LA CRUZ DEL SUR EN FEMENINO
por Verónica D’Auria y Silvia Guerra
(reportaje recuperado de Conversaciones oblicuas entre la cultura y el poder / Entrevistas a diez intelectuales uruguayos: Roberto Appratto, Hugo Achugar, Uruguay Cortazzo, Eduardo Espina, Luce Fabbri, Padrón Favre, Alfredo Fressia, Hilia Moreira, Teresa Porcile y Beatriz Santos / Caracol al Galope 2001)
PRIMERA ENTREGA
A través del libro Mujer, espacio de salvación fue que consideramos la posibilidad de dialogar con Teresa Porcile, una intelectual uruguaya abocada al estudio teológico, al ecumenismo y, sobre todo, a la búsqueda de la presencia de lo femenino a través de los textos bíblicos y en la estructura de la Iglesia Católica.
Es revelador que habiendo sido una de las pocas Doctoras en Teología en América Latina y la única asesora mujer que participara en la Conferencia Episcopal de Puebla (en el área del ecumenismo) no figure en ninguno de los libros que brindan información sobre personalidades uruguayas relevantes.
Ha sido invitada como expositora a cursos, encuentros y congresos en los cinco continentes. Formó parte de la delegación uruguaya en la IV Asamblea Mundial de la Mujer, en Beijing. Un centro internacional italiano le otorgó su “premio de la Paz” por su actividad en el diálogo entre pueblos y culturas. Ha publicado algunos libros y un sinnúmero de artículos en diversos países latinoamericanos (Argentina, Brasil, México, Colombia, Costa Rica, Venezuela) así como en Europa (España, Italia, Francia, Suiza) y ha sido traducida a varios idiomas. Su trabajo no se ha limitado sólo a medios académicos: también acompañó al Padre Rubén Alonso (“Cacho”) durante varios años en su trabajo social en Aparicio Saravia y ha colaborado con grupos de promoción de discapacitados.
En una publicación del Consejo Nacional de Laicos de Venezuela, acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado uruguayo, afirma: “Entre los países de América Latina, Uruguay es algo atípico. Desde el punto de vista religioso, se puede decir que ha sido marcado por un laicismo; que ha tenido mucho de antieclesial, y sobre todo, de anticlerical. Al mismo tiempo, esa situación ha sido contexto favorable para un cristianismo comprometido y consciente. Sobre todo, el católico ha sido (y generalmente es) alguien que elige serlo y que vive y convive (habitualmente en un clima de indiferencia y/o tolerancia democrática) con muchos de sus compatriotas que sienten o piensan que “lo religioso” -sobre todo la Iglesia Católica- es un elemento retrógrado de la historia. Tal vez después del Concilio Vaticano II esa situación haya cambiado algo; pero, de hecho, el ideal de la cultura uruguaya es el del librepensador”.
Teresa Porcile murió en Montevideo, el 18 de junio de 2001.
¿Con qué metáfora representaría usted el modelo cultural uruguayo?
Siento que la metáfora que se me ocurrió es espantosa.
Porque es la de un adolescente macrocefálico en busca de identidad. Busqué muchísimo la metáfora. La hubiera querido del mundo de la naturaleza: una flor, un árbol… y me salió eso.
A mí me llama la atención -una vez me lo hizo notar una persona del Interior- que nosotros, los montevideanos, cuando vamos al Interior decimos que vamos “para afuera”… Siento también que Montevideo es adolescente. ¿Por qué? Porque tiene una búsqueda de identidad medio dolorosa.
Al mismo tiempo, es como si quisiéramos tener ya una identidad. Entonces se nos ocurre cosas “a la uruguaya”; pero resulta que esas cosas no son nada uruguayas.
¿Existe en su opinión algún modelo de pensamiento que identifique a los uruguayos?
