lunes

DANIEL BENTANCOURT - Vuelo ciego


VUELO CIEGO

 DANIEL BENTANCOURT - (Uruguay, 1946-1996) nació en Montevideo y fue co-fundador de la revista “Universo” junto a Hugo Bervejillo, Hugo Giovanetti Viola, Tarik Carson, Alfredo Fressia, Ingrid Tempel y Álvaro Pierri. En 1976 se radicó en San Pablo. Ha publicado una vasta obra narrativa, destacándose las novelas “R.S.S.C. (República Socialista Soviética de Curtina)” y “El viento de la desgracia”, y los cuentarios “Todas las muchachas del mundo” (al que pertenece el presente relato, seleccionado por Olver Gilberto De León para su segunda antología bilingüe del cuento negro y policial latinoamericano) y “Como al diablo le gusta”. En 1987 participó en el Coloquio Francia-Uruguay realizado en París.
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1

Cuando crucé la calle, el inquilino del 501 me llamó y me convidó con un café. Yo estaba sobre la hora, pero al fin y al cabo, unos minutos más no le iban a hacer mal a nadie, menos que menos a Esteban. En el bar estaban también el viejo del 202, que parecía como lo está a las siete de la noche, y otros dos parásitos de esos que, sea la hora que sea, siempre están ahí, sentados y tomando algo.
-Con mujeres así no se juega -decía uno de ellos.
-Y si no, fijate lo que pasó el otro día.
-Me contaron. Debajo del viaducto.
-Sí.
-¿Qué fue lo que pasó? –dije. Mejor hubiera sido no preguntar nada. La mano me empezó a doler en el acto.
-Parece que un tipo las miró un poco demás, y una de ellas le cortó la barriga. Se desangró en unos minutos.
-Como un cerdo. Yo llegué a ver las manchas de sangre. Estaban a lo largo de toda la…
Me dio el tic en el ojo y se me cayó el café. Tuve tiempo de saltar y no mancharme los pantalones. Me agarré la mano, que me dolía tanto como si me la hubiera quemado.
-¿Qué pasó? ¿Se quemó? -dijo, con una sonrisa idiota, uno de los parásitos.
-No, no fue nada. Es mejor que vaya a trabajar.
Los dejé conversando. Esteban dormía, sentado y apoyada la cabeza contra la pared. Ni me sintió entrar. Lo sacudí.
-Puede irse. Ya estoy aquí.
-Maldito empleo -dijo, bostezado. -No sé qué estoy haciendo aquí.
-Búsquese otro. Esto no es para usted. Es muy joven para quedarse sin dormir la noche entera.
-Claro. ¿Y de qué voy a trabajar? ¿De basurero?
-Estoy seguro que puede encontrar algo mejor, si quisiera.
-Escuche -bromeó. -¿Por qué no cambiamos de turno? Al fin y al cabo, usted no es ni casado.
-Voy a pensar en la oferta. Puede irse.
En la puerta se volvió, otro bostezo a medio camino.
-Ah, me olvidaba. Una mujer estuvo aquí.
-¿Qué quería?
-No sé. No entendí muy bien. Quería hablar con alguien del quinto piso, pero no sabía el nombre de la persona. Dijo que iba a volver.
-Está bien.
Se fue. La mano ya no me dolía más.

