LA NUEVA ÉTICA
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
CUARTA ENTREGA
La quiebra del mundo colectivo de valores y las reacciones de huida
Pueden distinguirse dos formas fundamentales de reacción, que en el hombre individual característicamente aparecen acopladas a menudo.
Una de ellas es la reacción deflacionista; esta es de tipo colectivista y desvaloriza al individuo y al Yo. La otra es la inflacionista; es individualista, y los sobrestima y sobrevalora. Ambas son tentativas inconscientes de rehuir el auténtico problema; ambas tienen en común el querer eludir engañosamente la necesidad de una nueva actitud ética para resolver los conflictos que acucian al hombre moderno.
La primera propuesta al sacudimiento del antiguo orden de valores es nihilista y negativista y comprende en sí múltiples formas de deflación de la autovaloración humana. El ideal de la bestia rubia y el principio de la “conciencia como fatalidad” (1), así como la ideología del suelo y de la sangre, son variantes de esta reacción catastrófica. A todas ellas es común el “saber” acerca de la invalidez del mundo de valores de la conciencia y la reacción conscientemente hostil a ese conocimiento. Si el mundo de valores de la conciencia es ilusorio, toda renovación por medio de la conciencia es imposible y debe renunciarse a ella. Aparece entonces una identificación del Yo con los antivalores colectivos, en oposición a la identificación del Yo con los valores colectivos que caracterizaba a la antigua ética.
Conciencia y conocimiento se convierten así en seudomagnitudes, y mientras todavía en A. Adler lo inconsciente aparecía como un ardid de la conciencia, es decir, como una dependencia de esta, la reacción nihilista, inversamente, hace de la conciencia un ardid de lo inconsciente. La conciencia es entonces sólo un medio para el afloramiento de fuerzas impulsivas inconscientes y el espíritu y el conocimiento sólo valen como instrumentos de cualquier constelación de impulsos de grupo o del individuo.
Esta reacción nihilista es una radicalización de la tendencia materialista que pertenece igualmente al conjunto de síntomas de la irrupción del lado oscuro del mundo occidental. También en las direcciones de orientación materialista se llega a la reducción y deflación de la autovaloración del hombre, en cuanto la conciencia y el lado del espíritu y los valores se convierten en el epifenómeno de una infraestructura de la otra índole. Así como los valores se ven sociológicamente sólo como ideologías y superestructuras de lo “realmente” dado, así también los hechos culturales se ven psicoanalíticamente como los “inauténticos” productos de compromiso de una estructura psíquica que es por esencia inconsciente.
En todos los casos, tal posición fundamental pesimista-deflacionista es expresión de un profundo sacudimiento de la conciencia por la experiencia del lado de la Sombra del mundo. Mientras la ética judeocristiana experimentaba los contrastes en modo dualista, sea en el sufrimiento o en la lucha contra “el otro lado”, la reacción nihilista es monística negativa, es decir, reduce el principio de las oposiciones a una estructura fundamental materialista, por ejemplo, y explica uno de los términos de la oposición, el espíritu, como epifenómeno.
La otra forma de reacción, la inflacionista, es monista también, pero con signo contrario. Puede caracterizársela como pleromática-mística. Es una concepción del mundo que precisamente en nuestra época se ha hecho particularmente notable. En ella se trata de pasar por alto la realidad como algo dado. Es “pleromática” en el sentido de que el Pleroma (2), la plenitud de lo divino en su estado precósmico, en que la Divinidad no se ha manifestado aun en el mundo, se la ve como el estado “auténtico” del cosmos. Es mística, porque la conexión o la unión con el Pleroma sólo ha de alcanzarse mística o imaginariamente.
La reacción pleromático-mística entra por lo general en conexión con elementos escatológicos, es decir, con tendencias a anticipar utópicamente un estado de liberación que, históricamente, las religiones sólo ponen al fin de los tiempos. En esta reacción obra, junto con restos de la antigua ética, una psicología de postrimerías y liberación que presenta como ya alcanzado un más allá de todos los opuestos. Con la expansión místico-inflacionista del individuo, que entra a unificarse con el Pleroma, el Espíritu primordial, la Divinidad, etc., planea y se disuelve entonces en lo ilimitado y absoluto, el Yo procura imaginariamente eludir la problemática de lo oscuro y la Sombra en el mundo. Típica de esta concepción es hoy la Christian Science (“Ciencia Cristiana”), que simplemente niega lo negativo, pero algo semejante se encuentra en muchos movimientos místicos, sectarios y políticos.