Yo no leí todavía el libro de Ekroth, pero creo que es cierto que hay una queja uruguaya. No sé mucho a qué atribuir esa queja. Recuerdo algo que hablamos una vez con el padre “Cacho” (yo colaboré algunos años con él, cuando estuvo en Aparicio Saravia). Una vez, viviendo él en Rivera, había tenido la oportunidad de hacer un viaje a Brasil. Entonces había querido conocer las favelas. Me acuerdo que cuando volvió, al comentar las diferencias entre la favela y el cantegril, decía que acá había tristeza. En la favela hay pobreza, sí -decía- pero también, otra cosa, una alegría… Y me acuerdo que él, que no era persona cerrada “dogmáticamente”, eso se lo atribuyó al laicismo. A mí me dijo: “Lo que pasa es que Uruguay tiene un laicismo tan fuerte que ha matado un poco la esperanza…”
Yo siento que Uruguay es un país muy joven. He tenido la suerte de poder viajar y de ver México, por ejemplo. Allí hay muchas cosas que tienen cuatrocientos años, dos mil años… En Uruguay, por ser un país joven, no se da eso que dice el filósofo mexicano Vasconcellos a propósito de México: que allá hay una raza cósmica. Frente a eso pienso que nosotros somos como un aluvión de distintas integraciones. Tengo la impresión de que todavía no hemos encontrado una idiosincrasia uruguaya. Aunque al mismo tiempo siento que algo existe… Te das cuenta de eso cuando empezás a salir de tu país. Yo tuve la suerte de estar en todos los continentes y cada vez que voy llegando al Cono Sur siento que tenemos una identidad regional. Somos distintos a los peruanos, a los brasileros: hay algo rioplatense, a lo que sí pertenecemos.
¿Cree que eso ha cambiado en los últimos años?
En los últimos años hay una búsqueda de espiritualidad, de autenticidad. Antes, me parece que había más de sentimiento de derrota. No viví en el Uruguay del 67 al 73, que fueron años muy intensos. Me fui, con un ambiente estudiantil muy fermental y al volver me encontré a la gente chatita. Y así como el padre Cacho me había hablado del laicismo, otros me dijeron que había sido la dictadura. Como eso yo no lo viví no sé, pero puede ser que la gente se haya estancado.
Justamente, el año pasado, para Navidad, Lil Bettina Chouy me invitó para que, junto con Daniel Vidart, participara en un encuentro sobre el tema de la celebración. Estábamos de acuerdo con él en que el origen de la fiesta es un acontecimiento religioso. En todas las culturas las fiestas tienen que ver con rupturas, en el tiempo y en el espacio, que se hacen por motivos religiosos. Y el Uruguay, en los últimos años, ha recuperado una cierta fiesta popular.
El fenómeno de Iemanyá, por ejemplo, es de tipo mágico-religioso. Lo que se quiere es un poco de fiesta, porque está todo el mundo cansado de estar triste y quejoso, de que esto no marche. Yo creo que si tiene tanta repercusión es porque es una búsqueda. Hay ganas de fiesta para el cuerpo, de baile, de alegría. Y bueno… inventaron la fiesta de Iemanyá.
Se dice -y yo creo que es un poco verdad- que en Uruguay todo es más difícil. Yo digo que sí, que es cierto: el uruguayo es hipercrítico. Es raro encontrar estímulos en Uruguay, por ejemplo, entre gente que pertenezca a una misma profesión.
¿Cuál es, en su opinión, el modelo cultural dominante?
¿Por qué será que no tenemos modelo? Yo, al menos, no lo veo… Lo que veo es que nos influye mucho el exterior. Y no tanto el exterior inmediato: no es Argentina ni Brasil; es Estados Unidos o Europa; es lo que nos llega por los medios de comunicación. Siento que en este momento la televisión nos “copa” de una manera increíble.
Lo que veo predominando es el consumismo; y es medio triste, porque no hay poder adquisitivo. Es un fenómeno que sucede en otras partes del mundo. Lo que pasa es que Uruguay es muy chiquito, muy dependiente: ¿qué industria tenemos?...
¿Quién o quiénes detentan el poder cultural y qué se busca a través de ese poder?