2

El inquilino del 501 entró, volviendo del bar. Pero no abrió la puerta del ascensor, lo que me sorprendió. Nunca pasaba de decir buen día al salir y buenas noches al volver.
-No sabía lo del accidente -dijo.
-Ya hace como un mes -le mostré la mano. -No la puedo volver a mover como antes.
-¿Cómo fue?
-No me gusta ni acordarme. Fue un viernes de noche, que son los días que Esteban tiene libres y tengo que suplantarlo. Salí a la puerta y las dos mujeres estaban sentadas en el guardabarros del auto del 430, y les dije que no sentaran allí. Antes que pudiera hacer nada, una de ellas me cortó aquí, con una gillete.
-¿Y después?
-Salieron corriendo. No tuve ni tiempo de verles la cara. Pero son de esas que están ahí, en la esquina cerca del hotel, todas las noches.
-No hay que meterse con esa gente.
-La próxima vez, voy a hablar de más lejos.
-Espero que no haya próxima vez.
Abrió la puerta del ascensor y subió. La correspondencia ya había llegado, a pesar de ser tan temprano, así que la estuve clasificando, colocando en cada uno de los sobres el número del apartamento correspondiente, mientras la gente no dejaba de bajar e irse a trabajar. Bajó también la vieja del 508, y comenzó como siempre a mover la lengua de uno para el otro lado sin parar, pero me concentré en los sobres, haciendo como que no escuchaba. Por suerte, no se demoró mucho. Precisa de alguien que le preste mucha atención.
A la mitad de la mañana, apareció la mujer. No era joven ya, y caminaba curvada, como con miedo.
-Quiero hablar con una persona que vive en el quinto piso.
-¿Con quién?
-No sé. Un hombre joven.
-No hay muchos jóvenes en el quinto piso. ¿No sabe el número del apartamento?
-No. Sé que se sale del ascensor, y se da una vuelta así.
-¿El apartamento del fondo del corredor? Sólo puede ser el 501. Pero ahora acaba de salir. Vuelve después de las siete.
La mujer se fue. Dijo que volvería de noche. Me puse a leer el diario del día anterior. Pero la vieja del 508 se me plantó otra vez delante de la mesa, y tuve que interrumpir la lectura.
-Es una vergüenza. Y todas las noches. Pobre mujer. Tendría que escuchar la farra que hace. Aprovechando que ella no está. Y no tiene ni el cuidado de cerrar la puerta, nada. En un edificio donde viven tantas familias. Como aquella vez en que comenzó a bailar desnudo. Mi dios del cielo. Yo estaba bañándome y lo vi sin querer desde la ventana del baño. Pero no quiero ni pensar en que fuese Corina que lo hubiese visto. ¿Usted se imagina, qué horrible?
Le dije que sí a todo con la cabeza. No sabía de qué estaba hablando. Pero como era cerca del mediodía, se fue rápido. Por suerte.
La tarde fue la misma de siempre. Fui hasta el bar a tomar un café, y allí los parásitos hablando como siempre de fútbol y mujeres. Estuvieron contando la historia de la mujer del viaducto a cualquiera que se mostrase interesado, hasta que la mano volvió a dolerme, y tuve que irme. En la portería, recomencé la lectura. Un diario del día anterior siempre es mejor. Por más grave que sea lo que haya sucedido, fue el día anterior, y aunque las cosas estén todavía sucediendo, parecería que ya pasó lo peor, de otra manera no hubiera sido noticia.

