HERIDO DE VIDA EL CORAZÓN
por Amílcar Leis
(reportaje recuperado de La Hora Popular)
Esta entrevista, realizada el 20 de noviembre de 1988, fue una de las últimas concedidas por Alfredo Zitarrosa en nuestro país. Unas pocas semanas después, Daniel Maggiolo y Hugo Giovanetti Viola lo entrevistaron con motivo de la aparición de su último disco, en un diálogo donde también participaron Washington Benavides y Numa Moraes.
“Nunca me fui de aquí”
Hace unos años, en México, entrevisté a Alfredo Zitarrosa para una revista universitaria. Tenía una gran audiencia allí, como en casi todos los países latinoamericanos, pero estaba contrariado por momentos, enfermo grave de extranjería y de nostalgia. Le costaba escribir, inventar músicas, hacer canciones, respirar. “Me hace falta saber el resultado de la quiniela, ver al gallego de la esquina, el paisaje de nuestra tierra -me decía. -Aunque de alguna manera yo vivo todavía en Uruguay y eso es cierto. Ahí enfrente, como ves, hay un árbol y una casa y yo puedo discernir perfectamente a un obrero uruguayo levantando tabiques. El futuro es esa casa en construcción”.
-¿Y ahora cómo te sentís, Alfredo?
-Ando como todo el mundo -dice con los ojos fijos en el piso-, como puedo. Pero eso que me recordás haberte dicho en México conserva su vigencia. Seguimos construyendo el futuro, esa casa, y estamos en el Uruguay. También es verdad que estuve siempre aquí, aunque haya vivido en otros países. No me iría nunca del Uruguay. Para mí es demasiado importante, sabés.
Hace unos minutos, cuando llegamos a su apartamento en Malvín, lo arrancamos de la siesta con un par de timbrazos. Apareció enfundado en un salto de cama, con el ceño fruncido y la voz pedregosa que no acababa de desligarse del sueño. Le advierto que le vamos a tomar unas fotografías, que le convendría cambiarse de ropa. “Así que te ha dado por hacer reportajes con fotos -protesta desde el baño-. Carajo, qué joda esto de ser Zitarrosa”.
Reconozco en un instante la misma pelota de fútbol amarilla y negra, que lo acompaño durante todo el exilio, la mascarilla de Beethoven colgada en la pared, sus discos, un enorme aparato de música, un par de tumbadoras, y libros, libros de todas partes y en desorden. Novelas, poemarios, libros de cuentos, de ajedrez, de pájaros, de plantas, una enciclopedia del mundo, más enciclopedias y diccionarios desmesurados, una historia del automóvil… Cuando regresa, atildado para las fotografías, pronto el mate y los cigarrillos a mano, se le ve de mejor semblante. Esta madrugada vino del Chuy, donde ofreció unos recitales, y hace unos días de Santiago de Chile.
-En Chile me presenté el 1ro y el 2 de noviembre, cuando ya había pasado el primer coletazo de la reacción del pinochetismo después del plebiscito. El público que asistió al teatro es un público muy politizado, con el que hablamos de tú a tú.
-¿Te recordaban en Chile?
-Me recordaban, sí. El primer día, por ejemplo, tuve que hacer cinco bises. El empresario que me contrató me comentaba que es raro que sucediera algo así…
-También es raro que vos accedieras…
-Tenés razón, sí. Es raro. Pero fue tan cálida la respuesta de la gente, tan entrañable y sincera, que no pude negarme. Al otro día hice otros tantos bises. Desde el punto de vista artístico me fue muy bien.
-Supongo que esta presentación estaba teñida para vos de otras motivaciones.
-Claro, por supuesto. Yo ya había estado en Chile en 1984. En ese entonces no quería ir, pero los compañeros del Partido Comunista me convencieron de que fuera, argumentando que era muy útil para el movimiento de resistencia contra la dictadura de Pinochet la presencia de un cantor uruguayo de izquierda. No olvidemos que en ese momento el Uruguay estaba en vísperas de la caída de la dictadura. Aunque el espectáculo de 1984 estuvo muy vigilado (ahora no tanto), el teatro igual se llenó.
-¿Qué otra cosa olfateaste de la realidad chilena?
-Lo esencial, obviamente, es que hay una inmensa mayoría del pueblo chileno contra Pinochet. No lo quieren. No quieren la ignominia de esa dictadura.
