TRIGESIMOQUINTA ENTREGA
5 / SÍMBOLOS EN UN ANÁLISIS INDIVIDUAL (XI)
Jolande Jacobi
El sueño oráculo
La gente que confía totalmente en su pensamiento racional y desecha o reprime toda manifestación de su vida psíquica, con frecuencia, tiene inclinación, casi inexplicable, hacia la superstición. Escucha los oráculos y profecías y puede ser fácilmente embaucada o influida por magos y prestidigitadores. Y como los sueños compensan nuestra vida exterior, la importancia que esa gente da a su intelecto está contrapesada por los sueños en los que se encuentra con lo irracional y no puede librarse de ello.
Henry experimentó ese fenómeno, durante el curso del análisis, de una forma impresionante. Cuatro sueños extraordinarios, basados en esos temas irracionales, representan hitos decisivos en su desarrollo espiritual. El primero de ellos lo tuvo unas diez semanas después de haber comenzado el análisis. Así contó Henry su sueño.
Solitario en un viaje aventurero por Sudamérica, siento, al fin, el deseo de volver a mi patria. En una ciudad extranjera situada en una montaña, trato de llegar a la estación de ferrocarril que, instintivamente, sospecho que está en el centro de la ciudad, en su parte más elevada. Temo que sea demasiado tarde.
Sin embargo, por fortuna, un pasadizo abovedado se abre paso por la hilera de casas a mi derecha, construidas muy hacinadas como en la arquitectura de la Edad Media, formando un muro impenetrable tras del cual es probable que se encuentre la estación. Toda la escena ofrece un aspecto muy pintoresco. Veo las soleadas y pintadas fachadas de las casas, el oscuro pasadizo en cuyas sombras cuatro figuras harapientas se han instalado en el suelo. Con un suspiro de alivio, me apresuré hasta el pasadizo y, de repente, un tipo extraño como de trampero, apareció delante de mí, evidentemente con el mismo deseo de coger el tren.
Al acercarnos, los cuatro porteros, que resultaron ser chinos, se abalanzaron para impedirnos la entrada. Durante la lucha que se produjo, resulta herida mi pierna izquierda con las largas uñas del pie izquierdo de uno de los chinos. Ahora un oráculo tiene que decidir si nos han de franquear la entrada o si nos han de quitar la vida.
Soy el primero del que se han de ocupar. Mientras mi compañero es atado y llevado aparte, los chinos consultan el oráculo utilizando varillas de marfil. La sentencia es en mi contra pero me conceden otra posibilidad. Me esposan y me llevan aparte, precisamente donde estaba mi compañero, y él ocupa ahora mi puesto. En su presencia, el oráculo tiene que decidir mi sino por segunda vez. En esta ocasión es a mi favor. Estoy salvado.
Inmediatamente se da uno cuenta de la singularidad y el significado excepcional de este sueño, su riqueza de símbolos y su concisión. Sin embargo, parecía como si la mente consciente de Henry quisiera ignorar el sueño. A causa del escepticismo hacia los productos del inconsciente, era importante no exponer el sueño al peligro de la racionalización sino, más bien, dejara que actuara sobre él sin interferencia. Por tanto, al principio, refrené mi interpretación. En cambio, sólo le ofrecí una sugerencia: le aconsejé leer y después consultar (como hicieron los chinos de su sueño) el famoso libro chino de oráculos, el I Ching.
El I Ching, el llamado “Libro de los cambios”, es un libro muy antiguo de sabiduría; sus raíces se remontan a tiempos míticos y nos ha llegado en su forma actual desde el año 3.000 a. de J.C. según Richard Wilhelm (que lo tradujo al alemán y proporcionó un comentario admirable), las dos ramas principales de la filosofía china -taoísmo y confucianismo- tienen su origen común en el I Ching. El libro se basa en la hipótesis de la singularidad del hombre y del cosmos circundante, y en la pareja de opuestos complementarios Yang y Yin (es decir, los principios masculino y femenino). Consta de 64 “signos”, representado cada uno por un dibujo hecho con seis líneas. En esos signos están contenidas todas las combinaciones posibles de Yang y Yin. Las líneas rectas se consideran masculinas, y las quebradas, femeninas.
Cada signo describe cambios en la situación humana y cada una prescribe, en un lenguaje pintoresco, el curso de la acción que ha de seguirse en tales momentos. Los chinos consultaban ese oráculo por medios que indicaban cuál de los signos era el adecuado en un momento determinado. Lo hacían utilizando cincuenta varillas, de una forma un tanto complicada, que proporcionaba un determinado número. (Por cierto, Henry dijo que, una vez, había leído -probablemente en el comentario de Jung sobre “El secreto de la flor de oro”- acerca de un extraño juego que, a veces, utilizaban los chinos para predecir el futuro.)
