RICARDO AROCENA
LA DUDA
Más de 3000 soldados artiguistas, acompañados por una multitud de ancianos, mujeres, niños, carros y carretas, se suman a las fuerzas sitiadoras de Montevideo, la espléndida mañana estival del viernes 26 de febrero de 1813. Embriagados por una euforia que anticipa el carnaval y haciendo sollozar a las "almas sensibles" con reiteradas salvas, músicas y cánticos patriotas, saludan a las tropas que los esperaban, que contestan con ruidosas exclamaciones y juramentos.
Durante la noche habían aumentado las comunicaciones entre las tropas sitiadoras y los orientales, que se habían ido acercando a la ciudad. Cuando estuvieron en paralelo a Las Piedras, a cuatro leguas de distancia, recibieron la orden solemne del comando artiguista de proceder al rencuentro. Retornaban luego de enormes peripecias, al mismo lugar del que hacía 17 meses habían dolorosamente partido, dando inicio a La Redota, emigración masiva que los había alejado de su tierra.
Acaudillando el regreso destacaban Manuel Artigas, Fernando Otorgués, Baltasar Ojeda, Francisco Berdúm, Manuel Pagola, Gorgonio Aguiar, además por supuesto de José Artigas, entre otros legendarios comandantes orientales. La plana mayor del ejército de Rondeau y el vecindario salieron muy temprano a recibirlos y a las 8 de la mañana ya estaban todos incorporados al sitio.
Súbitamente 21 cañonazos saludan a los "fieros y belicosos" recién llegados, para desazón de los que apostaban a la deserción o al enfrentamiento de los ejércitos que ahora se reunían tras la causa común de conquistar la ciudad. A las 10 de la mañana se presentan los "batidores" y al mediodía los generales repasan las líneas, "entre los más tiernos vivas a la patria y a la unión siempre interesante". Dos días después continuaban llegando las familias emigradas.
El griterío "cual confuso rumor", inunda a la cercada Montevideo, empujado "por la ventolina". Su población, apiñada en murallones y azoteas, no se perdía detalle de cuanto ocurría. Durante toda la noche había hecho el aguante, especulando con lo que sobrevendría. Asomaba apenas la mañana cuando frente suyo irrumpen las tropas de infantería, ocupando la línea del sitio. Ante sus atónitos ojos se presentan, con majestuosa gala, el Regimiento de Granaderos, el Nº 3, el Nº 4, el Nº 6..., comandados por sus jefes. La caballería, los Dragones y diez imponentes piezas de artillería, ocupaban con ostentosa presencia el Cerrito de la Victoria.
No mucho tiempo antes cualquiera hubiera dicho que la reunión de los dos ejércitos era imposible. La presencia oriental en el sitio de Montevideo, era la expresión concreta del fracaso de la francmasonería oligárquica porteña, que la había saboteado, para que su ejemplo libertario no trascendiera. La tarea le había sido encomendada a uno de sus más fieles "hermanos", don Manuel de Sarratea, que se abocaría a ese objetivo recurriendo a mentiras, sobornos, enredos y estratagemas.
Exactamente dos meses atrás el Jefe oriental, desde su campamento en el Ayuí, había roto públicamente con el porteño, pero como las hostilidades no cesaban, finalmente requisa el parque y la comisaría del ejército bonaerense, desatando una crisis. Sarratea estaba en Santa Lucía cuando se entera del acontecimiento y nombra una comisión integrada por Tomás García, Ramón de Cáceres, Felipe Pérez y Juan Medina para negociar, otorgándoles amplias potestades que incluían la posibilidad de su abdicación, a favor de alguien que le mereciera confianza. Promete acatar cualquier arreglo con tal de zanjar las diferencias y que las tropas de Artigas unieran esfuerzos contra el enemigo común. En realidad quería ganar tiempo ante una situación que le era desfavorable para poder planificar nuevas intrigas.
El clima era tenso el 8 de enero de 1813, en el alojamiento del Jefe oriental en los márgenes del Yi cuando comienza la reunión, pero poco a poco se va distendiendo cuando Artigas una por una va aceptando las condiciones que le van proponiendo. A cambio exigía que todas las divisiones en campaña quedaran bajo sus órdenes y que Sarratea y seis hombres más fueran separados del ejército, propuesta a la que los emisarios, imbuidos por el espíritu de la conversación sostenida con su superior, finalmente accedieron.
Era un viernes y paradojalmente, a kilómetros de distancia, como intuyendo la situación, por primera vez desde la derrota del Cerrito, rompiendo con el estado de "estupor" en el que se encontraban, los españoles envían dos grandes partidas contra los sitiadores que exploraban los alrededores de Montevideo. Estos habían instalado a la altura del Cristo, seis nuevas piezas de artillería, con "su atalaje y su tren".
