lunes

LUIS ALBERTO SPINETTA

Muchacha ojos de papel.
Desintegración abstracta de la defoliación.



(versión original del texto publicado en el suplemento  de Clarín, el 4 de setiembre de 1987)

Más allá de transcripciones cronológicas que responden al “momento” en el que Muchacha, como canción, se involucra en el poder de captación de la gente, una devanación se hace necesaria para mí, de manera tal que bajo un intento de estructura en certidumbre de la simbología del texto, me abra la cabeza.

De por sí, ojos de papel es no sólo alusión a la puesta en juego del personaje, sino que además es evocación de facultades en éste, que significan el efecto de su exterioridad, que muta.

Su exterioridad cambia, sopesada por “Muchacha”, que es término de la simbología del nombramiento de todos y la inusual diferenciación de quien, a la vez, se transporta hacia las características de “algo en ella” que la hacen única, aun bajo el nombramiento de todos, quienes, a su vez, podrían nombrarla de diferentes maneras.

La anomalía es el hilo de seducción que desestabiliza la profunda corporidad del nombre común.

El papel no ve.

La contraposición entre los simbolismos del título es el eje ante el cual el “azoramiento”, momentáneamente, no se expresa en términos de un nombramiento virtual. Sino que debe introducir una subjetividad que “globalmente” sea la afirmación. Con lo cual, sin recluirse a los ojos de todos, el símbolo del personaje adquiere a la vez una significación individual para cada quien, sin tener de común para todos, más que la unicidad exclusiva y “sin nombre”.

Además, hay una subjetividad que debe ser reconocida en el hecho de que “Muchacha” posee las “virtudes de la blindación”.

Sus ojos. Blindados por un papel irreductible a lo transparente. Violencia simbólica en procura de seducción.

Un vuelo desde las dos orillas de los mundos dan fe del “conducto místico” que proscriba un enunciado que remita sólo a lo real; en tanto que debe contar con partes considerables “de eso”, para realizar “en quien” recaerían las condiciones de lo irreal.

Con ello, lo real, corroborado, deja paso al lenguaje irreal que proyecta ilimitadamente los símbolos.

“¿Adónde vas? Quédate hasta el alba”.

¿Una niña con ojos de papel adónde puede ir?

La blindación ejerce la aflicción en quien no tiene ojos reales para una fundamental orientación.

Allí, el relator ingresa sugerido por aquel quien, una vez instalada la dificultad, oficia de obvio guía.

Quedarse hasta el alba, que sólo el guía ve, representa a las claras una orden impartida (que subyace en cualquier pedido) y refleja la prosecución de una finalidad por parte del que pide.

Instintivo argumento de un “padre represivo” quien, originalmente, acapara la organización de deseos en quien tutela. Aunque ésta no pueda verlo, podría desear algo que es ajeno al campo del impedimento, lo que origina un poder que rige a través de quien todo presencia.

El personaje relator: “Sueña un sueño despacito entre mis manos, hasta que por la ventana suba el sol”. Desencadenar el reposo en “Muchacha” parece asomar como una finalidad, con el detalle de que ella debe acceder a una sutil misión que está representada por una localización entre las manos. Esto significa: a disposición de contenido y palpación. Con el objeto de subyugar una porción aun más tangible que lo que se vería teniendo ojos de papel.

El mundo onírico de “Muchacha”. Un bastión perceptual que seduce al guía a la pretensión de apropicuarse de “ciertos otros símbolos” por la vía de un método de embalse localizado. Espacio entre dos manos, éste, que se sugiere como el de un territorio de absorción. Espacio al que convergen las direcciones de un cuerpo abandonándose al sueño lentamente, como para un profundo sueño, rico en materias sutiles a las que alojar.

La subjetiva posesión., finalmente, a través de una parcial yacencia de la Muchacha hasta el momento de un albor que se une al de sus sueños “detectados”. Ambos son los símbolos de los que ellos creerán ver. Uno en el sueño del otro, y el otro en un “falso despertar” ante el amanecer extásico que no podrá sino reintegrarla a su anomalía.

Los dos personajes “sienten” en esos ecos brumosos para los ojos, ciegos o no, el impromptu de un éxtasis de angustia para así desembocar en la risa luego llanto de ella, y la fijación de un símbolo que nace para el protagonista que rige, en vigilia, la situación emocional. La del que intenta reparar mediante la agonía de la oscuridad. Lo cual lo patriarquiza en el aluvión solar hasta el contagio de una reacción indefinible.

Otros párrafos como “no corras más”, se ligan a este deseo opresivo del guía en procura de la prevención del peligro.

El éxtasis se puede regenerar en tanto y en cuanto esta niña deja de correr para que el reposo entre las manos de su compañero consuele una necesidad sin salida.

En “voz de gorrión” se expresa, burdamente, la alternancia entre símbolos cotidianos en función de metáfora, sin interiorizarse demasiado, al igual que cuando enuncia “piel de rayón”.

Aquí la suavidad y tersura de la piel podrían ser simplemente cualidades para determinar un adjetivo. Mientras que la caracterización en género de la piel, si bien es coherente por la suavidad del rayón, corporiza una situación comparable a los “ojos de papel” y a “corazón de tiza”. Es decir, señala un obstáculo más en el terreno de las aptitudes más sensibles de ella.

El rayón no siente. La tiza no late.

“Pechos de miel” es quizás un modelo simbólico que no marca sino el estado real de la seducción. Exhala el juicio de símbolos que no se suponen relacionados con una intención premeditada de señalar carencias o transformaciones hacia un sustituyente artificial.

El obstáculo no trasciende en la caracterización de los senos en miel. Es más, estos conservan la contundente norma de la seducción que reclamaría un movimiento desde lo externo.

Aquí, verdaderamente, el juego de un desplazamiento reclinatorio es la norma base si es que se admite la acción como resultado de la sumisión del deseo. El deseo adscripto a lo que mana sustancias. Lo que implica la abdicación de supremacía para el compañero de “Muchacha”. Para saciar ese deseo, para predecir en el carácter de sus movimientos la fluidez del deseo hasta la conquista del objetivo, él debe haberse arraigado, asimismo, en un síntoma, que aun siendo momentáneo, deberá reflejar la instancia de una necesidad sin salida que es el combustible del deseo.

La fatuidad de esta desorientación antecede al deseo mamario.

El líder luego, inclinaría la cabeza mansamente y mamaría de lo que mana de sí después de un último atisbo. El pudor ante la fiesta de la leche materna es un sentimiento que nace casualmente también bajo el hechizo de la miel. La dulzura incontenible de toda miel que obliga a los sentimientos a establecer el límite con respecto a la cantidad de la libación.

El pudor está conducido por los resarcimientos que subyacen en todo deseo, por encima de los riesgos de intoxicación.

“Pequeños pies, no corras más”.

A pequeñas huellas, en algún momento, corresponden pequeños acontecimientos que no colaboran, o son directamente inútiles en sí, como para que Muchacha rompa el elipse simbólico de su propio poder.

Es decir, el poder está en manos de quien se lo desea.

Ella es el vértigo de una seducción invertida, o en todo caso indeterminada. Brutal es para ella contener las sustancias de quien, finalmente, luego de despojarla prácticamente de sentidos, abdica en procura de una salvación para sí, representada por ese maná. Doble defoliación: primero, de aptitudes sutiles; luego, de una energía predominante.

“¿Te robaré un color?”

Diría: de los colores tras la retina advenediza de Muchacha, uno, pretendidamente posible, o quizás devenido de las raíces de sus espaciosos sueños, deberá ser captura, aunque quien lo reclama, reclinado, se haya entregado, a lo más acuciante. ¿El deseo de succión? El color que puede registrarse con todos los otros sentidos, más los otros.

Por supuesto que se podría tener en cuenta la idea generalizada de todos quienes piensan en “Muchacha” como símbolo de una pacífica visión en el enamoramiento y el despertar.

La creación de un “castillo con tu vientre” es el prototipo de un símbolo que conlleva la presencia de una unión sexual. Inclusive hay un manifiesto de procreación allí.

Por otro lado, el personaje que canta intenta relacionarse con la idea de ser él un punto de comunicación entre mundos.

Él traduciría la magnitud del amanecer para los ojos blindados de ella. Y a la vez, hacia el mundo exterior (organizado ya como el territorio del que surge la realidad que no convive con los ojos de papel y por lo tanto el mundo del que brota la autoridad) la traducción de un lenguaje onírico que él lee a través del contacto de sus manos. Este mundo es tan inapreciable para él mismo y todos los otros seres, como lo es un amanecer para quien no ve sino con ojos de papel.

El muchacho es quien se erige como salvación. Se supone que sabe y tiene con qué mitigar la desesperación de ella. Ella se redime al dormir, al abrigo de quien sólo se reclinará a su vez, ante ella, para entregarse, teniendo presente que la finalidad de esta entrega es, en realidad, una extracción de poderes, que ella aparentemente es incapaz de asumir.

Se podría agregar que, en esta situación sobre la que él se realza, la impregnación de sus movimientos vislumbra el propósito de quien dejaría una profunda huella que atestigüe su paso por los instantes cruciales. Una simbolización latente en el sentido de una trascendencia genética.

Las reclamaciones que desde un territorio donde cierto abismo comparte pie con cierta invariable ley, en tanto amanece siempre, son las que provienen de una serie de focos que trastocan las posesiones no obstruídas de un disfrute.

Este estado de lo conciente se hace inexpresable para las palabras. No habría hechizos en una aventura en la que no se interviniera con ciertos factores de lo no posible, hasta diría símbolos de precipicio o desfallecimiento.

La carencia de orgasmo en la mujer argentina, sobre todo la de los 60, es una limitación con caracteres de blindaje. Esto justifica tal vez algo del arraigo del personaje. El otro personaje está más bambificado.

Un monstruo que no omite mencionar funciones que lo determinan como morada. Eje que concientizaría lo insondable para retener la atención del mundo. Requisito que se edifica en la descripción de lo desconocido.

La trastornación del tiempo tiene pie en las sugerencias que el muchacho realiza: “duerme un poco y yo entretanto…” O sea que mientras ella duerma, él construirá subliminalmente una residencia específica. ¿Quizás para ceder a altarizar a la niña impedida sometido al deseo multiplicado?

La eternización de un “sueño despacioso” y de una alquimia que dure lo que un poco de inconciencia, son revalorizaciones de otro objetivo primordial: el de auxilio. El que no reclama en su nombre, sino a través del de un eje de ansia nacido por frustraciones insolubles.

El tiempo de la vida de los hombres es un conducto de enigma. Socorro a los damnificados por la incertidumbre de estar solo! La blindación que espera orgasmos.

El sueño como corporeidad.

El símbolo que se opone al lenguaje de los mundos.

La albinación de ciertas partes corpóreas para el funcionamiento errático en dirección al orgasmo.

La alternancia de vislumbrar a través de una realidad que lograría transmitirse gracias a un margen de transparencia. Un cierto grado de traducción entre formas o sentidos que se comunican.

La mundanidad de “Muchacha” se debate con la opresión que se le destinaría desde afuera al ser examinada. También si intentara decir lo que ve, o sentir y decir. Pero ella no habló nunca.

Tampoco habría que ignorar el hecho de que la colmación es tan surrealista como los “ojos de papel” o “la piel de rayón”.

Nada más atroz que la inlatencia de la tiza para un corazón al que el orgasmo curaría.


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