3

Comenzaron a llegar los colegiales de regreso de la escuela, y se hizo de noche. Cuando volvía de prender las luces, la mujer estaba frente a la mesa, con la misma ropa de la mañana y el mismo aire asustado.
-No llegó todavía. Si quiere esperar…
-¿Va a demorar mucho?
-No, no creo. A esta hora, todos vuelven del trabajo.
Parecía querer decir algo, pero no se animaba. Supe que algo iba a pasar, porque la mano comenzó a dolerme. Me engañé por algunos minutos pensando que podía ser la lluvia que tal vez caería esa noche, pero sabía que no.
-No quiero líos -dijo.
-Por qué habría de… -la miré por primera vez con cuidado. -¿Cuál es el problema?
No debería haber preguntado. Siempre es mejor no saber nada. Cuando uno sabe muchas cosas, todo se complica. La mujer comenzó. Le traje una silla, y ella se sentó frente a la mesa, sin dejar de hablar.
-No me importó hacer todas las cosas que me pidió. Pero tengo que pagar la pensión hoy, de cualquier manera -dijo al final. -Si no, me echan a la calle. ¿Y qué voy a hacer sin ni siquiera un lugar para dormir?
Puso el papel encima de la mesa. Era la firma del inquilino del 501, sin duda, complicada de leerse, pero inconfundible. No dije nada. La mano me dolía mucho.
-No quiero crearle problemas a nadie. Pero necesito ese dinero, ¿entiende? Lo necesito hoy.
Le dije que me disculpara y salí a la calle, a respirar un poco de aire puro. Debajo del luminoso, en la puerta del hotel, no había movimiento ninguno todavía. Es lo que digo: la vida es como un corte en la carne, al que sólo se llega mediante la sangre y el dolor. Por eso es mejor no saber nada. Descubrir que existe otra gente debajo de la apariencia de la gente a la que se cree conocer… Puede llegar a sospecharse de verdad si se llega a conocer de verdad en algún momento a alguien.
Volví a entrar y me puse a leer el diario otra vez. De vez en cuando, la miraba. Estaba dura en la silla, y cada vez que la puerta se abría, ella se daba vuelta y los ojos parecían saltársele de la cara.
Por fin entró el inquilino del 501. Fue caminando cada vez más despacio a medida que se acercaba a la mesa, sin dejar de mirarla.
-No quiero problemas -dijo ella levantándose.
-¿Qué pasa?
-El cheque. Está sin fondos. Fui hasta el banco y…
-Debe haber algún error -dijo él, mirándome. -No puede ser.
-No quiero molestarlo, pero fui al banco. El dinero que había no llegó a cubrir esta cantidad. Y yo necesitaba este dinero hoy, si no…
-¿Está segura de haber verificado bien los números?
-El propio gerente me dijo. Fue él que me atendió y…
-Es mejor subir, para poder hablar con más comodidad.
Ella no quería, pero él la tomó del brazo y subieron. La mano me dolía como si alguna tormenta se estuviera preparando en algún lugar.

4

Media hora después, volvieron a bajar. Ella repitió las disculpas, mirándonos alternativamente, y se fue apretando la cartera. Él se sentó en la mesa.
-Fíjese lo que es estar borracho. Meterse con una puta así. Vieja como el diablo. Y atreverse a venir a reclamar por un cheque de 250 pesos.
-Cualquiera puede equivocarse.
-No sé cómo me contuve y no le di una pateadura -dijo, mirando hacia la puerta. Nunca le había visto esa expresión. Tenía la cara como de quien está dispuesto a hacer exactamente lo que está pensando.
-¿Cuándo vuelve su señora?
-Mañana -se levantó de la mesa. -Bueno, voy a dar una vuelta.
A las ocho, cuando Esteban llegó, supe el resto. No debería haber preguntado, pero no pude evitarlo.
-Todas las noches, ¿no lo sabía? Creo que no volvió solo ni una noche desde que se fue la mujer. Mujeres y hombres, todos bastante raros. Usted, que se queda los viernes de noche, ¿nunca vio nada?
-No.
-Bueno, tal vez los viernes descanse. Porque el resto de la semana… A veces se quedan hasta la madrugada. Pero yo no dije nada porque no me gusta meterme en la vida de los otros, y segundo, porque nadie nunca reclamó, salvo la vieja del 508, claro, que es capaz de protestar porque la propia hija está roncando. Usted sabe cómo es.
-No entiendo.
-Yo tampoco. Pero no es mi problema. Eso sí: cada una de ellas era más vieja y fea que la anterior. Parecería que las eligiera expresamente.
-Con una mujer como la que tiene…
-Pero ella no está. Está viajando…
-Vuelve mañana. Fueron sólo quince días.
-Son quince noches. Tal vez fueron mucho para él. No sé, ni me importa.
-No entiendo -Esteban se encogió de hombros. En realidad, no debería estar acostumbrado. Uno nunca puede saber quién es alguien. Es decir, quién está debajo de la cara de alguien a quien se cree conocer.
Cuando salí, al ir para el otro lado de la calle a esperar mi ómnibus, el dolor de la mano volvió de golpe, como si me la hubieran acabado de cortar. Debajo del luminoso del hotel habían aparecido los bultos, recostados en la pared, esperando.