Hoy día, el método más corriente de consultar el I Ching es utilizar tres monedas. Cada tirada de las tres monedas da una línea. Las “caras”, que representan una línea masculina, cuentan como tres; las “cruces”, una línea quebrada femenina, cuentan como dos. Las monedas se tiran seis veces, y los números que se producen indican el signo o exagrama (es decir, el conjunto de seis líneas) que hay que consultar.
Pero ¿qué valor tiene tal adivinación del porvenir” en nuestro tiempo? Aun aquellos que aceptan la idea de que el I Ching es un almacén de sabiduría encontrarán difícil creer que consultar el oráculo es algo más que un experimento en lo oculto. Por supuesto, es difícil captar que hay algo más, porque la persona corriente de hoy día desecha conscientemente toda técnica adivinatoria como tontería arcaica. Sin embargo, no son tonterías. Como ha demostrado el Dr. Jung, están basadas en lo que él llama “principio de sincronicidad” (o, más llanamente, coincidencia significativa). Él ha descrito esta difícil idea nueva en su ensayo Sincronicidad: principio de conexión acausal. Está basado en la idea de un conocimiento interior inconsciente que enlaza un suceso físico con una situación psíquica de tal modo que cierto suceso que aparece como “accidental” o “coincidente” puede, de hecho, ser psíquicamente significativo; y su significado con frecuencia se indica simbólicamente por medio de sueños que coinciden con el suceso.
Varias semanas después de haber estudiado el I Ching, Henry siguió mi sugerencia (con gran escepticismo) y tiró la moneda. Lo que encontró en el libro le produjo una tremenda impresión. En resumen, el oráculo al que él consultó tenía varias referencias, asombrosas a su sueño y a su situación psicológica en general. Por una notable coincidencia “sincrónica”, el signo que quedó indicado con el procedimiento de las monedas se llamaba MENG, o “tontería juvenil”. En este capítulo hay varios paralelos con los motivos del sueño en cuestión. Según el texto del I Ching, las tres líneas superiores de ese exagrama simbolizan una montaña y tienen el significado de “mantenerse tranquilo”; también pueden interpretarse como una puerta. Las tres líneas inferiores simbolizan agua, abismo y luna. Todos estos símbolos se habían producido en los sueños anteriores de Henry. Entre otras muchas afirmaciones que parecían aplicables a Henry estaba la siguiente advertencia: “Para la tontería juvenil, es lo más desesperanzador enredarse en imaginaciones vacías. Cuanto más obstinadamente se adhiera a las fantasías irreales con más certeza le sorprenderá la humillación”.
De ese y de otros modos complejos, el oráculo parecía aludir directamente al problema de Henry. Esto lo inquietó. Al principio, trató de librarse de sus efectos con fuerza de voluntad, pero no pudo librarse de sus efectos ni aun en sueños. El mensaje de I Ching parecía conmoverlo profundamente a pesar del lenguaje enigmático en que estaba expresado. Llegó a estar dominado por la verdadera irracionalidad cuya existencia había negado durante tanto tiempo. A veces silencioso, a veces irritado, leyendo las palabras que parecían coincidir con los símbolos de sus sueños, dijo: “Tengo que meditar todo esto muy despacio”, y se marchó antes de que terminara la sesión. Canceló por teléfono la sesión siguiente, a causa de la gripe, y no volvió. Esperé (“mantenerse tranquilo”) porque supuse que él no había asimilado el oráculo.
Transcurrió un mes. Finalmente, Henry reapareció, excitado y desconcertado, y me contó lo que había ocurrido en el intervalo. Inicialmente, su intelecto (en el que, hasta entonces, tanto había confiado), sufrió una gran conmoción que, primeramente, trató de suprimir. Sin embargo, pronto tuvo que admitir que los mensajes del oráculo le perseguían. Se propuso volver a consultar el libro, porque, en su sueño, el oráculo fue consultado dos veces. Pero el texto del capítulo “Tontería juvenil” le prohibía expresamente hacer una segunda pregunta. Durante dos noches, Henry estuvo dando vueltas en la cama sin poder dormir; pero, en la tercera, una luminosa imagen de gran fuerza apareció de repente ante sus ojos: un caso y una espada flotando en el espacio vacío.
Henry volvió a coger inmediatamente el I Ching y lo abrió al azar por el comentario al capítulo 30, donde (con gran sorpresa suya) leyó el siguiente pasaje: “El adherirse es fuego, significa cotas de malla, cascos, significa lanzas y armas.” Ahora creía comprender por qué estaba prohibida una segunda consulta intencionada del oráculo. Porque en su sueño el ego estaba excluido de una segunda pregunta; era el trampero el que tenía que consultar el oráculo por segunda vez. De la misma forma, fue el acto semiinconsciente de Henry el que había hecho inintencionadamente la segunda pregunta al I Ching abriendo el libro al azar haciendo aparecer un símbolo que coincidía con su vida nocturna.
