miércoles

PAULO FREIRE


EDUCACIÓN Y ACCIÓN CULTURAL
(Antología de 5 artículos del pedagogo brasileño)
UNDÉCIMA ENTREGA

EL ROL DEL TRABAJADOR SOCIAL EN EL PROCESO DE CAMBIO (I)
Este encuentro en el que participamos en una oportunidad que las instituciones gubernamentales aquí representadas ofrecen a algunos de sus grupos técnicos para pensar en común. Pensar en común en torno de problemas objetivos que envuelven su actuación en varios campos de trabajo.

Nuestro aporte se centra en la discusión del “rol del trabajador social en el proceso de cambio”.

Parécenos indiscutible que nuestra primera preocupación debe ser la de ejercer una reflexión sobre la frase misma que se nos plantea.

La ventaja fundamental de proceder así está en que la frase propuesta se devela ante nosotros en su comprensión profunda. El adentramiento que hagamos en ella, desde un punto de vista crítico, nos posibilitará percibir la interacción de sus términos en la constitución de un pensamiento estructurado, que envuelve un tema significativo.

No será posible -dígase desde ya- la discusión del tema contenido en la frase planteada, si no se tiene de él una comprensión común, aunque de él se tengan puntos de vista diferentes.

Este adentramiento crítico en la frase propuesta, que nos lleva a la aprehensión más profunda de un significado, supera la percepción ingenua, nos deja en la periferia de todo lo que tratamos.

Para el punto de vista crítico, que aquí defendemos, la operación de mirar implica otra: la de ad-mirar. Ad-miramos y, al adentrarnos en el ad-mirado, lo miramos de dentro y desde adentro, lo que nos hace ver.

En la ingenuidad, que es una forma “desarmada” de enfrentamiento con la realidad, miramos apenas y, porque no ad-miramos, no podemos mirar desde adentro lo mirado, lo que nos lleva a ver lo puro mirado. Por ello, es necesario que ad-miremos la frase propuesta para, mirándola desde adentro, reconocerla como algo que jamás podrá ser reducido o rebajado a mero clisé.

La frase en discusión no es un conjunto de meros sonidos, un rótulo estático, “una frase hecha”. Como dijimos, involucra un tema significativo. Ella es, en sí, un problema, un desafío.

Mientras solamente miremos la frase como cliché, quedándonos en su periferia, probablemente no haremos otra cosa sino que disertar sobre otros clisés que nos hayan sido “depositados” o, en otras palabras, sobre conceptos temáticos que nos fueron planteados como clichés.

Ahora bien, la operación referida de adentramiento crítico en el texto propuesto, que nos permite la comprensión de su contexto total, en el cual se encuentra el tema desafiador, nos va a posibilitar otra operación fundamental, la de la escisión del contexto en sus partes constitutivas.

Esta escisión del contexto total en sus partes que, en interacción, lo constituyen, nos permite retornar a él, de donde partimos en la operación de la ad-miración alcanzando de esta forma, una comprensión más vertical y también dinámica de su significación.

Si, después de la ad-miración del texto que nos permitió la comprensión del contexto total, intentamos la operación de su escisión, a través de esta la interacción entre sus partes que, por ello mismo, se nos presentan como “co-responsables” por la significación total del texto.

Ad-mirar, mirar desde adentro, escindir para volver a mirar el todo ad-mirado, que son un ir hacia el todo, un volver de él hacia sus partes, lo que significa escindirlas, son operaciones que sólo se dividen por la necesidad que el espíritu tiene de abstraer para alcanzar lo concreto. En el fondo son operaciones que se implican dialécticamente.

Ahora bien, al ad-mirar y al mirar desde adentro, la frase que involucra un tema desafiador; al escindirla, en sus elementos, descubrimos que el término “rol” se halla modificado por una expresión restrictiva, que delimita su “extensión”; del “trabajador social”. En esta, por otro lado, hay un calificativo “social” que incide sobre la “comprensión” (1) del término “trabajador”.

Esta subunidad de la estructura general -“rol del trabajador social”- se liga a la segunda “en el proceso de cambio”, que representa, según la comprensión de la frase, “donde” el “rol” se cumple a través del correctivo “en”.

Con todo, hay algo que considerar después de este análisis. Es que a través de él, queda claro que el rol del trabajador social se da en el proceso de cambio. Esta es, indudablemente, la inteligencia de la frase en estudio.

Esta no será, sin embargo, la misma conclusión a la cual llegaremos al analizar, no más la frase misma, sino el quehacer del trabajador social. Al hacerlo, descubriremos un equívoco en la frase propuesta, puesto que el rol del trabajador social no se da en el proceso de cambio, en sí mismo, sino en un dominio más amplio. Dominio del cual el cambio es una de las dimensiones.