5

Los viernes siempre son diferentes. Parecería que todos quedaran como locos con la perspectiva del fin de semana. Era también un día nublado, y parecía que en cualquier momento podía comenzar la lluvia. Cuando llegué, Esteban dormía todavía, recostado en la pared, y hubo aquel movimiento del ascensor subiendo y bajando hasta las ocho y media. El viejo del 202 fue uno de los últimos. Lo miré atravesando el vestíbulo, y ya parecía borracho desde la mañana, camino a su lugar habitual en el bar.
A la tarde, terminé de leer el diario de dos días antes. Ya no podía verse nada, así que fui y prendí las luces. Un taxi se detuvo en la puerta, y ayudé a la señora del 501 a bajar las valijas. Estaba muy linda y elegante, y me sonrió cuando cerré la puerta del ascensor. Yo no podía entender todavía, pero traté de no pensar en eso. Como dice Esteban, no es mi problema. Pero a veces, uno no puede dejar de pensar.
El viento comenzó a eso de las siete. Mientras todos comenzaban a volver del trabajo, fui a llenar el termo de café para la noche, antes que el bar cerrase. Cuando volví, el hombre del 502 estaba cargando el automóvil.
-¿Va a acampar? ¿No tiene miedo de la tormenta?
-Eso pasa. Y la familia precisa un poco de descanso.
El viento comenzó antes de que se fuera. Cuando tenía el auto pronto y todos estaban adentro, volvió a entrar y me dio la llave del apartamento. La mujer no estaba muy segura de haber cerrado las ventanas, así que me pidió para diera una ojeada, si comenzaba a llover.
La mujer del 508 volvió del supermercado, y se me plantó adelante, sacándose el pañuelo de la cabeza.
-Ahora quiero ver lo que pasa -dijo. -Ella volvió. Ya los vi discutiendo. Usted se da cuenta, en el primer momento que le da la espalda, va y hace todas esas cosas horribles. En un edificio familiar como éste -sacudió el pañuelo.
-Perdón. ¿Está lloviendo?
-Comenzó. Es una lluvia de nada. Pero creo que va a…
La dejé atendiendo por unos minutos la portería, y subí al quinto piso antes de que fuera demasiado tarde.

6

Antes de entrar en el apartamento di una vuelta por la terraza. El frío ya era bien intenso. Las ventanas del 502 estaban cerradas, pero las persianas se movían con el viento, así que las aseguré, mojándome un poco. La ventana del 501 estaba abierta, e iba a cerrarla cuando los vi. No tenía la menor intención de oír, pero algo me detuvo. La lluvia, fría aunque menuda, me corrió por la espalda, entrando por la nuca.
-Porque yo sé -decía ella. -Yo…
-Saber, saber. ¿Qué podés saber de mí?
-Lo suficiente como para conocerte y…
-No. No me conocés ni un poco. Nada.
-¿Ah, no?
-No. ¿Te gustaría saber algunas cosas? ¿Cosas que nunca conté a nadie y que nadie sabe? ¿Te gustaría?
Los veía claramente a través de la cortina. Ella fue retrocediendo y cayó en la cama, de espaldas a la ventana. Y los ojos de él tenían la misma expresión del día anterior, cuando estaba sentado en la mesa de la portería y la otra mujer había acabado de salir.
-¿Querés saber en realidad? Bueno, voy a contarte. Hiciste bien en sentarte. Porque vas a precisarlo. Ahora escuchame, y escuchame bien. Vas a descubrir que no me conocés tanto como creés.
-¿Qué… qué es?
-Esa cama. Mujeres. Muchas mujeres. Una jauría de mujeres greñudas, toscas. Revolcado con negras de senos enormes, con rollos de grasa en los muslos y el trasero, mujeres descascaradas, mugrientas, de rostros como máscaras viejas, cuerpos gastados, y olores fuertes y penetrantes…
-Estás mintiendo.
-No. Te basta oler las sábanas. No las cambié en quince días. Todavía están manchadas y goteando de cada una de las noches anteriores, porque me gusta este olor y esta suciedad.
-No, no puede ser…
-¿No? Mirá esto -abrió el ropero y ya no pude verlo. -Esta es tu ropa. Vestidos, blusas, trajes. Creo que nadie conoce tan bien la ropa de su mujer. ¿Sabés por qué? Porque yo se las hacía usar, cada una de estas prendas.
-No. No podés haber hecho…
-Mira éste, por ejemplo, el verde: tiene esta serie de botones a la izquierda, y cinturón. Vas a descubrir que el último botón está suelto. Y esta pollera. El cierre está roto y vas a tener que cambiarlo, porque la mujer era más gorda.
-Pero, ¿por qué?
-Vicio, simplemente. Una forma de degeneración como otra cualquiera.
-No creo, no puedo creer. No puede ser verdad…
-Y podría mostrarte hasta las costuras descosidas, las partes más gastadas de la ropa interior, todo. Y hay más todavía, mucho más. ¿Querés seguir escuchando?
-No lo creo, no lo creo…
-Bueno. No te va a hacer daño escuchar un poco más entonces. Porque si no es verdad… ¿cierto? -se inclinó hacia ella y habló en voz más baja. -Las vestía con esta ropa. Y las poseía a veces sin que me importara mancharlas, ni las medias, ni los zapatos, ni siquiera el piso.
Ella se llevó las manos a los oídos.
-Y hay más todavía. Cosas mucho peores. ¿Querés seguir escuchando?
No sé cómo conseguí caminar. Apreté el botón del ascensor, pero no esperé. Fui bajando los escalones, sujetándome la mano que me dolía como nunca, temblando porque nunca había sentido tanto frío. Tenía el tic en el ojo, y aquel hielo líquido parecía correrme por la espalda. Hasta la mujer del 508 se asustó tanto, que me trajo una toalla y un té caliente.

7

Ni me preocupé en cerrar la puerta. Los viernes es el día en que todos vuelven más tarde, y hay movimiento hasta la madrugada. Me recosté en la pared y cerré los ojos. Tenía fiebre y temblaba de frío. Y aquel dolor en la mano. Porque sé que no debería haber escuchado, y que no me iba a gustar enterarme. No resuelve nada. Es lo que digo, los diarios del día anterior son los mejores. Y si fueran de dos días antes, mejor todavía. Para que nada de aquello nos toque, porque una vez que llega hasta nosotros, ya no somos los mismos, y llegamos a desconocer nuestro propio rostro en el espejo.
Estaba enfermo. Tan enfermo, o más, que cuando la mujer saltó y me cortó. Apoyado en la pared, sin tener mucha noción de quién entraba o salía, a pesar de la lluvia, soñé que la mujer de rostro terrible volvía para cortarme, y se entretenía en hundirme la gillete, haciendo aquellos ruidos horribles con la boca, y yo sin poder hacer nada, sin huir ni defenderme, sólo viendo cómo la carne se hundía y sangraba, como si no fuera mi propia carne.
De tan enfermo que estaba, no sé exactamente lo que sucedió. Alguien entró y comenzó a gritar en mi cara, los pelos chorreándole agua, y después aparecieron los policías, y tuve que prender las luces, sin poder entender nada. Un tropel de gente subió en el ascensor, y otros bajaron y alguien gritó que el hijo de puta se estaba riendo, y estaba el farol de la ambulancia, su luz roja girando en el vestíbulo, y aquellos hombres haciendo explotar los fogonazos en sus máquinas fotográficas, y tardé bastante en darme cuenta y en aceptar que alguien, una mujer, había saltado del cuarto piso para la calle.