Henry estaba tan clara y profundamente excitado que parecía el momento adecuado para interpretar el sueño que había puesto en marcha la transformación. En vista de los sucesos del sueño, era evidente que los elementos oníricos tenían que interpretarse como contenidos interiores de la personalidad de Henry y las seis figuras oníricas como personificación de sus cualidades psíquicas. Tales sueños son relativamente raros pero, cuando se producen, sus efectos posteriores son todos muy poderosos. Por eso es por lo que pueden llamarse “sueños de transformación”.
Con sueños de tal poder pictórico, raramente tiene el soñante más de algunas asociaciones personales. Todo lo que Henry podía aducir es que, hacía poco, había solicitado un empleo en Chile y no le habían aceptado porque no concederían el empleo a quienes no estuviesen casados. También sabía que algunos chinos se dejan crecer las uñas de la mano izquierda como señal de que, en vez de trabajar, se consagran a la meditación.
El fracaso de Henry (de obtener un empleo en Sudamérica) se le presentaba en su sueño. En él, se ve transportado a un caluroso mundo meridional, un mundo que, en contraste con Europa, él podría llamar primitivo, sin prohibiciones, y sensual. Representa un excelente cuadro simbólico del reino del inconsciente.
Este reino era lo opuesto al culto intelecto y al puritanismo suizo que regían la mente consciente de Henry. Era, de hecho, su natural “tierra sombría”, por la que había esperado con impaciencia; pero al poco tiempo, ya no se sintió tan a gusto en ella. Desde las fuerzas tectónicas, oscuras, maternales (simbolizadas por Sudamérica) regresa en el sueño a la madre clara y personal y a la novia. De repente, se da cuenta cuánto se ha alejado de ellas: se encuentra solo en una “ciudad extranjera”.
Este acrecentamiento de la conciencia está simbolizado en el sueño como “parte más elevada”; la ciudad estaña edificada en una montaña. Por tanto, Henry “asciende” a una mayor consciencia en la “tierra sombría”; desde ahí espera “encontrar su camino a la patria”. Este problema de ascender una montaña ya se le planteó en el sueño inicial. Y, al igual que en el sueño del santo y la prostituta, o en muchos relatos mitológicos, una montaña suele simbolizar un lugar de revelación donde puede producirse la transformación y el cambio.
La “ciudad en la montaña” es también un conocido símbolo arquetípico que aparece en la historia de nuestra cultura con diversas variantes. La ciudad, que corresponde en su trazado a un mandala, representa esa “región del alma” en medio de la cual el “sí-mismo” (el sueño más interno y totalidad de la psique) tiene su morada.
Es sorprendente que la sede del “sí-mismo” esté representada en el sueño de Henry como un centro de transportes de la colectividad humana: una estación de ferrocarril. Esto puede ser porque el “sí-mismo” (si el soñante es joven y tiene un nivel de desarrollo espiritual relativamente bajo) suele simbolizarse con un objeto del reino de su experiencia personal, muy frecuentemente un objeto trivial que compensa las elevadas aspiraciones del soñante. Sólo en la persona madura conocedora de las imágenes de su alma, el “sí-mismo” se conoce en un símbolo que corresponde a su valor único.
Aunque Henry no sabe en realidad dónde esta la estación, supone que ha de encontrarse en el centro de la ciudad, en su punto más elevado. Aquí, como en los primeros sueños, recibe ayuda de su inconsciente. La mente consciente de Henry estaba identificada con su profesión de ingeniero; por tanto, también le gustaría que su mundo interior se relacionara con los productos racionales de la civilización, como es una estación de ferrocarril. Sin embargo, el sueño rechaza esa actitud e indica un camino completamente distinto.
El camino lleva “bajo” y a través de un pasadizo oscuro. Un pasadizo abovedado es también el símbolo de un umbral, un lugar donde acecha el peligro, un lugar que, al mismo tiempo, separa y une. En vez de la estación de ferrocarril que Henry buscaba, que iba a conectar la incivilizada Sudamérica con Europa, Henry se encuentra ante un oscuro pasadizo abovedado donde cuatro chinos harapientos, echados en el suelo, impiden el paso. El sueño no hace distinción entre ellos, por lo cual pueden considerarse como cuatro aspectos de la totalidad masculina aun sin diferenciar. (El número cuatro, símbolo de totalidad y completamiento, representa un arquetipo que el Dr. Jung ha estudiado por extenso en sus escritos.)
Así es que los chinos representan las partes psíquicas masculinas del inconsciente de Henry que él no puede pasar, porque “el camino al sí-mismo” (es decir, al centro de la psique) está obstruido por ellos y aun tiene que ser abierto para él. Hasta que eso no se arregle, no puede seguir su viaje.
Sin darse aun cuenta del peligro inminente, Henry corre hacia el pasadizo, esperando, al fin, llegar a la estación. Pero en el camino, se encuentra con su “sombra”, su lado primitivo y no vivido que aparece en la guisa de trampero tosco y terrenal. La aparición de esta figura probablemente significa que el ego introvertido de Henry se ha unido por su lado extravertido (compensatorio), que representa sus rasgos emotivos reprimidos e irracionales. Esta figura nebulosa rebasa al ego consciente en el primer término y, a causa de que personifica la actividad y la autonomía de las cualidades inconscientes, se convierte en el portador adecuado del destino, mediante el cual todo sucede.
El sueño avanza hacia su punto culminante. Durante la lucha entre Henry, el trampero y los cuatro chinos harapientos, la pierna izquierda de Henry es arañada por las largas uñas del pie izquierdo de uno de los cuatro. (Aquí, parece, el carácter europeo del ego consciente de Henry ha chocado con una personificación de la antigua sabiduría del Oriente, con el extremo opuesto de su ego. Los chinos vienen de un continente psíquico completamente distinto, de “otro lado” que aun es totalmente desconocido para Henry y que le parece peligroso.)
También puede decirse que los chinos representan la “tierra amarilla”, pues la población china está relacionada con la tierra como pocas poblaciones lo están. Y es, precisamente, esa cualidad terrenal, tectónica, la que Henry tiene que aceptar. La inconsciente totalidad masculina de la psique, con la que se encuentra en su sueño, tenía un aspecto material tectónico de que carecía su lado consciente intelectual. Por tanto, el hecho de que él reconociera las cuatro figuras harapientas como chinas, muestra que Henry había acrecentado su percepción interior respecto a la naturaleza de sus adversarios.
Henry había oído que los chinos, algunas veces, se dejaban crecer las uñas de la mano izquierda. Pero en el sueño, las uñas largas son del pie izquierdo; son, por así decir, garras. Esto puede indicar que los chinos tienen un punto de vista muy diferente al de Henry y que le hiere. Como sabemos, la actitud consciente de Henry hacia lo tectónico y lo femenino, hacia las profundidades materiales de su naturaleza, era más dudosa y ambivalente. Esta actitud, simbolizada por su “pierna izquierda” (el punto de vista de su lado femenino, inconsciente, del cual aun está asustado) fue herido por los chinos.
Sin embargo, esta “herida” no trajo, por sí mismo, un cambio en Henry. Toda transformación exige, como condición previa “el fin de un mundo”, el hundimiento de una vieja filosofía de la vida. Como ya ha señalado anteriormente en este libro el Dr. Henderson, en las ceremonias de iniciación, el joven tiene que sufrir una muerte simbólica antes de que pueda renacer como hombre y ser aceptado en la tribu como miembro pleno. Así, la actitud lógica y científica del ingeniero tiene que hundirse para dejar sitio a la nueva actitud.
En la psique de un ingeniero, puede reprimirse todo lo “irracional”, y por tanto, con frecuencia se revela en las dramáticas paradojas del mundo onírico. Así, lo irracional aparece en el mundo de Henry como un “juego de oráculo” de origen extranjero, con un poder terrible e inexplicable para decidir los destinos humanos. Al ego racional de Henry no le quedaba otra alternativa que rendirse incondicionalmente en un verdadero sacrificium intellectus.
Sin embargo, la mente consciente de una persona tan inexperimentada e inmadura como Henry no está suficientemente preparada para tal acto. Pierde los cambios de la suerte y su vida está confiscada. Está cogido, incapaz de seguir su camino acostumbrado o de volver a casa, de evadirse de sus responsabilidades de adulto. (Era esta visión profunda para la que Henry tenía que estar preparado mediante este “gran sueño”.)
Inmediatamente, el ego consciente y civilizado de Henry es atado y separado mientras al trampero primitivo se le permite ocultar su lugar y consultar al oráculo. La vida de Henry depende de la respuesta. Pero cuando el ego está prisionero y en el aislamiento, esos contenidos del inconsciente, que están personificados en la nebulosa figura, pueden proporcionar ayuda y solución. Esto se hace posible cuando se reconoce la existencia de tales contenidos y se ha experimentado su poder. Entonces pueden convertirse en nuestros compañeros conscientemente aceptados. Como el trampero (su sombra) gana el juego en su lugar, Henry está salvado.