No sé si puedo contestar esta pregunta… Pienso, por ejemplo, a nivel de producción editorial: se puede hacer algo muy interesante; pero, si no se vende, no funciona. Entonces el poder cultural, en última instancia, está muy determinado por el poder económico. Hay cosas muy valiosas, pero después te encontrás con que la infraestructura no existe.
¿Considera que en Uruguay existe, a nivel teórico, un pensamiento feminista articulado, que vaya más allá de las reivindicaciones laborales y sociales inmediatas?
Creo que ahora hay un poquito: una búsqueda de historia y de antropología. Por ejemplo, salió ese libro, Mujeres uruguayas; salió Diosas y brujas… Estamos unos cuarenta años atrasados, porque esas cosas, en el hemisferio Norte, hace mucho que se hacen a nivel de divulgación. (Las pioneras empezaron hace cien años…)
¿Eso no revela algo acerca de nuestra sociedad?
Creo que, por un lado, tenemos el complejo de estar más adelantados que otros países, como si ya tuviéramos todo. Por lo del voto, por ejemplo: fuimos uno de los primeros países en tener el voto de la mujer. Tenemos un complejo de europeos, cosa que no somos.
Yo, con todo, soy optimista frente al movimiento feminista. Creo que tiene idas y vueltas, pero el feminismo me parece irreversible. Nosotras no somos como nuestras abuelas y nuestros hijos y nietos no van a ser como nosotras. Ahí veo un polo fermental en las mujeres. Pero también creo que nos cuesta juntarnos. Y eso es una cosa muy uruguaya: o sea, que cada cual tiene su pocito…
El otro día, por ejemplo, recibí un “folder” hecho por un grupo de teólogas españolas (sobre temas de ecumenismo y diálogo interreligioso) con nueve folletitos dentro del “folder”. Cada uno hablaba de cosas diferentes; pero se juntaron y sacaron eso. Aquí cuesta más. No digo que no sea posible, pero hasta ahora ha costado más. Sobre todo cuando son cosas afines: parecería que hubiera rivalidades. Pero vuelvo a lo mismo: me parece que no es que seamos peores, sino que somos pocos y hay aislamiento. A veces te resulta más fácil conectarte con alguien del exterior que con una persona del mismo Uruguay. No sé por qué es. Esta situación así no deja feliz. Tendríamos que tener más espacio de diálogo, para andar juntos, para buscar.
¿Qué lugar ocupa el pensamiento religioso en Uruguay?
M estoy acordando ahora de una encuestadora que había ido a una zona muy marginada (en un período preelectoral o para un plebiscito) a buscar quiénes eran los agentes de opinión que más o menos influían. Entonces aparecieron los distintos partidos, el grupo tal, la ONG no sé cuánto. La Iglesia, ni por casualidad. A mí me llamó la atención, porque era una zona donde yo sabía que había una parroquia que estaba trabajando muy bien. Pero, por lo visto, al nivel de la incidencia en la vida nacional, no era como para salir en la encuesta. Nadie la nombró. No puedo decir más porque el dato es así; pero me llama la atención porque no es la percepción que yo tengo desde dentro de la Iglesia.
Ahora, ¿será porque consideran que la Iglesia es una cosa y el Estado es otra? Puede ser. Creo que el pensamiento religioso no ocupa mucho lugar en Uruguay en este momento. Un sacerdote me comentaba el otro día que la Iglesia se había automarginado, se había quedado para adentro. Puede ser. Hay que tener en cuenta lo que significó, a nivel de la Iglesia Universal, el tema del Concilio Vaticano II; y acá, Medellín. Hubo cambios muy importantes dentro de la Iglesia. Yo muchas veces he sentido que hay como una evangelización dentro de la Iglesia: o sea, hay muchísimas cosas de catequesis, muchísimos cursos. Por ejemplo: el ITU (Instituto Teológico del Uruguay) está en vías de convertirse en Facultad de Teología (*). Cuando yo empecé a dar clase ahí, había un curso de Teología para laicos, cuya base eran unas fotocopias que se repartían; y eso era todo. Ahora hay dos o tres variedades de cursos para laicos; la posibilidad de hacer un bachillerato reconocido por la Gregoriana; se pueden llegar a dar doctorados… Se ha avanzado muchísimo, pero ¿quién se enteró? Es como si no trascendiera.
