RICARDO AROCENA
"99,9999994 %" JULIO CASTRO
El presente artículo fue divulgado con el título de "Crónicas del pasado reciente", por primera vez en septiembre de 1998, es decir hace más de 13 años, en un periódico barrial que era repartido en la zona adonde el maestro y periodista Julio Castro fue secuestrado. Posteriormente fue nuevamente publicado, aunque con otra introducción y otro encabezamiento, por AFFUR, el gremio de los trabajadores universitarios, durante la campaña por la anulación de la Ley de Caducidad, efectuada simultáneamente con las últimas elecciones nacionales.
En aquella instancia los gremios que integran la Casa Mayor de Estudios y las propias autoridades universitarias, en homenaje al maestro mártir, colocaron en la Sala de Prensa de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación, que por otra parte lleva su nombre, una placa recordatoria con frases que resumían su pensamiento y su acción. Esta es por lo tanto la tercera vez que publicamos, aunque con algunas modificaciones, esta nota. Se trata entonces de una crónica, nacida de otra crónica, que a su vez partía de una inicial, que fue elaborada en tiempos en los que recordar, era sinónimo de "tener los ojos en la nuca".
Durante los largos años transcurridos entre las diferentes publicaciones muy poco se pudo conocer sobre lo que realmente ocurrió con el maestro y mucho de lo que se supuso, como se verá, y por razones obvias, resultó no ser exacto. Por eso releer viejos materiales, como en este caso, resulta de utilidad, porque permite contrastar lo que durante mucho tiempo se dijo y conjeturó, con lo que finalmente ha sido rotundamente confirmado.
Hasta hace muy pocas horas, quien esto escribe, nunca hubiera imaginado que nuevamente iba a estar tecleando -por encontrarse los viejos archivos desaparecidos- lo escrito más de una década atrás, pero la confirmación con un "99,9999994 de certeza", es decir con un casi inexistente margen de error, de que los restos humanos encontrados el pasado 21 de octubre, en terrenos del Batallón de Paracaidistas Nº 14 de Toledo, son del veterano luchador, nos ha incitado ha hacerlo.
La información brindada estas últimas horas desarma las conjeturas de que había sido exhumado y arrojado al mar, según sostuvo años atrás, partiendo de fuentes castrenses, la Comisión para la Paz. Este organismo, que fuera creado por la Presidencia de la República en el 2000 para "dar los pasos posibles para determinar la situación de los detenidos desaparecidos durante el régimen de facto, así como de los menores desaparecidos en iguales condiciones" afirmó el 9 de agosto de ese año, que el maestro fue trasladado a un "centro de clandestino de detención sito en Avenida Millán Nº 4269, adonde fue sometido a torturas a consecuencias de las cuales falleciera, en ese lugar, el 3 de agosto de 1977, sin recibir atención médica".
Agregaba que sus restos -según la información recibida- habían sido primero "enterrados en el Batallón 14 de Toledo y después exhumados a fines de 1984, incinerados y tirados al Río de la Plata". La Presidencia de la época "actuando en Consejo de Ministros" decidió aceptar "en todos sus términos las conclusiones" de la Comisión, asumiéndolas como "la versión oficial" sobre las desapariciones forzadas. Las nuevas investigaciones ponen en evidencia el denso entramado de mentiras estructurado durante la dictadura y perfeccionado en democracia, tanto por militares como por civiles defensores de la impunidad. Los hechos nos confirman que su defunción no fue debida a "excesos" y que luego de ser atrozmente atormentado, a Julio Castro lo ejecutaron, sin miramientos.
EL SECUESTRO
Fue visto por última vez el 1º de agosto de 1977. Había salido de su casa a las diez y media de la mañana. Luego de visitar a un conocido en la calle Francisco Llambí casi Av. Rivera, se dirigió a bordo de una camioneta Indio a la esquina de Rivera y Soca. Desde entonces hasta ahora, con certeza nada más se supo de él.