Desde luego, este dominio específico en el cual actúa el trabajador social es la estructura social.

De ahí que se nos imponga, también, captarla en su complejidad. Si no la entendemos en su dinamismo y en su estabilidad, no tendremos de ella una visión crítica.

En efecto, el cambio y la estabilidad, el dinamismo y lo estático, son constitutivos de la estructura social.

No hay ninguna realidad estructural que sea exclusivamente estática, como no la hay absolutamente dinámica.

La estructura social no podría ser sólo cambiante, puesto que, si no hubiera lo opuesto de cambio, no lo sabríamos siquiera, en cambio. No podía ser, también, sólo estática, puesto que, si así fuera, ya no sería humana, histórica, y, al no ser histórica, no sería estructura social.

No hay permanencia del cambio fuera de lo estático ni de éste fuera del cambio. Lo único que permanece en la estructura social, realmente, es el juego dialéctico cambio-estabilidad. De esta forma, la forma del ser de la estructura social no es el cambio ni lo estático, tomados aisladamente, sino la “duración” (2) de la contradicción entre ambos.

En verdad, en la estructura social, no hay estabilidad de la estabilidad, ni cambio del cambio. Lo que hay es la estabilidad y el cambio de formas dadas. De ahí que se observen aspectos de una misma estructura visiblemente cambiantes, contradictados por otros que, alcanzados por la “demora” y por la “resistencia” culturales, se mantienen reacios a la transformación.

Pero, si toda estructura social , que es histórica, tiene, como expresión de su forma de ser, la “duración” de la dialecticidad cambio-estabilidad, se nos exige una mirada crítica hacia ellos. ¿Qué son? ¿Son un “en sí”, algo dependiente de la realidad a la cual comandasen? ¿Un engaño de la percepción? ¿Meras apariencias?

Realmente, cambio y estabilidad no son un “en sí”, algo aparte o independiente de la estructura; no son un engaño de la percepción.

Cambio y estabilidad resultan ambos de la acción, del trabajo que el hombre ejerce sobre el mundo. Como un ser de la praxis, el hombre, al contestar a los desafíos que parten del mundo, crea su mundo -un mundo histórico-cultural.

Mundo de acontecimientos, de valores, de ideas, de instituciones. Mundo del lenguaje, de los signos, de los significados, de los símbolos.

Mundo de la opinión y mundo del saber. Mundo de la ciencia, de la religión, de las artes. Mundo de las relaciones de producción. Mundo finalmente humano.

Todo este mundo histórico-cultural, producto de la praxis humana, se vuelve sobre el hombre, condicionándolo. Creado por él, no puede el hombre, sin embargo, huir de él. No puede huir del condicionamiento de su propia producción.

Como dijimos antes, no hay estabilidad de la estabilidad, ni cambio del cambio, sino estabilidad y cambio de algo.

Ahora bien, dentro de este universo creado por el hombre, el cambio y la estabilidad de su propia creación aparecen como tendencias que se contradicen.

Esta es la razón por la cual no hay mundo humano exento de esta contradicción. Por esto, del mundo animal no se puede decir que está “siendo”, mientras el mundo humano sólo “es” porque “está siendo y sólo está siendo” en la medida en que se dialectizan el cambio y lo estático.

Mientras el cambio implica, en sí mismo, una constante ruptura, ora lenta, ora brusca, de la inercia, la estabilidad encarna la tendencia a esta, por la cristalización (3) de la creación. Mientras la estructura social se renueva a través del cambio de sus formas, del cambio de sus instituciones económicas, políticas, sociales, culturales, la estabilidad representa la tendencia a la normalización de la estructura.

De esta manera, no se puede estudiar el cambio sin estudiar la estabilidad -estudiar el uno es estudiar la otra cosa-. Así también tenerlos como objeto de la reflexión es someter la estructura social a misma reflexión, como reflexionar sobre esta es reflexionar sobre ellos.

Hablar, pues, del rol del trabajador social implica el análisis del cambio y de la estabilidad como expresiones de la forma de ser de la estructura social. Estructura social que se ofrece a él como campo de su quehacer.

De este modo, el trabajador social, que actúa en una realidad que, cambiando, permanece para una vez más cambiar, necesita estar advertido de que, como hombre, solamente se puede entender o explicar a sí mismo como un ser en relación con esta realidad; de que su quehacer, en esta realidad, se da con otros hombres, tanto cuanto él condicionados por la realidad dialécticamente permanente y cambiante y de que, finalmente, necesita conocer la realidad en la cual actúa con otros hombres.

