LA NUEVA ÉTICA
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
PRIMERA ENTREGA
La experiencia de la Sombra en psicología profunda
Hemos de ocuparnos ahora de la problemática del individuo y su crisis moral, para comprender los procesos que caracterizan en él la transición a una nueva ética. Debemos remitir aquí a las conexiones, puestas de relieve al principio, entre lo colectivo y el individuo: a la vinculación de la problemática colectiva con el destino de los individuos, en los que se hace patente.
El conflicto o la enfermedad que obliga a un hombre moderno a tomar la vía analítica de la psicología profunda rara vez está estructurado de tal modo que baste una corrección de la conciencia, una simple trasposición del material dado en el sentido de una reordenación del mismo, para alcanzar la solución. La mayoría de las veces resulta necesario sacar a luz estratos de la personalidad y hacerlos accesibles a la conciencia, de cuya jurisdicción y ámbito de experiencia permanecían excluidos y que por ello son denominados “inconscientes”.
Pero, mientras en épocas anteriores semejante crisis era considerada como una amenaza para la salud del alma y, por ejemplo, un pecado grave tenía para la conciencia un peso amenazante para la existencia total, el núcleo vital y el “alma”, el hombre moderno, en cambio, la experimenta sólo como una crisis de su conciencia y de su Yo. El conflicto se interpreta como un fracaso, un descalabro, una insuficiencia para afrontar la situación o el problema vital, pero casi nunca se siente como puesta en peligro o en cuestión la totalidad del hombre. En la mayoría de los casos, el sujeto siente sólo puesta a prueba la integridad de su Yo y se defiende enérgicamente contra la comprensión de la amplitud y alcance de su problemática.
Siempre y necesariamente, la vía analítica, que persigue la situación y su surgimiento de los trasfondos y subfondos de la personalidad, conduce a un sacudimiento del Yo y del mundo de la conciencia. Pues en ese camino se confronta el mundo de la conciencia con la personalidad total y con el infinito territorio de la realidad inconsciente. (Trátase aquí, como, en general, donde hablamos de “vía analítica”, sólo de los hombres para quienes el proceso de individuación es necesario, o sea, principalmente de hombres que se hallan en la segunda mitad de la vida y tienen por lo tanto ya realizado el ajuste a lo colectivo.)
Ora el hombre sometido a la labor analítica haya tenido ya una experiencia demostrativa de que su imagen del mundo, su código moral o su línea de conducta no se hallan a la altura requerida para afrontar el choque con el problema que lo afecta, ora sólo en el curso del tratamiento se revele insuficiente su orientación anterior, casi siempre el sacudimiento de su mundo de valores se presenta al comienzo de la vía analítica.
El desarrollo psíquico del hombre moderno comienza, casi sin excepción, con el problema moral y su reorientación, que se cumple por la asimilación de la “Sombra” y la reelaboración de la “Persona” (1). Exponemos este proceso en la terminología de la psicología analítica de C. G. Jung porque ella es perfectamente diferenciada. Pero el mismo podría traducirse fácilmente -por lo menos en sus primeras etapas- a las terminologías de Freud o de Adler.
El planteo moral de la dirección analítica se formula con máxima claridad en la concepción de la “personalidad de la Sombra”. El ámbito de la Sombra y el encuentro con él están, como lo ha establecido Jung, al comienzo mismo de la vía que conducirá a través de la jerarquía de las regiones psíquicas que se presentan a la experiencia en todo desarrollo en profundidad.
El efecto desilusionador del encuentro con la propia Sombra, parte negativa inconsciente de la personalidad, se produce siempre cuando el Yo ha vivido en identificación con la Persona y con los valores colectivos de la época. Por tal razón, ese encuentro es particularmente cruel y duro para el extravertido, que por naturaleza tiene menor captación intuitiva de su propia subjetividad que el introvertido. La ingenua susceptibilidad del Yo que se ha identificado más o menos con todo lo bueno y lo bello recibe un duro golpe y el sacudimiento de esa posición es el contenido esencial de la primera fase del análisis.
Allí salta a la vista en cuántos casos la actitud ilusionista del Yo no ha sido perturbada en lo más mínimo por la crisis o la enfermedad que ha llevado al sujeto a analizarse. La falta de una “conciencia de pecado”, es decir, de una reacción moral ante el sacudimiento vital padecido, parece ser una característica de nuestra época.
Mientras que antes la enfermedad o el fracaso se experimentaban dentro de las categorías de pecado, culpa y castigo, esta reacción moral es más bien ajena a la conciencia del hombre moderno, pero no a su inconsciente. La situación se concibe en gran medida como un “efecto” procedente de otros hombres, de las circunstancias, del medio o de la herencia y del cual la personalidad es el objeto pasivo.
La concepción causalista popular del psicoanálisis, según la cual algunas experiencias de la edad temprana serían “causa” de los fracasos posteriores, viene perfectamente al encuentro de esta actitud; más aun, es una de sus expresiones. El Yo, en la crisis, se siente entonces inocente, pues no puede identificarse responsablemente con el Yo de la temprana infancia.
