningún caso restablecer a una enferma); y si mi cuerpo pudiera obtener algún purgante, alguna medicina salida de otro cuerpo, y un hombre obtenerlo de la carne de otro (de momia, o cualquier compuesto semejante), debe ser de un hombre que está muerto, y no, como en otros suelos, que nunca empeoran por contribuir con su greda, o su rico limo a mi terreno. Nada hay en el mismo hombre que pueda ayudar al hombre, nada en la humanidad para ayudarse mutuamente (de esta suerte, por vía de la medicina), sino que quien suministra la ayuda está tan enfermo como el que la recibe hubiera estado de no haberla recibido; pues aquel de cuyo cuerpo proviene el remedio, está muerto. Cuando, en consecuencia, tomé esta finca, me encargué de este cuerpo, lo tomé para desecar, no una marisma sino un foso, donde no había agua mezclada para ofender, sino que todo era agua; lo tomé para perfumar estiércol, en el que no una parte sino todo es por igual hediondo; lo tomé para hacer tal cosa con el todo, que no era venenoso por alguna cualidad manifiesta, intenso calor, o frío, sino que era veneno toda la sustancia, y su específica forma. Curar los agudos síntomas de la enfermedad, es un gran trabajo; curar la enfermedad es en sí uno mayor; pero curar el cuerpo, la raíz, la oportunidad de las enfermedades, es un trabajo reservado para el Gran Médico, que no lo hará de otra manera sino glorificando a estos cuerpos en el otro mundo.
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