¿Y en relación a la cultura?
En la Iglesia hubo un momento (que tuvo que ver con la Teología de la Liberación, algo muy importante en la historia del pensamiento latinoamericano) en que se hizo esa opción por los pobres. Pero lo que se olvidó fue la opción por la cultura. Tal vez sea un poquito grosero decir así, “se olvidó”. Pero yo me daba cuenta, por ejemplo, que cuando tenía interés, supongamos, de Santo Tomás, tenía que ir a buscar un abogado de otra generación: a los que habían fundado el “Club Católico” o la “Asociación de Estudiantes”; gente que en determinada época tenía un diálogo con la cultura. Cuando digo “con la cultura” me refiero a la cultura en el sentido más lato: gente que escribía, que pensaba, que hacía estudios, que pintaba, que disfrutaba de la música; gente que estaba en un ámbito público del quehacer cultural.
Creo que hubo un momento en que la opción por lo social fue tan grande que se perdió el diálogo con la cultura o la actividad de los círculos de estudio, cosas que existían antes del Concilio. Entonces quedó como si esos intereses fuesen preconciliares y ahora se tratara de una Iglesia nueva: la del compromiso social. En realidad, una opción no quita la otra.
Hubo eso en la Iglesia uruguaya. Y en la Universidad de la República estuvo Larrañaga.
El año pasado fueron los 150 años de la Universidad y a la Iglesia ni la llamaron. A mí, por ejemplo, me llamó mucho la atención que la Iglesia no recibiera una invitación de parte de la Universidad, habiendo estado presentísima en su fundación. No es que hubiera mala voluntad, fue un olvido, por falta de comunicación.
*) A partir del 22 de julio del 2000 el ITU ha accedido al rango de Facultad de Teología.
por Verónica D’Auria y Silvia Guerra
(reportaje recuperado de Conversaciones oblicuas entre la cultura y el poder / Entrevistas a diez intelectuales uruguayos: Roberto Appratto, Hugo Achugar, Uruguay Cortazzo, Eduardo Espina, Luce Fabbri, Padrón Favre, Alfredo Fressia, Hilia Moreira, Teresa Porcile y Beatriz Santos / Caracol al Galope 2001)
PRIMERA ENTREGA
A través del libro Mujer, espacio de salvación fue que consideramos la posibilidad de dialogar con Teresa Porcile, una intelectual uruguaya abocada al estudio teológico, al ecumenismo y, sobre todo, a la búsqueda de la presencia de lo femenino a través de los textos bíblicos y en la estructura de la Iglesia Católica.
Es revelador que habiendo sido una de las pocas Doctoras en Teología en América Latina y la única asesora mujer que participara en la Conferencia Episcopal de Puebla (en el área del ecumenismo) no figure en ninguno de los libros que brindan información sobre personalidades uruguayas relevantes.
Ha sido invitada como expositora a cursos, encuentros y congresos en los cinco continentes. Formó parte de la delegación uruguaya en la IV Asamblea Mundial de la Mujer, en Beijing. Un centro internacional italiano le otorgó su “premio de la Paz” por su actividad en el diálogo entre pueblos y culturas. Ha publicado algunos libros y un sinnúmero de artículos en diversos países latinoamericanos (Argentina, Brasil, México, Colombia, Costa Rica, Venezuela) así como en Europa (España, Italia, Francia, Suiza) y ha sido traducida a varios idiomas. Su trabajo no se ha limitado sólo a medios académicos: también acompañó al Padre Rubén Alonso (“Cacho”) durante varios años en su trabajo social en Aparicio Saravia y ha colaborado con grupos de promoción de discapacitados.