Recobradas las libertades democráticas, en agosto de 1985, un ex soldado denunció en conferencia de prensa que había participado de un operativo de secuestro de "una persona mayor, de entre 55 y 60 años, avanzada calvicie, canoso, que usaba lentes, bajo", datos todos que coinciden con la descripción de Julio Castro. Por su parte el periodista brasileño Flavio Tavárez, que durante la dictadura estuvo detenido en nuestro país, declaró que adonde se encontraba recluido había un hombre "con la voz cascada, de viejo", a quien llamaban "el veterano", que había sido abandonado en una pieza "con el ruido de cadenas de fondo".
La dictadura nunca reconoció haberlo detenido. Ante el reclamo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los representantes del régimen informaron que el periodista había abandonado el territorio uruguayo "el jueves 22 de septiembre (...) saliendo con destino a Buenos Aires". Sin embargo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina comunicó a una Comisión de la OEA que no tenía registrado su ingreso al país. Por su parte, en un comunicado dado a conocer el 28 de noviembre de 1977 y que fue publicado en la prensa bajo el título de "Persona buscada", la Jefatura de Policía de Montevideo solicitó "con especial interés la cooperación de la población para ubicar el paradero de Julio Castro Pérez, quien falta de su domicilio desde el 1ero. de agosto próximo pasado...". Recordemos que las Fuerzas Conjuntas de la época actuaban en forma concertada...
La Escuela Nº 269 de Primer Grado lleva actualmente el nombre del desaparecido periodista y maestro, que se había destacado, según los que lo conocieron, "por su brillantez intelectual, don de bien y espíritu de sacrificio en función de los demás". Personifica, por lo tanto, en forma ejemplar, a todos aquellos que, corriendo con todos los riesgos, se revelaron contra la ilegalidad y el autoritarismo enclavados por aquellos años en el país.
1977: UN AÑO DIFÍCIL
Organizaciones de Derechos Humanos han denunciado que el periodista fue trasladado a una casa ubicada en Millán casi Instrucciones, que era utilizada como centro clandestino de detención. Eran tiempos en los que imperaba el terror. A cuatro años de producido el golpe de estado, el gobierno de facto, que había nacido huérfano de apoyo popular, enfrentaba duros reveses, que según los analistas de la época, "tuvieron su reflejo en crisis internas". La dictadura recurría a la represión y al crimen como único recurso para sostenerse.
Analizando el momento político uruguayo, la revista brasileña "Veja" comentaba por aquella época, que la "exacerbación del régimen pone a la vista su propia inviabilidad a mayor plazo". Las propias publicaciones de la dictadura confesaban, bajo el título de "Ni paz ni tregua: crisis", que "estamos muy lejos de imponer nuestra voluntad (...) Sabemos (...) las escasas fuerzas amigas que disponemos".
Recurriendo a la más salvaje represión la dictadura pretendía conjurar su inestabilidad y evitar que la oposición ganara espacios y generara fisuras que pudieran transformarse en brecha democrática. Observadores de aquel entonces, atentos a que por debajo de la aparente quietud, algo se estaba moviendo, analizaban que el rasgo más característico de aquel año difícil, era la "ruptura del inmovilismo político".
La propia base en la que se apoyaba la dictadura mostraba agrietamientos. Un grupo de oficiales de mando medio, firmantes del documento titulado "Más vale una paz negociada que una derrota incondicional", en el que planteaban su preocupación por el aislamiento del régimen a nivel internacional, había sido reprimido. Posteriormente se producirían purgas en el Ejército, que forzaron al retiro obligatorio a una veintena de coroneles, mientras que la Marina daba de baja a gran cantidad de capitanes de navío y otros altos oficiales e intervenía el Club Naval.
Es en ese contexto que en las más altas esferas se van delineando distintas corrientes y posturas. Por un lado algunos proponían una política "gatopardista", es decir que cambiara algo en el plano político para que todo siguiera igual; por otra parte otros eran defensores de una "apertura a medias", que mantuviera la proscripción de amplios sectores y "consolidara un nuevo Estado". Un tercer sector impulsaba el "terror a ultranza" para aplastar cualquier disidencia. Desde el exterior se denunciaba que usando como instrumento al miedo, el régimen pretendía impedir la acción conjunta de las fuerzas opositoras.
A los militares les preocupaba que entre ellas estaba madurando un programa mínimo de acción, que contemplaba el restablecimiento de las libertades, el llamado a una consulta popular, la reconstrucción nacional y la pacificación del país sobre bases democráticas. La masiva detención de compatriotas que se produce promediando 1977, y en particular la de Julio Castro, se inscribe en ese marco. La dictadura quería congelar, por la vía del espanto, todo atisbo de acuerdo democrático.
EL BAQUEANO
Desde un primer momento Julio Castro se suma al rechazo al golpe de estado, lo que le vale el encierro, por dos meses, en el Cilindro Municipal, que era utilizado como cárcel por el régimen. De ahí en más se dedicaría a auxiliar a los perseguidos y a los familiares de los presos políticos. Había nacido en 1908, en la Estación de la Cruz, departamento de Florida y cursó sus estudios en una escuela rural, adonde conoció el sacrificio de maestros que asumían su profesión como un verdadero apostolado. Su brillantez lo llevó a ser Director de escuela, Subinspector de primaria, Inspector Departamental de Montevideo y docente de Filosofía de la Educación.
Un sinfín de foros y encuentros de educadores contaron con su participación. Dictó innumerables conferencias que lo hicieron conocer a nivel internacional, muchas de las cuales están incluidas en la obra colectiva "Reformas agrarias en América Latina". Entre sus trabajos pedagógicos más recordados están "El banco fijo y la mesa colectiva: vieja y nueva educación" y "La escuela rural en Uruguay". Gran parte de sus escritos han sido compilados por sus amigos, bajo el título "Julio Castro, educador de pueblos".
Representó también a la UNESCO en calidad de docente y asesor y fue designado por esa organización "Consejero técnico principal del proyecto piloto de alfabetización de adultos en Ecuador". Pero además de docente fue un destacado periodista, cuya imagen está inseparablemente asociada a la del Director de Marcha Carlos Quijano, desde sus inicios en la profesión. Junto a éste y a Arturo Ardao fundó en 1930 El Nacional y en 1932 Acción.
Según los que lo conocieron fue en estos medios de prensa en donde maduró como periodista y afinó su visión antiimperialista, con aportes en los que denunciaba la dependencia económica y política de los países al sur del Río Bravo y el papel que frente a ella le correspondía a la educación. Hugo Alfaro opinaba que estas dos publicaciones "no obstante su valor propio, no pueden ser vistas sino como un ensayo general para el advenimiento de Marcha". Por lo tanto a nadie le llamó la atención que en 1939 Julio Castro, acompañando a los antes mencionados, se sumara al nuevo proyecto, hasta su cierre 35 años después.
El maestro Miguel Soler, que fuera su amigo y alumno, recordaba hace unos años que si bien era un eximio profesional, "por encima de todo era un hombre bueno". Y emocionado agregaba que: "cuantos le conocimos apreciamos en el su franqueza, su honradez intelectual, su trato directo y llano de los problemas y de los hombres, su modestia, su resistencia a la figuración, a toda aparatosidad, su extraordinaria generosidad (...), el desprendimiento con que se daba, en tiempo, en ideas, en atención a las dificultades de los demás. Era el hombre a quien acudir ante un conflicto personal o ante un problema de interés nacional. Tenía el andar del baqueano". Luego de su desaparición, desde el exilio, recordándolo, Carlos Quijano aventuró: "un día nosotros haremos justicia, Julio. Y si el tiempo se nos va, otros la harán por nosotros". En eso estamos.
"99,9999994 %" JULIO CASTRO
El presente artículo fue divulgado con el título de "Crónicas del pasado reciente", por primera vez en septiembre de 1998, es decir hace más de 13 años, en un periódico barrial que era repartido en la zona adonde el maestro y periodista Julio Castro fue secuestrado. Posteriormente fue nuevamente publicado, aunque con otra introducción y otro encabezamiento, por AFFUR, el gremio de los trabajadores universitarios, durante la campaña por la anulación de la Ley de Caducidad, efectuada simultáneamente con las últimas elecciones nacionales.
En aquella instancia los gremios que integran la Casa Mayor de Estudios y las propias autoridades universitarias, en homenaje al maestro mártir, colocaron en la Sala de Prensa de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación, que por otra parte lleva su nombre, una placa recordatoria con frases que resumían su pensamiento y su acción. Esta es por lo tanto la tercera vez que publicamos, aunque con algunas modificaciones, esta nota. Se trata entonces de una crónica, nacida de otra crónica, que a su vez partía de una inicial, que fue elaborada en tiempos en los que recordar, era sinónimo de "tener los ojos en la nuca".
Durante los largos años transcurridos entre las diferentes publicaciones muy poco se pudo conocer sobre lo que realmente ocurrió con el maestro y mucho de lo que se supuso, como se verá, y por razones obvias, resultó no ser exacto. Por eso releer viejos materiales, como en este caso, resulta de utilidad, porque permite contrastar lo que durante mucho tiempo se dijo y conjeturó, con lo que finalmente ha sido rotundamente confirmado.
Hasta hace muy pocas horas, quien esto escribe, nunca hubiera imaginado que nuevamente iba a estar tecleando -por encontrarse los viejos archivos desaparecidos- lo escrito más de una década atrás, pero la confirmación con un "99,9999994 de certeza", es decir con un casi inexistente margen de error, de que los restos humanos encontrados el pasado 21 de octubre, en terrenos del Batallón de Paracaidistas Nº 14 de Toledo, son del veterano luchador, nos ha incitado ha hacerlo.
La información brindada estas últimas horas desarma las conjeturas de que había sido exhumado y arrojado al mar, según sostuvo años atrás, partiendo de fuentes castrenses, la Comisión para la Paz. Este organismo, que fuera creado por la Presidencia de la República en el 2000 para "dar los pasos posibles para determinar la situación de los detenidos desaparecidos durante el régimen de facto, así como de los menores desaparecidos en iguales condiciones" afirmó el 9 de agosto de ese año, que el maestro fue trasladado a un "centro de clandestino de detención sito en Avenida Millán Nº 4269, adonde fue sometido a torturas a consecuencias de las cuales falleciera, en ese lugar, el 3 de agosto de 1977, sin recibir atención médica".
Agregaba que sus restos -según la información recibida- habían sido primero "enterrados en el Batallón 14 de Toledo y después exhumados a fines de 1984, incinerados y tirados al Río de la Plata". La Presidencia de la época "actuando en Consejo de Ministros" decidió aceptar "en todos sus términos las conclusiones" de la Comisión, asumiéndolas como "la versión oficial" sobre las desapariciones forzadas. Las nuevas investigaciones ponen en evidencia el denso entramado de mentiras estructurado durante la dictadura y perfeccionado en democracia, tanto por militares como por civiles defensores de la impunidad. Los hechos nos confirman que su defunción no fue debida a "excesos" y que luego de ser atrozmente atormentado, a Julio Castro lo ejecutaron, sin miramientos.
EL SECUESTRO
Fue visto por última vez el 1º de agosto de 1977. Había salido de su casa a las diez y media de la mañana. Luego de visitar a un conocido en la calle Francisco Llambí casi Av. Rivera, se dirigió a bordo de una camioneta Indio a la esquina de Rivera y Soca. Desde entonces hasta ahora, con certeza nada más se supo de él.
Recobradas las libertades democráticas, en agosto de 1985, un ex soldado denunció en conferencia de prensa que había participado de un operativo de secuestro de "una persona mayor, de entre 55 y 60 años, avanzada calvicie, canoso, que usaba lentes, bajo", datos todos que coinciden con la descripción de Julio Castro. Por su parte el periodista brasileño Flavio Tavárez, que durante la dictadura estuvo detenido en nuestro país, declaró que adonde se encontraba recluido había un hombre "con la voz cascada, de viejo", a quien llamaban "el veterano", que había sido abandonado en una pieza "con el ruido de cadenas de fondo".
La dictadura nunca reconoció haberlo detenido. Ante el reclamo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los representantes del régimen informaron que el periodista había abandonado el territorio uruguayo "el jueves 22 de septiembre (...) saliendo con destino a Buenos Aires". Sin embargo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina comunicó a una Comisión de la OEA que no tenía registrado su ingreso al país. Por su parte, en un comunicado dado a conocer el 28 de noviembre de 1977 y que fue publicado en la prensa bajo el título de "Persona buscada", la Jefatura de Policía de Montevideo solicitó "con especial interés la cooperación de la población para ubicar el paradero de Julio Castro Pérez, quien falta de su domicilio desde el 1ero. de agosto próximo pasado...". Recordemos que las Fuerzas Conjuntas de la época actuaban en forma concertada...
La Escuela Nº 269 de Primer Grado lleva actualmente el nombre del desaparecido periodista y maestro, que se había destacado, según los que lo conocieron, "por su brillantez intelectual, don de bien y espíritu de sacrificio en función de los demás". Personifica, por lo tanto, en forma ejemplar, a todos aquellos que, corriendo con todos los riesgos, se revelaron contra la ilegalidad y el autoritarismo enclavados por aquellos años en el país.
1977: UN AÑO DIFÍCIL
Organizaciones de Derechos Humanos han denunciado que el periodista fue trasladado a una casa ubicada en Millán casi Instrucciones, que era utilizada como centro clandestino de detención. Eran tiempos en los que imperaba el terror. A cuatro años de producido el golpe de estado, el gobierno de facto, que había nacido huérfano de apoyo popular, enfrentaba duros reveses, que según los analistas de la época, "tuvieron su reflejo en crisis internas". La dictadura recurría a la represión y al crimen como único recurso para sostenerse.
Analizando el momento político uruguayo, la revista brasileña "Veja" comentaba por aquella época, que la "exacerbación del régimen pone a la vista su propia inviabilidad a mayor plazo". Las propias publicaciones de la dictadura confesaban, bajo el título de "Ni paz ni tregua: crisis", que "estamos muy lejos de imponer nuestra voluntad (...) Sabemos (...) las escasas fuerzas amigas que disponemos".
Recurriendo a la más salvaje represión la dictadura pretendía conjurar su inestabilidad y evitar que la oposición ganara espacios y generara fisuras que pudieran transformarse en brecha democrática. Observadores de aquel entonces, atentos a que por debajo de la aparente quietud, algo se estaba moviendo, analizaban que el rasgo más característico de aquel año difícil, era la "ruptura del inmovilismo político".
La propia base en la que se apoyaba la dictadura mostraba agrietamientos. Un grupo de oficiales de mando medio, firmantes del documento titulado "Más vale una paz negociada que una derrota incondicional", en el que planteaban su preocupación por el aislamiento del régimen a nivel internacional, había sido reprimido. Posteriormente se producirían purgas en el Ejército, que forzaron al retiro obligatorio a una veintena de coroneles, mientras que la Marina daba de baja a gran cantidad de capitanes de navío y otros altos oficiales e intervenía el Club Naval.
Es en ese contexto que en las más altas esferas se van delineando distintas corrientes y posturas. Por un lado algunos proponían una política "gatopardista", es decir que cambiara algo en el plano político para que todo siguiera igual; por otra parte otros eran defensores de una "apertura a medias", que mantuviera la proscripción de amplios sectores y "consolidara un nuevo Estado". Un tercer sector impulsaba el "terror a ultranza" para aplastar cualquier disidencia. Desde el exterior se denunciaba que usando como instrumento al miedo, el régimen pretendía impedir la acción conjunta de las fuerzas opositoras.
A los militares les preocupaba que entre ellas estaba madurando un programa mínimo de acción, que contemplaba el restablecimiento de las libertades, el llamado a una consulta popular, la reconstrucción nacional y la pacificación del país sobre bases democráticas. La masiva detención de compatriotas que se produce promediando 1977, y en particular la de Julio Castro, se inscribe en ese marco. La dictadura quería congelar, por la vía del espanto, todo atisbo de acuerdo democrático.
EL BAQUEANO
Desde un primer momento Julio Castro se suma al rechazo al golpe de estado, lo que le vale el encierro, por dos meses, en el Cilindro Municipal, que era utilizado como cárcel por el régimen. De ahí en más se dedicaría a auxiliar a los perseguidos y a los familiares de los presos políticos. Había nacido en 1908, en la Estación de la Cruz, departamento de Florida y cursó sus estudios en una escuela rural, adonde conoció el sacrificio de maestros que asumían su profesión como un verdadero apostolado. Su brillantez lo llevó a ser Director de escuela, Subinspector de primaria, Inspector Departamental de Montevideo y docente de Filosofía de la Educación.
Un sinfín de foros y encuentros de educadores contaron con su participación. Dictó innumerables conferencias que lo hicieron conocer a nivel internacional, muchas de las cuales están incluidas en la obra colectiva "Reformas agrarias en América Latina". Entre sus trabajos pedagógicos más recordados están "El banco fijo y la mesa colectiva: vieja y nueva educación" y "La escuela rural en Uruguay". Gran parte de sus escritos han sido compilados por sus amigos, bajo el título "Julio Castro, educador de pueblos".
Representó también a la UNESCO en calidad de docente y asesor y fue designado por esa organización "Consejero técnico principal del proyecto piloto de alfabetización de adultos en Ecuador". Pero además de docente fue un destacado periodista, cuya imagen está inseparablemente asociada a la del Director de Marcha Carlos Quijano, desde sus inicios en la profesión. Junto a éste y a Arturo Ardao fundó en 1930 El Nacional y en 1932 Acción.
Según los que lo conocieron fue en estos medios de prensa en donde maduró como periodista y afinó su visión antiimperialista, con aportes en los que denunciaba la dependencia económica y política de los países al sur del Río Bravo y el papel que frente a ella le correspondía a la educación. Hugo Alfaro opinaba que estas dos publicaciones "no obstante su valor propio, no pueden ser vistas sino como un ensayo general para el advenimiento de Marcha". Por lo tanto a nadie le llamó la atención que en 1939 Julio Castro, acompañando a los antes mencionados, se sumara al nuevo proyecto, hasta su cierre 35 años después.
El maestro Miguel Soler, que fuera su amigo y alumno, recordaba hace unos años que si bien era un eximio profesional, "por encima de todo era un hombre bueno". Y emocionado agregaba que: "cuantos le conocimos apreciamos en el su franqueza, su honradez intelectual, su trato directo y llano de los problemas y de los hombres, su modestia, su resistencia a la figuración, a toda aparatosidad, su extraordinaria generosidad (...), el desprendimiento con que se daba, en tiempo, en ideas, en atención a las dificultades de los demás. Era el hombre a quien acudir ante un conflicto personal o ante un problema de interés nacional. Tenía el andar del baqueano". Luego de su desaparición, desde el exilio, recordándolo, Carlos Quijano aventuró: "un día nosotros haremos justicia, Julio. Y si el tiempo se nos va, otros la harán por nosotros". En eso estamos.
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