En el encuentro con la Sombra, el Yo se sale de su identificación de “Persona” con los valores colectivos. El trabajo analítico reductivo de Freud y de Adler ha traído ampliamente a luz el lado de Sombra de la psique humana en su contraste con la autovaloración ilusionista del Yo. El encuentro con “el otro lado”, con la parte negativa, tiene por consecuencia una serie de sueños en que la Sombra sale al encuentro del Yo en forma de mendigo y baldado, malvado y paria, bufón y fracasado, humillado y ofendido, enfermo y salteador.
Destronamiento del Yo y de su mundo de valores
Lo que tanto sacude al individuo es la necesidad de comprender que “el otro lado”, a pesar de su carácter ajeno y hostil al Yo, es parte de la propia personalidad. La grande y terrible doctrina del “tú eres Eso” (2), que conduce como un Leitmotiv a través de toda la psicología profunda, comienza, en el encuentro con la Sombra, por un doloroso y al principio harto disonante acorde.
La crisis individual obliga al individuo a penetrar en una profundidad que voluntariamente preferiría en general no alcanzar. Zozobra la antigua imagen idealizada del Yo y se llega al peligroso reconocimiento de la dualidad y aun multiplicidad de la propia existencia.
Un proceso en el que el Yo se ve obligado a reconocerse como malvado y enfermo, asocial y doliente, odioso y restringido; una vía analítica que disuelve la inflación del Yo y le hace experimentar cómo y en qué aspectos es limitado y unilateral, determinado tipológicamente, lleno de prejuicios e iniquidad, representa una forma tan amarga de encuentro consigo mismo que no es difícil concebir la resistencia que desata.
Reconocerse infantil y malogrado, aborrecible e infeliz, hombre-bestia y pariente del mono, de índole sexual y rebañega, produce ya, desde luego, una violenta sacudida a cualquier Yo que se ha identificado con los valores colectivos. Pero el problema de la Sombra tiene raíces profundas y se hace cuestión de vida o muerte cuando la exploración penetra hasta las raíces del mal, donde la personalidad experimenta en su propia estructura su copertenencia a ese enemigo del hombre: el impulso de agresión y destrucción.
Notas
(1) C. G. Jung. El Yo y el inconsciente.
(2) El autor alude a la doctrina de las Upánishad y el Vedânta sobre la identidad supraesencial entre el principio divino en el hombre y el divino Absoluto. (N. del T.)
(capítulo III de Psicología profunda y nueva ética)
PRIMERA ENTREGA
La experiencia de la Sombra en psicología profunda
Hemos de ocuparnos ahora de la problemática del individuo y su crisis moral, para comprender los procesos que caracterizan en él la transición a una nueva ética. Debemos remitir aquí a las conexiones, puestas de relieve al principio, entre lo colectivo y el individuo: a la vinculación de la problemática colectiva con el destino de los individuos, en los que se hace patente.
El conflicto o la enfermedad que obliga a un hombre moderno a tomar la vía analítica de la psicología profunda rara vez está estructurado de tal modo que baste una corrección de la conciencia, una simple trasposición del material dado en el sentido de una reordenación del mismo, para alcanzar la solución. La mayoría de las veces resulta necesario sacar a luz estratos de la personalidad y hacerlos accesibles a la conciencia, de cuya jurisdicción y ámbito de experiencia permanecían excluidos y que por ello son denominados “inconscientes”.
Pero, mientras en épocas anteriores semejante crisis era considerada como una amenaza para la salud del alma y, por ejemplo, un pecado grave tenía para la conciencia un peso amenazante para la existencia total, el núcleo vital y el “alma”, el hombre moderno, en cambio, la experimenta sólo como una crisis de su conciencia y de su Yo. El conflicto se interpreta como un fracaso, un descalabro, una insuficiencia para afrontar la situación o el problema vital, pero casi nunca se siente como puesta en peligro o en cuestión la totalidad del hombre. En la mayoría de los casos, el sujeto siente sólo puesta a prueba la integridad de su Yo y se defiende enérgicamente contra la comprensión de la amplitud y alcance de su problemática.
Siempre y necesariamente, la vía analítica, que persigue la situación y su surgimiento de los trasfondos y subfondos de la personalidad, conduce a un sacudimiento del Yo y del mundo de la conciencia. Pues en ese camino se confronta el mundo de la conciencia con la personalidad total y con el infinito territorio de la realidad inconsciente. (Trátase aquí, como, en general, donde hablamos de “vía analítica”, sólo de los hombres para quienes el proceso de individuación es necesario, o sea, principalmente de hombres que se hallan en la segunda mitad de la vida y tienen por lo tanto ya realizado el ajuste a lo colectivo.)
Ora el hombre sometido a la labor analítica haya tenido ya una experiencia demostrativa de que su imagen del mundo, su código moral o su línea de conducta no se hallan a la altura requerida para afrontar el choque con el problema que lo afecta, ora sólo en el curso del tratamiento se revele insuficiente su orientación anterior, casi siempre el sacudimiento de su mundo de valores se presenta al comienzo de la vía analítica.
El desarrollo psíquico del hombre moderno comienza, casi sin excepción, con el problema moral y su reorientación, que se cumple por la asimilación de la “Sombra” y la reelaboración de la “Persona” (1). Exponemos este proceso en la terminología de la psicología analítica de C. G. Jung porque ella es perfectamente diferenciada. Pero el mismo podría traducirse fácilmente -por lo menos en sus primeras etapas- a las terminologías de Freud o de Adler.
El planteo moral de la dirección analítica se formula con máxima claridad en la concepción de la “personalidad de la Sombra”. El ámbito de la Sombra y el encuentro con él están, como lo ha establecido Jung, al comienzo mismo de la vía que conducirá a través de la jerarquía de las regiones psíquicas que se presentan a la experiencia en todo desarrollo en profundidad.
El efecto desilusionador del encuentro con la propia Sombra, parte negativa inconsciente de la personalidad, se produce siempre cuando el Yo ha vivido en identificación con la Persona y con los valores colectivos de la época. Por tal razón, ese encuentro es particularmente cruel y duro para el extravertido, que por naturaleza tiene menor captación intuitiva de su propia subjetividad que el introvertido. La ingenua susceptibilidad del Yo que se ha identificado más o menos con todo lo bueno y lo bello recibe un duro golpe y el sacudimiento de esa posición es el contenido esencial de la primera fase del análisis.
Allí salta a la vista en cuántos casos la actitud ilusionista del Yo no ha sido perturbada en lo más mínimo por la crisis o la enfermedad que ha llevado al sujeto a analizarse. La falta de una “conciencia de pecado”, es decir, de una reacción moral ante el sacudimiento vital padecido, parece ser una característica de nuestra época.
Mientras que antes la enfermedad o el fracaso se experimentaban dentro de las categorías de pecado, culpa y castigo, esta reacción moral es más bien ajena a la conciencia del hombre moderno, pero no a su inconsciente. La situación se concibe en gran medida como un “efecto” procedente de otros hombres, de las circunstancias, del medio o de la herencia y del cual la personalidad es el objeto pasivo.
La concepción causalista popular del psicoanálisis, según la cual algunas experiencias de la edad temprana serían “causa” de los fracasos posteriores, viene perfectamente al encuentro de esta actitud; más aun, es una de sus expresiones. El Yo, en la crisis, se siente entonces inocente, pues no puede identificarse responsablemente con el Yo de la temprana infancia.
En el encuentro con la Sombra, el Yo se sale de su identificación de “Persona” con los valores colectivos. El trabajo analítico reductivo de Freud y de Adler ha traído ampliamente a luz el lado de Sombra de la psique humana en su contraste con la autovaloración ilusionista del Yo. El encuentro con “el otro lado”, con la parte negativa, tiene por consecuencia una serie de sueños en que la Sombra sale al encuentro del Yo en forma de mendigo y baldado, malvado y paria, bufón y fracasado, humillado y ofendido, enfermo y salteador.
Destronamiento del Yo y de su mundo de valores
Lo que tanto sacude al individuo es la necesidad de comprender que “el otro lado”, a pesar de su carácter ajeno y hostil al Yo, es parte de la propia personalidad. La grande y terrible doctrina del “tú eres Eso” (2), que conduce como un Leitmotiv a través de toda la psicología profunda, comienza, en el encuentro con la Sombra, por un doloroso y al principio harto disonante acorde.
La crisis individual obliga al individuo a penetrar en una profundidad que voluntariamente preferiría en general no alcanzar. Zozobra la antigua imagen idealizada del Yo y se llega al peligroso reconocimiento de la dualidad y aun multiplicidad de la propia existencia.
Un proceso en el que el Yo se ve obligado a reconocerse como malvado y enfermo, asocial y doliente, odioso y restringido; una vía analítica que disuelve la inflación del Yo y le hace experimentar cómo y en qué aspectos es limitado y unilateral, determinado tipológicamente, lleno de prejuicios e iniquidad, representa una forma tan amarga de encuentro consigo mismo que no es difícil concebir la resistencia que desata.
Reconocerse infantil y malogrado, aborrecible e infeliz, hombre-bestia y pariente del mono, de índole sexual y rebañega, produce ya, desde luego, una violenta sacudida a cualquier Yo que se ha identificado con los valores colectivos. Pero el problema de la Sombra tiene raíces profundas y se hace cuestión de vida o muerte cuando la exploración penetra hasta las raíces del mal, donde la personalidad experimenta en su propia estructura su copertenencia a ese enemigo del hombre: el impulso de agresión y destrucción.
Notas
(1) C. G. Jung. El Yo y el inconsciente.
(2) El autor alude a la doctrina de las Upánishad y el Vedânta sobre la identidad supraesencial entre el principio divino en el hombre y el divino Absoluto. (N. del T.)
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