Durante su ofensiva los ibéricos capturan a un soldado patriota, extraviado de los suyos, que es conducido a la ciudad, adonde la sequía y la peste acechaban. En tanto a orillas del Yi, Artigas y la delegación acuerdan 16 puntos, que permitirían la incorporación de las tropas orientales al 2do. sitio de Montevideo. Pero el pacto tendría que ser aceptado por Sarratea, sobre lo cual el Jefe oriental tenía serias dudas, aunque se prestase hábilmente al juego impulsado por el porteño. El rechazo de la propuesta profundizaría la crisis a niveles insospechados, fortaleciendo al imperio español.
EL SUPREMO SARRATEA
Desde su cuartel general en el Cerrito de la Victoria Sarratea dominaba el panorama. La sola vista de la ciudad sitiada y de las tropas a su mando le infundían confianza. A su alrededor continuaban construyéndose fosas y murallas y en uno de los flancos, en torno a tres piezas de artillería, permanentemente se concebían simulacros. Los choques con los peninsulares desde que llegara de Santa Lucía habían sido casi cotidianos, sobre todo a la altura de la Aguada y del Cordón, con bajas en el campo enemigo. El arribo apenas cuatro días antes del coronel French, como comandante del regimiento de la estrella Nº 3 y el clima espectacular, lo tenían de buen humor.
Se había tomado su tiempo para responder al acuerdo alcanzado entre sus delegados y Artigas. No estaba apurado: ya tenía ideadas nuevas movidas en el interminable juego político que mantenía con los orientales. Ni bien su delegación había retornado, poniendo cara de circunstancias había rechazado el acuerdo. Y en tono duro había recriminado a sus hombres que se habían extralimitado:
-¡Esto sería hacer una transgresión de mis obligaciones más sagradas, y poner en ridículo el concepto del Gobierno Superior de las Provincias Unidas. Ni este, ni los depositarios de su representación debe capitular con un súbdito suyo! -vociferará.
Todavía no iba a hacer pública la respuesta, esperaba directivas de Buenos Aires. Le llegaron el 14 de enero y no podían ser mejores. Con placer había leído que el "Superior Gobierno" lo respaldaba, y "que juzgaba inoportuno el cambio de General en Jefe", a la par que condenaba "la pérfida conducta del coronel Artigas, su obstinado empeño en sembrar la división, el estrago e injustas desconfianzas y sobre todo el rompimiento de hecho de una especie de guerra de recursos que sabe que a todos nosotros es exclusivamente funesta".
Había paladeado aquellas palabras, entre otras razones porque reflejaban una imagen sobre el Jefe oriental, que había contribuido a forjar. Enviando a sus subalternos había ganado tiempo para concebir una nueva estrategia. Le resultaba imprescindible el respaldo de sus cofrades porteños, ya que lo fortalecía frente a sus oficiales, ante los que no había quedado bien parado al rechazar el convenio. Ni bien termina de leer la carta de Buenos Aires, se apresta a responder al Jefe oriental: "los vecinos personados ante V. S. procediendo con candor y buena fe creyeron sin duda que podían presentarse a semejante transacción. Acaso lo creyó también V. S. y aunque es laudable en todos el deseo de transigir las diferencias ocurridas, es preciso confesar que al menos hubo error de entendimiento, ya que no se viciase la voluntad".
No le importaba demasiado lo que pudiera sugerir a los demás su escabrosa conducta. Sabía que lo llamaban "el patriota cínico" y que lo tachaban de "excesivamente frívolo" y de "moralidad poco segura". Pero a los que servía no les molestaba que la "viveza pervertida de su espíritu columbrara al momento cuantas intrigas y marañas podían entrar en una gestión", como se había dicho. Se tenía confianza para afrontar determinados contextos, como el de aquellos momentos. Todavía no había partido el chasque rumbo al campamento artiguista y ya rumiaba sobre los posibles escenarios en los que su contrincante podía moverse.
Aquel fue un jueves muy dinámico por muchos motivos. A mediodía los sitiadores bajan un cañón desde Tres Cruces hacia el Cristo y atacan la ciudad, obligando a los peninsulares a guarecerse en el Cordón. También debieron huir de la playa, hacia el otro lado del muro y a las lanchas, perdiendo "un soldado y cinco vacas". Pero atinan a responder con "treinta tiros", que caen lejos del blanco, ante la burla de los patriotas, que responden palmeándose la boca.
Los sitiados eran testigos del permanente incremento de las tropas enemigas. Frente a lo de Vidal y Chopitea, a la derecha del Cerrito, el 15 de enero se instala, como formidable refuerzo, una columna de infantería con dos cañones. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, acampa a la "izquierda de los negros", una nueva columna, que hace especular a los españoles que son tropas de Vedia y de Terrada y que Sarratea estaba asumiendo el mando. Luego de las señales convenidas se establecen contactos entre los contendientes para discutir asuntos de mutuo interés.