-¿Podrías hacer una evaluación de tu trayectoria?
-No. Francamente no.
-¿Sigue sin gustarte la mayoría de las cosas que has hecho?
-Sí, la mayor parte de lo que he hecho no me gusta. Mirá: acabo de hacer una zambita. Hace veinticinco años hice tres o cuatro (Zamba por vos, Si te vas, Recordándote…) y luego no volví al género. La zamba, como sabés, es un género romanticón, con una danza muy hermosa. De golpe, así nomás, me vino la música. Si yo pudiera, se llama.
-Al fin algo que te gusta.
-Escuchala vos. Escuchala a ver qué te parece: lo que diga yo no importa demasiado. (Alfredo Zitarrosa enciende el aparato de música y la zamba empieza a sonar con fuerza,rabiosamente triste en la tarde que se cae). Creo que en esos versos (quién pudiera vivir / volver a reunir / tus pedazos), ahí, precisamente, radica el trabajo artístico. En eso mismo: reunir los pedazos. Algunos, los grandes artistas, lo han logrado. Shakespeare, Leonardo da Vinci…, qué sé yo. Pero gente como uno, con una capacidad menor, acaso con un poco de talento…
“No me gusta cómo canto”
-¿No te castigás demasiado? ¿No soy muy riguroso contigo mismo?
-Debe ser, sí, un mecanismo de autodestrucción. Lo es, sin duda. Hasta algún psicoanalista me lo ha dicho. Pero lo cierto es que cuando te ponés a prueba frente a los grandes no valés nada. A mí me pasa eso. Yo, al lado de este hombre (Zitarrosa señala a Beethoven que lo mira fijo desde la pared) no soy nada. Creo que no está bien ni mal. Yo funciono así.
-Hace poco te vi cantar. Estabas muy emocionado sobre el escenario. Alguien que cante así, con esa convicción, y que reciba además una respuesta inmediata del público, ¿puede creer de veras que su trabajo no vale, que está mal hecho?
-La verdad es que no. Pero al día siguiente de actuar, y al tercer día, ya se borró aquello y entonces pensás: “¿yo no soy nada más que eso que estuvo cantando hace tres días?”. No. Tengo que ser algo más. Debo ser algo más.
-¿Qué cosa?
-De pronto albañil, jardinero, quinteto, tornero, mecánico…, qué sé yo.
-¿Te fastidia ser Alfredo Zitarrosa?
-Sí, sí. Es brutal. No hay lugar adonde vaya adonde la gente no me aborde, no me pregunte algo. Que si no me acuerdo de tal día, que me conocía de aquella gira y esas cosas. Llega a ser bastante enfadoso.
-La gente te reconoce como un tipo muy uruguayo, irremediablemente uruguayo. ¿Estás de acuerdo?
-Estoy de acuerdo, sí, pero no tengo muy claro en qué consiste eso de ser uruguayo. Tal vez en cierta parquedad, en cierta modestia… Cuando digo que no me gusta cómo canto y que no estoy de acuerdo con muchas cosas que he hecho o que me gustaría haberlas hecho mejor, lo digo con absoluta sinceridad. Así lo creo. Por lo demás, sí tengo muy claro que nuestra forma de ser no se parece a la de un porteño, un paraguayo, un venezolano… Somos gente más reflexiva, más introvertida.
-¿Más triste, también?
-También, sí. Esa manera de gozar la vida, como la tiene un ecuatoriano o un venezolano, nos es ajena. Para nosotros es más importante un partido de fútbol o una partida de truco o de billar, que una noche de farra. En Venezuela ocurre al contrario: bailan, cantan, se divierten así.
-Cambiando de tema, Alfredo, recuerdo que en 1981 me decías que no podías escribir, que no podías hacer canciones y eso era algo bastante notorio. ¿Cómo marcha tu producción ahora?
-En el 84, cuando volví, pude hacer casi de inmediato un disco con temas nuevos (Beethoven, María Serena mía, Baila la maga, Melodía larga 1, Melodía larga 2, Negra chau…)
-De manera que te sentiste rápidamente estimulado por el medio. Por el regreso al país…
-Sí, sí. Y en estos cuatro años he hecho también otras cosas. Ahora estoy haciendo con Medina este trabajo (la zamba que escuchaste y otros temas), y con estos materiales pensamos sacar un disco que saldrá hacia febrero o marzo del año entrante.
