miércoles

HERMAN HESSE - SIDDHARTA


CUARTA ENTREGA

Siddharta estudió mucho con los samanas. Aprendió a andar por diversos caminos para alejarse del yo. Anduvo por el camino de la despersonalización a través del dolor, a través del sufrimiento voluntario y del vencimiento del dolor, del hambre, de la sed, del cansancio. Caminó por la despersonalización a través del pensamiento, de vaciar la mente de toda imaginación. Se enteró de estos y otros métodos, mil veces abandonó su yo; durante horas y días permanecía en el no-yo.

Pero aunque los caminos se alejaban del yo, su final conducía siempre de nuevo hacia el yo. Aunque Siddharta huyó mil veces del yo, permanecía en el vacío, en el animal, en la piedra, no podía evitar el regreso, como era imposible escapar de la hora en que vuelve uno a encontrarse bajo el brillo del sol o de la luz de la luna, en la sombra o en la lluvia. Y de nuevo era el yo y Siddharta, y sentía otra vez la tortura del ciclo impuesto.

A su lado vivía Govinda, su sombra; iba por los mismos caminos, se sometía a los mismos ejercicios. Pocas veces hablaban juntos de otra cosa que no fuera lo que exigía el servicio y los ejercicios. A veces los dos paseaban por los pueblos para pedir alimentos para ellos y sus profesores.

-¿Qué piensas, Govinda? -inquirió Siddharta en ocasión de una de estas salidas-. ¿Crees que hemos adelantado? ¿Hemos logrado algún fin?

Govinda contestó:

-Hemos aprendido y seguiremos aprendiendo. Tú serás un gran samana, Siddharta. Has aprendido rápidamente todos los ejercicios, y a menudo has dejado admirados a los viejos samanas. Algún día serás un santo, Siddharta.

Y Siddharta replicó:

-No soy de la misma opinión, amigo. Lo que hasta el día de hoy he aprendido de los samanas, Govinda, lo hubiera podido aprender más rápidamente y con mayor sencillez en otro lugar. Se puede aprender en cualquier taberna de un barrio de prostitutas, amigo mío, entre arrieros y jugadores.

Govinda exclamó:

-Siddharta, ¿quieres burlarte de mí? ¿Cómo hubieras podido aprender el arte de abstraerte, de contener la respiración, de insensibilizarte contra el hambre y el dolor allí, entre aquellos miserables?

Y Siddharta dijo en voz baja, como si hablara consigo mismo:

-¿Qué significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué representa el ayuno? ¿Qué se pretende al detener la respiración? Se trata sólo de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el arriero en el albergue cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddharta y Govinda después de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no-yo. Así sucede, Govinda.

Govinda repuso:

-Así hablas, amigo, y sin embargo sabes que Siddharta no es ningún arriero y que un samana no es un borracho. Verdad es que el borracho encuentra su narcosis, alcanza una breve huida y un descanso, pero regresa de la vana ilusión y se halla igual; no se ha hecho más sabio, no ha ganado conocimientos.
Siddharta declaró sonriente:

-No lo sé, nunca he estado borracho. Pero sí sé que yo, Siddharta, en mis ejercicios y en el arte de ensimismarme sólo encuentro una breve narcosis, y me hallo tan alejado de la sabiduría y de la redención como cuando de niño, en el vientre de mi madre. Govinda, esto puedo afirmarlo.

Y en otra ocasión, cuando abandonó el bosque Siddharta con Govinda a fin de pedir alimentos en el pueblo para sus hermanos y profesores, empezó a hablar de nuevo.

-Govinda -dijo-, ¿cómo podemos saber si vamos por el buen camino? ¿Nos acercamos a la ciencia? ¿Aceleramos nuestra redención? O, ¿acaso andamos en círculo, nosotros, los que pretendemos evadirnos del ciclo?

Govinda alegó:

-Hemos aprendido mucho, Siddharta, y mucho queda por aprender. No damos vueltas, vamos hacia arriba; las vueltas son en espiral y ya hemos subido muchos peldaños.

Siddharta preguntó:

-¿Cuántos años crees que tiene el más anciano de los samanas, nuestro venerable profesor?

Dijo Govinda:

-Quizá tenga unos sesenta.

Y Siddharta:

-Tiene sesenta años y no ha llegado al nirvana. Tendrá setenta, y ochenta años, como tú y yo los tendremos, y seguiremos con los ejercicios y ayunaremos, y meditaremos. Pero nunca llegaremos al nirvana. Ni él, ni nosotros. Govinda, creo que seguramente ni uno de todos los samanas llegará al nirvana. Ni uno. Encontramos consuelo, alcanzamos la narcosis, aprendemos artes para engañarnos. Pero lo esencial, el camino de los caminos, ése no lo hallaremos.

Insinuó Govinda:

-Desearía que no pronunciaras palabras tan horribles, Siddharta. ¿Por qué ninguno encontrará el camino de los caminos de entre tantos sabios, tantos brahmanes, tantos rígidos samanas venerables, tantos hombres que buscan, tantos dedicados a profundizar, tantos hombres sagrados?

Sin embargo, Siddharta contestó en voz baja, en tono triste e irónico a la vez:

-Govinda, tu amigo abandonará pronto la senda de los samanas, por la que tanto tiempo ha caminado contigo. Sufrí sed, Govinda, y durante este largo trayecto con los samanas mi sed nada ha disminuido. Siempre me hallé sediento de ciencia y lleno de preguntas. He interrogado a los brahmanes año tras año, he indagado entre los sagrados Vedas año tras año. Quizá, Govinda, si hubiera preguntado al cálao o al chimpancé me habrían instruido tan bien, tan útilmente, con tanta inteligencia. Govinda, ¡he necesitado tiempo para aprender, y aún no he conseguido entender que no se puede aprender nada! Creo que realmente no existe eso que nosotros llamamos «aprender». Sólo existe, amigo mío, un saber que está en todas partes, es decir, el atman. Éste se halla en mí y en ti, y en cada ser. Y empiezo a creer que este saber no tiene peor enemigo que el querer saber, que el desear aprender.

Entonces Govinda se detuvo en el camino, levantó las manos y exclamó:

-¡Siddharta, desearía que no intranquilizaras a tu amigo con semejantes palabras! Tus teorías despiertan verdadero temor en mi corazón. Y piensa únicamente: ¿Qué sería de la santidad, de las oraciones, de la venerable clase de los brahmanes, de la religiosidad de los samanas, si sucediera como tú dices, si no existiese el aprender? ¿Qué sería, Siddharta, de todo lo que es sagrado, valioso y venerable en este mundo?

Y Govinda murmuró unos versos de un Upanishanda:

Al que medite con la mente purificada y
se absorba en el atman,
la bienaventuranza de su corazón no será
explicable con palabras.

Pero Siddharta permanecía callado. Pensaba en las palabras que Govinda le había dicho, y las meditó en lo más recóndito de su significado.

Sí, pensó Siddharta con la cabeza inclinada. ¿Qué quedaría de todo lo que parece sagrado? ¿Qué quedaría? ¿Qué respondería a las esperanzas? Y sacudió la cabeza.

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