5 / SÍMBOLOS EN UN ANÁLISIS INDIVIDUAL (XI)
Jolande Jacobi
El sueño oráculo
La gente que confía totalmente en su pensamiento racional y desecha o reprime toda manifestación de su vida psíquica, con frecuencia, tiene inclinación, casi inexplicable, hacia la superstición. Escucha los oráculos y profecías y puede ser fácilmente embaucada o influida por magos y prestidigitadores. Y como los sueños compensan nuestra vida exterior, la importancia que esa gente da a su intelecto está contrapesada por los sueños en los que se encuentra con lo irracional y no puede librarse de ello.
Henry experimentó ese fenómeno, durante el curso del análisis, de una forma impresionante. Cuatro sueños extraordinarios, basados en esos temas irracionales, representan hitos decisivos en su desarrollo espiritual. El primero de ellos lo tuvo unas diez semanas después de haber comenzado el análisis. Así contó Henry su sueño.
Solitario en un viaje aventurero por Sudamérica, siento, al fin, el deseo de volver a mi patria. En una ciudad extranjera situada en una montaña, trato de llegar a la estación de ferrocarril que, instintivamente, sospecho que está en el centro de la ciudad, en su parte más elevada. Temo que sea demasiado tarde.
Sin embargo, por fortuna, un pasadizo abovedado se abre paso por la hilera de casas a mi derecha, construidas muy hacinadas como en la arquitectura de la Edad Media, formando un muro impenetrable tras del cual es probable que se encuentre la estación. Toda la escena ofrece un aspecto muy pintoresco. Veo las soleadas y pintadas fachadas de las casas, el oscuro pasadizo en cuyas sombras cuatro figuras harapientas se han instalado en el suelo. Con un suspiro de alivio, me apresuré hasta el pasadizo y, de repente, un tipo extraño como de trampero, apareció delante de mí, evidentemente con el mismo deseo de coger el tren.
Al acercarnos, los cuatro porteros, que resultaron ser chinos, se abalanzaron para impedirnos la entrada. Durante la lucha que se produjo, resulta herida mi pierna izquierda con las largas uñas del pie izquierdo de uno de los chinos. Ahora un oráculo tiene que decidir si nos han de franquear la entrada o si nos han de quitar la vida.
Soy el primero del que se han de ocupar. Mientras mi compañero es atado y llevado aparte, los chinos consultan el oráculo utilizando varillas de marfil. La sentencia es en mi contra pero me conceden otra posibilidad. Me esposan y me llevan aparte, precisamente donde estaba mi compañero, y él ocupa ahora mi puesto. En su presencia, el oráculo tiene que decidir mi sino por segunda vez. En esta ocasión es a mi favor. Estoy salvado.
Inmediatamente se da uno cuenta de la singularidad y el significado excepcional de este sueño, su riqueza de símbolos y su concisión. Sin embargo, parecía como si la mente consciente de Henry quisiera ignorar el sueño. A causa del escepticismo hacia los productos del inconsciente, era importante no exponer el sueño al peligro de la racionalización sino, más bien, dejara que actuara sobre él sin interferencia. Por tanto, al principio, refrené mi interpretación. En cambio, sólo le ofrecí una sugerencia: le aconsejé leer y después consultar (como hicieron los chinos de su sueño) el famoso libro chino de oráculos, el I Ching.
El I Ching, el llamado “Libro de los cambios”, es un libro muy antiguo de sabiduría; sus raíces se remontan a tiempos míticos y nos ha llegado en su forma actual desde el año 3.000 a. de J.C. según Richard Wilhelm (que lo tradujo al alemán y proporcionó un comentario admirable), las dos ramas principales de la filosofía china -taoísmo y confucianismo- tienen su origen común en el I Ching. El libro se basa en la hipótesis de la singularidad del hombre y del cosmos circundante, y en la pareja de opuestos complementarios Yang y Yin (es decir, los principios masculino y femenino). Consta de 64 “signos”, representado cada uno por un dibujo hecho con seis líneas. En esos signos están contenidas todas las combinaciones posibles de Yang y Yin. Las líneas rectas se consideran masculinas, y las quebradas, femeninas.
Cada signo describe cambios en la situación humana y cada una prescribe, en un lenguaje pintoresco, el curso de la acción que ha de seguirse en tales momentos. Los chinos consultaban ese oráculo por medios que indicaban cuál de los signos era el adecuado en un momento determinado. Lo hacían utilizando cincuenta varillas, de una forma un tanto complicada, que proporcionaba un determinado número. (Por cierto, Henry dijo que, una vez, había leído -probablemente en el comentario de Jung sobre “El secreto de la flor de oro”- acerca de un extraño juego que, a veces, utilizaban los chinos para predecir el futuro.)