La reacción pleromática y la nihilista ante el problema de la Sombra en el hombre moderno aparecen a menudo vinculadas; acoplamiento que hallamos prefigurado con muchos caracteres análogos en muchas sectas gnósticas. La tendencia pleromático-mística se presenta de manera más clara en los movimientos colectivistas que presumen traer la liberación, y en cierto sentido lo hacen, pues consideran al individuo como pleromáticamente cumplido y lo exaltan así a un estado en que se siente liberado. De esta manera se recolectiviza al individuo, es decir, se lo torna nuevamente parte de la masa colectiva, y, en cuando se lo exime de su responsabilidad individual, queda a la vez liberado de su aislamiento. La liberación del individuo de los problemas morales y la aceptación de su responsabilidad por parte de la colectividad está en la base de todo movimiento colectivo. Este carácter liberador ha tomado hoy principalmente forma política, pero no es difícil reconocer cómo y hasta qué punto la política es aquí “opio para el pueblo” y un sustituto de la religión. En la fe en la doctrina, para el líder y el libertador el componente de la realización pleromática es tan vigoroso, que el problema moral parece resuelto, lo que, a través de la recolectivización de la conciencia individual, conduce a la disolución de esta y a la moral insanity de lo colectivo como consecuencia de la reacción pleromático-mística.
Este fenómeno aparece con máxima claridad en el nacionalsocialismo, pero la fanatización y colectivización políticas presentan doquiera fenómenos correspondientes. La figura del líder queda identificada con la del salvador, con la personalidad-mana del inconsciente colectivo (3), y se instituye una doctrina como doctrina de salvación. Con la aceptación de esta doctrina la conciencia del individuo como fuente de decisiones morales resulta abolida por la personalidad-mana, y la figura del salvador que la reemplaza queda identificada con el Espíritu primordial superior a los valores. Con ello se disuelve la personalidad, se olvida la Sombra y se arroja al individuo, convertido en espectro, a los brazos de la enfermedad mental. Conocemos este fenómeno por la psicología de los delirios místicos y hemos de interpretar en este sentido una serie de correspondientes fenómenos colectivos que se dan en nuestra época.
Tanto la reacción nihilista como la pleromática tienden a un monismo en que se trata de anonadar el principio de oposiciones que engendra el problema moral, y sublimar a uno de los dos polos. Mientras que en la reacción nihilista el lado del espíritu se convierte en epifenómeno de la materia, en la concepción pleromática el espíritu constituye la existencia genuina y el mundo material pasa a ser sólo un epifenómeno de aquel, fácilmente desdeñable; el mundo se convierte en algo que podría llamarse un error de perspectiva.
Una última forma de reacción ante la urgencia que va tomando el problema de la Sombra es, en fin, el esfuerzo por permanecer libre de los valores y concebir la vida al modo behaviorista o libertino o utilitario. Es la tentativa de desatar nuevamente el mundo de lo oscuro y evitar así la inevitable crisis de la conciencia que trae consigo el problema del mal cuando, de cualquier modo que fuere, se lo encara seriamente.
Esta forma de no reacción aparece por lo general como fusión, es decir, amalgamada con las otras actitudes. Por una especie de política de avestruz, se procura, frente al mal, eliminar el problema moral, en parte reduciéndolo al modo materialista, en parte proyectándolo a otros sectores de lo dado. Típico es que también en esta actitud el hombre se rehusa asumir el mal sobre sí, mientras que de hecho, empero, le da su consentimiento en todo el ámbito de la propia acción.
Ambas reacciones, que tratan de evitar el problema de la Sombra, la colectivista y la individualista-pleromática-mística, son tentativas extremas de identificarse con uno de los polos de la oposición que constituyen el conflicto: la masa o la élite. En el colectivismo, se sacrifica la conciencia del Yo y el mundo de los valores; en la tendencia pleromática-mística, el hombre-masa y la Sombra.
Ninguna de las dos reacciones está en condiciones de eliminar del mundo y resolver la realidad del problema de la Sombra que se le plantea al hombre moderno. Pero el movimiento colectivista, que tiende al nihilismo, lo mismo que el pleromático, que tiene a menudo un matiz liberal-ilusionista, son particularmente peligrosos en la existencia política y social por la inestabilidad de sus representantes.