Este conocimiento, sin embargo, no puede reducirse al nivel de la pura opinión -doxa- sobre la realidad. Se hace necesario que, el área de la mera “doxa”, alcance el “logos” -saber- y, así, se encauce hacia la percepción del “ontos” -esencia- de la realidad. (4)

Este movimiento de la pura “doxa” al “logos” no se hace sin embargo mediante un esfuerzo, sino en la individualidad de la reflexión y de la acción en la praxis humana.

En la acción que provoca una reflexión que se vuelve sobre ella, el trabajador social irá detectando el carácter preponderante de cambio o estabilidad en la realidad social en la cual se halla. Irá percibiendo las fuerzas que, en la realidad social, están con el cambio y aquellas que están con la permanencia.

Las primeras, mirando hacia el frente, en el cauce de la historia, que también es la futuridad que debe ser hecha, se inscribe en ella, son postura progresista. Las segundas, mirando hacia atrás, pretender frenar el tiempo y asumen una posición anti-cambio.

Es necesario, todavía, que el trabajador social tome en cuenta algo ya enfatizado en estas consideraciones: que la estructura social es obra de los hombres y que, si así es, su transformación también será obra de los hombres. Esto significa que la tarea fundamental de ellos es la de ser sujetos y no objetos de la transformación. Tarea que les exige, durante su acción en y sobre la realidad, la profundización de su toma de conciencia de la realidad, objeto de acciones contradictorias de quienes pretenden mantenerla como está y de quienes pretenden transformarla.

Por todo esto, el trabajador social no puede ser un hombre neutro frente al mundo; un hombre neutro frente a la deshumanización o la humanización; frente a la permanencia de lo que ya no representa los caminos de lo humano o al cambio de estos caminos.

El trabajador social, en cuanto hombre, tiene que hacer su opción. O adhiere al cambio que se encauce en el sentido de la humanización verdadera del hombre, de su más ser, o queda a favor de la permanencia.

Esto no significa, con todo, que deba, en su labor pedagógica, prescribir su opción a los demás. Si actúa de esta forma, aunque afirme su opción por la liberación del hombre, por su humanización, estará, contradictoriamente, trabajando por su manipulación. La prescripción, que conduce a la manipulación, sólo se adecúa en la acción domesticadora del hombre, que en lugar de liberarlo, lo frena.

De este modo, la opción que haga el trabajador social irá a determinar su “rol” como sus métodos y sus técnicas de acción. Es una ingenuidad pensar en un rol abstracto, en un conjunto de métodos y técnicas neutros para una acción que se da entre hombres en una realidad que no es neutra. Esto sólo sería posible, si fuera posible un absurdo: que el trabajador social no fuera hombre, sometido como los demás, a los mismos condicionamientos de la estructura social que exige de él, como de los demás, una opción frente a las contradicciones constituyentes de la estructura. Así es que, si la opción del trabajador social es por el anticambio, su acción y los métodos adoptados se orientarán en el sentido del freno de las transformaciones. En lugar de desarrollar una labor a través de la cual la realidad objetiva, la estructura social, se vaya develando a él y a los hombres con quienes trabaja, en un esfuerzo crítico común, se preocupará con mitificar la realidad. En lugar de tener en esta situación problemática, que lo desafía y a los hombres con quienes debería estar en comunicación, su tendencia, por el contrario, es inclinarse a soluciones de carácter asistencialista. En lugar de sentirse, como trabajador social, un hombre al servicio de la liberación, de la humanización -fundamental vocación del hombre- teniendo la liberación en la cual ve una amenaza a lo que considera su paz, se encauza en el sentido del freno. Encauzarse en el sentido del freno no es otra cosa sino pretender, con acciones y reacciones, “normalizar” la estructura social a través del énfasis en la estabilidad, en su juego con el cambio. (5)

El trabajador social que hace esta opción puede, y casi siempre lo intenta, disfrazarla, aparentando su adhesión al cambio, pero quedando, sin embargo, en los medios cambios, que son una forma de no cambiar.

Una de la señales de la opción anticambio son las inquietudes acríticas del trabajador social frente a las consecuencias del cambio; son su recelo casi mágico a lo novedoso, que es, para él, siempre una interrogación, cuya propuesta le parece amenazar su status social. De ahí que, en sus métodos de acción, no haya lugar para la comunicación, para la reflexión crítica, para la acción creadora, para la co-laboración, sino para la manipulación ostensiva o disfrazada.