Hoy día, el método más corriente de consultar el I Ching es utilizar tres monedas. Cada tirada de las tres monedas da una línea. Las “caras”, que representan una línea masculina, cuentan como tres; las “cruces”, una línea quebrada femenina, cuentan como dos. Las monedas se tiran seis veces, y los números que se producen indican el signo o exagrama (es decir, el conjunto de seis líneas) que hay que consultar.
Pero ¿qué valor tiene tal adivinación del porvenir” en nuestro tiempo? Aun aquellos que aceptan la idea de que el I Ching es un almacén de sabiduría encontrarán difícil creer que consultar el oráculo es algo más que un experimento en lo oculto. Por supuesto, es difícil captar que hay algo más, porque la persona corriente de hoy día desecha conscientemente toda técnica adivinatoria como tontería arcaica. Sin embargo, no son tonterías. Como ha demostrado el Dr. Jung, están basadas en lo que él llama “principio de sincronicidad” (o, más llanamente, coincidencia significativa). Él ha descrito esta difícil idea nueva en su ensayo Sincronicidad: principio de conexión acausal. Está basado en la idea de un conocimiento interior inconsciente que enlaza un suceso físico con una situación psíquica de tal modo que cierto suceso que aparece como “accidental” o “coincidente” puede, de hecho, ser psíquicamente significativo; y su significado con frecuencia se indica simbólicamente por medio de sueños que coinciden con el suceso.
Varias semanas después de haber estudiado el I Ching, Henry siguió mi sugerencia (con gran escepticismo) y tiró la moneda. Lo que encontró en el libro le produjo una tremenda impresión. En resumen, el oráculo al que él consultó tenía varias referencias, asombrosas a su sueño y a su situación psicológica en general. Por una notable coincidencia “sincrónica”, el signo que quedó indicado con el procedimiento de las monedas se llamaba MENG, o “tontería juvenil”. En este capítulo hay varios paralelos con los motivos del sueño en cuestión. Según el texto del I Ching, las tres líneas superiores de ese exagrama simbolizan una montaña y tienen el significado de “mantenerse tranquilo”; también pueden interpretarse como una puerta. Las tres líneas inferiores simbolizan agua, abismo y luna. Todos estos símbolos se habían producido en los sueños anteriores de Henry. Entre otras muchas afirmaciones que parecían aplicables a Henry estaba la siguiente advertencia: “Para la tontería juvenil, es lo más desesperanzador enredarse en imaginaciones vacías. Cuanto más obstinadamente se adhiera a las fantasías irreales con más certeza le sorprenderá la humillación”.
De ese y de otros modos complejos, el oráculo parecía aludir directamente al problema de Henry. Esto lo inquietó. Al principio, trató de librarse de sus efectos con fuerza de voluntad, pero no pudo librarse de sus efectos ni aun en sueños. El mensaje de I Ching parecía conmoverlo profundamente a pesar del lenguaje enigmático en que estaba expresado. Llegó a estar dominado por la verdadera irracionalidad cuya existencia había negado durante tanto tiempo. A veces silencioso, a veces irritado, leyendo las palabras que parecían coincidir con los símbolos de sus sueños, dijo: “Tengo que meditar todo esto muy despacio”, y se marchó antes de que terminara la sesión. Canceló por teléfono la sesión siguiente, a causa de la gripe, y no volvió. Esperé (“mantenerse tranquilo”) porque supuse que él no había asimilado el oráculo.
Transcurrió un mes. Finalmente, Henry reapareció, excitado y desconcertado, y me contó lo que había ocurrido en el intervalo. Inicialmente, su intelecto (en el que, hasta entonces, tanto había confiado), sufrió una gran conmoción que, primeramente, trató de suprimir. Sin embargo, pronto tuvo que admitir que los mensajes del oráculo le perseguían. Se propuso volver a consultar el libro, porque, en su sueño, el oráculo fue consultado dos veces. Pero el texto del capítulo “Tontería juvenil” le prohibía expresamente hacer una segunda pregunta. Durante dos noches, Henry estuvo dando vueltas en la cama sin poder dormir; pero, en la tercera, una luminosa imagen de gran fuerza apareció de repente ante sus ojos: un caso y una espada flotando en el espacio vacío.
Henry volvió a coger inmediatamente el I Ching y lo abrió al azar por el comentario al capítulo 30, donde (con gran sorpresa suya) leyó el siguiente pasaje: “El adherirse es fuego, significa cotas de malla, cascos, significa lanzas y armas.” Ahora creía comprender por qué estaba prohibida una segunda consulta intencionada del oráculo. Porque en su sueño el ego estaba excluido de una segunda pregunta; era el trampero el que tenía que consultar el oráculo por segunda vez. De la misma forma, fue el acto semiinconsciente de Henry el que había hecho inintencionadamente la segunda pregunta al I Ching abriendo el libro al azar haciendo aparecer un símbolo que coincidía con su vida nocturna.