El análisis, no sólo del individuo sino también de las direcciones colectivas, muestra constantemente que cada una de esas reacciones se confunde con la opuesta: que secretamente, el colectivista es un pleromático-místico y el pleromático un nihilista. Esta mezcla, comprensible por la tendencia equilibradora inconsciente, vigoriza la labilidad de sus representantes y los convierte, pese a su aparente seguridad dogmática, en fáciles víctimas de cualquier infección antagónica.
Por su escisión interna, los individuos dogmáticamente unilaterales constituyen una capa humana intermedia sumamente insegura, que fracasa y no puede sino fracasar en cualquier situación de auténtica lucha o decisión. El ejemplo clásico de este fracaso está dado por el estrato burgués, que pertenece a los representantes de la antigua ética, por ejemplo en Alemania, con un notable cuño pleromático-idealista. El fracaso de esta capa social -por lo demás, no sólo en Alemania, como nos enseñará el futuro- permaneció enigmático. Su voluntad moral consciente parecía hacer de los representantes de este grupo individuos éticos y campeones de la antigua ética, pero en realidad estaban inconscientemente dominados en gran parte por la actitud opuesta, que habían conscientemente suprimido. Tales individuos y grupos unilateralmente orientados pertenecen siempre fundamentalmente y sin saberlo a la “quinta columna”, al frente contrario a su propia ideología consciente, porque en ellos la Sombra está más vigorosamente animada que el Yo ético del sistema consciente. En la decisión, los hombres de este grupo se vuelven y se pasan al lado opuesto. Este pactar con las fuerzas opuestas tiene su fundamento más hondo en la escisión psíquica que los afecta.
Encontramos la labilidad de actitud condicionada por la inconsciente posición contraria no sólo en el hombre medio, que, como parte de la masa, constituye la multitud de secuaces de todos los “movimientos”, sino, lo que es más fatal todavía, entre los llamados dirigentes, tanto entre educadores y maestros como entre estadistas.
La incapacidad de los estadistas, que tan cruel y horrorosamente visible se ha hecho para el hombre moderno, radica, en lo esencial, en su insuficiencia como hombres, es decir, en su estructura psíquica moralmente socavada, que los ha conducido a un completo fracaso en todas las determinaciones reales. El hecho de que los estadistas dirigentes no sean sometidos a prueba en cuanto a sus cualidades morales y humanas resultará, en tiempos futuros tan grotesco como grotesco nos resultaría hoy nombrar a un individuo portador de la difteria director de una casa-cuna.
La incapacidad moral, en el sentido de la nueva ética, de un hombre de Estado no consiste en que, en el orden consciente, no sea una personalidad éticamente inobjetable, aunque tampoco para esto existe garantía alguna; sino que esa incapacidad tiene como factor decisivo, y a menudo catastrófico, el lado inconsciente de la Sombra y la consiguiente orientación ilusionista de la conciencia.
Éticamente inobjetable, sólo es, en el sentido de la nueva ética, el hombre que ha aceptado su Sombra, es decir, que ha hecho consciente su propio lado negativo. El peligro que amenaza a la humanidad constantemente y que hasta ahora ha dominado la historia reside en la “inmunidad” de los dirigentes, que pueden ser ciertamente íntegros en el sentido de la antigua ética, pero cuyas contradicciones inconscientes, no tomadas en cuenta, han hecho más “historia” que sus conciencias. Precisamente porque sabemos hoy que, si no siempre, a menudo lo inconsciente determinará más vigorosamente la vida de un hombre que su conciencia, su voluntad y su intención, no podemos ya en modo alguno darnos por contentos con la llamada “buena intención” moral, que es un síntoma de la conciencia psicológica. Pero que, al contrario, la aceptación de la Sombra no ha de realizarse por una identificación con ella, parece que va de suyo; sin embargo, como lo enseña la historia de la irrupción del lado oscuro en occidente, han aparecido también tales inversiones de la antigua ética, paralelas a los cultos del mal medievales, y han hecho historia.
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
CUARTA ENTREGA
La quiebra del mundo colectivo de valores y las reacciones de huida
Pueden distinguirse dos formas fundamentales de reacción, que en el hombre individual característicamente aparecen acopladas a menudo.
Una de ellas es la reacción deflacionista; esta es de tipo colectivista y desvaloriza al individuo y al Yo. La otra es la inflacionista; es individualista, y los sobrestima y sobrevalora. Ambas son tentativas inconscientes de rehuir el auténtico problema; ambas tienen en común el querer eludir engañosamente la necesidad de una nueva actitud ética para resolver los conflictos que acucian al hombre moderno.
La primera propuesta al sacudimiento del antiguo orden de valores es nihilista y negativista y comprende en sí múltiples formas de deflación de la autovaloración humana. El ideal de la bestia rubia y el principio de la “conciencia como fatalidad” (1), así como la ideología del suelo y de la sangre, son variantes de esta reacción catastrófica. A todas ellas es común el “saber” acerca de la invalidez del mundo de valores de la conciencia y la reacción conscientemente hostil a ese conocimiento. Si el mundo de valores de la conciencia es ilusorio, toda renovación por medio de la conciencia es imposible y debe renunciarse a ella. Aparece entonces una identificación del Yo con los antivalores colectivos, en oposición a la identificación del Yo con los valores colectivos que caracterizaba a la antigua ética.
Conciencia y conocimiento se convierten así en seudomagnitudes, y mientras todavía en A. Adler lo inconsciente aparecía como un ardid de la conciencia, es decir, como una dependencia de esta, la reacción nihilista, inversamente, hace de la conciencia un ardid de lo inconsciente. La conciencia es entonces sólo un medio para el afloramiento de fuerzas impulsivas inconscientes y el espíritu y el conocimiento sólo valen como instrumentos de cualquier constelación de impulsos de grupo o del individuo.
Esta reacción nihilista es una radicalización de la tendencia materialista que pertenece igualmente al conjunto de síntomas de la irrupción del lado oscuro del mundo occidental. También en las direcciones de orientación materialista se llega a la reducción y deflación de la autovaloración del hombre, en cuanto la conciencia y el lado del espíritu y los valores se convierten en el epifenómeno de una infraestructura de la otra índole. Así como los valores se ven sociológicamente sólo como ideologías y superestructuras de lo “realmente” dado, así también los hechos culturales se ven psicoanalíticamente como los “inauténticos” productos de compromiso de una estructura psíquica que es por esencia inconsciente.
En todos los casos, tal posición fundamental pesimista-deflacionista es expresión de un profundo sacudimiento de la conciencia por la experiencia del lado de la Sombra del mundo. Mientras la ética judeocristiana experimentaba los contrastes en modo dualista, sea en el sufrimiento o en la lucha contra “el otro lado”, la reacción nihilista es monística negativa, es decir, reduce el principio de las oposiciones a una estructura fundamental materialista, por ejemplo, y explica uno de los términos de la oposición, el espíritu, como epifenómeno.
La otra forma de reacción, la inflacionista, es monista también, pero con signo contrario. Puede caracterizársela como pleromática-mística. Es una concepción del mundo que precisamente en nuestra época se ha hecho particularmente notable. En ella se trata de pasar por alto la realidad como algo dado. Es “pleromática” en el sentido de que el Pleroma (2), la plenitud de lo divino en su estado precósmico, en que la Divinidad no se ha manifestado aun en el mundo, se la ve como el estado “auténtico” del cosmos. Es mística, porque la conexión o la unión con el Pleroma sólo ha de alcanzarse mística o imaginariamente.
La reacción pleromático-mística entra por lo general en conexión con elementos escatológicos, es decir, con tendencias a anticipar utópicamente un estado de liberación que, históricamente, las religiones sólo ponen al fin de los tiempos. En esta reacción obra, junto con restos de la antigua ética, una psicología de postrimerías y liberación que presenta como ya alcanzado un más allá de todos los opuestos. Con la expansión místico-inflacionista del individuo, que entra a unificarse con el Pleroma, el Espíritu primordial, la Divinidad, etc., planea y se disuelve entonces en lo ilimitado y absoluto, el Yo procura imaginariamente eludir la problemática de lo oscuro y la Sombra en el mundo. Típica de esta concepción es hoy la Christian Science (“Ciencia Cristiana”), que simplemente niega lo negativo, pero algo semejante se encuentra en muchos movimientos místicos, sectarios y políticos.
