jueves
OSHO / MÁS ALLÁ DE LA PSICOLOGÍA - CHARLAS DADAS EN URUGUAY (PUNTA DEL ESTE)
Capítulo 30
Nuevas botellas para el vino viejo
Amado Osho,
La otra noche hablaste de la escuela de misterios. En ese momento pensé en Pitágoras. Desde que empezaste a hablar otra vez, te he querido plantear preguntas sobre él; su nombre me viene muy a menudo. El núcleo principal de la parte de sus enseñanzas que más me gusta son las tres «Pes»: Preparación, Purificación, Perfección.
¿Volverías a hablar de ellas?
Pitágoras es un eslabón de unión entre Oriente y Occidente, entre una civilización que desapareció en el Atlántico y la civilización en que vivimos; de ahí que tenga una significación especial.
Viajó casi toda su vida en busca de fragmentos de la verdad. La mayoría del tiempo estuvo en Egipto y Alejandría. En aquellos días Alejandría tenía la mayor biblioteca del mundo, en particular todas las escrituras que contenían los descubrimientos sobre la consciencia hechos en la antigua civilización de Atlantis: toda una civilización que se hundió junto con el continente en el océano Atlántico. El nombre Atlántico procede del continente Atlantis, que se hundió en él. El único conocimiento fragmentario existente respecto a Atlantis se hallaba en Alejandría y quizá Pitágoras fue el primer y el último hombre de tal integridad, inteligencia e ingenuidad, que leyó esas escrituras.
Como la biblioteca ya no existe, lo que sabemos de la Atlántida lo sabemos a través de Pitágoras. Aquella biblioteca fue destruida por los musulmanes. El hombre que la destruyó, Mahmud Gaznavi, destruyó muchas cosas hermosas en India, en Afganistán, en Egipto. Pero la más preciosa era la enorme biblioteca que lo contenía todo sobre aquella civilización que había llegado a las cimas de la consciencia. El día que este hombre destruyó la biblioteca, cogió el Corán Sharif en una mano y una antorcha en la otra, entró en la biblioteca y dijo al erudito bibliotecario: «Escucha con cuidado: la existencia de tu biblioteca depende de tus respuestas. Mi primera pregunta es: ¿Hay algo en toda tu biblioteca que vaya en contra del sagrado Corán? Y mi segunda pregunta es: ¿Si no hay nada que vaya en contra del sagrado Corán, entonces el sagrado Corán es suficiente; para qué toda esta enorme biblioteca?
El bibliotecario debe haberse encontrado en un dilema: cualquier cosa que dijera sería peligrosa. Si decía que hay muchas cosas en la biblioteca que no están en el Corán, Mahmud quemaría la biblioteca porque todo lo que no está en el Corán no es verdadero: el Corán contiene la verdad última. Y si dice que todo lo que hay en la biblioteca está substancialmente y esencialmente contenido en el Corán, entonces también la quemará diciendo: «Entonces la biblioteca es inútil porque el Corán lo contiene todo.» Y la biblioteca era tan enorme y tan inmensa que es inconcebible... La quemó y el fuego estuvo ardiendo durante seis meses. Los libros estuvieron quemándose durante seis meses sin parar; quizá se destruyera el mayor tesoro de la humanidad.
Pitágoras estuvo estudiando en la biblioteca durante muchos años. Él era griego, pero en Grecia sólo había encontrado el sofisma. El sofisma es algo repugnante. Procede de una palabra muy hermosa «sofía», que significa sabiduría, pero el sofisma sólo es una apariencia de sabiduría. Había profesores sofistas moviéndose por todo el país y enseñando a la gente, y su enseñanza básica era: No hay verdad. Todo es una cuestión de quién argumenta mejor. La verdad como tal no existe, es una falacia. Cuando dos personas discuten, la que discute mejor parece tener la verdad, pero únicamente argumenta mejor y nada más.
Sus enseñanzas iban encaminadas a mostrarte todas las formas posibles de argumentar y a hacer de ti un gran argumentador; así podrías argumentar desde cualquier perspectiva. Cuando la verdad no existe, el lado que tomes y defiendas no importa. Es una cuestión de conveniencia: ¿qué lado te va a proclamar victorioso? ¿De qué lado tienes más argumentos?