-¿En lo que se refiere al ámbito de la cultura artística, trajiste alguna impresión particular?
-Con respecto al canto, que es lo mío, vi un fenómeno singular: una agrupación de “cantores de micro”. Son cantores que se suben a los ómnibus con las guitarras y cantan. A veces es uno solo, a veces son dos, a veces tres. El hecho es que han formado este sindicato (que cuenta con alrededor de 65 cantores afiliados en Santiago y unos 150 en el resto del país) y han editado un casete con el apoyo de la Confederación de la construcción, la Vicaría pastoral juvenil, la Vicaría pastoral obrera… Es un fenómeno realmente interesante.
-También el teatro parece tener un auge muy peculiar…
-No sé. Yo fui a cantar, como hago siempre. Está mal, pero así lo hago. No vi espectáculos. Estuve pocos días.
Reunir esos pedazos
-Desde que regresaste a Uruguay en 1984, no sólo has podido hacer canciones (cosa que en el exilio te era muy problemático) sino que también publicaste hace poco un libro de cuentos…
-A propósito -me interrumpe sonriendo-, la editora acaba de anunciarme que tengo unos pesitos para cobrar por esos cuentos.
-Debés ser uno de los pocos escritores de este país que además de publicar, cobra -lo digo en serio.
-Es posible, sí. Pero en realidad yo no soy un escritor. Decidí publicar ese librito de cuentos (Por si el recuerdo) porque algunos amigos me alentaron a hacerlo.
-¿Vas a seguir escribiendo?
Por razones obvias (mi edad, mis cigarrillos, mi forma de vida que no es nada recomendable para un cantante) pienso que no me queda mucho tiempo por delante para seguir cantando. Y escribir me gratifica. Creo que voy a terminar escribiendo bastante bien. Por lo menos dos o tres libritos antes de morirme. Eso es lo que voy a hacer. Es trabajoso, sin duda, porque hay que estudiar mucho, leer, escribir cosas que se rompen, que van a la papelera. Ahora estoy leyendo un diccionario etimológico interesantísimo. Es éste que está acá. A vos te haría mucha falta.
-Debe ser muy caro.
-No importa, te lo puedo alquilar. ¿Cien pesos por día te parece mucho?
-Voy a pensarlo. ¿Podrías contar algo acerca de lo que estás escribiendo?
-Tengo la idea de escribir una obra de teatro que se titule “Tríada del pensador”. Empecé con eso hace no menos de treinta años, pero ocurre que antes de comenzar el texto propiamente dicho, escribí un extenso tratado acerca de cómo debía representarse. Si seré guarango, ¿no? Pero la idea sigue interesándome.
-¿Cuándo pensás terminarla?
-No sé. Nunca me puse límites para estas cosas. Tal vez, incluso, escriba antes una novela que me ronda la cabeza hace un tiempo. Se llamaría “Apodiforme”…
-…
-…y esa palabra define aquellas aves de alas cortas en forma triangular, que poseen una gran musculatura pectoral y vuelan a gran velocidad. La novela giraría sobre esas aves.
-¿Y el tema? Todavía no entiendo cuál sería el tema.
-Tendría que ser algo simbolista, ¿no? La idea del pájaro está vinculada a la idea de pensamiento, tiempo, velocidad, luz, y sobre todo de amor y libertad. Esa sería la temática.
-¿Una fábula?
-No sé. Pero ya no me preguntes como si fuera escritor, que no lo soy. Preguntame de música.
-Vos decís que no sabés nada de música…
-Es cierto. Preguntame sobre mis canciones.
-Siempre has dicho que no te gustan tus canciones, o que te gustan unas pocas…
-También es cierto. Podemos hablar de antropología si querés.
-No es precisamente mi tema.
-Podés aprender algo…
-Prefiero que me hables como artista en general, tu visión acerca del arte. ¿Te parece?
-Muy bien. Estoy de acuerdo. Como creador, como autor de canciones, algún verso, algún cuento, lo que he pretendido es tratar de morirme con una idea más clara de lo que he sido. Algo así.
por Amílcar Leis
(reportaje recuperado de La Hora Popular)
Esta entrevista, realizada el 20 de noviembre de 1988, fue una de las últimas concedidas por Alfredo Zitarrosa en nuestro país. Unas pocas semanas después, Daniel Maggiolo y Hugo Giovanetti Viola lo entrevistaron con motivo de la aparición de su último disco, en un diálogo donde también participaron Washington Benavides y Numa Moraes.