Henry estaba tan clara y profundamente excitado que parecía el momento adecuado para interpretar el sueño que había puesto en marcha la transformación. En vista de los sucesos del sueño, era evidente que los elementos oníricos tenían que interpretarse como contenidos interiores de la personalidad de Henry y las seis figuras oníricas como personificación de sus cualidades psíquicas. Tales sueños son relativamente raros pero, cuando se producen, sus efectos posteriores son todos muy poderosos. Por eso es por lo que pueden llamarse “sueños de transformación”.
Con sueños de tal poder pictórico, raramente tiene el soñante más de algunas asociaciones personales. Todo lo que Henry podía aducir es que, hacía poco, había solicitado un empleo en Chile y no le habían aceptado porque no concederían el empleo a quienes no estuviesen casados. También sabía que algunos chinos se dejan crecer las uñas de la mano izquierda como señal de que, en vez de trabajar, se consagran a la meditación.
El fracaso de Henry (de obtener un empleo en Sudamérica) se le presentaba en su sueño. En él, se ve transportado a un caluroso mundo meridional, un mundo que, en contraste con Europa, él podría llamar primitivo, sin prohibiciones, y sensual. Representa un excelente cuadro simbólico del reino del inconsciente.
Este reino era lo opuesto al culto intelecto y al puritanismo suizo que regían la mente consciente de Henry. Era, de hecho, su natural “tierra sombría”, por la que había esperado con impaciencia; pero al poco tiempo, ya no se sintió tan a gusto en ella. Desde las fuerzas tectónicas, oscuras, maternales (simbolizadas por Sudamérica) regresa en el sueño a la madre clara y personal y a la novia. De repente, se da cuenta cuánto se ha alejado de ellas: se encuentra solo en una “ciudad extranjera”.
Este acrecentamiento de la conciencia está simbolizado en el sueño como “parte más elevada”; la ciudad estaña edificada en una montaña. Por tanto, Henry “asciende” a una mayor consciencia en la “tierra sombría”; desde ahí espera “encontrar su camino a la patria”. Este problema de ascender una montaña ya se le planteó en el sueño inicial. Y, al igual que en el sueño del santo y la prostituta, o en muchos relatos mitológicos, una montaña suele simbolizar un lugar de revelación donde puede producirse la transformación y el cambio.
La “ciudad en la montaña” es también un conocido símbolo arquetípico que aparece en la historia de nuestra cultura con diversas variantes. La ciudad, que corresponde en su trazado a un mandala, representa esa “región del alma” en medio de la cual el “sí-mismo” (el sueño más interno y totalidad de la psique) tiene su morada.
Es sorprendente que la sede del “sí-mismo” esté representada en el sueño de Henry como un centro de transportes de la colectividad humana: una estación de ferrocarril. Esto puede ser porque el “sí-mismo” (si el soñante es joven y tiene un nivel de desarrollo espiritual relativamente bajo) suele simbolizarse con un objeto del reino de su experiencia personal, muy frecuentemente un objeto trivial que compensa las elevadas aspiraciones del soñante. Sólo en la persona madura conocedora de las imágenes de su alma, el “sí-mismo” se conoce en un símbolo que corresponde a su valor único.
Aunque Henry no sabe en realidad dónde esta la estación, supone que ha de encontrarse en el centro de la ciudad, en su punto más elevado. Aquí, como en los primeros sueños, recibe ayuda de su inconsciente. La mente consciente de Henry estaba identificada con su profesión de ingeniero; por tanto, también le gustaría que su mundo interior se relacionara con los productos racionales de la civilización, como es una estación de ferrocarril. Sin embargo, el sueño rechaza esa actitud e indica un camino completamente distinto.
El camino lleva “bajo” y a través de un pasadizo oscuro. Un pasadizo abovedado es también el símbolo de un umbral, un lugar donde acecha el peligro, un lugar que, al mismo tiempo, separa y une. En vez de la estación de ferrocarril que Henry buscaba, que iba a conectar la incivilizada Sudamérica con Europa, Henry se encuentra ante un oscuro pasadizo abovedado donde cuatro chinos harapientos, echados en el suelo, impiden el paso. El sueño no hace distinción entre ellos, por lo cual pueden considerarse como cuatro aspectos de la totalidad masculina aun sin diferenciar. (El número cuatro, símbolo de totalidad y completamiento, representa un arquetipo que el Dr. Jung ha estudiado por extenso en sus escritos.)
