LA NUEVA ÉTICA
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
TERCERA ENTREGA
La irrupción del lado oscuro en Occidente y sus consecuencias
Por invasión del lado oscuro en la conciencia de Occidente entendemos el hecho de que en el curso de los últimos ciento cincuenta años el fenómeno de lo “oscuro” se ha hecho visible en muchos terrenos simultáneamente, y se ha convertido en problema. Este fenómeno está condicionado por lo que hemos denominado el proceso de masificación de Occidente, que condujo a una vigorización del fenómeno de lo colectivo a un predominio cada vez más evidente del acaecer colectivo sobre el individual.
La invasión del lado oscuro corresponde a un fundamental desplazamiento de la balanza psíquica hacia lo bajo, hacia la tierra, tal como hasta ahora el mundo occidental cristiano no ha conocido ni pudo conocer. El descubrimiento del “hombre abominable”, del desdichado, del malvado y del primitivo, toma lugar tan grande en la vida cultural de nuestra época, que uno, por lo común, apenas se lo explica. El descubrimiento de la naturaleza primitiva del hombre es lo decisivo aquí. El mundo de los primitivos, la prehistoria y la protohistoria humanas dan ahora al hombre una nueva posición en el mundo y el cosmos, le muestran el oscuro suelo en que tiene sus raíces y parecen destruir radicalmente como ilusorias su semejanza con Dios y su posición como centro del mundo.
El “condicionamiento por la naturaleza”: herencia y constitución, el hombre-masa y la estructura impulsiva del individuo, lo inconsciente como determinante decisivo -todos estos factores, en un avasallador y unívoco significado, en su innegable alcance para la posición del Yo individual- apuntan a una misma dirección: el reconocimiento del lado oscuro. El descalabro del antiguo mundo comprende la “demostración” darwiniana del parentesco entre hombre y mono, la crítica bíblica y la tesis del espíritu como epifenómeno de lo económico, así como el “más allá del bien y del mal” nietzscheano y el “futuro de una ilusión” de Freud. Secularización, materialismo, empirismo y relativismo son los correspondientes conceptos que interpretan este difícil punto de inflexión, particularmente en contraste con el hombre cristiano medieval y su orientación cósmica.
En ninguna época de la historia ha aparecido de tal manera el lado oscuro en el primer plano de interés. El hombre enfermo, el psicópata y el loco, el degenerado y el lisiado, el anormal y el criminal suscitan el interés del hombre de hoy. No sólo la investigación sino también las instituciones oficiales empiezan a ocuparse en esos grupos humanos, a menudo con una fascinación que parece casi perversa cuando se la compara con la falta de interés por el hombre normal y su indigencia.
En conformidad con este acontecer general, lo abominable, lo disonante y el mal penetran en el arte. El camino desde Mozart y Beethoven a la música atonal y el correspondiente proceso de disolución y cambio en la literatura y la plástica son expresiones de esta quiebra del viejo mundo y de su orden de valores aun en el plano de lo estético. Y no ha de pensarse sólo en los grandes revolucionarios, por ejemplo en Dostoievski, para quien la enfermedad, el mal y el abismo humano están en el centro de la desesperación. También el fenómeno mundial de la novela y el film policiales y de aventura forma parte de esta -siniestra- conexión.
Sería excesivo decir que ninguna de las épocas anteriores ha visto este aspecto de lo humano. Las religiones de salvación, y el cristianismo entre ellas, siempre se han dirigido hacia él. Pero mientras en las primeras épocas se veían los estratos profundos del hombre como lo malo y necesitado de salvación y se procuraba negarlos, expulsarlos y eliminarlos del canon de valores, hoy ese aspecto del mundo ejerce una fascinación siniestra y peligrosa. Esta fascinación ejercida por el lado oscuro sobre el hombre moderno “quiere” algo de éste; no es permitido pasarla por alto ni descartarla simplemente. En su oscuridad está el peligro, pero también la oportunidad de cualquier futuro desarrollo de Occidente, aun cuando al principio, incuestionablemente, aparece en primer plano su carácter morboso y destructivo.
