viernes
UN TEXTO DE EDUARDO NELSON (1934 - 2003)
DALE CUERDA A LOS LOCOS
(incluido en “Vientos Montevideanos III)
Por las lejanas arterias la “pálida” muerde el silencio con su ulular presagiante, provocando la esclerosis circulatoria. Entre la niebla, la torpe mano derriba de su altar la maldita chicharra que prosigue su burlón sonsonete bajo la cama. Transmutado violentamente del onírico ámbito celestial, una realidad prosaica y cruda le amarga la boca. -Maldito laburo de mierda!- Lentamente saca un pie de entre las cobijas en el preciso momento que una ajena pierna se trepa por su costado y unos pelos húmedos le cosquillean el muslo. Vuelve a guardar su pie entre los pliegues acurrucándose entre aquel abrigo de pieles excitantes que en morfeánica inconciencia le impide levantarse. -Un pretexto pueril… -sonríe; es su propio cuerpo que se niega a acatar la orden. Calcula: -en veinte minutos me ducho, me visto y tranquilo alcanzo el “bondi”. Aspira el perfume de un cabello que esconde bajo su barbilla una ñatita que espira, acariciando su cuello, un tibio aliento. La mano cuyo brazo sostiene la cabeza compañera introduce los dedos entre el pelo, de la nuca hacia arriba. La ninfa se remueve mimosa y un suspiro entreabre sus labios. La otra mano, en tanto acaricia la curva de su espalda buscando la unión de los glúteos, se detiene insinuante y vuelve a ascender; lento, estudiando la disposición de las vértebras que se arquean voluptuosas cuando llega a la cintura. Se anima el ritmo respiratorio, laten las arterias y dos pezones turgentes se apretan contra su pecho, la mata del pubis lentamente se frota contra su pierna. De nuevo cada célula epitelial es campo experimental, cada mirada horada máscaras sagradas, cada palabra elíptica recorre profundos sensitivos laberintosl enredados entre sábanas, brazos, piernas, carnes candentes y saladas, oliendo dulce savia, intercambiando humores con profundos besos que erupcionan en orgasmo fecundante o ritual satisfactorio. Así es como Rafael va perdiendo el sentido de la realidad, el tiempo y el espacio.
Cuando los fuegos se extinguen, Rafael se hunde en un mundo inefable, sin oráculos. Caminaba ligero, contra el tiempo, esquivando la gente que le obstruía su desplazamiento. Alguien trataba de alcanzarlo. -Rafael! Rafael!... -era García, su jefe. Lo ignoraba y apuraba el paso. De pronto su mano lo toma del hombro y lo sacude: -Rafa… Rafa!... despertate, son las diez, no fuiste a la oficina-. Abre los ojos azorado, ahora es Beatriz. Se sienta de golpe en la cama, se agarra la cabeza. -Qué boludo… cómo la vine a quedar!-. Mientras marcan la tarjeta, le dice un compañero: -García te llama a su oficina. -¿Ajá…?. Ahora, a bancarme al viejo! -¿Me llamó señor García? –Sí, pase y cierre por favor-. García va al grano sin rodeos. -Benítez… le advertí que la empresa no tolera faltas injustificadas. -Señor -yo le prom… -Lo lamento -lo interrumpe el jefe- pero está despedido, pase mañana a cobrar sus haberes y derechos devengados… Buenos días-. Como en las nubes iba Rafael cruzando la avenida. La mañana gris y fría. Abstraído en sus conflictos, pensaba Rafael: Qué viejo de mierda!... desocupado, justo ahora, con la crisis que hay-. De pronto lo sobresaltó una sirena, dio un paso atrás, oyó la frenada y un chirriar de ruedas que patinan. Sin saber la causa alió despedido, se elevaba en el aire como si cayese hacia arriba con el mismo vértigo de aquella sirena que se alejaba ululando. Con la desesperación la torpe mano busca el reloj bajo la cama -Ocho y cuarto!- grita y salta de la cama. Suprimiendo la ducha, aun puedo alcanzar el “bondi”.
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