QUINTA ENTREGA
Caminaron juntos hacia la plaza. El aire estaba seco. El betún de las calles empezaba a fundirse con el calor. Cuando el médico se despidió, el coronel le preguntó en voz baja, con los dientes apretados:
-Por ahora nada -dijo el médico, y le dio una palmadita en la espalda-. Ya le pasaré una cuenta gorda cuando gane el gallo.
El calor de la tarde estimuló el dinamismo de la muerte. Sentada entre las begonias del corredor junto a una caja de ropa inservible, ella hizo otra vez el eterno milagro de sacar prendas nuevas de la nada. Hizo cuellos de mangas y pufíos de tela de la espalda y remiendos cuadrados, perfectos, aun con retazos de diferente color. Una cigarra instalo su pito en el patio. El sol maduró. Pero ella no lo vio agonizar sobre las begonias. Sólo levantó la cabeza al anochecer cuando el coronel se volvió a la casa. Entonces se apretó el cuello con las dos manos, se desajustó las coyunturas; dijo: “Tengo el cerebro tieso como un palo”.
-Siempre lo has tenido asi -dijo el coronel, pero luego observó el cuerpo de la mujer enteramente cubierto de retazos de colores-. Pareces un pájaro carpintero.-Hay que ser medio carpintero para vestirte -dijo ella. Extendió una camisa fabricada con género de tres colores diferentes, salvo el cuello y los puños que eran del mismo color-. En los carnavales te bastará con quitarte el saco.
-Creo que ya no quedan sino cincuenta centavos -dijo ella.
-Compras una libra de maíz -dijo la mujer-. Compras con los vueltos el café de mañana y cuatro onzas de queso.
Pensaron un momento.
“El gallo es un animal y por lo mismo puede esperar”, dijo la mujer inicialmente. Pero la expresión de su marido la obligó a reflexionar. El coronel se sentó en la cama, los codos apoyados en las rodillas, haciendo sonar las monedas entre las manos. “No es por mí”, dijo al cabo de un momento. "Si de mí dependiera haría esta misma noche un sancocho de gallo. Debe ser muy buena una indigestión de cincuenta pesos”. Hizo una pausa para destripar un zancudo en el cuello. Luego siguió a su mujer con la mirada alrededor del cuarto.
-Lo que me preocupa es que esos pobres muchachos están ahorrando.
Entonces ella empezó a pensar. Dio una vuelta completa con la bomba de insecticida. El coronel descubrió algo de irreal en su actitud, como si estuviera convocando para consultarlos a los espíritus de la casa. Por último puso la bomba sobre el altarcillo de litografías y fijó sus ojos de color de almíbar en los ojos color de almíbar del coronel.-Compra el maíz -dijo-. Ya sabrá Dios cómo hacemos nosotros para arreglarnos.
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