“Nunca me fui de aquí”
Hace unos años, en México, entrevisté a Alfredo Zitarrosa para una revista universitaria. Tenía una gran audiencia allí, como en casi todos los países latinoamericanos, pero estaba contrariado por momentos, enfermo grave de extranjería y de nostalgia. Le costaba escribir, inventar músicas, hacer canciones, respirar. “Me hace falta saber el resultado de la quiniela, ver al gallego de la esquina, el paisaje de nuestra tierra -me decía. -Aunque de alguna manera yo vivo todavía en Uruguay y eso es cierto. Ahí enfrente, como ves, hay un árbol y una casa y yo puedo discernir perfectamente a un obrero uruguayo levantando tabiques. El futuro es esa casa en construcción”.
-¿Y ahora cómo te sentís, Alfredo?
-Ando como todo el mundo -dice con los ojos fijos en el piso-, como puedo. Pero eso que me recordás haberte dicho en México conserva su vigencia. Seguimos construyendo el futuro, esa casa, y estamos en el Uruguay. También es verdad que estuve siempre aquí, aunque haya vivido en otros países. No me iría nunca del Uruguay. Para mí es demasiado importante, sabés.
Hace unos minutos, cuando llegamos a su apartamento en Malvín, lo arrancamos de la siesta con un par de timbrazos. Apareció enfundado en un salto de cama, con el ceño fruncido y la voz pedregosa que no acababa de desligarse del sueño. Le advierto que le vamos a tomar unas fotografías, que le convendría cambiarse de ropa. “Así que te ha dado por hacer reportajes con fotos -protesta desde el baño-. Carajo, qué joda esto de ser Zitarrosa”.
Reconozco en un instante la misma pelota de fútbol amarilla y negra, que lo acompaño durante todo el exilio, la mascarilla de Beethoven colgada en la pared, sus discos, un enorme aparato de música, un par de tumbadoras, y libros, libros de todas partes y en desorden. Novelas, poemarios, libros de cuentos, de ajedrez, de pájaros, de plantas, una enciclopedia del mundo, más enciclopedias y diccionarios desmesurados, una historia del automóvil… Cuando regresa, atildado para las fotografías, pronto el mate y los cigarrillos a mano, se le ve de mejor semblante. Esta madrugada vino del Chuy, donde ofreció unos recitales, y hace unos días de Santiago de Chile.
-En Chile me presenté el 1ro y el 2 de noviembre, cuando ya había pasado el primer coletazo de la reacción del pinochetismo después del plebiscito. El público que asistió al teatro es un público muy politizado, con el que hablamos de tú a tú.
-¿Te recordaban en Chile?
-Me recordaban, sí. El primer día, por ejemplo, tuve que hacer cinco bises. El empresario que me contrató me comentaba que es raro que sucediera algo así…
-También es raro que vos accedieras…
-Tenés razón, sí. Es raro. Pero fue tan cálida la respuesta de la gente, tan entrañable y sincera, que no pude negarme. Al otro día hice otros tantos bises. Desde el punto de vista artístico me fue muy bien.
-Supongo que esta presentación estaba teñida para vos de otras motivaciones.
-Claro, por supuesto. Yo ya había estado en Chile en 1984. En ese entonces no quería ir, pero los compañeros del Partido Comunista me convencieron de que fuera, argumentando que era muy útil para el movimiento de resistencia contra la dictadura de Pinochet la presencia de un cantor uruguayo de izquierda. No olvidemos que en ese momento el Uruguay estaba en vísperas de la caída de la dictadura. Aunque el espectáculo de 1984 estuvo muy vigilado (ahora no tanto), el teatro igual se llenó.
-¿Qué otra cosa olfateaste de la realidad chilena?
-Lo esencial, obviamente, es que hay una inmensa mayoría del pueblo chileno contra Pinochet. No lo quieren. No quieren la ignominia de esa dictadura.
-¿Podrías hacer una evaluación de tu trayectoria?
-No. Francamente no.
-¿Sigue sin gustarte la mayoría de las cosas que has hecho?
-Sí, la mayor parte de lo que he hecho no me gusta. Mirá: acabo de hacer una zambita. Hace veinticinco años hice tres o cuatro (Zamba por vos, Si te vas, Recordándote…) y luego no volví al género. La zamba, como sabés, es un género romanticón, con una danza muy hermosa. De golpe, así nomás, me vino la música. Si yo pudiera, se llama.
-Al fin algo que te gusta.
-Escuchala vos. Escuchala a ver qué te parece: lo que diga yo no importa demasiado. (Alfredo Zitarrosa enciende el aparato de música y la zamba empieza a sonar con fuerza,rabiosamente triste en la tarde que se cae). Creo que en esos versos (quién pudiera vivir / volver a reunir / tus pedazos), ahí, precisamente, radica el trabajo artístico. En eso mismo: reunir los pedazos. Algunos, los grandes artistas, lo han logrado. Shakespeare, Leonardo da Vinci…, qué sé yo. Pero gente como uno, con una capacidad menor, acaso con un poco de talento…
“No me gusta cómo canto”
-¿No te castigás demasiado? ¿No soy muy riguroso contigo mismo?
-Debe ser, sí, un mecanismo de autodestrucción. Lo es, sin duda. Hasta algún psicoanalista me lo ha dicho. Pero lo cierto es que cuando te ponés a prueba frente a los grandes no valés nada. A mí me pasa eso. Yo, al lado de este hombre (Zitarrosa señala a Beethoven que lo mira fijo desde la pared) no soy nada. Creo que no está bien ni mal. Yo funciono así.
-Hace poco te vi cantar. Estabas muy emocionado sobre el escenario. Alguien que cante así, con esa convicción, y que reciba además una respuesta inmediata del público, ¿puede creer de veras que su trabajo no vale, que está mal hecho?
-La verdad es que no. Pero al día siguiente de actuar, y al tercer día, ya se borró aquello y entonces pensás: “¿yo no soy nada más que eso que estuvo cantando hace tres días?”. No. Tengo que ser algo más. Debo ser algo más.
-¿Qué cosa?
-De pronto albañil, jardinero, quinteto, tornero, mecánico…, qué sé yo.
-¿Te fastidia ser Alfredo Zitarrosa?
-Sí, sí. Es brutal. No hay lugar adonde vaya adonde la gente no me aborde, no me pregunte algo. Que si no me acuerdo de tal día, que me conocía de aquella gira y esas cosas. Llega a ser bastante enfadoso.
-La gente te reconoce como un tipo muy uruguayo, irremediablemente uruguayo. ¿Estás de acuerdo?
-Estoy de acuerdo, sí, pero no tengo muy claro en qué consiste eso de ser uruguayo. Tal vez en cierta parquedad, en cierta modestia… Cuando digo que no me gusta cómo canto y que no estoy de acuerdo con muchas cosas que he hecho o que me gustaría haberlas hecho mejor, lo digo con absoluta sinceridad. Así lo creo. Por lo demás, sí tengo muy claro que nuestra forma de ser no se parece a la de un porteño, un paraguayo, un venezolano… Somos gente más reflexiva, más introvertida.
-¿Más triste, también?
-También, sí. Esa manera de gozar la vida, como la tiene un ecuatoriano o un venezolano, nos es ajena. Para nosotros es más importante un partido de fútbol o una partida de truco o de billar, que una noche de farra. En Venezuela ocurre al contrario: bailan, cantan, se divierten así.
-Cambiando de tema, Alfredo, recuerdo que en 1981 me decías que no podías escribir, que no podías hacer canciones y eso era algo bastante notorio. ¿Cómo marcha tu producción ahora?
-En el 84, cuando volví, pude hacer casi de inmediato un disco con temas nuevos (Beethoven, María Serena mía, Baila la maga, Melodía larga 1, Melodía larga 2, Negra chau…)
-De manera que te sentiste rápidamente estimulado por el medio. Por el regreso al país…
-Sí, sí. Y en estos cuatro años he hecho también otras cosas. Ahora estoy haciendo con Medina este trabajo (la zamba que escuchaste y otros temas), y con estos materiales pensamos sacar un disco que saldrá hacia febrero o marzo del año entrante.
-¿En lo que se refiere al ámbito de la cultura artística, trajiste alguna impresión particular?