Por esos días llega al puerto montevideano, procedente de Lanzarote, el bergantín "Silveira" con 377 personas a bordo, que son enviadas a "Patacones", quedando solamente en la plaza, los "jóvenes y libres". Pero pese a los intercambios entre los representantes de uno y otro bando, continúan las escaramuzas, con muertos y prisioneros y se suceden los bombardeos. Hasta Sarratea no ha llegado todavía respuesta ninguna de Artigas, que por esos días encomienda a Tomás García de Zúñiga que negocie en Buenos Aires la destitución del porteño y los "engalonados" que le sirven.
EL RUMOR
La estratagema pergeñada por Sarratea pasaba por fomentar recelos, en este caso sobre Artigas, por aquello de que una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad. Entonces desliza la sospecha sobre el Jefe oriental: "las declaraciones de los pasados a la plaza están contestes en que se cuenta en ella con su auxilio para defenderla de las tropas sitiadoras, y esto ha llegado a anunciarse y celebrarse públicamente, como un motivo de satisfacción con los sitiados". En otras palabras había resuelto correr el rumor de que Artigas había acordado una "alianza defensiva-ofensiva con el poder español".
Es bastante frecuente que desde el poder se procure acabar con el contrario sembrando desconfianza sobre su persona o su conducta. De esta forma le generan estigmas para paralizarlo, o por lo menos obligarlo a estar permanentemente a la defensiva y aclarando sospechas, con lo que se amputa su iniciativa y la confianza que en él se tiene. Esencialmente era lo que Sarratea intentaba hacer con el Jefe patriota.
En el muelle montevideano solía reunirse el "bando del Tío Vicente" o "Vicentino", que no era otra cosa que un refugio de charlatanes que se dedicaban a comentar los sucesos políticos, mientras elucubraban fantásticos planes de apoyo aéreo a España. Inmediatamente se hicieron eco del rumor que circulaba repitiendo con pleno convencimiento que Artigas "a Vigodet de reunirse trata". Las reuniones entre sitiados y sitiadores eran momentos propicios para difundir la patraña.
En la ciudad la escasez de granos y pastos provoca la muerte de bueyes y caballos, agudizando la crítica situación. Las noticias no son alentadoras: un martes la población se entera que la balandra patriota "La Americana", había apresado a su similar realista "Carmen" y le había requisado ropa, zapatos, yerbas, tabaco y aguardiente. Las deserciones por otra parte eran permanentes, sobre todo de los negros, que huían al bando patriota procurando la libertad. Por todo esto muchos repiten los infundios, para mantener alguna esperanza.
El saldo del mes de enero es de tres muertos y dos heridos, pero son cifras oficiales y la "sensación térmica" es que las bajas son muchas más. Febrero comienza con la recalada desde Canarias de dos barcos en situación de cuarentena, que se dirigían a Maldonado, que obligan a Vigodet a negociar y 800 personas con escorbuto son recogidas por los sitiadores.
Pero las desdichas no impiden que el martes 2 el famoso cuerpo del comandante Chaín, desfile estrenando uniforme frente a la Iglesia Matriz, ante la expectante contemplación de la población. Al mismo tiempo, en el Cerrito, Sarratea continúa con su plan. Ya había hecho correr los rumores de traición, ahora tenía que pasar a la ofensiva. Entonces, "en consideración a los graves prejuicios que ha experimentado este territorio por la bárbara sediciosa conducta", acusa de "traidor a la patria" a José Artigas, en un comunicado, que será publicado "en todos los pueblos y lugares acostumbrados".
Calibraba que ya estaba maduro el entorno luego de la labor de zapa y avanza un paso más. El mismo día que publica el edicto, intenta convencer a Otorgués que traicione al jefe oriental, a cambio de galones y reconocimientos. El tono es zalamero. "La carrera de sus dignos servicios será atendida, aumentada y considerada, con atención a ellos; y a cuantos le sigan a este ilustre paso serán igualmente que Ud. atendidos (....) En esta atención reconozca usted que va a llenarse de gloria y aumentar los timbres de la patria...".
Dos días después en el frente de batalla los enfrentamientos momentáneamente cesan para procederse al intercambio de prisioneros. A las 16 horas parten de la ciudad los presos en "carretillas", rumbo al Arroyo Seco, lugar convenido para el canje. La zona estaba atestada de familias fracturadas por la guerra. Pero ni bien culmina el encuentro, reinician los combates. Entretanto continúan arribando al puerto gran número de buques cargados de viajeros, que con autorización de los sitiadores, se van instalando en las costas.
Exactamente a los 10 días de la momentánea tregua, Artigas responde, en carta al gobierno de Buenos Aires, a los intentos de soborno de sus subalternos y a la acusación de traidor. Su oponente se había extralimitado y eso le permitía aislarlo ante la opinión pública. Era conciente que la partida no era contra un hombre, sino contra lo que encarnaba.
