viernes

UN POEMA Y UNA CARTA DE MARIO DE ANDRADE (1893-1945)



En la noche de ruidos espaciados

En la noche de ruidos espaciados,
en este silencio que me libera del momento
y acentúa la debilidad de mi ser fatigadísimo,
yo me aproximo a mí mismo
con el tremendo espanto con que uno va a la muerte.
Mi espíritu cruje atravesado por dolores sin nexo
En un dolor compacto, tan violentamente físico,
que me siento como una rodilla que se dobla.
La luz excesiva del estudio deshace la caricia del objeto,
un frío que es ráfaga de viento me penetra como una descarga,
todo me choca, me hiere, una angustia me lleva,
estoy viviendo ideas que de por sí son destinos
y no elijo más mis visiones.
Aparentemente hay calma, ya sé.
Se diría que
las naciones viven en paz…
Hay un sueño exhausto de reposo en todo,
y una ciega esperanza, cantando aleluyas,
limosna
a favor de los hombres, bien que nunca vendrá…
Me siento rodilla. Hay un vasto
arrepentimiento en mí.
Yo digo que todos los siglos
se atrasaron a propósito en el camino,
me esperaron, y ahora los arrastro como un buey fatal.
Me siento culpable por millones de siglos humanos…
Millones de siglos inhumanos me hicieron, te hicieron, hermano,
y en la noche de ruidos espaciados
no quiero escuchar el consejo que baja desde los rascacielos del Norte!
Yo sé que tendremos un tiempo de horror más fecundo
que las rapsodias de la fuerza y del dinero!
Será como una explosión…
Los puestos aislados de las ciudades
intercambiarán aullidos rabiosos de alarmas
salidos de casas iguales y de la desidia de los dueños de la vida.
Veremos a muchos hermanos cruzar la frontera,
habrá una sospechosa distribución gratuita de pan,
las salas de improviso se llenarán de apasionadas discusiones
muertas al día siguiente en desastres que no imagino.
Será un tiempo de esfuerzos caudalosos,
será humano y será también algo terrible…
sólo habrá mujeres que no serán nuestras mujeres.
Los mestizos formarán fila y observarán desconfiados cómo se los cataloga,
y los hombres morirán violentamente
antes de que llegue el tiempo de la vejez.

Carta a Drummond de Andrade / 10 de noviembre de 1924

(…) Todo se reduce a gustar de la vida y a saber vivirla. Hay una sola manera feliz de vivir la vida: consiste en tener un espíritu religioso. Me explico: no se trata de tener espíritu católico o budista, se trata de tener espíritu religioso ante la vida, o sea, de vivir la vida con religión. A mí siempre me gustó mucho vivir, de manera que ninguna manifestación de la vida me resulta indiferente. Aprecio por igual una caminata a pie hasta los altos de Lapa (1) como una tocata de Bach y pongo el mismo entusiasmo y cariño en escribir un dístico que habrá de figurar en las paredes de un baile de barrio y que terminará muriendo en la basura, que en una novela a la que daré la imposible eternidad de la publicación. Pensándolo bien, Drummond, creo que lo que les falta a ciertos jóvenes brasileños de tendencia modernista (2) es eso: verdadero amor a la vida. Como no atinaron con el verdadero modo de gustar la vida, se cansan, se entristecen o entonces simulan alegría, lo que para colmo es mucho más idiota que estar verdaderamente triste. Yo no puedo comprender a un hombre de laboratorio y todos ustedes, de Río, de Minas, del Norte me parece que son demasiado laboratoristas. Dios mío! Si yo estuviese en esas tierras admirables en que ustedes viven, con qué gusto, con qué religión recorrería siempre el mismo camino (no hay un mismo camino para los amantes de la tierra) en largas caminatas! Qué diablos!

Estudiar es bueno y yo también estudio. Pero después del estudio del libro y del goce del libro, o antes de él, está el estudio y el goce de la acción corporal. En lo que atañe a este punto, yo no suelo aconsejar nada ya que en estas cuestiones los consejos ajenos no cambian a nadie, pero una de las desgracias que impiden la felicidad, que no es otra cosa que naturalidad, consiste, en el caso de ustedes, en eso: se quedan leyendo en casa, en la redacción del diario, cafeteando con los amigos sobre tal o cual libro, sobre éste o aquel escritor, escribiendo cosas después y a propósito de lo charlado, luego una función de cine y finalmente trasnochada con mujeres. Esa no es manera de vivir! Eso es puro vicio.

Está muy bien junto con todas las demás formas de vivir, pero así, como algo aislado y continuo, me parece una cosa miserable, decadente y fatalmente ingrata. Es algo horrible. Entiéndeme: yo no ataco, no niego la erudición y la civilización, como hizo Osvaldo (3) en un momento de ceguera; al contrario, las respeto y aquí tengo también (comedidamente, muy comedidamente) mis fichas de lectura. Pero vivo todo. Qué paseos admirables hago solo! Pero nadie nunca está solo a no ser en especiales estados de alma, raros, en que el cansancio, preocupaciones, dolores demasiado fuertes se apoderan de uno y se produce esa desagregación de los sentidos y de las partes de la inteligencia y de la sensibilidad. Entonces uno se siente solo por muchos que sean los amigos que estén alrededor. Sino, no. Un sentido conversa con otro, la razón discute con la imaginación, etcétera, y es una camaradería sublime entre personas tan íntimas como no lo fueron siquiera los Castor y los Pollux ideales. O si no detenerse y sacarle charla a la gente llamada baja e ignorante. Qué cosa más linda! Entérate de algo que todavía no sabes: es con esa gente que se aprende a sentir y no con la inteligencia y la erudición libresca. Es ella la que conserva el espíritu religioso de la vida y lo hace todo de un modo sublime en un ritual lúcido de religión. En mi “Carnaval Carioca” cuento un episodio que presencié en plena avenida Río Branco (4). Había un grupo de negros bailando samba y entre ellos una negra joven que bailaba mejor que los demás. Los movimientos eran los mismos. La misma habilidad, la misma sensualidad, pero ella era mejor. Tal vez porque los demás hacían aquello un poco mecánicamente, como de memoria, mirando a la gente que los rodeaba, o a los coches que pasaban. Ella, no. Bailaba con religión. No miraba hacia ningún lado. Vivía la danza. Y era sublime.

Este es un ejemplo en el que he pensado muchas veces. Esa negra me enseñó lo que millones -millones es una exageración- lo que muchos libros no me enseñaron. Ella me enseñó la felicidad. Bueno! No hace falta cantar loas a la vida para ser feliz en ella. (…) A pesar de todo el escepticismo y a pesar de todo el siglo XIX, sé ingenuo, sé tonto, pree realmente que un sacrificio es algo hermoso. Lo propio de la juventud es creer y muchos jóvenes no creen. Qué terrible! Fíjate en la muchachada actual de Alemania, de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos, y de todas partes: es capaz de creer y lo muestra a las claras, Carlos, y tal vez, sin que lo hagan conscientemente, se sacrifican. Tenemos que darle al Brasil lo que no tiene y en razón de lo cual hasta ahora no vivió, tenemos que darle un alma al Brasil y por eso todo sacrificio es grandioso, es sublime. Y nos da la felicidad. Yo me sacrifiqué enteramente y cuando en ciertos momentos de conciencia pienso en mí, apenas puedo respirar, casi gimo en la plétora de mi felicidad. Toda mi obra es transitoria y caduca. Con la inteligencia no pequeña que Dios me dio y con mis estudios, estoy seguro que podré hacer una obra más o menos duradera. ¿Pero qué me importa la eternidad entre los hombres de la tierra y la celebridad? Que se vayan al diablo. Yo no amo al Brasil espiritualmente más que a Francia o a la Cochinchina. Pero es en el Brasil donde me toca vivir y ahora no pienso sino en él y por él todo lo sacrifiqué. El idioma en que escribo, las ilusiones que alimento, los modernismos que invento son para el Brasil. No sé si eso tiene algún mérito pero me hace feliz, y la felicidad es la única razón de ser en la vida. Confieso que hizo falta coraje, porque son muchas las vanidades. Pero el ser humano tiene la propiedad de reemplazar una vanidad por otra. Es lo que yo hice. Mi vanidad, hoy día, consiste en ser transitorio. Deshago mi obra. Escribo en una lengua imbécil, pienso ingenuo nada más que para llamar la atención de quienes son más fuertes que yo, hacia ese monstruo blando e indeciso que es el Brasil. Los genios nacionales no aparecen por generación espontánea. Nacen gracias a que un cúmulo de sacrificios humanos anteriores les preparó la altura necesaria desde la cual pueden descubrir y revelar una nación. ¿Qué me importa que mi obra no perdure? Es una veleidad idiota la de pensar en perdurar, sobre todo cuando no se siente dentro del cuerpo aquella fatalidad ineluctable que mueve la mano de los genios. Lo importante no es perdurar sino vivir. Yo vivo. Ustedes, en cambio, no viven porque son unos desarraigados y no tienen el valor suficiente de ustedes mismos. (…)

Notas

(1) Lapa es uno de los barrios más populeros de la ciudad de San Pablo (N. del T.)
(2) Aquí se refiere al autor del modernismo, movimiento que, en Brasil, nada tiene que ver con la corriente homónima que en Hispanoamérica lideró Rubén Darío. “A la poesía de Rubén Darío y sus epígonos, como bien aclara Manuel Bandeira, corresponde aproximadamente la de los poetas surgidos en el intervalo de los dos movimientos, deben tanto al parnasianismo como al simbolismo”. El repudio de todo pintoresquismo en el análisis de la vida nacional y una nueva concepción del hombre igualmente exigida por el fracaso de la ética tradicional, como también por las sorprendentes conquistas tecnológicas de la época, confluyeron para componer la trama con la que habría de forjarse la problemática de la poesía dada a conocer oficialmente en São Paulo durante la “Semana del arte moderno”, en febrero de 1922. (N. del T.)
(3) Se refiere Mario de Andrade a su hermano Osvaldo. (N. del T.)
(4) Una de las más hermosas avenidas de Río de Janeiro (N. del T.)

(La traducción del portugués al castellano, tanto del poema como de la carta de Mario de Andrade, fue realizada por Santiago Kovadloff.)

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