En una publicación del Consejo Nacional de Laicos de Venezuela, acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado uruguayo, afirma: “Entre los países de América Latina, Uruguay es algo atípico. Desde el punto de vista religioso, se puede decir que ha sido marcado por un laicismo; que ha tenido mucho de antieclesial, y sobre todo, de anticlerical. Al mismo tiempo, esa situación ha sido contexto favorable para un cristianismo comprometido y consciente. Sobre todo, el católico ha sido (y generalmente es) alguien que elige serlo y que vive y convive (habitualmente en un clima de indiferencia y/o tolerancia democrática) con muchos de sus compatriotas que sienten o piensan que “lo religioso” -sobre todo la Iglesia Católica- es un elemento retrógrado de la historia. Tal vez después del Concilio Vaticano II esa situación haya cambiado algo; pero, de hecho, el ideal de la cultura uruguaya es el del librepensador”.
Teresa Porcile murió en Montevideo, el 18 de junio de 2001.
¿Con qué metáfora representaría usted el modelo cultural uruguayo?
Siento que la metáfora que se me ocurrió es espantosa.
Porque es la de un adolescente macrocefálico en busca de identidad. Busqué muchísimo la metáfora. La hubiera querido del mundo de la naturaleza: una flor, un árbol… y me salió eso.
A mí me llama la atención -una vez me lo hizo notar una persona del Interior- que nosotros, los montevideanos, cuando vamos al Interior decimos que vamos “para afuera”… Siento también que Montevideo es adolescente. ¿Por qué? Porque tiene una búsqueda de identidad medio dolorosa.
Al mismo tiempo, es como si quisiéramos tener ya una identidad. Entonces se nos ocurre cosas “a la uruguaya”; pero resulta que esas cosas no son nada uruguayas.
¿Existe en su opinión algún modelo de pensamiento que identifique a los uruguayos?
Yo no leí todavía el libro de Ekroth, pero creo que es cierto que hay una queja uruguaya. No sé mucho a qué atribuir esa queja. Recuerdo algo que hablamos una vez con el padre “Cacho” (yo colaboré algunos años con él, cuando estuvo en Aparicio Saravia). Una vez, viviendo él en Rivera, había tenido la oportunidad de hacer un viaje a Brasil. Entonces había querido conocer las favelas. Me acuerdo que cuando volvió, al comentar las diferencias entre la favela y el cantegril, decía que acá había tristeza. En la favela hay pobreza, sí -decía- pero también, otra cosa, una alegría… Y me acuerdo que él, que no era persona cerrada “dogmáticamente”, eso se lo atribuyó al laicismo. A mí me dijo: “Lo que pasa es que Uruguay tiene un laicismo tan fuerte que ha matado un poco la esperanza…”
Yo siento que Uruguay es un país muy joven. He tenido la suerte de poder viajar y de ver México, por ejemplo. Allí hay muchas cosas que tienen cuatrocientos años, dos mil años… En Uruguay, por ser un país joven, no se da eso que dice el filósofo mexicano Vasconcellos a propósito de México: que allá hay una raza cósmica. Frente a eso pienso que nosotros somos como un aluvión de distintas integraciones. Tengo la impresión de que todavía no hemos encontrado una idiosincrasia uruguaya. Aunque al mismo tiempo siento que algo existe… Te das cuenta de eso cuando empezás a salir de tu país. Yo tuve la suerte de estar en todos los continentes y cada vez que voy llegando al Cono Sur siento que tenemos una identidad regional. Somos distintos a los peruanos, a los brasileros: hay algo rioplatense, a lo que sí pertenecemos.
¿Cree que eso ha cambiado en los últimos años?
En los últimos años hay una búsqueda de espiritualidad, de autenticidad. Antes, me parece que había más de sentimiento de derrota. No viví en el Uruguay del 67 al 73, que fueron años muy intensos. Me fui, con un ambiente estudiantil muy fermental y al volver me encontré a la gente chatita. Y así como el padre Cacho me había hablado del laicismo, otros me dijeron que había sido la dictadura. Como eso yo no lo viví no sé, pero puede ser que la gente se haya estancado.
Justamente, el año pasado, para Navidad, Lil Bettina Chouy me invitó para que, junto con Daniel Vidart, participara en un encuentro sobre el tema de la celebración. Estábamos de acuerdo con él en que el origen de la fiesta es un acontecimiento religioso. En todas las culturas las fiestas tienen que ver con rupturas, en el tiempo y en el espacio, que se hacen por motivos religiosos. Y el Uruguay, en los últimos años, ha recuperado una cierta fiesta popular.
El fenómeno de Iemanyá, por ejemplo, es de tipo mágico-religioso. Lo que se quiere es un poco de fiesta, porque está todo el mundo cansado de estar triste y quejoso, de que esto no marche. Yo creo que si tiene tanta repercusión es porque es una búsqueda. Hay ganas de fiesta para el cuerpo, de baile, de alegría. Y bueno… inventaron la fiesta de Iemanyá.
Se dice -y yo creo que es un poco verdad- que en Uruguay todo es más difícil. Yo digo que sí, que es cierto: el uruguayo es hipercrítico. Es raro encontrar estímulos en Uruguay, por ejemplo, entre gente que pertenezca a una misma profesión.
¿Cuál es, en su opinión, el modelo cultural dominante?
¿Por qué será que no tenemos modelo? Yo, al menos, no lo veo… Lo que veo es que nos influye mucho el exterior. Y no tanto el exterior inmediato: no es Argentina ni Brasil; es Estados Unidos o Europa; es lo que nos llega por los medios de comunicación. Siento que en este momento la televisión nos “copa” de una manera increíble.
Lo que veo predominando es el consumismo; y es medio triste, porque no hay poder adquisitivo. Es un fenómeno que sucede en otras partes del mundo. Lo que pasa es que Uruguay es muy chiquito, muy dependiente: ¿qué industria tenemos?...
¿Quién o quiénes detentan el poder cultural y qué se busca a través de ese poder?
No sé si puedo contestar esta pregunta… Pienso, por ejemplo, a nivel de producción editorial: se puede hacer algo muy interesante; pero, si no se vende, no funciona. Entonces el poder cultural, en última instancia, está muy determinado por el poder económico. Hay cosas muy valiosas, pero después te encontrás con que la infraestructura no existe.
¿Considera que en Uruguay existe, a nivel teórico, un pensamiento feminista articulado, que vaya más allá de las reivindicaciones laborales y sociales inmediatas?
Creo que ahora hay un poquito: una búsqueda de historia y de antropología. Por ejemplo, salió ese libro, Mujeres uruguayas; salió Diosas y brujas… Estamos unos cuarenta años atrasados, porque esas cosas, en el hemisferio Norte, hace mucho que se hacen a nivel de divulgación. (Las pioneras empezaron hace cien años…)
¿Eso no revela algo acerca de nuestra sociedad?
Creo que, por un lado, tenemos el complejo de estar más adelantados que otros países, como si ya tuviéramos todo. Por lo del voto, por ejemplo: fuimos uno de los primeros países en tener el voto de la mujer. Tenemos un complejo de europeos, cosa que no somos.
Yo, con todo, soy optimista frente al movimiento feminista. Creo que tiene idas y vueltas, pero el feminismo me parece irreversible. Nosotras no somos como nuestras abuelas y nuestros hijos y nietos no van a ser como nosotras. Ahí veo un polo fermental en las mujeres. Pero también creo que nos cuesta juntarnos. Y eso es una cosa muy uruguaya: o sea, que cada cual tiene su pocito…
El otro día, por ejemplo, recibí un “folder” hecho por un grupo de teólogas españolas (sobre temas de ecumenismo y diálogo interreligioso) con nueve folletitos dentro del “folder”. Cada uno hablaba de cosas diferentes; pero se juntaron y sacaron eso. Aquí cuesta más. No digo que no sea posible, pero hasta ahora ha costado más. Sobre todo cuando son cosas afines: parecería que hubiera rivalidades. Pero vuelvo a lo mismo: me parece que no es que seamos peores, sino que somos pocos y hay aislamiento. A veces te resulta más fácil conectarte con alguien del exterior que con una persona del mismo Uruguay. No sé por qué es. Esta situación así no deja feliz. Tendríamos que tener más espacio de diálogo, para andar juntos, para buscar.
¿Qué lugar ocupa el pensamiento religioso en Uruguay?
M estoy acordando ahora de una encuestadora que había ido a una zona muy marginada (en un período preelectoral o para un plebiscito) a buscar quiénes eran los agentes de opinión que más o menos influían. Entonces aparecieron los distintos partidos, el grupo tal, la ONG no sé cuánto. La Iglesia, ni por casualidad. A mí me llamó la atención, porque era una zona donde yo sabía que había una parroquia que estaba trabajando muy bien. Pero, por lo visto, al nivel de la incidencia en la vida nacional, no era como para salir en la encuesta. Nadie la nombró. No puedo decir más porque el dato es así; pero me llama la atención porque no es la percepción que yo tengo desde dentro de la Iglesia.
Ahora, ¿será porque consideran que la Iglesia es una cosa y el Estado es otra? Puede ser. Creo que el pensamiento religioso no ocupa mucho lugar en Uruguay en este momento. Un sacerdote me comentaba el otro día que la Iglesia se había automarginado, se había quedado para adentro. Puede ser. Hay que tener en cuenta lo que significó, a nivel de la Iglesia Universal, el tema del Concilio Vaticano II; y acá, Medellín. Hubo cambios muy importantes dentro de la Iglesia. Yo muchas veces he sentido que hay como una evangelización dentro de la Iglesia: o sea, hay muchísimas cosas de catequesis, muchísimos cursos. Por ejemplo: el ITU (Instituto Teológico del Uruguay) está en vías de convertirse en Facultad de Teología (*). Cuando yo empecé a dar clase ahí, había un curso de Teología para laicos, cuya base eran unas fotocopias que se repartían; y eso era todo. Ahora hay dos o tres variedades de cursos para laicos; la posibilidad de hacer un bachillerato reconocido por la Gregoriana; se pueden llegar a dar doctorados… Se ha avanzado muchísimo, pero ¿quién se enteró? Es como si no trascendiera.
¿Y en relación a la cultura?
En la Iglesia hubo un momento (que tuvo que ver con la Teología de la Liberación, algo muy importante en la historia del pensamiento latinoamericano) en que se hizo esa opción por los pobres. Pero lo que se olvidó fue la opción por la cultura. Tal vez sea un poquito grosero decir así, “se olvidó”. Pero yo me daba cuenta, por ejemplo, que cuando tenía interés, supongamos, de Santo Tomás, tenía que ir a buscar un abogado de otra generación: a los que habían fundado el “Club Católico” o la “Asociación de Estudiantes”; gente que en determinada época tenía un diálogo con la cultura. Cuando digo “con la cultura” me refiero a la cultura en el sentido más lato: gente que escribía, que pensaba, que hacía estudios, que pintaba, que disfrutaba de la música; gente que estaba en un ámbito público del quehacer cultural.
Creo que hubo un momento en que la opción por lo social fue tan grande que se perdió el diálogo con la cultura o la actividad de los círculos de estudio, cosas que existían antes del Concilio. Entonces quedó como si esos intereses fuesen preconciliares y ahora se tratara de una Iglesia nueva: la del compromiso social. En realidad, una opción no quita la otra.
Hubo eso en la Iglesia uruguaya. Y en la Universidad de la República estuvo Larrañaga.
El año pasado fueron los 150 años de la Universidad y a la Iglesia ni la llamaron. A mí, por ejemplo, me llamó mucho la atención que la Iglesia no recibiera una invitación de parte de la Universidad, habiendo estado presentísima en su fundación. No es que hubiera mala voluntad, fue un olvido, por falta de comunicación.
*) A partir del 22 de julio del 2000 el ITU ha accedido al rango de Facultad de Teología.
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