He estado interesado en el sofisma, aunque el nombre y la tradición hayan desaparecido. Sócrates fue la causa de su destrucción. Él resaltó que la verdad es, y que los argumentos no la prueban, sólo la descubren.
Tampoco la niegan; sólo pueden impedir que se descubra. Un sólo hombre, Sócrates, destruyó toda la tradición sofista de cientos de años de antigüedad. Pero esta tradición ha seguido actuando subterráneamente. La veo en los teólogos, en las filosofías religiosas, en las ideologías políticas...; no se preocupan por la verdad, la única preocupación es presentar una argumentación sólida.
Hay una historia: un famoso profesor sofista, Zenón... no sólo era un sofista, era un genio. Es una desgracia que su genio se asociase con el sofismo, aunque es algo que ocurría frecuentemente. Si le pagabas dinero, podía probar cualquier cosa, cualquier cosa en el mundo. Simplemente lo nombrabas y él te decía el precio. Probó cosas extrañas que los lógicos no han podido falsear ni siquiera ahora, después de dos mil años, y todo lo que probó iba en contra del sentido común. Pero la lógica hace caso de los argumentos, y sus argumentos eran tan finos, tan refinados.
Por ejemplo, dice que cuando matas a un pájaro con una flecha, la flecha no se mueve en absoluto. Esto es absurdo, porque si la flecha no se moviera en absoluto, ¿cómo podría matar al pájaro? Hay una distancia desde el arco hasta el pájaro. La flecha llega allí, el pájaro muere; esa es la prueba. Esta pregunta fue planteada por un rey pensando que Zenón no sería capaz de probarlo; el rey estaba dispuesto a darle una enorme cantidad de dinero si demostraba que la flecha no se movía.
Zenón probó que la flecha no se movía y ni siquiera hoy se han podido falsear sus argumentos. Su argumentación es que para moverse, la flecha tiene que pasar del punto 1 al punto 2, después al punto 3 y al punto 4; obviamente tiene que moverse de un lugar a otro, sólo entonces alcanzará al pájaro.
Para moverse entre A y B, o entre 1 y 2, tiene que pasar entre A y B; no puede simplemente pasar de A a B, así es que tienes que poner un punto entre estos dos. Donde antes había dos puntos, ahora ya hay tres; y te has metido en problemas. Ahora no sólo tiene que pasar por tres puntos, sino por cinco, por las dos distancias que separan los tres puntos; y la cosa sigue creciendo. Si llenas estas dos distancias, entonces hay cinco puntos y se crean distancias entre ellos. Y sigues llenándolas hasta el infinito...; la flecha nunca llegará al pájaro.
La argumentación es muy sólida. Lo que dice tiene sentido; pero es absolutamente tonto: la flecha va y mata al pájaro.
A Zenón no le interesan ni la flecha ni el pájaro. Él dice: «Mi argumento prueba que nada se mueve, nada puede moverse; en el mundo no hay movimiento.»
Este tipo de gente abundaba en toda Grecia. Dominaban la mente; estaban debatiendo constantemente. A Pitágoras no le interesaban en absoluto esos estúpidos juegos. Te afilan el intelecto, pero no llevan a ninguna verdad, a ningún descubrimiento, a ninguna realización. E incluso los mejores sofistas se metían en problemas, porque Zenón mismo -que tenía muchos argumentos incompatibles con la realidad, pero que no podían ser falseados- fue derrotado por su propio alumno.
Su práctica habitual era: sentía tanta confianza -y tenía el genio necesario para confiar- que solía tomar la mitad de los honorarios al principio del aprendizaje y la otra mitad cuando el alumno ganaba su primer debate. Este alumno era extraño, porque le dio la primera mitad pero le dijo que nunca le daría la otra mitad. Zenón dijo: «¿Cómo?» y el alumno le respondió: «¡Nunca voy a discutir! Aceptaré la derrota sin discutir. Puede que pierda todo lo que tengo, pero nunca te voy a dar la otra mitad de los honorarios.»
Zenón esperó, pero aquel hombre no hablaba ni siquiera del tiempo, porque podría empezar una discusión y eso le traería problemas. Y estaba determinado a no pagar los honorarios para darle una lección a Zenón: «Puede que seas un gran lógico, pero hay una posibilidad de elevarse más que tú.»