La reacción pleromática y la nihilista ante el problema de la Sombra en el hombre moderno aparecen a menudo vinculadas; acoplamiento que hallamos prefigurado con muchos caracteres análogos en muchas sectas gnósticas. La tendencia pleromático-mística se presenta de manera más clara en los movimientos colectivistas que presumen traer la liberación, y en cierto sentido lo hacen, pues consideran al individuo como pleromáticamente cumplido y lo exaltan así a un estado en que se siente liberado. De esta manera se recolectiviza al individuo, es decir, se lo torna nuevamente parte de la masa colectiva, y, en cuando se lo exime de su responsabilidad individual, queda a la vez liberado de su aislamiento. La liberación del individuo de los problemas morales y la aceptación de su responsabilidad por parte de la colectividad está en la base de todo movimiento colectivo. Este carácter liberador ha tomado hoy principalmente forma política, pero no es difícil reconocer cómo y hasta qué punto la política es aquí “opio para el pueblo” y un sustituto de la religión. En la fe en la doctrina, para el líder y el libertador el componente de la realización pleromática es tan vigoroso, que el problema moral parece resuelto, lo que, a través de la recolectivización de la conciencia individual, conduce a la disolución de esta y a la moral insanity de lo colectivo como consecuencia de la reacción pleromático-mística.
Este fenómeno aparece con máxima claridad en el nacionalsocialismo, pero la fanatización y colectivización políticas presentan doquiera fenómenos correspondientes. La figura del líder queda identificada con la del salvador, con la personalidad-mana del inconsciente colectivo (3), y se instituye una doctrina como doctrina de salvación. Con la aceptación de esta doctrina la conciencia del individuo como fuente de decisiones morales resulta abolida por la personalidad-mana, y la figura del salvador que la reemplaza queda identificada con el Espíritu primordial superior a los valores. Con ello se disuelve la personalidad, se olvida la Sombra y se arroja al individuo, convertido en espectro, a los brazos de la enfermedad mental. Conocemos este fenómeno por la psicología de los delirios místicos y hemos de interpretar en este sentido una serie de correspondientes fenómenos colectivos que se dan en nuestra época.
Tanto la reacción nihilista como la pleromática tienden a un monismo en que se trata de anonadar el principio de oposiciones que engendra el problema moral, y sublimar a uno de los dos polos. Mientras que en la reacción nihilista el lado del espíritu se convierte en epifenómeno de la materia, en la concepción pleromática el espíritu constituye la existencia genuina y el mundo material pasa a ser sólo un epifenómeno de aquel, fácilmente desdeñable; el mundo se convierte en algo que podría llamarse un error de perspectiva.
Una última forma de reacción ante la urgencia que va tomando el problema de la Sombra es, en fin, el esfuerzo por permanecer libre de los valores y concebir la vida al modo behaviorista o libertino o utilitario. Es la tentativa de desatar nuevamente el mundo de lo oscuro y evitar así la inevitable crisis de la conciencia que trae consigo el problema del mal cuando, de cualquier modo que fuere, se lo encara seriamente.
Esta forma de no reacción aparece por lo general como fusión, es decir, amalgamada con las otras actitudes. Por una especie de política de avestruz, se procura, frente al mal, eliminar el problema moral, en parte reduciéndolo al modo materialista, en parte proyectándolo a otros sectores de lo dado. Típico es que también en esta actitud el hombre se rehusa asumir el mal sobre sí, mientras que de hecho, empero, le da su consentimiento en todo el ámbito de la propia acción.
Ambas reacciones, que tratan de evitar el problema de la Sombra, la colectivista y la individualista-pleromática-mística, son tentativas extremas de identificarse con uno de los polos de la oposición que constituyen el conflicto: la masa o la élite. En el colectivismo, se sacrifica la conciencia del Yo y el mundo de los valores; en la tendencia pleromática-mística, el hombre-masa y la Sombra.
Ninguna de las dos reacciones está en condiciones de eliminar del mundo y resolver la realidad del problema de la Sombra que se le plantea al hombre moderno. Pero el movimiento colectivista, que tiende al nihilismo, lo mismo que el pleromático, que tiene a menudo un matiz liberal-ilusionista, son particularmente peligrosos en la existencia política y social por la inestabilidad de sus representantes.