El trabajador social que opta por el anti-cambio no puede, realmente, interesarse por que los individuos desarrollen una percepción crítica de su realidad. No puede interesarse porque ellos ejerciten una reflexión, mientras actúan, sobre la propia percepción que tengan de la realidad. No les interesa esta vuelta de la percepción sobre la percepción condicionada por la estructura social en que se encuentran.

En el momento en que los individuos, actuando y reflexionando, son capaces de percibir el condicionamiento de su percepción por la estructura en que se hallan, su percepción cambia, aunque esto no signifique, todavía, el cambio de la estructura. Pero, el cambio de la percepción de la realidad, que antes era mirada como algo inmutable, significa para los individuos percibirla como realmente lo es: una realidad histórico-cultural por ello, humana, creada por los hombres y que puede ser transformada por ellos.

La percepción ingenua de la realidad, de la cual resultaba una postura fatalista frente a ella -y que era condicionada por la propia realidad- cede su lugar a una percepción que es capaz de percibirse. Y, si es capaz de percibirse mientras percibe una realidad que le parecía “en sí” inexorable, es capaz de objetivarla, descubriendo el hombre su presencia creadora y potencialmente transformadora de esta realidad. El fatalismo frente a la realidad, característico de la percepción distorsionada, cede su lugar a la esperanza. Una crítica esperanza que mueve a los hombres hacia el cambio.

Éste, indudablemente, es el objetivo del trabajador social que opta por el cambio. De ahí que su rol sea otro y que sus métodos de acción no puedan confundirse con aquellos recién descritos, característicos de la opción anticambio.

El trabajador social que opta por el cambio no teme la libertad, no prescribe, no manipula; no huye a la manipulación, por el contrario, la busca, más que la busca, la vive. Todo su esfuerzo, de carácter humanista, se centro en el sentido de la desmitificación del mundo, de la desmitificación de la realidad. Ve en los hombres con quienes -jamás sobre quienes o contra quienes- trabaja, personas y no “cosas”, sujetos y no objetos. Y, si en la estructura social, concreta, objetiva, los hombres están siendo puros objetos, su opción inicial lo empuja hacia la tentativa de superación de la estructura para que pueda operarse la superación también del estado en que están de objetos en sujetos.

El trabajador social que opta por el cambio no ve en éste una amenaza. Adhiere al cambio de la estructura social porque reconoce esta obviedad: que no puede ser trabajador social si no es hombre, si no es persona y que la condición para ser persona es que los demás también lo sean. Él está convencido de que la declaración de que el hombre es persona, y como persona es libre, que no esté asociada a un amoroso y valiente esfuerzo de transformación de la realidad objetiva en la cual los hombres se hallan cosificados, es una afirmación que carece de sentido.

Humilde en su labor, no puede aceptar, sin una justa crítica, el ingenuo contenido de la “frase hecha”, y tan generalizada, según la cual él es “el” “agente del cambio.

Notas

1) La extensión de un término es el número de individuos a los cuales se aplica el término. En el caso del término “rol”, su extensión es el conjunto de quehaceres que puede llamarse “rol”. La comprensión a su vez es la suma de cualidades que dan la significación al término. Cuando mayor es la comprensión de un término menor es su extensión y viceversa. Entre los términos hombre y científico, éste tiene una comprensión más grande y una extensión menor. Todo científico es hombre (genéricamente hablando), sin embargo, no todo hombre es científico.
2) “Duración” es un concepto bergsoniano. Sinónimo de tiempo real, Bergson lo opone al de tiempo artificial o cuantitativo de los matemáticos y físicos. Considera la duración -como un proceso- el aspecto más importante de la vida humana. Al aplicar su concepto de “duración” para caracterizar la contradicción estabilidad-cambio, como un proceso que se da permanentemente en el tiempo real de la estructura, que es un tiempo vivido por los hombres, no estamos aceptando su intuicionismo en la captación de la realidad.
3) La cristalización de hoy es el cambio que se operó ayer en otra cristalización. Por ello es que nada nuevo nace de sí mismo sino de lo viejo que antes fue nuevo. Por ello también todo nuevo al tomar forma, hace su “testamento” al nuevo que nacerá de él, cuando se agote y quede viejo.
4) A este propósito ver Eduardo Nicol: “Los problemas de la ciencia”, Fondo de Cultura Económica, México, 1ra Edición, 1965.
5) Aunque nuestro pensamiento nos parezca claro en este último párrafo, subrayemos, sin embargo, que la normalización a la cual nos estamos refiriendo -de ahí que tengamos entre comillas el verbo “normalizar”- no es la de quienes, pretendiendo el cambio, necesitan frenar a los que no lo quieren, sino la de quienes, rechazando el cambio, luchar por normalizar el “Status quo”. 

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