El occidental de nuestra época se reconoce biológica, histórica, sociológica y psicológicamente condicionado; conoce su dependencia tanto respecto a lo corpóreo como respecto a los factores políticos y económicos, y por ello está profundamente penetrado por lo inseguro y dudoso de su posición ideológica y espiritual. Este acondicionamiento, en verdad -y sólo entonces la situación se torna realmente peligrosa- no siempre le es plenamente consciente como individuo, como Yo; pero constituye la atmósfera de su vida y el fundamento de su inseguridad existencial. El sobrepeso de todo lo colectivo así como la experiencia de la índole condicionada de la estructura individual sacude la posición del individuo, y una psicología de las masas que niega a éste toda significación priva al Yo de su último apoyo y coraje.
Esto ocurre especialmente cuando la estructura de la conciencia y del Yo se experimenta como dependiente de algo psíquico inconsciente que en todos y cada uno se muestra más vigoroso y dominante. Esta irrupción del lado oscuro, empero, nunca se había hecho individualmente consciente para el hombre occidental, salvo el caso de sus representantes de genio, hasta la creación de la psicología profunda. Al contrario: la inflación del Yo, en la cual ha insistido el desarrollo de Occidente desde el Renacimiento, sigue sellando la imagen del mundo del individuo. O sea: el sentimiento o el presentimiento de un peligro y una inseguridad existenciales coexisten con la “seguridad” de un Yo que cree poder hacerlo, saberlo y ordenarlo todo con la divisa: “donde hay una voluntad, hay un camino”. Con la creciente acentuación de estas posiciones en contraste: la autoseguridad del Yo y la pujanza cada vez mayor del lado oscuro, se llega a una escisión de la personalidad en el individuo, y con ello también en el grupo.
Así, el sacudimiento colectivo del hombre moderno, precisamente cuando permanece inconsciente y no elaborado, es decir, no convertido en experiencia propia individual, conduce a una serie de peligrosas reacciones, que marcan la imagen colectiva e indi vidual de nuestra época y nuestros coetáneos.
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
TERCERA ENTREGA
La irrupción del lado oscuro en Occidente y sus consecuencias
Por invasión del lado oscuro en la conciencia de Occidente entendemos el hecho de que en el curso de los últimos ciento cincuenta años el fenómeno de lo “oscuro” se ha hecho visible en muchos terrenos simultáneamente, y se ha convertido en problema. Este fenómeno está condicionado por lo que hemos denominado el proceso de masificación de Occidente, que condujo a una vigorización del fenómeno de lo colectivo a un predominio cada vez más evidente del acaecer colectivo sobre el individual.
La invasión del lado oscuro corresponde a un fundamental desplazamiento de la balanza psíquica hacia lo bajo, hacia la tierra, tal como hasta ahora el mundo occidental cristiano no ha conocido ni pudo conocer. El descubrimiento del “hombre abominable”, del desdichado, del malvado y del primitivo, toma lugar tan grande en la vida cultural de nuestra época, que uno, por lo común, apenas se lo explica. El descubrimiento de la naturaleza primitiva del hombre es lo decisivo aquí. El mundo de los primitivos, la prehistoria y la protohistoria humanas dan ahora al hombre una nueva posición en el mundo y el cosmos, le muestran el oscuro suelo en que tiene sus raíces y parecen destruir radicalmente como ilusorias su semejanza con Dios y su posición como centro del mundo.
El “condicionamiento por la naturaleza”: herencia y constitución, el hombre-masa y la estructura impulsiva del individuo, lo inconsciente como determinante decisivo -todos estos factores, en un avasallador y unívoco significado, en su innegable alcance para la posición del Yo individual- apuntan a una misma dirección: el reconocimiento del lado oscuro. El descalabro del antiguo mundo comprende la “demostración” darwiniana del parentesco entre hombre y mono, la crítica bíblica y la tesis del espíritu como epifenómeno de lo económico, así como el “más allá del bien y del mal” nietzscheano y el “futuro de una ilusión” de Freud. Secularización, materialismo, empirismo y relativismo son los correspondientes conceptos que interpretan este difícil punto de inflexión, particularmente en contraste con el hombre cristiano medieval y su orientación cósmica.