-Con respecto al canto, que es lo mío, vi un fenómeno singular: una agrupación de “cantores de micro”. Son cantores que se suben a los ómnibus con las guitarras y cantan. A veces es uno solo, a veces son dos, a veces tres. El hecho es que han formado este sindicato (que cuenta con alrededor de 65 cantores afiliados en Santiago y unos 150 en el resto del país) y han editado un casete con el apoyo de la Confederación de la construcción, la Vicaría pastoral juvenil, la Vicaría pastoral obrera… Es un fenómeno realmente interesante.
-También el teatro parece tener un auge muy peculiar…
-No sé. Yo fui a cantar, como hago siempre. Está mal, pero así lo hago. No vi espectáculos. Estuve pocos días.
Reunir esos pedazos
-Desde que regresaste a Uruguay en 1984, no sólo has podido hacer canciones (cosa que en el exilio te era muy problemático) sino que también publicaste hace poco un libro de cuentos…
-A propósito -me interrumpe sonriendo-, la editora acaba de anunciarme que tengo unos pesitos para cobrar por esos cuentos.
-Debés ser uno de los pocos escritores de este país que además de publicar, cobra -lo digo en serio.
-Es posible, sí. Pero en realidad yo no soy un escritor. Decidí publicar ese librito de cuentos (Por si el recuerdo) porque algunos amigos me alentaron a hacerlo.
-¿Vas a seguir escribiendo?
Por razones obvias (mi edad, mis cigarrillos, mi forma de vida que no es nada recomendable para un cantante) pienso que no me queda mucho tiempo por delante para seguir cantando. Y escribir me gratifica. Creo que voy a terminar escribiendo bastante bien. Por lo menos dos o tres libritos antes de morirme. Eso es lo que voy a hacer. Es trabajoso, sin duda, porque hay que estudiar mucho, leer, escribir cosas que se rompen, que van a la papelera. Ahora estoy leyendo un diccionario etimológico interesantísimo. Es éste que está acá. A vos te haría mucha falta.
-Debe ser muy caro.
-No importa, te lo puedo alquilar. ¿Cien pesos por día te parece mucho?
-Voy a pensarlo. ¿Podrías contar algo acerca de lo que estás escribiendo?
-Tengo la idea de escribir una obra de teatro que se titule “Tríada del pensador”. Empecé con eso hace no menos de treinta años, pero ocurre que antes de comenzar el texto propiamente dicho, escribí un extenso tratado acerca de cómo debía representarse. Si seré guarango, ¿no? Pero la idea sigue interesándome.
-¿Cuándo pensás terminarla?
-No sé. Nunca me puse límites para estas cosas. Tal vez, incluso, escriba antes una novela que me ronda la cabeza hace un tiempo. Se llamaría “Apodiforme”…
-…
-…y esa palabra define aquellas aves de alas cortas en forma triangular, que poseen una gran musculatura pectoral y vuelan a gran velocidad. La novela giraría sobre esas aves.
-¿Y el tema? Todavía no entiendo cuál sería el tema.
-Tendría que ser algo simbolista, ¿no? La idea del pájaro está vinculada a la idea de pensamiento, tiempo, velocidad, luz, y sobre todo de amor y libertad. Esa sería la temática.
-¿Una fábula?
-No sé. Pero ya no me preguntes como si fuera escritor, que no lo soy. Preguntame de música.
-Vos decís que no sabés nada de música…
-Es cierto. Preguntame sobre mis canciones.
-Siempre has dicho que no te gustan tus canciones, o que te gustan unas pocas…
-También es cierto. Podemos hablar de antropología si querés.
-No es precisamente mi tema.
-Podés aprender algo…
-Prefiero que me hables como artista en general, tu visión acerca del arte. ¿Te parece?
-Muy bien. Estoy de acuerdo. Como creador, como autor de canciones, algún verso, algún cuento, lo que he pretendido es tratar de morirme con una idea más clara de lo que he sido. Algo así.
1 comentario:
Buen día, escribo desde Ediciones Era.
Estamos interesados en contactar a Almícar Leis Márquez.
¿Tendrán algún número o correo electrónico que me pueda proporcinar donde encontuentre al Sr. Almícar?
Le agradezco mucho su atención, espero su amable respuesta.
Saludos cordiales,
Talía Pedraza
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