Así es que los chinos representan las partes psíquicas masculinas del inconsciente de Henry que él no puede pasar, porque “el camino al sí-mismo” (es decir, al centro de la psique) está obstruido por ellos y aun tiene que ser abierto para él. Hasta que eso no se arregle, no puede seguir su viaje.
Sin darse aun cuenta del peligro inminente, Henry corre hacia el pasadizo, esperando, al fin, llegar a la estación. Pero en el camino, se encuentra con su “sombra”, su lado primitivo y no vivido que aparece en la guisa de trampero tosco y terrenal. La aparición de esta figura probablemente significa que el ego introvertido de Henry se ha unido por su lado extravertido (compensatorio), que representa sus rasgos emotivos reprimidos e irracionales. Esta figura nebulosa rebasa al ego consciente en el primer término y, a causa de que personifica la actividad y la autonomía de las cualidades inconscientes, se convierte en el portador adecuado del destino, mediante el cual todo sucede.
El sueño avanza hacia su punto culminante. Durante la lucha entre Henry, el trampero y los cuatro chinos harapientos, la pierna izquierda de Henry es arañada por las largas uñas del pie izquierdo de uno de los cuatro. (Aquí, parece, el carácter europeo del ego consciente de Henry ha chocado con una personificación de la antigua sabiduría del Oriente, con el extremo opuesto de su ego. Los chinos vienen de un continente psíquico completamente distinto, de “otro lado” que aun es totalmente desconocido para Henry y que le parece peligroso.)
También puede decirse que los chinos representan la “tierra amarilla”, pues la población china está relacionada con la tierra como pocas poblaciones lo están. Y es, precisamente, esa cualidad terrenal, tectónica, la que Henry tiene que aceptar. La inconsciente totalidad masculina de la psique, con la que se encuentra en su sueño, tenía un aspecto material tectónico de que carecía su lado consciente intelectual. Por tanto, el hecho de que él reconociera las cuatro figuras harapientas como chinas, muestra que Henry había acrecentado su percepción interior respecto a la naturaleza de sus adversarios.
Henry había oído que los chinos, algunas veces, se dejaban crecer las uñas de la mano izquierda. Pero en el sueño, las uñas largas son del pie izquierdo; son, por así decir, garras. Esto puede indicar que los chinos tienen un punto de vista muy diferente al de Henry y que le hiere. Como sabemos, la actitud consciente de Henry hacia lo tectónico y lo femenino, hacia las profundidades materiales de su naturaleza, era más dudosa y ambivalente. Esta actitud, simbolizada por su “pierna izquierda” (el punto de vista de su lado femenino, inconsciente, del cual aun está asustado) fue herido por los chinos.
Sin embargo, esta “herida” no trajo, por sí mismo, un cambio en Henry. Toda transformación exige, como condición previa “el fin de un mundo”, el hundimiento de una vieja filosofía de la vida. Como ya ha señalado anteriormente en este libro el Dr. Henderson, en las ceremonias de iniciación, el joven tiene que sufrir una muerte simbólica antes de que pueda renacer como hombre y ser aceptado en la tribu como miembro pleno. Así, la actitud lógica y científica del ingeniero tiene que hundirse para dejar sitio a la nueva actitud.
En la psique de un ingeniero, puede reprimirse todo lo “irracional”, y por tanto, con frecuencia se revela en las dramáticas paradojas del mundo onírico. Así, lo irracional aparece en el mundo de Henry como un “juego de oráculo” de origen extranjero, con un poder terrible e inexplicable para decidir los destinos humanos. Al ego racional de Henry no le quedaba otra alternativa que rendirse incondicionalmente en un verdadero sacrificium intellectus.
Sin embargo, la mente consciente de una persona tan inexperimentada e inmadura como Henry no está suficientemente preparada para tal acto. Pierde los cambios de la suerte y su vida está confiscada. Está cogido, incapaz de seguir su camino acostumbrado o de volver a casa, de evadirse de sus responsabilidades de adulto. (Era esta visión profunda para la que Henry tenía que estar preparado mediante este “gran sueño”.)
Inmediatamente, el ego consciente y civilizado de Henry es atado y separado mientras al trampero primitivo se le permite ocultar su lugar y consultar al oráculo. La vida de Henry depende de la respuesta. Pero cuando el ego está prisionero y en el aislamiento, esos contenidos del inconsciente, que están personificados en la nebulosa figura, pueden proporcionar ayuda y solución. Esto se hace posible cuando se reconoce la existencia de tales contenidos y se ha experimentado su poder. Entonces pueden convertirse en nuestros compañeros conscientemente aceptados. Como el trampero (su sombra) gana el juego en su lugar, Henry está salvado.
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