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PRESENTA
A WORLD WITHOUT LOVE
TRIBUTO DE BIENVENIDA A PAUL McCARTNEY
HUGO GIOVANETTI VIOLA Y FEDERICO MIRALLES
Recrean un tema de John Lennon y Paul McCartney
que nunca registraron The Beatles
Hugo Giovanetti Viola: voz, guitarra y recreación poética
Federico Miralles: voz, guitarra y transcreación musical
Juan Carlos Méndez: percusión
Pablo (apellido): bajo
Edición de video: Ricardo Dutra
Audio: grabación, mezcla y masterización, Bajocero Estudio
Técnico: Dany Martínez
Imágenes de Paul McCartney seleccionadas de videos oficiales tomados de la Web
Realizado entre marzo y abril de 2012
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H. G. V.
Según cuenta Paul McCartney, su madre era una dulcísima mujer que volaba todos los días en bicicleta hacia el hospital donde trabajaba como enfermera.
Él la llamaba “mother Mary”.
La familia se mudaba a menudo en la periferia suburbana de Liverpool y se las arreglaban para vivir haciendo chistes y fabricando su propia música, porque Jim McCartney tocaba varios instrumentos y les enseñó a cantar a sus hijos en dueto.
Paul tenía once años cuando se mudaron a 20 Forthlin Road de Allerton, un barrio bastante pituco, y un día se le ocurrió acusar guarangamente a su madre de andar mirando a la gente “con la nariz para arriba”.
Mary, que era católica, no lo tomó como un chiste y se puso a llorar.
Al otro año fue fulminada por un cáncer de mama.
“Why / she / had to go I don’t know / she wouldn’t say / I / said / something wrong now I long / for yesterday”.
Quiere decir que es recién durante la escritura del texto de “Yesterday” que emergerá la terrible y absurda culpa sentida por el niño.
Y lo cierto es que ese infantilismo se instaló eternamente en el trovador más popular de todos los tiempos, que actuará el 15 de abril en el Estadio Centenario.
Él cree nada más que en el “ayer dorado” y cualquiera se da cuenta.
¿Pero por qué es dorado?
Mucha gente ha identificado a la “mother Mary” de “Let it be” con la Virgen que adora a un Hijo con mayúscula.
Sir Paul McCartney, que heredó la inercia agnóstica de su padre ex-protestante, acepta sonriendo casi con diversión todas las interpretaciones, pero también reconoce que Ella se le apareció en sueños en el peor momento de sus peleas con John para sonreír desde una profundidad cósmica y aconsejarle tranquilidad frente a cualquier desastre.
Porque el trovador más popular de todos los tiempos, lamentablemente, no se conoce bien a sí mismo: su inteligencia no se ha completado.
Y Platón lo hubiera expulsado con olímpico desprecio de su República Perfecta.
Hace pocas semanas, sin embargo, en la compacta oscuridad de un cine previa a los adelantos, escuché la versión remasterizada de “Let it be” y me quedé con el alma tan maravillosamente peinada por la espesura de “otra dimensión inédita del ser”, que recién después de más de cuarenta años de aparecido el disco, me asombré de la grandeza que irradia Paul McCartney.
Y lo lamento mucho, venerables maestros Sócrates y Platón, pero a quien expulsara a este “niño eterno” de la República Perfecta, lo llevaría hasta preso.
Las leyes de la Belleza no son las de la Ciencia ni las de la Ética.
Y los que siguen riéndose de la “frivolidad egolátrica” de Paul deberían recordar que el “revolucionario” y “sabio” John Lennon un día llegó a creerse el Cristo y a citar a los otros tres Beatles para comunicarles la “noticia” con drogada soberbia.
“Okey” contestó Paul: “¿Pero por qué no aprovechamos para ensayar un rato?”.
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