8

Llamaron a Esteban, y pude ir a dormir a casa hasta la tarde del sábado. Sin parar. Todavía estaba afiebrado, y debería haberme quedado en cama. Pero la casa nunca me pareció tan vacía como ese día. Y algo más fuerte me empujó a volver el edificio. No quería, y sabía que no quería, pero hubiera sido peor no terminar de saber, ya que tanto había hecho para perjudicarme.
Esteban estaba excitado de más como para que le importara haber perdido la única noche que tenía libre durante la semana.
-¿Vio los periodistas? Parece que van a sacar mi foto en un diario y todo.
-Tal vez esta sea la chance que estaba esperando.
-¿Le parece?
-¿Qué fue lo que… le dijo la policía?
-Estuvieron hablando especialmente con la mujer del 508. Usted sabe, se pasaba todo el día mirando por la ventana del baño, subida a una silla, y parece saber todo. Claro que le dio un ataque de nervios, y demoraron un poco en conocer toda la historia. Pero parece que él estaba en el sofá, durmiendo o haciendo como que dormía, y la mujer lo llamó. Lo sacudió una y otra vez, y él le dijo que lo dejara en paz, que estaba durmiendo tan bien, y que no quería despertarse del todo. Porque él sabía que ella sabía que una vez que se despertara, era difícil que volviera a dormirse. Y ella volvió a sacudirlo, y le dijo que ahora que estaba bien despierto, era hora de conversar, pero él como si tal cosa. Entonces ella trató de sacarle los zapatos, porque con el frío que hacía, no iba a poder dormir, y llegó a sacarle uno, pero él se levantó y no llegó a pegarle, pero la empujó con fuerza, se puso el zapato y volvió a apagar la luz, y ya no daba para ver nada, pero con seguridad la mujer volvió al cuarto. Unos diez minutos después, la luz del living volvió a encenderse, y el hombre estaba sentado en la mesa del living, la cabeza entre las manos. Ella volvió a pedirle para hablar. Cuando se acercó más, él puso la mano sobre el cuchillo que estaba sobre el mantel, y ella le preguntó qué iba a hacer. Pero al avanzar, él fue más rápido y se metió en la cocina, cerrando la puerta. La mujer trató de empujarla, pero él debe haber colocado el cuerpo en contrapeso, y ella siguió diciéndole por favor que abriera porque precisaban hablar. Le pidió lo mismo como doscientas veces, hasta que casi ni se le sentía la voz. Al rato, la puerta se abrió y él salió, se le cayó el cuchillo de la mano, y tenía la boca abierta diciendo aaaah, con las manos en el estómago. A la vieja del 508 no le pareció muy raro, porque ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas. Pero la mujer pareció volverse loca. Trató de atajarlo, porque se le iba hacia adelante, trató de verle debajo de las manos, pero él apretaba los brazos con tanta fuerza, que ella lo tanteó hasta que, sin entender, levanta la cabeza y lo ve riendo. Y reía tanto que ni se dio cuenta cuando ella se fue al cuarto. Cayó en el sofá riendo de una manera que ni la vieja del 508 pensó que ahora sí estaba completamente loco. Y estaba riendo todavía cuando los policías golpearon en la puerta.
-Eso quiere decir que…
-No pudo haber sido él. Por otra parte, el cuarto estaba cerrado con llave por el lado de adentro. Parece que inmediatamente que ella cerró, entró a correr. Saltó de cabeza con tanta fuerza que rompió la cortina, hizo un agujero redondo así en el vidrio, y voló por encima de la terraza y el muro. ¿No llegó a verla?
-No.
-Tenía todos los dientes saltados. Y el médico dijo que no tenía un solo hueso…
-Basta -le grité.
-¿Qué le pasa?
-¿Este es un edificio de gente decente, y…
-¿Decente? ¿Dónde se piensa que estamos? Nunca vi en mi vida un lugar tan lleno de retardados, cornudos y degenerados como aquí. Yo que estoy todas las noches lo sé. Usted hasta quedaría sorprendido. Si supiese. Un montón de…
-No quiero oír más.
-Escuche: existen por lo menos cinco cornudos declarados. Pueden sentirse los pasos de las mujeres saliendo y entrando de apartamentos donde se supone que no deberían estar. Y está la mujer del primer piso, que es violentada por el marido y se queja todas las noches, porque le duele mucho. Y el hombre del 202, que cuando vuelve del bar le da una zurra a la sobrina. Y el degenerado del 4to piso, que cambia de empleadas todas las semanas, y se las hace traer del interior, jóvenes y nuevas. Y también…
Le di la espalda.
-Voy hasta el café -dije. Mientras atravesaba el vestíbulo no pude dejar de oírlo.
-¿Está seguro que aquellas mujeres sólo le cortaron la mano, y no le cortaron también otra cosa?

9

Tuve que tomarme dos cafés seguidos. Pero no ayudó mucho, porque todos en el bar estaban hablando de lo mismo. Por suerte, cuando volví, Esteban ya se había ido. Me senté, tratando de no pensar en nada. Ni leer podía. Un diario del mes pasado, o del año anterior, hubiera sido muy reciente para mí.
La vieja del 508 bajó y se fue, sin pararse para hablar ni decir nada. Fastidiada, tal vez, por no haber previsto lo que sucedería, de manera de venir y poder decir: “Yo bien que lo estaba esperando, bien que lo dije. Volvió a bajar de tarde, cuando todos se fueron al entierro. El inquilino del 501 estaba entre tanta gente, que no tuve tiempo de decirle nada. Es de preguntarse cómo alguien puede estar seguro, completamente seguro, de alguna cosa, sin estar cayendo en forma continua en la sospecha de no saber nada, de estar viendo cualquiera de las máscaras en las que la verdad vive escondiéndose, en un juego imposible y sin fin. Esteban tiene razón: es que uno se olvida de que por encima de nuestra cabeza, está el volumen del edificio, con sus apartamentos, con la gente que ahí vive, come y duerme. Uno los ve bajar y entrar, y sólo ve eso, caras que pasan, sin una idea de lo que sucede minutos después, más tarde, durante las restantes veinticuatro horas. Y cada una de ellas es como un diario que nunca llega a ser el de ayer, siempre es el de un hoy difícil de soportar, de cargar en las propias espaldas.
A veces pienso en la mujer que me cortó. Me hubiera matado de haber podido, sin la menor vacilación. Tal vez yo representase un peligro para ella, tal vez estuviera simplemente loca. O tal vez yo fuera apenas uno, igual a todos los que la usan, la golpean, la gastan y la escupen, o por lo menos, estuviera representándolos de alguna manera.
A eso de las siete, el inquilino del 501 volvió a salir. Había vuelto entre tantas personas que no tuve oportunidad de decirle nada. Me paré.
-Mis pésames. Lo siento mucho.
-Gracias.
-Si precisa alguna cosa…
-Ya no preciso más nada.
-Y sin embargo, la vida continúa. ¿Por qué no viaja? Eso le va a hacer bien.
-No creo.
-Es difícil, yo sé. Pero es necesario superar esas…
-Se acabó. Eso es todo.
Me dio la mano y salió. Hubiera querido decirle algo, pero no sé qué hubiera podido decir, fuera de lo usual. Me acerqué a la puerta. Cada vez que voy hacia ella la mano me empieza doler como el primer día. Ya era de noche afuera. Miré a través del vidrio, sin abrirla. El hombre estaba cruzando la calle en diagonal, y se paró bajo las luces del hotel, donde ya los bultos estaban recostados, fumando. Algo debe haber dicho, porque una de ellas se le acercó. No tuve ni tiempo de colocar la mano sobre el vidrio. La mujer sacó algo de la cartera, en la que brillaron las luces de los luminosos, y lo hizo girar rápido delante de la cara del hombre que parecía esperar. Ni se movió.

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