En ninguna época de la historia ha aparecido de tal manera el lado oscuro en el primer plano de interés. El hombre enfermo, el psicópata y el loco, el degenerado y el lisiado, el anormal y el criminal suscitan el interés del hombre de hoy. No sólo la investigación sino también las instituciones oficiales empiezan a ocuparse en esos grupos humanos, a menudo con una fascinación que parece casi perversa cuando se la compara con la falta de interés por el hombre normal y su indigencia.
En conformidad con este acontecer general, lo abominable, lo disonante y el mal penetran en el arte. El camino desde Mozart y Beethoven a la música atonal y el correspondiente proceso de disolución y cambio en la literatura y la plástica son expresiones de esta quiebra del viejo mundo y de su orden de valores aun en el plano de lo estético. Y no ha de pensarse sólo en los grandes revolucionarios, por ejemplo en Dostoievski, para quien la enfermedad, el mal y el abismo humano están en el centro de la desesperación. También el fenómeno mundial de la novela y el film policiales y de aventura forma parte de esta -siniestra- conexión.
Sería excesivo decir que ninguna de las épocas anteriores ha visto este aspecto de lo humano. Las religiones de salvación, y el cristianismo entre ellas, siempre se han dirigido hacia él. Pero mientras en las primeras épocas se veían los estratos profundos del hombre como lo malo y necesitado de salvación y se procuraba negarlos, expulsarlos y eliminarlos del canon de valores, hoy ese aspecto del mundo ejerce una fascinación siniestra y peligrosa. Esta fascinación ejercida por el lado oscuro sobre el hombre moderno “quiere” algo de éste; no es permitido pasarla por alto ni descartarla simplemente. En su oscuridad está el peligro, pero también la oportunidad de cualquier futuro desarrollo de Occidente, aun cuando al principio, incuestionablemente, aparece en primer plano su carácter morboso y destructivo.
El occidental de nuestra época se reconoce biológica, histórica, sociológica y psicológicamente condicionado; conoce su dependencia tanto respecto a lo corpóreo como respecto a los factores políticos y económicos, y por ello está profundamente penetrado por lo inseguro y dudoso de su posición ideológica y espiritual. Este acondicionamiento, en verdad -y sólo entonces la situación se torna realmente peligrosa- no siempre le es plenamente consciente como individuo, como Yo; pero constituye la atmósfera de su vida y el fundamento de su inseguridad existencial. El sobrepeso de todo lo colectivo así como la experiencia de la índole condicionada de la estructura individual sacude la posición del individuo, y una psicología de las masas que niega a éste toda significación priva al Yo de su último apoyo y coraje.
Esto ocurre especialmente cuando la estructura de la conciencia y del Yo se experimenta como dependiente de algo psíquico inconsciente que en todos y cada uno se muestra más vigoroso y dominante. Esta irrupción del lado oscuro, empero, nunca se había hecho individualmente consciente para el hombre occidental, salvo el caso de sus representantes de genio, hasta la creación de la psicología profunda. Al contrario: la inflación del Yo, en la cual ha insistido el desarrollo de Occidente desde el Renacimiento, sigue sellando la imagen del mundo del individuo. O sea: el sentimiento o el presentimiento de un peligro y una inseguridad existenciales coexisten con la “seguridad” de un Yo que cree poder hacerlo, saberlo y ordenarlo todo con la divisa: “donde hay una voluntad, hay un camino”. Con la creciente acentuación de estas posiciones en contraste: la autoseguridad del Yo y la pujanza cada vez mayor del lado oscuro, se llega a una escisión de la personalidad en el individuo, y con ello también en el grupo.
Así, el sacudimiento colectivo del hombre moderno, precisamente cuando permanece inconsciente y no elaborado, es decir, no convertido en experiencia propia individual, conduce a una serie de peligrosas reacciones, que marcan la imagen colectiva e indi vidual de nuestra época y nuestros coetáneos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario