LA NUEVA ÉTICA
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
QUINTA ENTREGA
La nueva ética como ética total
La nueva ética rehúsa el predominio de una estructura parcial de la personalidad y exige la personalidad total como base de la conducta ética. Fundar la ética sobre la Sombra es tan unilateral como orientarla según los valores del Yo, y conduce a la supresión, acumulación e irrupción de las energías positivas opuestas sin que la inestabilidad de la estructura humana resultante sea menor que en la antigua ética. Una ética negativa y terrorista de dictadura y violencia y dirigida a la negación de la individualidad humana es “ética parcial” tanto como la judeocristiana y conduce a las mismas consecuencias, sólo que en ella lo que en el sentido de la antigua ética es positivo aquí ha de desempeñar el papel de victima expiatoria.
La nueva ética es “total” en dos sentidos: primero, porque, no siendo ya individualista, no considera la situación ética del individuo únicamente, sino toma en cuenta el efecto de la actitud individual sobre lo colectivo; segundo porque no es sólo una ética parcial de la conciencia, sino también toma en consideración el efecto de la actitud consciente sobre el inconsciente, poniendo así como portador de la responsabilidad no meramente al Yo como centro de la conciencia, sino a la personalidad total.
Ambas ampliaciones del punto de vista se hallan en estrecha conexión. La consideración de la Sombra, que en lo colectivo y externo hace a la responsabilidad ética tomar en cuenta al primitivo hombre-masa, corresponde en lo individual e interno a una relación de responsabilidad con el hombre-masa primitivo que pertenece a la constitución interna de toda personalidad.
Lo colectivo externo, con sus tendencias arcaicas, tiene su representante en el inconsciente colectivo de cada ser individual. Las tendencias e imágenes arcaicas del inconsciente colectivo, que representan el lado instintivo, son el sedimento de las experiencias ancestrales colectivas del hombre; el modo y manera en que desde los primeros tiempos reacciona y forma su experiencia. Pero este mismo inconsciente colectivo es también la fuerza que rige a las masas y halla en los fenómenos de masa colectivos su sedimento y expresión.
La nueva ética está bajo el signo de una mayor comprensión, verdad más total y conocimiento exento de ilusiones acerca de la naturaleza humana común, que es el auténtico logro de la psicología profunda. Para ella, la constelación del problema moral del individuo sólo surge de la conjunción del Yo y de la Sombra, y así amplía la responsabilidad personal hasta el inconsciente. Por lo menos hasta la región del inconsciente contenida en la imagen de la Sombra.
La responsabilidad respecto al grupo presupone una personalidad que ha solucionado favorablemente su problema de la Sombra. El individuo debe elaborar su problemática moral fundamental antes de hallarse en condiciones de representar un factor colectivo responsable. La comprensión efectiva que de la propia imperfección trae aparejada la aceptación de la Sombra, es trabajo difícil, en que el individuo debe liberarse tanto del exclusivismo de una fijación pleromática como la de una identificación con los valores colectivos.
La reducción de la personalidad que implica la aceptación de la Sombra es sólo aparente. En verdad, lo único que queda reducido es la identificación ilusoria del Yo con lo Absoluto, es decir, una idealización irreal y parcial de la personalidad, simplemente torpedeada por la realidad y actividad opuestas del inconsciente. El sacrificio del ideal absoluto de perfección, enseñado por la antigua ética parcial, no conduce en modo alguno a una minoración del valor humano. Ya la sola desaparición de las consecuencias negativas de los fenómenos de escisión psíquica sería tan enorme ganancia para la vida, que la exigencia de la nueva ética de aceptar lo negativo quedaría sólo por ello justificada.
Con esto cae la acusación de que la nueva ética arranca del “impulso a hacerse más llevadero al propio ser” (1), e igualmente falso es el reproche de comodidad y oportunismo en oposición a la radicalidad y rigor de la exigencia absoluta de la antigua ética. Este rigorismo ético se ha limitado siempre a ser una ética parcial de la conciencia y nunca pudo realizar ni aun el intento de referirse a la personalidad total. Por otra parte, el peligro del rigorismo es extremadamente grande. Nos muestra constantemente la historia que la fatal influencia de la personalidad delincuente, sólo es igualada por otra categoría humana: la de los idealistas, dogmáticos y absolutistas radicales. Junto a Nerón y a César Borgia sólo se mantienen Torquemada y Robespierre.
La nueva ética reposa sobre la toma de conciencia de las fuerzas positivas y negativas de la estructura humana y sobre su incorporación consciente a la vida del individuo y de la comunidad. La Sombra que hemos de aceptar es el paria de la vida: la forma individual que el lado oscuro de la humanidad asume en mí y para mí, como parte de mi personalidad.
