miércoles

PAULO FREIRE



EDUCACIÓN Y ACCIÓN CULTURAL

(Antología de 5 artículos del pedagogo brasileño)


UNDÉCIMA ENTREGA

EL ROL DEL TRABAJADOR SOCIAL EN EL PROCESO DE CAMBIO (II)

En primer lugar, si él fuera el “agente del cambio”, no sería agente del cambio del cambio, sino agente del cambio de la estructura social.

Su acción, como agente del cambio, tendría en la estructura social su incidencia, su objeto. La estructura social, sin embargo, no existe sin los hombres que, tanto cuanto él, en ella están. Ahora bien, al reconocerse como “el” “agente del cambio” se atribuye a sí la exclusividad de la acción transformadora que, indudablemente, en una concepción humanista, cabe a los demás hombres realizar también. Si su opción es por la humanización no puede, entonces, aceptar que sea “el” agente del cambio, sino “uno” de sus agentes.

El cambio no es tarea exclusiva de algunos hombres, sino de los hombres que optan por él. A estos, el trabajador social tiene que reconocer tan sujetos como él del proceso de la transformación. Y si, en circunstancias determinadas -ya referidas en este estudio- la estructura social viene obstaculizando que los hombres sean sujetos, su papel no es el de enfatizar el estado de objetos en que se encuentran, pensando que así puedan tornarse sujetos, sino problematizarles este estado.

Otro aspecto fundamental que no pueda pasar inadvertido al trabajador social hace que la opción por el cambio es el de que la estructura social, que debe ser cambiada, es una totalidad. El objetivo de la acción del cambio es la superación de una totalidad por otra, en que la nueva nace de la vieja, lo que no significa que la nueva no siga presentando la contradicción estabilidad-cambio, que como dijimos, constituye la “duración” de la estructura social, a la vez que es histórico-cultural.

Si la estructura social es una totalidad, significa la existencia, en sí, de partes que, en interacción, la constituyen.

Una de las cuestiones fundamentales que se plantea a sí mismo el trabajador social que opta por el cambio, es la validez o no de los cambios parciales o del cambio de las partes, antes del cambio de la totalidad.

¿Qué debe hacerse: cambiar las partes y, así, alcanzar la totalidad, o cambiar esta para así cambiar aquellos, que son sus constituyentes? (6)

Afirmamos, en el cuerpo de este estudio, que no hay cambio del cambio, ni estabilidad de la estabilidad, sino cambio y estabilidad de algo.

La estabilidad y el cambio en y de una estructura no pueden ser vistos a un nivel meramente mecanicista, como piensan algunos, en que los hombres fueran simples objetos del cambio o de la estabilidad que se erigiera en fuerzas ahumanas o sobrehumanas, bajo las cuales los hombres debieran quedar dóciles y adaptados.

En la razón misma de que no hay estructura social que no sea humana (e histórica) la estabilidad y el cambio en y de una estructura, implican la presencia de los hombres.

Estos, a su vez se dividen entre quienes desean o no el cambio o la estabilidad.

Sería una ilusión ingenua pensar que no se organizasen en instituciones, organismos, grupos de carácter ideológico, para la defensa de sus opciones, elaborando, en función de estas, su estrategia y sus tácticas de acción.

Ahora bien, el problema máximo que se plantea a quienes por una cuestión misma de viabilidad histórica, no tienen otro camino sino el cambio gradual de las partes con el cual pretenden alcanzar el cambio de la totalidad, está en que, al cambiar una de las dimensiones de su estructura, las respuestas a este cambio no tardarán. Son respuestas de carácter estructural y respuestas de carácter ideológico, De un lado, son las demás dimensiones de la realidad, que al conservarse como están, obstaculizan el proceso de transformación de la dimensión sobre la cual está incidiendo la acción cambiante: de otro, son las fuerzas contrarias al cambio que tienden a robustecerse frente a la amenaza concreta del cambio de una de las dimensiones en transformación.

Sería otra ingenuidad pensar que las fuerzas contrarias al cambio no percibieran que el cambio de una parte apunta al cambio de otra, de otra más, hasta que llega el cambio de la totalidad, como ingenuidad sería también no contar con su reacción, siempre más fuerte, a estas transformaciones parciales.

Esta es la razón por la cual una estructura social que viva este momento histórico tiende a vivir también, y necesariamente, la profundización del antagonismo entre los que quieren y no quieren el cambio.

Y, en la medida en que este antagonismo crece, se instaura un clima de “irracionalismo” que genera nuevos mitos auxiliares de mantención del “status quo”.

El papel del trabajador social, que opta por el cambio, en un momento histórico como éste, no es propiamente el de crear mitos contrarios, sino el de, al problematizar la realidad a los hombres, proporcionar la desmitificación de la realidad mitificada.