-¡Ah! Si hubiera empleado a favor de la Patria una milésima parte de la política que tuerce a sus depravadas y ambiciosas miras... Toda la Banda Oriental está sufriendo por la ambición, arbitrariedad y despotismo de este solo hombre, el más singular y complejo seudo apóstol de la libertad que jamás vieran las revoluciones en el mundo... El Sr. Sarratea, Viana y algunos otros engalonados, no sabiendo cómo acriminarme más, tocaron esta fibra, la más delicada de mi corazón, atreviéndose a poner sus labios infames en mi reputación...
EL DERRUMBE
Comprendiendo que se había apresurado Sarratea responde inmediatamente recurriendo a toda la gama de bajezas humanas de que era capaz. Una vez más hace gala de la "mezcla de buen carácter y de cinismo, de habilidad y desvergüenza" que lo caracterizaban. Pero la respuesta de Artigas, que llegó a los tres días, fue lapidaria y sepultó políticamente al enviado bonaerense. "El tejido de imposturas que contiene la comunicación de V.E. data del corriente, fomenta mi irritación. Si este fue el objeto que se propuso V. E. al dirigírmela, está completamente lleno; si es otro, V. E. se ha equivocado", precisará.
Y para ser más categórico especifica, rechazando las acusaciones de colaboracionista, que fomentadas por desertores y españoles, eran manejadas por el porteño: "nada hacen al caso las declaraciones de los pasados de la Plaza. El interés que resulta a los sitiados de propagar que cuentan con mis auxilios, no es extrañable en su situación. Ellos hallan todos los recursos para su intriga en la división que ostentamos Ud. y yo". Sarratea había quedado desautorizado públicamente. Fue la estocada final.
En tanto los sitiadores conquistaban con sus guerrillas zanjas y quintas de las cercanías de Montevideo, por ejemplo en torno a la "casa de Sierra", provocando la contraofensiva española, que alcanza hasta "lo de Llambí". Pero sus éxitos son efímeros y las noticias que llegan del exterior tampoco son alentadoras. La victoria de San Martín, en el Templo de San Carlos, les cae como un balde de agua fría. Solamente les va quedando soñar con la profundización de las disidencias en filas enemigas.
La agitación entre los sitiadores inunda de rumores la ciudad: un día corre la noticia que Rondeau estaba preso, otro que la retirada de más de 800 soldados de Sarratea con un tren de artillería, eran para frenar el avance de Otorgués. Pero la repentina ofensiva patriota en el frente de batalla, trae a los españoles a la realidad y los obliga a entrar en estado de alarma. Para colmo la explosión el lunes 22 de febrero, cerca del muelle, en forma accidental, de un barril de pólvora, contribuye a tensar la atmósfera imperante. Ante tanta incertidumbre Vigodet se interna en la Sala del Parque de Ingenieros, adonde duerme vestido.
Las escaramuzas continúan en torno a las murallas, y los "Vicentinos" deliberan sobre posibles acuerdos entre Artigas y Rondeau. En todas partes se palpa que algo está por suceder. Lo que estaba ocurriendo era que con el apoyo del Jefe oriental el ejército sitiador había organizado un motín para desplazar a Sarratea. Los términos de Rondeau no le dejan otra opción al porteño que renunciar: "Es con un doloroso sentimiento que he de manifestar a V.E. que, conforme a lo que V.E. ha dispuesto, de que se continúe con el sitio y se conserve el ejército, y deseando todos los jefes y oficiales a él pertenecientes estrechar el sitio hasta conseguir la entrega de la ciudad de Montevideo; más para obtener ese objeto es necesario se convide al Cnel. Don José Artigas a tomar posesión en él con las fuerzas de su mando: no obstante, esto no puede hacerse sin la condición precisa de que V.E. con su estado mayor, deje el mando y se retire a B.A."
El sarrateísmo se derrumbaba por la alta política desplegada por el comando oriental a lo largo de los últimos meses. Pero se desplomaba mucho más que un "individuo extraño", portador de la más "inadmisible falta de coherencia". Lo que caía en realidad, aunque por cierto circunstancialmente, era una política que había apostado a la mentira y la confabulación y que era impulsada desde Buenos Aires, por los que consideraban la democracia popular, como una "anarquía de cuatreros".
Enfrentando las mentiras con las que lo habían querido manchar, Artigas crecerá ante los pueblos de la región. La verdad revolucionaria había acabado con las mentiras contrarrevolucionarias. Los orientales, que retornando de La Redota nuevamente estaban frente a la amurallada Montevideo, muy pronto dejarán constancia de la profunda madurez alcanzada durante los últimos 17 dramáticos meses, impulsando propuestas democrático-republicanas, que los situarán a la vanguardia de la revolución en los antiguos territorios del caduco virreinato español. Los hechos acababan de demostrar que no eran iguales a cuando partieron...
LA DUDA
Más de 3000 soldados artiguistas, acompañados por una multitud de ancianos, mujeres, niños, carros y carretas, se suman a las fuerzas sitiadoras de Montevideo, la espléndida mañana estival del viernes 26 de febrero de 1813. Embriagados por una euforia que anticipa el carnaval y haciendo sollozar a las "almas sensibles" con reiteradas salvas, músicas y cánticos patriotas, saludan a las tropas que los esperaban, que contestan con ruidosas exclamaciones y juramentos.
Durante la noche habían aumentado las comunicaciones entre las tropas sitiadoras y los orientales, que se habían ido acercando a la ciudad. Cuando estuvieron en paralelo a Las Piedras, a cuatro leguas de distancia, recibieron la orden solemne del comando artiguista de proceder al rencuentro. Retornaban luego de enormes peripecias, al mismo lugar del que hacía 17 meses habían dolorosamente partido, dando inicio a La Redota, emigración masiva que los había alejado de su tierra.
Acaudillando el regreso destacaban Manuel Artigas, Fernando Otorgués, Baltasar Ojeda, Francisco Berdúm, Manuel Pagola, Gorgonio Aguiar, además por supuesto de José Artigas, entre otros legendarios comandantes orientales. La plana mayor del ejército de Rondeau y el vecindario salieron muy temprano a recibirlos y a las 8 de la mañana ya estaban todos incorporados al sitio.
Súbitamente 21 cañonazos saludan a los "fieros y belicosos" recién llegados, para desazón de los que apostaban a la deserción o al enfrentamiento de los ejércitos que ahora se reunían tras la causa común de conquistar la ciudad. A las 10 de la mañana se presentan los "batidores" y al mediodía los generales repasan las líneas, "entre los más tiernos vivas a la patria y a la unión siempre interesante". Dos días después continuaban llegando las familias emigradas.
El griterío "cual confuso rumor", inunda a la cercada Montevideo, empujado "por la ventolina". Su población, apiñada en murallones y azoteas, no se perdía detalle de cuanto ocurría. Durante toda la noche había hecho el aguante, especulando con lo que sobrevendría. Asomaba apenas la mañana cuando frente suyo irrumpen las tropas de infantería, ocupando la línea del sitio. Ante sus atónitos ojos se presentan, con majestuosa gala, el Regimiento de Granaderos, el Nº 3, el Nº 4, el Nº 6..., comandados por sus jefes. La caballería, los Dragones y diez imponentes piezas de artillería, ocupaban con ostentosa presencia el Cerrito de la Victoria.
No mucho tiempo antes cualquiera hubiera dicho que la reunión de los dos ejércitos era imposible. La presencia oriental en el sitio de Montevideo, era la expresión concreta del fracaso de la francmasonería oligárquica porteña, que la había saboteado, para que su ejemplo libertario no trascendiera. La tarea le había sido encomendada a uno de sus más fieles "hermanos", don Manuel de Sarratea, que se abocaría a ese objetivo recurriendo a mentiras, sobornos, enredos y estratagemas.
Exactamente dos meses atrás el Jefe oriental, desde su campamento en el Ayuí, había roto públicamente con el porteño, pero como las hostilidades no cesaban, finalmente requisa el parque y la comisaría del ejército bonaerense, desatando una crisis. Sarratea estaba en Santa Lucía cuando se entera del acontecimiento y nombra una comisión integrada por Tomás García, Ramón de Cáceres, Felipe Pérez y Juan Medina para negociar, otorgándoles amplias potestades que incluían la posibilidad de su abdicación, a favor de alguien que le mereciera confianza. Promete acatar cualquier arreglo con tal de zanjar las diferencias y que las tropas de Artigas unieran esfuerzos contra el enemigo común. En realidad quería ganar tiempo ante una situación que le era desfavorable para poder planificar nuevas intrigas.
El clima era tenso el 8 de enero de 1813, en el alojamiento del Jefe oriental en los márgenes del Yi cuando comienza la reunión, pero poco a poco se va distendiendo cuando Artigas una por una va aceptando las condiciones que le van proponiendo. A cambio exigía que todas las divisiones en campaña quedaran bajo sus órdenes y que Sarratea y seis hombres más fueran separados del ejército, propuesta a la que los emisarios, imbuidos por el espíritu de la conversación sostenida con su superior, finalmente accedieron.
Era un viernes y paradojalmente, a kilómetros de distancia, como intuyendo la situación, por primera vez desde la derrota del Cerrito, rompiendo con el estado de "estupor" en el que se encontraban, los españoles envían dos grandes partidas contra los sitiadores que exploraban los alrededores de Montevideo. Estos habían instalado a la altura del Cristo, seis nuevas piezas de artillería, con "su atalaje y su tren".