El análisis, no sólo del individuo sino también de las direcciones colectivas, muestra constantemente que cada una de esas reacciones se confunde con la opuesta: que secretamente, el colectivista es un pleromático-místico y el pleromático un nihilista. Esta mezcla, comprensible por la tendencia equilibradora inconsciente, vigoriza la labilidad de sus representantes y los convierte, pese a su aparente seguridad dogmática, en fáciles víctimas de cualquier infección antagónica.
Por su escisión interna, los individuos dogmáticamente unilaterales constituyen una capa humana intermedia sumamente insegura, que fracasa y no puede sino fracasar en cualquier situación de auténtica lucha o decisión. El ejemplo clásico de este fracaso está dado por el estrato burgués, que pertenece a los representantes de la antigua ética, por ejemplo en Alemania, con un notable cuño pleromático-idealista. El fracaso de esta capa social -por lo demás, no sólo en Alemania, como nos enseñará el futuro- permaneció enigmático. Su voluntad moral consciente parecía hacer de los representantes de este grupo individuos éticos y campeones de la antigua ética, pero en realidad estaban inconscientemente dominados en gran parte por la actitud opuesta, que habían conscientemente suprimido. Tales individuos y grupos unilateralmente orientados pertenecen siempre fundamentalmente y sin saberlo a la “quinta columna”, al frente contrario a su propia ideología consciente, porque en ellos la Sombra está más vigorosamente animada que el Yo ético del sistema consciente. En la decisión, los hombres de este grupo se vuelven y se pasan al lado opuesto. Este pactar con las fuerzas opuestas tiene su fundamento más hondo en la escisión psíquica que los afecta.
Encontramos la labilidad de actitud condicionada por la inconsciente posición contraria no sólo en el hombre medio, que, como parte de la masa, constituye la multitud de secuaces de todos los “movimientos”, sino, lo que es más fatal todavía, entre los llamados dirigentes, tanto entre educadores y maestros como entre estadistas.
La incapacidad de los estadistas, que tan cruel y horrorosamente visible se ha hecho para el hombre moderno, radica, en lo esencial, en su insuficiencia como hombres, es decir, en su estructura psíquica moralmente socavada, que los ha conducido a un completo fracaso en todas las determinaciones reales. El hecho de que los estadistas dirigentes no sean sometidos a prueba en cuanto a sus cualidades morales y humanas resultará, en tiempos futuros tan grotesco como grotesco nos resultaría hoy nombrar a un individuo portador de la difteria director de una casa-cuna.
La incapacidad moral, en el sentido de la nueva ética, de un hombre de Estado no consiste en que, en el orden consciente, no sea una personalidad éticamente inobjetable, aunque tampoco para esto existe garantía alguna; sino que esa incapacidad tiene como factor decisivo, y a menudo catastrófico, el lado inconsciente de la Sombra y la consiguiente orientación ilusionista de la conciencia.
Éticamente inobjetable, sólo es, en el sentido de la nueva ética, el hombre que ha aceptado su Sombra, es decir, que ha hecho consciente su propio lado negativo. El peligro que amenaza a la humanidad constantemente y que hasta ahora ha dominado la historia reside en la “inmunidad” de los dirigentes, que pueden ser ciertamente íntegros en el sentido de la antigua ética, pero cuyas contradicciones inconscientes, no tomadas en cuenta, han hecho más “historia” que sus conciencias. Precisamente porque sabemos hoy que, si no siempre, a menudo lo inconsciente determinará más vigorosamente la vida de un hombre que su conciencia, su voluntad y su intención, no podemos ya en modo alguno darnos por contentos con la llamada “buena intención” moral, que es un síntoma de la conciencia psicológica. Pero que, al contrario, la aceptación de la Sombra no ha de realizarse por una identificación con ella, parece que va de suyo; sin embargo, como lo enseña la historia de la irrupción del lado oscuro en occidente, han aparecido también tales inversiones de la antigua ética, paralelas a los cultos del mal medievales, y han hecho historia.
Notas
(1) Seidel, Bewusstsein ats Verhängis (La conciencia como fatalidad).
(2) Término propio del gnosticismo, en el que el cosmos aparece como "despliegue" de la rea;idad divina. *N. del T.)
(3) C. G. Jung, El Yo y lo inconsciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario