lunes

CLARICE LISPECTOR (1920 - 1977)

UN SOPLO DE VIDA (PULSACIONES)
preámbulo de su libro póstumo Un soplo de vida (1978)
Quiero escribir movimiento puro.

Esto no es sin lamento, es un grito de ave rapaz. Irisada e intranquila. El beso en el rostro muerto.

Yo escribo como si fuera para salvar la vida de alguien. Probablemente, mi propia vida. Vivir es una especie de locura que la muerte hace. Vivan los muertos porque en ellos vivimos.

De repente las cosas ya no necesitan tener sentimientos. Me satisfago en ser. ¿Tú eres? Estoy seguro de que sí. El sinsentido de las cosas me produce una sonrisa de complacencia. Sin duda todo debe estar siendo lo que es.

Hoy es un día de nada. Hoy es hora cero. ¿Existe acaso un número que no es nada?, ¿qué es menos de cero?, ¿qué empieza en lo que nunca empezó porque siempre era? ¿Y era antes de siempre? Me ato a esta ausencia vital y rejuvenezco por entero, al mismo tiempo contenido y total. Redondo sin inicio y sin fin, yo soy el punto antes del cero y del punto final.

Del cero al infinito voy caminando sin parar. Pero al mismo tiempo todo es tan fugaz. Yo siempre fui e inmediatamente ya no era. El día corre fuera a la deriva y hay abismos de silencio en mí. La sombra de mi alma es el cuerpo. El cuerpo es la sombra de mi alma. Este libro es mi sombra. Pido permiso para pasar. Me siento culpable cuando no os obedezco. Soy feliz a la hora equivocada. Infeliz cuando todos bailan. Me dijeron que los lisiados se regocijan así como me han dicho que los ciegos se alegran. Es que los infelices se resarcen.

Nunca la vida fue tan actual como hoy: en un tris es el futuro. Tiempo para mí significa la disgregación de la materia. La podredumbre de lo que es orgánico como si el tiempo tuviese un gusano dentro de un fruto y fuese robando a ese fruto toda su pulpa. El tiempo no existe. Lo que llamamos tiempo es el movimiento de la evolución de las cosas, pero el tiempo en sí no existe. O existe inmutable y en él nos trasladamos. El tiempo pasa demasiado aprisa y la vida es tan corta. Entonces -para que yo no sea engullido por la voracidad de las horas y por las novedades que hacen al tiempo pasar de prisa- yo cultivo un cierto tedio. Degusto así cada detestable minuto. Y cultivo también el vacío silencio de la eternidad de la especie. Quiero vivir muchos minutos en un solo minuto. Quiero multiplicarme para poder abarcar las áreas desérticas que dan la idea de la inmovilidad eterna. En la eternidad no existe el tiempo. Noche y día son contrarios porque son el tiempo y el tiempo no se divide. De ahora en adelante el tiempo va a ser siempre actual. Hoy es hoy. Me espanto y desconfío a la vez de todo lo que se me otorga. Y mañana yo tendré otra vez un hoy. Hay algo de dolor y de punzada en vivir el hoy. El paroxismo de la más perfecta y extrema nota del violín insistente. Pero existe el hábito y el hábito anestesia. El aguijón de abeja del día floreciente de hoy. Gracias a Dios tengo qué comer. El pan nuestro de cada día.

Yo quisiera escribir un libro. ¿Pero dónde están las palabras? Se agotaron los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos. Yo quisiera que me dieran permiso para escribir al son arpegiado y agreste la chatarra de la palabra. Y dejar de ser discursivo. Así: polución.

¿Escribo o no escribo?

Saber desistir, abandonar o no abandonar: esta es muchas veces la cuestión para un jugador. El arte de abandonar no se enseña a nadie. Y está lejos de ser rara la situación angustiosa en que debo decidir si tiene algún sentido seguir jugando. ¿Seré capaz de abandonar noblemente? ¿O soy de aquellos que persisten tercamente esperando que suceda algo? ¿Como, digamos, el mismo fin del mundo? ¿O sea lo que sea, como mi muerte súbita, hipótesis que haría superflua mi renuncia?

Yo no quiero correr una carrera conmigo mismo. Un hecho. ¿Qué es lo que se convierte en hecho? ¿Debo interesarme por el acontecimiento? ¿Será que desciendo hasta el punto de llenar las páginas con informaciones sobre los “hechos”? ¿Debo imaginar una historia o doy rienda suelta a la inspiración caótica? Tanta falsa inspiración, ¿y cuando llega la verdadera y no la percibo? ¿Será demasiado horrible querer aproximarse, dentro de uno mismo, al límpido yo? Sí, y cuando el yo pasa a no existir ya más, a no reivindicar nada, pasa a formar parte del árbol de la vida -por eso lucho por alcanzarlo. Olvidarse de sí mismo y no obstante vivir tan intensamente.

Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto -y el mundo no está a flor de agua, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío. En este vacío existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él arranco sangre. Soy un escritor que teme la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras -¿cuáles?- tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada al pozo profundo.

Meditación leve y tierna sobre la nada. Escribo casi como totalmente liberado de mi cuerpo. Es como si levitase. Mi espíritu está vacío por tanta felicidad. Siento una libertad íntima que sólo es comparable a un cabalgar sin destino campo a través. Estoy libre de destino. ¿Será mi destino alcanzar la libertad? No hay una arruga en mi espíritu que se explaya en leves espumas. Ya no estoy acosado. Esto es la gracia.

Estoy escuchando música. Debussy usa las espumas del mar que mueren en la arena, refluyendo y fluyendo. Bach es matemático. Mozart es el divino impersonal. Chopin cuenta su vida más íntima. Schoenberg, a través de su yo, alcanza el yo clásico de todo el mundo. Beethoven es la emulsión humana en tempestad buscando lo divino y alcanzándolo sólo en la muerte. En cuanto a mí, que no pido música, sólo llego al umbral de la palabra nueva. Sin valor para exponerla. Mi vocabulario es triste y a veces wagneriano-polfónico-paranoico. Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere. Soy un paisaje gris y azul. Me elevo en la fuente seca y en la luz fría.

Quiero escribir escuálido y estructural como el resultado de escuadras, compases y ángulos agudos de estrecho enigmático triángulo.

¿“Escribir” existe por sí mismo? No. Es apenas el reflejo de una cosa que pregunta. Yo trabajo con lo inesperado. Escribo como escribo sin saber cómo y por qué -es por una fatalidad de voz. Mi timbre soy yo. Escribir es una indagación. ¿No es así?

¿Será que me estoy traicionando? ¿Será que estoy desviando el curso de un río? Tengo que tener confianza en este río abundante. ¿O será que pongo una barrera en el curso de un río? Intento abrir las compuertas, quiero ver el agua brotar con ímpetu. Quiero que cada frase de este libro sea un clímax.

Debo tener paciencia pues los frutos serán sorprendentes.

Este es un libro silencioso. Y habla, habla bajo.

Este es un libro fresco: recién salido de la nada. Está tocado al piano delicada y firmemente y todas las notas son límpidas y perfectas, unas separadas de las otras. Este libro es una paloma mensajera. Yo escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por cuenta propia y autorriesgo. Yo no hago literatura: yo sólo vivo al transcurrir del tiempo. El resultado fatal de que yo viva es el acto de escribir. Hace tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Tengo miedo de empezar. Existir me da a veces tal taquicardia. Tengo tanto miedo de ser yo. Soy tan peligroso. Me dieron un nombre y me alienaron de mí.

Siento que todavía no estoy escribiendo. Presiento y quiero un habla más fantasiosa, más exacta, con mayor arribo, que haga espirales en el aire.

Cada nuevo libro es un viaje. Sólo que es un viaje con los ojos vendados por mares nunca revelados antes: la mordaza en los ojos, el terror de la oscuridad es total. Cuando siento una inspiración, me muero de miedo porque sé que de nuevo voy a viajar, y solo, en un mundo que me repele. Pero mis personajes no tienen la culpa de eso y yo los trato lo mejor posible. Ellos vienen de ninguna parte. Son la inspiración. Inspiración no es locura. Es Dios. Mi problema es el miedo a volverme loco. Tengo que controlarme. Existen leyes que rigen la comunicación. La impersonalidad es una condición. La separatividad y la ignorancia son el pecado en un sentido general. Y la locura es la tentación de ser totalmente el poder. Mis limitaciones son la materia prima para ser trabajada mientras no se alcance el objetivo.

Yo vivo en carne viva, por eso pongo tanto empeño en dar una piel dura a mis personajes. Pero no aguanto y los hago llorar sin control.

¿Raíces semovientes que no están plantadas o la raíz de un diente? Pues también yo suelto mis amarras: mato lo que me perturba y lo bueno y lo malo me perturban, y voy definitivamente al encuentro de un mundo que está dentro de mí, yo que escribo para liberarme de la carga difícil de que una persona sea ella misma.

En cada palabra late un corazón. Escribir es una búsqueda de íntima veracidad de vida. Vida que me perturba y deja a mi propio corazón sufriendo el dolor incalculable que parece ser necesario para mi maduración -¿maduración?- Hasta ahora he vivido sin ella!

Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de pleno la misteriosa vida de los que un día van a morir. Tengo que empezar por aceptarme y no sentir el horror punitivo de cada día que caigo, pues cuando yo caiga la raza humana también cae conmigo. Cada cambio, cada proyecto nuevo causa espanto: mi corazón espantado. Por eso todas mis palabras tienen un corazón por donde circula sangre.

Todo lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, oigo casi nada. Me zambullo por fin en mí, hasta el nacedero del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no sé qué hacer conmigo. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo enseña mucho. Pero yo desconozco las leyes del espíritu: es un vagabundo. Mi pensamiento, con la enunciación de las palabras que brotan mentalmente, sin que después yo hable o escriba, ese pensamiento mío de palabras es precedido por una instantánea visión, sin palabras del pensamiento, palabra que seguirá casi inmediatamente, con la diferencia espacial de menos de un milímetro. Antes de pensar, pues, ya he pensado. Supongo que el compositor de una sinfonía tiene sólo el “pensamiento antes del pensamiento”, ¿lo que se ve en esa rapidísima idea muda es poco más que una atmósfera? No. En realidad es una atmósfera que, coloreada ya por el símbolo, me hace sentir el aire de la atmósfera de donde viene todo. El pre-pensamiento es en blanco y negro. El pensamiento con palabras tienen otros colores. El pre-pensamiento es un pre-instante. El pre-pensamiento es el pasado inmediato del instante. Pensar es la concretización, materialización de lo que se pre-pensó. En realidad el pre-pensar es lo que nos guía, pues está íntimamente ligado a mi muda consciencia. El pre-pensar no es racional. Es casi virgen.

A veces la sensación de pre-pensar es agónica: es la tortuosa creación que se debate en las tinieblas y que sólo se libera después de pensar, con palabras.

Vosotros me obligáis a un esfuerzo tremendo de escribir; ahora bien, dame permiso, querido, déjame pasar. Soy serio y honesto y si no digo la verdad es porque está prohibida. Yo no aplico lo prohibido sino que lo libero. Las cosas obedecen al soplo vital. Se nace para gozar. Y gozar ya es nacer. Cuando somos fetos gozamos de la comodidad total del vientre materno. En cuanto a mí, no sé nada. Lo que tengo me entra por la piel y me hace actuar sensualmente. Yo quiero la verdad que sólo me es dada a través de su contrario, de inverdad. Y no soporto lo cotidiano. Debe ser por eso que escribo. Mi vida es un único día. Así el pasado me es presente y futuro. Todo en un solo vértigo. Y la dulzura es tanta que cosquillea, insoportable, en el alma. Vivir es mágico y completamente inexplicable. Yo entiendo mejor la muerte. Ser cotidiano es un vicio. ¿Qué sé yo? Soy un pensamiento. ¿Tengo en mí el soplo? ¿Lo tengo? ¿Pero quién lo tiene? ¿Quién habla por mí? ¿Tengo un cuerpo y un espíritu? ¿Yo soy un yo? “Es exactamente eso, eres un yo”, me responde el mundo terriblemente. Y me horrorizo. Dios no debe ser pensado jamás; si no, huye Él o yo huyo. Dios debe ser ignorado y sentido. Entonces Él actúa. Me pregunto: ¿por qué Dios pide tanto ser amado por nosotros? Respuesta posible: porque así nos amamos a nosotros mismos y, amándonos, nos perdonamos. Y cuánto necesitamos del perdón. Porque la vida misma ya viene mezclada con el error.

El resultado de todo es que voy a tener que crear un personaje -más o menos como hacen los novelistas, y a través de su creación, para conocer. Porque yo solo no lo consigo: la soledad, la misma que existe en cada uno, me hace inventar. ¿Y habrá otro modo de salvarse, que no sea el de crear las propias realidades? Tengo fuerza para eso como todo el mundo; ¿es o no es verdad que nosotros terminamos por crear una realidad frágil y loca que es la civilización? Esa civilización a la que, apenas, guía el ensueño. Cada invención mía me suena como una plegaria laica: tal es la intensidad de sentir que escribo para aprender. Me escogí mi personaje -Angela Pralini- para que tal vez a través de nosotros yo pueda entender esa falta de definición de la vida. La vida no tiene adjetivo. Es una mezcla en un crisol misterioso, pero que se brinda, en última instancia, al respirar. Y a veces al jadear. Y a veces en una respiración casi imposible. Sí. Pero a veces también es la aspiración profunda que llega hasta el frío agudo del espíritu, prisionero ahora del cuerpo.

Quisiera dar comienzo a una experiencia, y no ser la simple víctima de una experiencia no autorizada por mí, que meramente suceda. De ahí mi invención de un personaje. También quiero quebrantar, además del enigma del personaje, el enigma de las cosas.

Este, supongo, será un libro un libro hecho aparentemente de restos de libro. Pero en realidad se trata de retratar rápidos vislumbres míos y rápidos vislumbres de mi personaje Angela. Yo podría coger cada vislumbre y disertar durante páginas sobre él. Pero sucede que es en el vislumbre donde está a veces la esencia de la cosa. Cada anotación tanto en mi diario como en el diario que yo hice escribir a Angela me da un pequeño susto. Cada nota está escrita en el presente. El instante está ya hecho de fragmentos. No quiero dar un falso futuro a cada vislumbre de un instante. Todo pasa exactamente a la hora en que está siendo escrito o leído. Este trozo ha sido en realidad escrito en su forma básica después de haber releído el libro porque en el decurso yo no tenía del todo clara la noción del camino a tomar. Sin embargo, sin dar mayores nociones lógicas, yo me aferraba exactamente a mantener el aspecto fragmentario tanto en Angela como en mí.

Mi vida está hecha de fragmentos y así le sucede a Angela. Mi propia vida tiene un verdadero enredo. Sería la historia de la corteza del árbol y no del árbol. Un montón de hechos que sólo la sensación explicaría. Veo que, sin querer, lo que escribo y Angela son trozos por decirlo así sueltos, aunque dentro de un contexto de…

Así es como por esta vez se me ocurre un libro. Y, como yo respeto lo que viene de mí hacia mí, así mismo lo escribo. Lo que está escrito aquí, mío o de Angela, son los restos de una demolición del alma, son cortes laterales de una realidad que se me escapa continuamente. Esos fragmentos de libro quieren decir que yo trabajo con ruinas.

Yo sé que este libro no es fácil, pero sí lo es para aquellos que creen en el misterio. Al escribirlo no me conozco, me olvido de mí. El que aparece en este libro no soy yo. No es autobiográfico, ustedes no saben nada de mí. Nunca te dije y nunca te diré quién soy. Yo soy vosotros mismos. Saqué de este libro sólo lo que me interesaba, dejé de lado mi historia y la historia de Angela. Lo que me importa son instantáneas fotográficas de las sensaciones, las pensadas, y no la pose inmóvil de los que esperan que yo diga: mire al pajarito! Yo no soy un fotógrafo callejero.

He leído ya este libro hasta el final y añado alguna nota en este comienzo. Es decir que el final, que no debe ser leído antes, se une en un circuito al principio, cobra que engulle su propia cola. Y, después de leer el libro, corté mucho más de la mitad, sólo dejé lo que me provoca e inspira para la vida: estrella encendida al atardecer.

No leer lo que escribo como si fuese un lector. A menos que ese lector trabajase, también él, con los soliloquios de lo oscuro irracional.

Si este libro llegase a salir alguna vez, que se aparten de él los profanos. Pues escribir es una cosa sacra donde los infieles no tienen entrada, es estar haciendo a propósito un libro bien malo para apartar a los profanos que quieren “disfrutar”. Pero un pequeño grupo verá que este “disfrutar” es superficial y entrarán dentro de lo que verdaderamente escribo, y que no es “malo” ni “bueno”.

La inspiración es como un misterioso olor a ámbar. El olor me hace ser hermana de las santas orgías del Rey Salomón y la Reina de Saba. Benditos sean tus amores. ¿Será que tengo miedo de dar el paso de morir ahora mismo? Meditar para no morir. Entre tanto yo ya estoy en el futuro. Ese futuro mío que será para vosotros el pasado de un muerto. Cuando acabéis este libro llorad por mí un aleluya. Cuando cerréis las últimas páginas de este malogrado y atrevido y juguetón libro de vida entonces olvidadme. Que Dios os bendiga entonces y este libro acabará bien. Para que al fin yo tenga reposo. Que la paz sea con nosotros, con vosotros y conmigo. ¿Estoy cayendo en el discurso? Que me perdonen los fieles del templo: yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar.

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