Mi cara sombreada es parte y exponente de la cara sombreada de la humanidad en general, y si ella es asocial y ávida, cruel y mala, pobre y miserable; si se me aparece como mendigo, negro o animal, entonces tras mi reconciliación con ella está mi reconciliación con el hermano oscuro de la humanidad en general, y en cuanto yo la acepto y me acepto en ella, acepto con ella también toda esa parte de la humanidad que, como Sombra mía, es “mi prójimo”.
El amor al prójimo de Jesús de Nazaret se hace aquí amor al prójimo como delincuente y Sombra. Este amor, en su restricción a una imagen personal interna, parece una forma paradojal del “amor propio”, en oposición al amor abnegado del nazareno. Pero el amor a la Sombra y su aceptación es, psicológicamente, sólo la base para una actitud ética realizable también respecto al Tú, al prójimo “exterior”.
La negación de lo negativo conduce a la psicología de la víctima expiatoria con su peculiar autojustificación, y a la vez, por lo tanto, a la negación del amor al prójimo. La ética cristiana, en oposición a la ética cristiana originaria de Jesús de Nazaret, nunca ha salvado tas escisión, porque se ha atenido de manera fundamentalmente dualista y cuasi-gnóstica, a una superación entre un hombre superior y un hombre inferior, a una dualidad entre este y aquel mundo en el hombre y en el cosmos.
Sólo en cuanto yo me experimento como oscuro -no como pecador- logro aceptar el Yo oscuro del otro, porque el conocimiento efectivo de lo que nos es común se realiza precisamente a través de mi ser-también-oscuro, y no sólo a través a mi ser-también-luminoso.
En la experiencia de sí por la vía analítica, cuyo primer estadio es la vinculación con la Sombra, el hombre se empobrece en ilusiones, pero también se enriquece en discernimiento y comprensión, pues la ampliación de la personalidad por la aceptación de la Sombra no sólo abre una nueva entrada a las propias profundidades, sino también, por consiguiente, al lado oscuro de la humanidad en general. La aceptación de la Sombra es un crecimiento en hondura en la dirección del propio abismo y con la pérdida de la fluctuante ilusión de un ideal del Yo se adquiere un nuevo ahondamiento, arraigo y firmeza de posición.
Notas
(1) Jaspers, Die geistige Situation der Zeit, p. 141. (Traducción española: Ambiente espiritual de nuestro tiempo.)
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
QUINTA ENTREGA
La nueva ética como ética total
La nueva ética rehúsa el predominio de una estructura parcial de la personalidad y exige la personalidad total como base de la conducta ética. Fundar la ética sobre la Sombra es tan unilateral como orientarla según los valores del Yo, y conduce a la supresión, acumulación e irrupción de las energías positivas opuestas sin que la inestabilidad de la estructura humana resultante sea menor que en la antigua ética. Una ética negativa y terrorista de dictadura y violencia y dirigida a la negación de la individualidad humana es “ética parcial” tanto como la judeocristiana y conduce a las mismas consecuencias, sólo que en ella lo que en el sentido de la antigua ética es positivo aquí ha de desempeñar el papel de victima expiatoria.
La nueva ética es “total” en dos sentidos: primero, porque, no siendo ya individualista, no considera la situación ética del individuo únicamente, sino toma en cuenta el efecto de la actitud individual sobre lo colectivo; segundo porque no es sólo una ética parcial de la conciencia, sino también toma en consideración el efecto de la actitud consciente sobre el inconsciente, poniendo así como portador de la responsabilidad no meramente al Yo como centro de la conciencia, sino a la personalidad total.
Ambas ampliaciones del punto de vista se hallan en estrecha conexión. La consideración de la Sombra, que en lo colectivo y externo hace a la responsabilidad ética tomar en cuenta al primitivo hombre-masa, corresponde en lo individual e interno a una relación de responsabilidad con el hombre-masa primitivo que pertenece a la constitución interna de toda personalidad.
Lo colectivo externo, con sus tendencias arcaicas, tiene su representante en el inconsciente colectivo de cada ser individual. Las tendencias e imágenes arcaicas del inconsciente colectivo, que representan el lado instintivo, son el sedimento de las experiencias ancestrales colectivas del hombre; el modo y manera en que desde los primeros tiempos reacciona y forma su experiencia. Pero este mismo inconsciente colectivo es también la fuerza que rige a las masas y halla en los fenómenos de masa colectivos su sedimento y expresión.
La nueva ética está bajo el signo de una mayor comprensión, verdad más total y conocimiento exento de ilusiones acerca de la naturaleza humana común, que es el auténtico logro de la psicología profunda. Para ella, la constelación del problema moral del individuo sólo surge de la conjunción del Yo y de la Sombra, y así amplía la responsabilidad personal hasta el inconsciente. Por lo menos hasta la región del inconsciente contenida en la imagen de la Sombra.
La responsabilidad respecto al grupo presupone una personalidad que ha solucionado favorablemente su problema de la Sombra. El individuo debe elaborar su problemática moral fundamental antes de hallarse en condiciones de representar un factor colectivo responsable. La comprensión efectiva que de la propia imperfección trae aparejada la aceptación de la Sombra, es trabajo difícil, en que el individuo debe liberarse tanto del exclusivismo de una fijación pleromática como la de una identificación con los valores colectivos.
La reducción de la personalidad que implica la aceptación de la Sombra es sólo aparente. En verdad, lo único que queda reducido es la identificación ilusoria del Yo con lo Absoluto, es decir, una idealización irreal y parcial de la personalidad, simplemente torpedeada por la realidad y actividad opuestas del inconsciente. El sacrificio del ideal absoluto de perfección, enseñado por la antigua ética parcial, no conduce en modo alguno a una minoración del valor humano. Ya la sola desaparición de las consecuencias negativas de los fenómenos de escisión psíquica sería tan enorme ganancia para la vida, que la exigencia de la nueva ética de aceptar lo negativo quedaría sólo por ello justificada.
Con esto cae la acusación de que la nueva ética arranca del “impulso a hacerse más llevadero al propio ser” (1), e igualmente falso es el reproche de comodidad y oportunismo en oposición a la radicalidad y rigor de la exigencia absoluta de la antigua ética. Este rigorismo ético se ha limitado siempre a ser una ética parcial de la conciencia y nunca pudo realizar ni aun el intento de referirse a la personalidad total. Por otra parte, el peligro del rigorismo es extremadamente grande. Nos muestra constantemente la historia que la fatal influencia de la personalidad delincuente, sólo es igualada por otra categoría humana: la de los idealistas, dogmáticos y absolutistas radicales. Junto a Nerón y a César Borgia sólo se mantienen Torquemada y Robespierre.
La nueva ética reposa sobre la toma de conciencia de las fuerzas positivas y negativas de la estructura humana y sobre su incorporación consciente a la vida del individuo y de la comunidad. La Sombra que hemos de aceptar es el paria de la vida: la forma individual que el lado oscuro de la humanidad asume en mí y para mí, como parte de mi personalidad.
Mi cara sombreada es parte y exponente de la cara sombreada de la humanidad en general, y si ella es asocial y ávida, cruel y mala, pobre y miserable; si se me aparece como mendigo, negro o animal, entonces tras mi reconciliación con ella está mi reconciliación con el hermano oscuro de la humanidad en general, y en cuanto yo la acepto y me acepto en ella, acepto con ella también toda esa parte de la humanidad que, como Sombra mía, es “mi prójimo”.
El amor al prójimo de Jesús de Nazaret se hace aquí amor al prójimo como delincuente y Sombra. Este amor, en su restricción a una imagen personal interna, parece una forma paradojal del “amor propio”, en oposición al amor abnegado del nazareno. Pero el amor a la Sombra y su aceptación es, psicológicamente, sólo la base para una actitud ética realizable también respecto al Tú, al prójimo “exterior”.
La negación de lo negativo conduce a la psicología de la víctima expiatoria con su peculiar autojustificación, y a la vez, por lo tanto, a la negación del amor al prójimo. La ética cristiana, en oposición a la ética cristiana originaria de Jesús de Nazaret, nunca ha salvado tas escisión, porque se ha atenido de manera fundamentalmente dualista y cuasi-gnóstica, a una superación entre un hombre superior y un hombre inferior, a una dualidad entre este y aquel mundo en el hombre y en el cosmos.
Sólo en cuanto yo me experimento como oscuro -no como pecador- logro aceptar el Yo oscuro del otro, porque el conocimiento efectivo de lo que nos es común se realiza precisamente a través de mi ser-también-oscuro, y no sólo a través a mi ser-también-luminoso.
En la experiencia de sí por la vía analítica, cuyo primer estadio es la vinculación con la Sombra, el hombre se empobrece en ilusiones, pero también se enriquece en discernimiento y comprensión, pues la ampliación de la personalidad por la aceptación de la Sombra no sólo abre una nueva entrada a las propias profundidades, sino también, por consiguiente, al lado oscuro de la humanidad en general. La aceptación de la Sombra es un crecimiento en hondura en la dirección del propio abismo y con la pérdida de la fluctuante ilusión de un ideal del Yo se adquiere un nuevo ahondamiento, arraigo y firmeza de posición.
Notas
(1) Jaspers, Die geistige Situation der Zeit, p. 141. (Traducción española: Ambiente espiritual de nuestro tiempo.)
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