Zenón no estaba dispuesto a quedarse sentado en silencio. Llevó el caso a los tribunales demandando al alumno: «No me ha pagado la mitad de los honorarios.» Su idea era que si ganaba el caso, entonces diría al tribunal: «Obligad al alumno a pagarme.» Si perdía el caso, nin¬gún problema: abordaría al alumno a la salida del juzgado y le diría: «Has ganado tu primer debate; ¡dame mis honorarios!» Así, ganara o perdiera, iba a conseguir esa segunda mitad de los honorarios.
Pero se olvidó de que se enfrentaba a su propio alumno, que conocía todas sus técnicas y argucias. Desde el lado opuesto el estudiante pensaba: «Así lo tengo controlado: si gano el caso ante el tribunal, apelaré a la corte para que este hombre no me moleste fuera del tribunal, porque eso sería un desprecio al tribunal mismo. Y si pierdo el caso, no hay problema. Iré donde Zenón y le diré: "Maestro, he perdido mi primera discusión; no puedes cobrar tus honorarios.»
Todo el genio de Grecia estaba invertido en esto, en este tipo de ambiente. Pitágoras es muy especial. Se fue de Grecia; no era el lugar adecuado. La gente simplemente se dedicaba a discutir y discutir, pero a nadie la importaba la evolución de la consciencia.
Iba a venir a India, pero de camino se quedó algunos años en la biblioteca de Alejandría, donde adquirió conocimientos sobre el continente perdido de la Atlántida.
Es la única prueba que tenemos; no tenemos ninguna otra, aunque los científicos han comenzado recientemente a estudiar el tema. Los hallazgos efectuados en el océano Atlántico sugieren que debe haber habido una gran civilización; allí se hundieron ciudades enteras. Todo el continente se hundió en el mar.
Este tipo de cambios ocurren en la Tierra: nuevas islas emergen, surgen nuevas montañas.
Los Himalayas son una cordillera montañosa nueva, la más nueva. No estaba allí cuando se escribió el Rig Veda, porque es imposible que el Rig Veda no mencionara unas montañas tan hermosas, las más altas y gloriosas. Pero no se mencionan. Y la gente que escribió el Rig Veda procedía de Mongolia. Ciertamente no podía haber ninguna montaña entre medio porque de otro modo cruzar los Himalayas y venir a India habría sido imposible. Incluso en la actualidad sólo hay dos lugares por los que se pueden cruzar los Himalayas; por los demás son inexpugnables. Estos cambios se suceden en la Tierra.
Pitágoras llegó a India, pero se vio atrapado de nuevo: esta vez en la atmósfera budista. Era tan real; aunque Buda había muerto, todo el país palpitaba. Su impresión, su impacto, había sido muy profundo. Cuando Pitágoras llegó a India, todo lo que aprendió lo aprendió en universidades budistas.
Te sorprenderá saber que las universidades budistas son las más antiguas del mundo. Oxford sólo tiene mil años. Nalanda, una de las universidades budistas, y Takshila, otra universidad budista, existieron hace dos mil trescientos años. Fueron destruidas tanto por los hindúes como por los musulmanes.
Pero eran universidades extrañas, acordes con el verdadero significado de la palabra. No se le permitía el acceso a todo el mundo. Fuera del campus había lugares donde la gente podía prepararse para ingresar. En la puerta, los porteros no eran gente ordinaria sino bikkhus budistas muy cualificados que examinaban a la gente allí mismo. Una vez que habías superado esos exámenes, podías entrar en el campus universitario; de otro modo el acceso era denegado. El lugar era tan sagrado que ni siquiera se permitía verlo desde fuera. Se pensaba que la sabiduría era sagrada: no era para todo el mundo, sólo para los que podían poner toda su vida en la búsqueda.
Estas tres «pes» -Purificación, Preparación, Perfección- proceden de la sabiduría budista. Por supuesto, Pitágoras las hizo más lógicas -tenía una mentalidad griega-, las sistematizó. Pero estas palabras son muy significativas.
Preparación no significa prepararse para un examen oral o escrito. Preparación significa prepararse para un examen existencial; significa entrar más profundamente en la meditación. No podías entrar en esas universidades a menos que fueras meditativo. Y los campus eran muy grandes: Takshila tenía diez mil alumnos y Nalanda doce mil. Incluso hoy en día las mayores universidades no tienen más que ese número de gente, a pesar de que su calidad es muy ordinaria; los estudiantes simplemente superan unos exámenes escolares y ya están preparados para entrar. No necesitan preparación existencial.
Preparación significa abandonar todos tus condicionamientos, todos tus prejuicios, abandonar lo que crees que sabes y que no sabes: hacerte tan inocente como puedas. Tu inocencia será la preparación, lo que te permitirá entrar en el campus universitario.
Después la purificación... En la preparación abandonas los condicionamientos impuestos por la sociedad, los prejuicios con los que te educaron o que aprendiste del entorno; es conocimiento prestado de una forma u otra. Te haces como un niño, aunque ni siquiera el niño es puro. Esto es algo muy significativo que se debe entender, porque la gente suele dar por hecho que el niño es puro.
Ciertamente es inocente, pero su inocencia equivale a la ignorancia, y detrás de su inocencia están todos sus sentimientos: ira, odio, avaricia, celos. Ya sabes que los niños son muy celosos. Si un niño tiene una muñeca, el otro se pone tan celoso que empezarán a pelear. Si un niño tiene una cosa, el otro niño también la quiere. Son muy competitivos. Incluso dentro de la familia, los niños tienen su jerarquía y luchan constantemente por estar más alto que los demás. Harán cualquier cosa..., si la obediencia les convierte en los más amados dentro de la familia, serán obedientes. Pero en realidad no están siendo obedientes, están intentando una estrategia de poder.
Por eso la preparación sólo quita las capas que la sociedad ha puesto en tu mente. Pero con tu naturaleza, con tu nacimiento, has traído tantos instintos inarmónicos que se hace necesaria una purificación.
Tienes que entender que la competición carece de sentido. Tienes que meditar profundamente y reconocer que no te pareces a ninguna otra persona. La competición sólo puede darse entre gente similar, y cada persona es diferente, única.
Una vez que desaparece la mentalidad competitiva, cambian muchas cosas en ti; dejas de sentir celos. Si alguien tiene un rostro muy bello, si alguien tiene más dinero o si alguien tiene un cuerpo más fuer-te, simplemente aceptas el hecho de que algunos árboles son altos y otros bajos, pero la existencia los acepta a todos.
La desaparición de la competitividad también te ayudará a librarte de la avaricia. La gente acumula sin cesar: quieren una posición mejor que la tuya, tener más dinero que tú, tenerlo todo mejor que tú. Y echan a perder toda su vida en ese empeño.
La purificación es casi como atravesar un fuego de comprensión en el que todo lo instintivo y lo inarmónico se quema. Y es una experiencia muy gratificante ver que sólo se quema lo inarmónico. Lo que es hermoso florece. En la purificación pierdes todo rastro de odio, y en su lugar, de repente, surge un manantial de amor; como si la roca del odio hubiera impedido que brotara el manantial.
Una vez que la crueldad..., y los niños son muy crueles. La idea de que son ángeles es muy estúpida. Son muy crueles; pegan a los perros, pegan a los gatos. Pasa un pequeño insecto por allí y el niño lo mata sin ninguna razón, simplemente le gusta la destrucción. Hay una destructi¬vidad dentro en él. Una vez que eso desaparece, surge la creatividad.
Por tanto, la purificación es una meditación más profunda que la preparación. La preparación era muy simple, pero la purificación es entrar más profundamente en meditación -lo más a fondo posible-, de forma que todo lo que no es digno de los seres humanos sea transformado. El odio, los celos, la avaricia -todo tiene energía en sí mismo-; y cuando estas actitudes cambian, su energía se pone a tu disposición en su forma purificada. Y pueden transformarse: la avaricia puede transformarse en compasión, en compartir; el odio puede transformarse en amor. Todo se convertirá en otra cosa que hará de tu corazón un jardín.
Cuando la purificación se completa, cuando se completa del todo, no queda ni una esquina de tu ser en la oscuridad, todo está a la luz, fresco, fragante...
Lo que nosotros llamamos el hombre despierto, el iluminado, es lo que Pitágoras llama perfección. Simplemente es otro nombre: el hombre perfecto.
Los dos primeros pasos tienes que hacerlos; el tercero es el resultado último de los anteriores. En estas tres sencillas palabras ha condensado toda la alquimia de la transformación humana.
Pitágoras es una de las personas más importantes que Grecia ha dado al mundo. Pero, curiosamente, no se habla mucho de todos los genios que Grecia ha dado al mundo. Pitágoras, Sócrates, Heráclito, Epicuro; es de ellos de los que se debería hablar. Sin embargo, en las universidades se estudia a Platón, se estudia a Aristóteles.
Platón es simplemente el recopilador: ¡no tiene ni una idea propia! Es un amante muy dedicado a Sócrates que va recopilando y escribiendo todo lo que él dice. Sócrates no escribió nada, ningún gran maestro ha escrito nunca nada. Y Platón ciertamente es un gran escritor; quizá Sócrates no habría sido capaz de escribir de una forma tan hermosa. Platón presentó las enseñanzas de Sócrates de la forma más hermosa, pero él mismo no es nadie. Actualmente su trabajo se podría hacer con una grabadora. Y Aristóteles es meramente un intelectual, sin ninguna comprensión del ser ni deseo de buscado. Éstos son los personajes que se enseñan en las universidades.
Yo solía estar en una disputa constante con mis profesores universitarios. Cuando empezaron a enseñar la figura de Platón, les dije: «Esto es la tontería más absoluta, porque Platón no dice nada propio. Es mejor estudiar a Sócrates.» Se puede hacer referencias a Platón porque él lo recopiló todo. Pero el nombre de Sócrates casi se ha convertido en una ficción y Platón se ha convertido en la realidad; de la misma forma que os contaba ayer que Ouspensky se convirtió en el maestro porque escribió libros, unos libros muy hermosos. Un día se olvidará a Gurdjieff -ya está olvidado- y Ouspensky será recordado durante siglos. Y antes o después se pensará que escribió sus propias ideas. Pero no lo son.
A Pitágoras no le importaba ninguna universidad del mundo por la simple razón de que no era el típico intelectual; era un buscador original que estaba dispuesto a ir a cualquier parte. Viajó durante toda su vida para encontrar a gente que hubiera tenido un pequeño vislumbre y que pudiera impartírselo. Iba coleccionando piezas, y se las arregló muy bien.
Pero los griegos no hablan de él porque él no habla de la filosofía griega; aporta ideas extranjeras, ideas extrañas de Alejandría, de Nalanda, de Takshila; casi no es griego. No les interesa lo que trae, aunque lo que trae no tiene nada que ver con los griegos, ni con los indios, ni con los egipcios. Es ignorado, es uno de los hombres más significativos pero se le ignora completamente.
Pasó lo mismo con Diógenes. Se le ignora porque a los griegos les parece vergonzoso. Y él es muy original; no sólo en sus pensamientos, sino en su vida. Es original y sincero en todo lo que hace, un hombre de un coraje tremendo, que pudo decir a Alejandro el Grande: «Te estás comportando como un estúpido. La idea misma de conquistar el mundo es una tontería. ¿Para qué quieres conquistar el mundo? ¿Qué harás a continuación?».
Él dijo: «¿A continuación? Me relajaré y disfrutaré.» Y Diógenes miró a su perro -eran amigos, solían vivir juntos- y le dijo al perro: «¿Le has oído? ¡Planea relajarse y disfrutar después de conquistar el mundo, y nosotros estamos disfrutando ahora mismo, sin conquistar nada! ¿Para qué tomarte tantas molestias?». Un hombre desnudo que puede decirle a Alejandro: «Estás comportándote como un estúpido», debe tener agallas; y Alejandro tuvo que reconocerlo. Alejandro mismo era un hombre de un tremendo poder y de una gran inteligencia, y tuvo que reconocerlo: nunca había conocido a un hombre de la calidad de Diógenes.
Pero los griegos siguen evitándole, de la misma forma que evitan a Epicuro. Es muy extraño, pero quizá ésta sea la forma que tiene la humanidad de comportarse con sus hijos más notables: ignorarlos, no hacerles ningún caso.
Pero de entre todos ellos, Pitágoras inventó un sistema completo para crear un Buda. No era sólo un teórico, él mismo llegó a ser un iluminado. Cuando volvió a Grecia, no era el mismo Pitágoras que se había ido; era un hombre nuevo. Y esa fue una de las mayores dificultades: su propio país no pudo reconocerlo. De hecho no tenían categorías para el despertar, la iluminación, la budeidad, así que: ¿Dónde poner a Pitágoras? La categoría no existía en sus mentes, por lo que Pitágoras se quedó sin clasificar y durante dos mil años nadie ha hablado de él.
Soy el primer individuo que ha comentado el gran genio y la realización de este individuo único. Tiene una forma de presentación más perfecta que la que encontrarás en las escrituras indias, porque las escrituras indias son más poéticas y, después de todo, ¡él es griego! Es muy lógico y muy científico.
Amado Osho,
Eres famoso por tus contradicciones. Pero parece que una de las más contundentes confirmaciones de que eres quien eres -para el mundo en general y para la posteridad- es que, en todos esos millones y millones de palabras dichas espontáneamente durante varias décadas, en realidad nunca has incurrido en ninguna contradicción en absoluto.
Eso es verdad!
Nunca he incurrido en una contradicción. No puedo hacerlo. En primer lugar no recuerdo ninguna cosa que haya dicho ames; ¿cómo puedo contradecirla?
Segundo, no se trata de mi pensamiento, es mi experiencia. Las contradicciones ocurren en el pensamiento, pero no en la experiencia. He dicho cosas que a la gente le pueden haber parecido contradictorias, pero son muy evolutivas. He expresado mi experiencia de muchas formas distintas; eso puede crear la idea de que soy contradictorio. Lo he expresado de distintas formas de manera que si no lo entiendes de un modo, quizá lo puedas entender de otro.
He intentado describirla de todas las formas posibles, sólo para ayudar a la gente, porque a veces ocurre que un aspecto no te llega pero otro aspecto está más en armonía contigo. He usado todas las expresiones posibles, expresiones multidimensionales, pero no hay modo de contradecirme. Es mi experiencia. No hablo de la experiencia de los demás. Incluso si hablo de los demás, siempre es de acuerdo a mi propia experiencia. Pueden estar de acuerdo con ella, pueden no estarlo; pero yo no puedo ir en contra de mi propia experiencia.
Hablándoos a lo largo de los años he ido afilando mis flechas, mis palabras, para que puedan penetraros directamente hasta el corazón. Pero en ellas no hay ninguna contradicción. Tienes razón: el día que se entiendan todas mis palabras, se descubrirá una corriente subterránea que las recorre y unifica. Son como las flores de un collar -un pequeño hilo, invisible, las recorre- y esa es mi consistencia, esa es mi experiencia.
Es verdad, no creo que ninguna otra persona haya hablado tanto. Buena parte de ello se ha perdido porque no se grabó; se ha perdido casi la mitad, pero lo que queda sigue siendo más de lo que nadie ha tratado de transmitir.
La razón es muy simple: me gusta, me encanta. Cuando veo que una palabra se asienta en vuestro corazón, mi alegría no conoce límites. Cuando veo el brillo en vuestros ojos porque habéis captado el significado, me siento inmensamente feliz.
Y he tenido que hablar tanto porque nadie anteriormente se había dirigido a todo el mundo. Se dirigían a pequeños fragmentos de la humanidad. Jesús se quedó confinado en Judea, Buda se quedó confinado en Bihar, Sócrates se quedó confinado en Atenas. Afortunadamente, a mí no me dejan quedarme en un lugar, por eso tengo que moverme por todo el mundo. Y tengo que hablar una y otra vez, desde distintos ángulos, sobre la misma experiencia, porque en esto mi vida también ha sido única: la gente ha venido a mí y me ha dejado; nueva gente que viene, los antiguos que se van... Ha sido muy hermoso.
No ha sido como un viejo estanque en el que el agua se evapora y pronto no queda nada más que barro.
Es como si hubiera estado hablando al lado de un río que corre tan rápido que, cada vez que lo miro, hay nuevas caras a las que tengo que volver a hablar. En treinta años ha cambiado tanta gente. Esto no les ocurrió ni a Sócrates, ni a Buda, ni a Lao Tzu, ellos trabajaron con un grupo toda su vida. Yo he trabajado con tanta gente nueva, y siempre tengo que encontrar otro modo, una nueva fase, nuevas expresiones, nuevas botellas para el viejo vino... pero el vino es viejo, y es el mismo vino que he estado ofreciendo a todos.
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