Durante su ofensiva los ibéricos capturan a un soldado patriota, extraviado de los suyos, que es conducido a la ciudad, adonde la sequía y la peste acechaban. En tanto a orillas del Yi, Artigas y la delegación acuerdan 16 puntos, que permitirían la incorporación de las tropas orientales al 2do. sitio de Montevideo. Pero el pacto tendría que ser aceptado por Sarratea, sobre lo cual el Jefe oriental tenía serias dudas, aunque se prestase hábilmente al juego impulsado por el porteño. El rechazo de la propuesta profundizaría la crisis a niveles insospechados, fortaleciendo al imperio español.
EL SUPREMO SARRATEA
Desde su cuartel general en el Cerrito de la Victoria Sarratea dominaba el panorama. La sola vista de la ciudad sitiada y de las tropas a su mando le infundían confianza. A su alrededor continuaban construyéndose fosas y murallas y en uno de los flancos, en torno a tres piezas de artillería, permanentemente se concebían simulacros. Los choques con los peninsulares desde que llegara de Santa Lucía habían sido casi cotidianos, sobre todo a la altura de la Aguada y del Cordón, con bajas en el campo enemigo. El arribo apenas cuatro días antes del coronel French, como comandante del regimiento de la estrella Nº 3 y el clima espectacular, lo tenían de buen humor.
Se había tomado su tiempo para responder al acuerdo alcanzado entre sus delegados y Artigas. No estaba apurado: ya tenía ideadas nuevas movidas en el interminable juego político que mantenía con los orientales. Ni bien su delegación había retornado, poniendo cara de circunstancias había rechazado el acuerdo. Y en tono duro había recriminado a sus hombres que se habían extralimitado:
-¡Esto sería hacer una transgresión de mis obligaciones más sagradas, y poner en ridículo el concepto del Gobierno Superior de las Provincias Unidas. Ni este, ni los depositarios de su representación debe capitular con un súbdito suyo! -vociferará.
Todavía no iba a hacer pública la respuesta, esperaba directivas de Buenos Aires. Le llegaron el 14 de enero y no podían ser mejores. Con placer había leído que el "Superior Gobierno" lo respaldaba, y "que juzgaba inoportuno el cambio de General en Jefe", a la par que condenaba "la pérfida conducta del coronel Artigas, su obstinado empeño en sembrar la división, el estrago e injustas desconfianzas y sobre todo el rompimiento de hecho de una especie de guerra de recursos que sabe que a todos nosotros es exclusivamente funesta".
Había paladeado aquellas palabras, entre otras razones porque reflejaban una imagen sobre el Jefe oriental, que había contribuido a forjar. Enviando a sus subalternos había ganado tiempo para concebir una nueva estrategia. Le resultaba imprescindible el respaldo de sus cofrades porteños, ya que lo fortalecía frente a sus oficiales, ante los que no había quedado bien parado al rechazar el convenio. Ni bien termina de leer la carta de Buenos Aires, se apresta a responder al Jefe oriental: "los vecinos personados ante V. S. procediendo con candor y buena fe creyeron sin duda que podían presentarse a semejante transacción. Acaso lo creyó también V. S. y aunque es laudable en todos el deseo de transigir las diferencias ocurridas, es preciso confesar que al menos hubo error de entendimiento, ya que no se viciase la voluntad".
No le importaba demasiado lo que pudiera sugerir a los demás su escabrosa conducta. Sabía que lo llamaban "el patriota cínico" y que lo tachaban de "excesivamente frívolo" y de "moralidad poco segura". Pero a los que servía no les molestaba que la "viveza pervertida de su espíritu columbrara al momento cuantas intrigas y marañas podían entrar en una gestión", como se había dicho. Se tenía confianza para afrontar determinados contextos, como el de aquellos momentos. Todavía no había partido el chasque rumbo al campamento artiguista y ya rumiaba sobre los posibles escenarios en los que su contrincante podía moverse.
Aquel fue un jueves muy dinámico por muchos motivos. A mediodía los sitiadores bajan un cañón desde Tres Cruces hacia el Cristo y atacan la ciudad, obligando a los peninsulares a guarecerse en el Cordón. También debieron huir de la playa, hacia el otro lado del muro y a las lanchas, perdiendo "un soldado y cinco vacas". Pero atinan a responder con "treinta tiros", que caen lejos del blanco, ante la burla de los patriotas, que responden palmeándose la boca.
Los sitiados eran testigos del permanente incremento de las tropas enemigas. Frente a lo de Vidal y Chopitea, a la derecha del Cerrito, el 15 de enero se instala, como formidable refuerzo, una columna de infantería con dos cañones. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, acampa a la "izquierda de los negros", una nueva columna, que hace especular a los españoles que son tropas de Vedia y de Terrada y que Sarratea estaba asumiendo el mando. Luego de las señales convenidas se establecen contactos entre los contendientes para discutir asuntos de mutuo interés.
Por esos días llega al puerto montevideano, procedente de Lanzarote, el bergantín "Silveira" con 377 personas a bordo, que son enviadas a "Patacones", quedando solamente en la plaza, los "jóvenes y libres". Pero pese a los intercambios entre los representantes de uno y otro bando, continúan las escaramuzas, con muertos y prisioneros y se suceden los bombardeos. Hasta Sarratea no ha llegado todavía respuesta ninguna de Artigas, que por esos días encomienda a Tomás García de Zúñiga que negocie en Buenos Aires la destitución del porteño y los "engalonados" que le sirven.
EL RUMOR
La estratagema pergeñada por Sarratea pasaba por fomentar recelos, en este caso sobre Artigas, por aquello de que una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad. Entonces desliza la sospecha sobre el Jefe oriental: "las declaraciones de los pasados a la plaza están contestes en que se cuenta en ella con su auxilio para defenderla de las tropas sitiadoras, y esto ha llegado a anunciarse y celebrarse públicamente, como un motivo de satisfacción con los sitiados". En otras palabras había resuelto correr el rumor de que Artigas había acordado una "alianza defensiva-ofensiva con el poder español".
Es bastante frecuente que desde el poder se procure acabar con el contrario sembrando desconfianza sobre su persona o su conducta. De esta forma le generan estigmas para paralizarlo, o por lo menos obligarlo a estar permanentemente a la defensiva y aclarando sospechas, con lo que se amputa su iniciativa y la confianza que en él se tiene. Esencialmente era lo que Sarratea intentaba hacer con el Jefe patriota.
En el muelle montevideano solía reunirse el "bando del Tío Vicente" o "Vicentino", que no era otra cosa que un refugio de charlatanes que se dedicaban a comentar los sucesos políticos, mientras elucubraban fantásticos planes de apoyo aéreo a España. Inmediatamente se hicieron eco del rumor que circulaba repitiendo con pleno convencimiento que Artigas "a Vigodet de reunirse trata". Las reuniones entre sitiados y sitiadores eran momentos propicios para difundir la patraña.
En la ciudad la escasez de granos y pastos provoca la muerte de bueyes y caballos, agudizando la crítica situación. Las noticias no son alentadoras: un martes la población se entera que la balandra patriota "La Americana", había apresado a su similar realista "Carmen" y le había requisado ropa, zapatos, yerbas, tabaco y aguardiente. Las deserciones por otra parte eran permanentes, sobre todo de los negros, que huían al bando patriota procurando la libertad. Por todo esto muchos repiten los infundios, para mantener alguna esperanza.
El saldo del mes de enero es de tres muertos y dos heridos, pero son cifras oficiales y la "sensación térmica" es que las bajas son muchas más. Febrero comienza con la recalada desde Canarias de dos barcos en situación de cuarentena, que se dirigían a Maldonado, que obligan a Vigodet a negociar y 800 personas con escorbuto son recogidas por los sitiadores.
Pero las desdichas no impiden que el martes 2 el famoso cuerpo del comandante Chaín, desfile estrenando uniforme frente a la Iglesia Matriz, ante la expectante contemplación de la población. Al mismo tiempo, en el Cerrito, Sarratea continúa con su plan. Ya había hecho correr los rumores de traición, ahora tenía que pasar a la ofensiva. Entonces, "en consideración a los graves prejuicios que ha experimentado este territorio por la bárbara sediciosa conducta", acusa de "traidor a la patria" a José Artigas, en un comunicado, que será publicado "en todos los pueblos y lugares acostumbrados".
Calibraba que ya estaba maduro el entorno luego de la labor de zapa y avanza un paso más. El mismo día que publica el edicto, intenta convencer a Otorgués que traicione al jefe oriental, a cambio de galones y reconocimientos. El tono es zalamero. "La carrera de sus dignos servicios será atendida, aumentada y considerada, con atención a ellos; y a cuantos le sigan a este ilustre paso serán igualmente que Ud. atendidos (....) En esta atención reconozca usted que va a llenarse de gloria y aumentar los timbres de la patria...".
Dos días después en el frente de batalla los enfrentamientos momentáneamente cesan para procederse al intercambio de prisioneros. A las 16 horas parten de la ciudad los presos en "carretillas", rumbo al Arroyo Seco, lugar convenido para el canje. La zona estaba atestada de familias fracturadas por la guerra. Pero ni bien culmina el encuentro, reinician los combates. Entretanto continúan arribando al puerto gran número de buques cargados de viajeros, que con autorización de los sitiadores, se van instalando en las costas.
Exactamente a los 10 días de la momentánea tregua, Artigas responde, en carta al gobierno de Buenos Aires, a los intentos de soborno de sus subalternos y a la acusación de traidor. Su oponente se había extralimitado y eso le permitía aislarlo ante la opinión pública. Era conciente que la partida no era contra un hombre, sino contra lo que encarnaba.
-¡Ah! Si hubiera empleado a favor de la Patria una milésima parte de la política que tuerce a sus depravadas y ambiciosas miras... Toda la Banda Oriental está sufriendo por la ambición, arbitrariedad y despotismo de este solo hombre, el más singular y complejo seudo apóstol de la libertad que jamás vieran las revoluciones en el mundo... El Sr. Sarratea, Viana y algunos otros engalonados, no sabiendo cómo acriminarme más, tocaron esta fibra, la más delicada de mi corazón, atreviéndose a poner sus labios infames en mi reputación...
EL DERRUMBE
Comprendiendo que se había apresurado Sarratea responde inmediatamente recurriendo a toda la gama de bajezas humanas de que era capaz. Una vez más hace gala de la "mezcla de buen carácter y de cinismo, de habilidad y desvergüenza" que lo caracterizaban. Pero la respuesta de Artigas, que llegó a los tres días, fue lapidaria y sepultó políticamente al enviado bonaerense. "El tejido de imposturas que contiene la comunicación de V.E. data del corriente, fomenta mi irritación. Si este fue el objeto que se propuso V. E. al dirigírmela, está completamente lleno; si es otro, V. E. se ha equivocado", precisará.
Y para ser más categórico especifica, rechazando las acusaciones de colaboracionista, que fomentadas por desertores y españoles, eran manejadas por el porteño: "nada hacen al caso las declaraciones de los pasados de la Plaza. El interés que resulta a los sitiados de propagar que cuentan con mis auxilios, no es extrañable en su situación. Ellos hallan todos los recursos para su intriga en la división que ostentamos Ud. y yo". Sarratea había quedado desautorizado públicamente. Fue la estocada final.
En tanto los sitiadores conquistaban con sus guerrillas zanjas y quintas de las cercanías de Montevideo, por ejemplo en torno a la "casa de Sierra", provocando la contraofensiva española, que alcanza hasta "lo de Llambí". Pero sus éxitos son efímeros y las noticias que llegan del exterior tampoco son alentadoras. La victoria de San Martín, en el Templo de San Carlos, les cae como un balde de agua fría. Solamente les va quedando soñar con la profundización de las disidencias en filas enemigas.
La agitación entre los sitiadores inunda de rumores la ciudad: un día corre la noticia que Rondeau estaba preso, otro que la retirada de más de 800 soldados de Sarratea con un tren de artillería, eran para frenar el avance de Otorgués. Pero la repentina ofensiva patriota en el frente de batalla, trae a los españoles a la realidad y los obliga a entrar en estado de alarma. Para colmo la explosión el lunes 22 de febrero, cerca del muelle, en forma accidental, de un barril de pólvora, contribuye a tensar la atmósfera imperante. Ante tanta incertidumbre Vigodet se interna en la Sala del Parque de Ingenieros, adonde duerme vestido.
Las escaramuzas continúan en torno a las murallas, y los "Vicentinos" deliberan sobre posibles acuerdos entre Artigas y Rondeau. En todas partes se palpa que algo está por suceder. Lo que estaba ocurriendo era que con el apoyo del Jefe oriental el ejército sitiador había organizado un motín para desplazar a Sarratea. Los términos de Rondeau no le dejan otra opción al porteño que renunciar: "Es con un doloroso sentimiento que he de manifestar a V.E. que, conforme a lo que V.E. ha dispuesto, de que se continúe con el sitio y se conserve el ejército, y deseando todos los jefes y oficiales a él pertenecientes estrechar el sitio hasta conseguir la entrega de la ciudad de Montevideo; más para obtener ese objeto es necesario se convide al Cnel. Don José Artigas a tomar posesión en él con las fuerzas de su mando: no obstante, esto no puede hacerse sin la condición precisa de que V.E. con su estado mayor, deje el mando y se retire a B.A."
El sarrateísmo se derrumbaba por la alta política desplegada por el comando oriental a lo largo de los últimos meses. Pero se desplomaba mucho más que un "individuo extraño", portador de la más "inadmisible falta de coherencia". Lo que caía en realidad, aunque por cierto circunstancialmente, era una política que había apostado a la mentira y la confabulación y que era impulsada desde Buenos Aires, por los que consideraban la democracia popular, como una "anarquía de cuatreros".
Enfrentando las mentiras con las que lo habían querido manchar, Artigas crecerá ante los pueblos de la región. La verdad revolucionaria había acabado con las mentiras contrarrevolucionarias. Los orientales, que retornando de La Redota nuevamente estaban frente a la amurallada Montevideo, muy pronto dejarán constancia de la profunda madurez alcanzada durante los últimos 17 dramáticos meses, impulsando propuestas democrático-republicanas, que los situarán a la vanguardia de la revolución en los antiguos territorios del caduco virreinato español. Los hechos acababan de demostrar que no eran iguales a cuando partieron...
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