A los mitos, que constituyen elementos básicos de la acción manipuladora de los individuos, tiene que responder con su organización crítica. No es posible responder con la manipulación a la manipulación que los que están contra el cambio realizan. Y no es posible por la simple razón de que la manipulación es instrumento de la deshumanización -consciente o no, poco importa- mientras la tarea de cambiar, de quienes están con el cambio, sólo se justifica en su finalidad humanista. Es imposible servir a esta finalidad con instrumentos y medios que sirven a la otra.

Esta es la razón por la cual el trabajador social humanista no puede transformar su “palabra” en activismo ni tampoco en palabrería, puesto que el uno y la otra nada transforman realmente. Por el contrario, será tanto más humanista cuanto su quehacer sea más verdadero, sea praxis -su acción y su reflexión con la acción y la reflexión de los hombres con quienes tiene que estar en comunión, en colaboración, en con-vivencia.

Observemos otro aspecto, que se presenta como otro punto crucial en la discusión del cambio de una estructura social, y del cual no puede estar inadvertido el trabajador social.

Si es ingenua una visión focalista, desde adentro, de la realidad, que la reduzca a partes que nada tengan que ver entre sí en la constitución de la totalidad, no menos ingenuo es tener de la estructura social una visión focalista, desde afuera. Esto, es una visión que la absolutice. Así como, en una estructura social, las partes conforman su todo, la estructura social, como un todo, se encuentra en interacción con otras estructuras sociales.

Estas inter-relaciones pueden darse, orca de sociedades sujetos con sociedades sujetos, ora de sociedades sujetos hacia sociedades objetos. El primer tipo caracteriza las relaciones entre sociedades “seres para sí”; el segundo, las relaciones antagónicas entre sociedades “seres para sí” y sociedades “seres para otro”.

Desde un punto de vista filosófico, un ser que ontológicamente es “para sí”, se “transforma” en “ser para otro” cuando, perdiendo el derecho de decidir, no opta y sigue las prescripciones de otro ser. Sus relaciones con este otro son las relaciones que Hegel llama “de conciencia servil para conciencia señorial”. (7)

La sociedad, cuyo centro de decisión no se encuentra en su ser, sino en el ser de otra cosa, se comporta con relación a esta como un “ser ora otro”.

Las ciencia política, la sociología, la economía y no solamente la filosofía, tienen, en estas relaciones, objeto de sus análisis específicos, dentro del marco general que constituye lo que llaman “dependencia”.

Aunque la transformación verdadera de una sociedad objeto tenga que ser hecha por sus hombres, por ella misma -y no por la sociedad sujeto con la cual esté en dependencia- objetivamente no es posible negar el fuerte condicionamiento al cual está sometida en el esfuerzo de su transformación.

Esta es la razón por la cual no siempre es viable a quienes realmente optan por las transformaciones hacerlas como les gustaría y en el momento en que les gustaría. Además del deseo de hacerlas, hay un viable o un inviable (8) histórico del hacer.

Cualquiera que sea, sin embargo, el momento histórico en que está la sociedad, sea el de lo viable o el de lo inviable histórico, el papel del trabajador social que optó por el cambio no puede ser otro sino el de actuar y reflexionar con los individuos con quienes trabaja para concientizarse juntamente con ellos de las reales dificultades de su sociedad.

Esto implica la necesidad constante que tiene el trabajador social de ampliar sus conocimientos cada vez más, no sólo desde el punto de vista de sus métodos y técnicas de acción, sino de los límites objetivos con los cuales se enfrenta en su quehacer.

Otro punto que exige del trabajador social una reflexión crítica también, y que se encuentra en el centro mismo de estas consideraciones, es el que dice relación al cambio cultural. Cambio cultural en torno del cual tanto se habla. Educación y cambio cultural; reforma agraria y cambio cultural; desarrollo y cambio cultural son algunas de las expresiones en que el cambio cultural aparece, ora como un “asociado consecuente”, ora como un “asociado eficiente” del quehacer implícito en los términos a él referidos: educación, reforma agraria, desarrollo, etc.

¿Qué es el cambio cultural? Antes de contestar a esta pregunta, ya estamos frente a otra: ¿Qué es lo cultural? Responder a esta pregunta implica volver a nuestro pensar críticamente hacia la estructura social para intentar sorprender el cómo de su constitución.

La estructura social, precisamente porque es social, es humana. Si no fuera humana, sería una mera “estructura soporte” como lo es para el animal que, como un “ser en sí” no es capaz de “significarla animalmente”.

El hombre, por el contrario, transformando, con su trabajo, lo que sería su soporte (9), si no pudiera transformarlo, crea su estructura, que se hace social y en la cual se constituye el “yo social”.

En las relaciones permanentes hombre-realidad; hombre-estructura; realidad-hombre; estructura hombre, se origina la dimensión de lo cultural que, en sentido amplio, antropológico descriptivo, es todo lo que el hombre crea y recrea.

Cultural, en este sentido, que aquí nos interesa, tanto es un instrumento primitivo de caza, de guerra, como lo es el lenguaje o la obra de Picasso.

Todos estos productos que resultan de la acción del hombre; todo el conjunto de sus obras, materiales o espirituales, por ser productos humanos que se desprenden del hombre, se vuelven hacia él y lo marcan, condicionándole formas del ser y de comportarse, culturales también.

En este aspecto, indubitablemente, la manera de andar, de hablar, de saludar. De vestir, las preferencias gustativas son culturales. Cultural también es la percepción que tienen los hombres o que están teniendo, de su propia cultura, de su realidad. (10)

Ahora, las expresiones educación y cambio cultural; reforma agraria y cambio cultural; desarrollo y cambio cultural, no tienen la misma significación en estructuras sociales que estén en momentos históricos distintos.

El cambio cultural, en sentido amplio, será o no un “asociado consecuente” o “deficiente” del quehacer referido a él conforme se encuentre concretamente o no, transformándose la estructura social.

El hecho, con todo, de una estructura social que se transforma totalmente provoca el cambio cultural como un “asociado consecuente” de la transformación estructural, sin significar que la nueva estructura prescinda de una labor direccionada hacia el cambio cultural. (11) Y esto porque, lo que se había consustanciado de la vieja estructura, sigue en la nueva, hasta que esta, a través de la experiencia histórica de los hombres en ella, “proporcione” formas de ser correspondiente no más a la anterior estructura, sino a la nueva.

En el caso contrario, en que la estructura social todavía no se ha transformado y en la cual se enfrentan los que quieren el cambio con los que no lo quieren, el cambio cultural, referido a cualquier quehacer, sólo tiene una dimensión -realmente importante- en que puede aparecer como “asociado eficiente” del quehacer.

Esta es la dimensión en la cual se busca operar el cambio de la percepción de la realidad, que hay de seguir, como afirmamos, aun cuando la estructuración está transformada en su totalidad. En este momento por lo mismo ya dicho, con las facilidades que antes no había.

El cambio de la percepción de la realidad, que no puede darse a nivel intelectualista, sino de la acción y de la reflexión, en momentos históricos especiales, además de ser lo único posible de ser intentado, se torna, como “asociado eficiente”, instrumental para la acción del cambio.

De este modo, la realidad objetiva, al condicionar la percepción que tienen los individuos de ella, condiciona también su forma de enfrentarla, sus perspectivas, sus aspiraciones, sus expectativas. Condiciona además los varios niveles de percepción que, a su vez, explican las formas de acción de los individuos.

Hasta el momento en que una realidad sea percibida como algo inmutable, superior a las fuerzas de resistencia de los individuos que, así la perciben (12), la tendencia de estos es quedar en una postura fatalista desesperada. Mas aun y por ello mismo, su tendencia es buscar fuera de la realidad misma, la explicación para su imposibilidad de actuar.

La percepción mágica de la realidad, condicionada por esta, provoca una acción también mágica frente a ella, a través de la cual el hombre intenta defenderse de lo incierto. (13)

Podría decirse que el cambio de la percepción sólo sería posible con el cambio de la estructura, en la razón misma de su condicionamiento por esta.

Tal afirmación, tomada desde un punto de vista acríticamente riguroso, puede conducir a interpretaciones mecanicistas de las relaciones percepción-mundo.

Por otro lado, para evitar cualquier conclusión entre nuestra posición y una postura idealista, es necesario que intentemos aclarar lo que entendemos por cambio de la percepción.

Reconocemos -y ya lo afirmamos- que sólo podremos entender al hombre en el mundo.

Sabemos que la verdad del mundo no se encuentra sólo en el “hombre interior”, puesto que, sólo pudiendo ser “en” el mundo, no hay siquiera este “hombre interior” (14), como un ser dicotomizado del mundo “en” y “con” el cual se halla.

El cambio de la percepción de la realidad puede darse “antes” de la transformación de esta, luego que se quite al término “antes” la significación de dimensión estancada del tiempo, con lo que le puede acuñar la conciencia ingenua.

La significación de “antes” aquí, no es la del sentido común, ni siquiera formalmente gramatical. El “antes”, aquí, no significa un momento anterior que estuviera separada del otro por una frontera rígida. El antes, por el contrario, toma parte del proceso, participa de la estructura social, envolviendo a los hombres, ya como un pasado que fue presente, ya como un anterior presente a la estructura.

De esta forma, la percepción distorsionada de la realidad, en este “antes” del cambio estructural, puede ser cambiada, en la medida en que el “hoy” en el cual se está verificando el antagonismo entre cambio y estabilidad ya es en sí un desafío que pone a prueba la percepción misma de la realidad.

Cuando más se profundiza este antagonismo, más se desvela la realidad condicionante de la percepción y esto es suficiente para que se verifique el cambio de la percepción.

Ahora bien, aprovechando este clima característico del “anterior-presente”, cabe al trabajador social, problematizando al hombre el clima contradictorio de su “hoy-anterior-presente” al cambio estructural, intentar el cambio de su percepción de la realidad.

De ahí, repitamos, que este cambio de percepción no sea otra cosa, sino la superación de una percepción distorsionada de la realidad, por una percepción crítica de la misma.

Este cambio de percepción, que se da en la problematización de una realidad concreta, en el entrechoque de sus contradicciones, implica un nuevo enfrentamiento del hombre con su realidad. Implica ad-mirarla en su totalidad; mirarla de “adentro” y desde “adentro”, escindirla en sus partes y volver a ad-mirarla, ganando así una percepción más crítica y profunda de su estar en la realidad que lo condiciona. Implica una “apropiación” del contexto, una inserción en él; una ya no quedar “adherido” a él; un ya no estar casi “bajo” el tiempo sino en el tiempo. Implica reconocerse hombre. Hombre que debe actuar, pensar, crear, transformar, y no adaptarse fatalistamente a una realidad deshumanizante.

Implica, finalmente, el ímpetu de cambiar para ser más.

El cambio de la percepción distorsionada del mundo es la concientización, algo más que la toma de conciencia, que puede incluso, ser ingenua.

Intentar la concientización de los individuos con quienes trabaja, mientras con ellos también se concientizan, este y no otro, nos parece que es el “rol” del trabajador social que optó por el cambio.

Notas


6) Descartamos, en esta discusión, una forma distorsionada de percepción de las partes, por su absoluta ingenuidad. Nos referimos a la percepción de las partes como absolutos en sí, no teniendo nada que ver las unas con las otras en la constitución de la totalidad.
La realidad en esta percepción, que genera una concepción también falsa de la acción, no llega a constituir una estructura en el sentido propio de la palabra. Se presentifica al sujeto de esta percepción focalistamente.
De esta forma, la acción que parte de la concepción que se genera en esta falsa percepción ya nace inoperante.
7) Hegel: “Fenomenología del espíritu”, Fondo de Cultura, México, 66.
8) Ningún inviable histórico, sin embargo, es absoluto, puesto que, si así fuera, no sería histórico. Un inviable histórico lo es hoy, pero no necesariamente mañana.
9) Sobre el mundo humano y soporte animal, ver “A propósito del tema generador”, Paulo Freire.
10) “La percepción social es más bien un producto, un derivado de la estructura de las relaciones humanas”. Robert K. Merton. “Teoría y Estructura Sociales”, Fondo de Cultura, México, 2da edición, 1964, p. 117.
11) Este nos parece un aspecto que debe ser críticamente estimulado en todas las dimensiones de la labor de la Corporación de la Reforma Agraria en los Asentamientos. A nuestro juicios, las actividades de un Asentamiento, como las sanitarias son medios para la auténtica promoción campesina. Promoción en la cual se encuentra implícito el cambio cultural, que implica el cambio de las actitudes, de la valoración, etc. De ahí que los técnicos que trabajan en un Asentamiento no puedan ejercer su técnica por ella misma -lo que tiende a la mitificación de la técnica- sino que, la técnica, solamente, cobra sentido si se hace de ella un instrumento de promoción humana.
12) En torno de las “situaciones límites” y del “mérito viable”, tema correspondiente al tratado en estas consideraciones, ver Paulo Freire en el capítulo anterior.
13) Partiendo de estas observaciones llenas de significado (el autor se refiere a observaciones realizadas por Malinowski) Malinowski formuló su teoría de que la creencia mágica servía para disminuir la incertidumbre en las actividades de orden práctico del hombre, para fortalecer su confianza, para reducir su ansiedad y para abrir vía de escape en situaciones aparentemente sin salida. La magia representa una técnica suplementaria para conseguir ciertos objetivos prácticos.
El autor llama la atención aun para el hecho de que Malinowski introdujo en la teoría de la magia, a través de sus observaciones, elementos nuevos, tales como las relaciones entre la magia y lo fortuito, la magia y lo peligroso y la magia y lo incontrolable. Robert K. Merton: “Teoría y Estructuras Sociales”, Fondo de Cultura, México, 64, p. 118.
14) Merleau Ponty: “Fenomenología de la percepción”, Fondo de Cultura Económica. México, 57. Prólogo, p. 9.

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