TANTA AGUA TAN CERCA DE CASA
Mi marido come con ganas. Pero no creo que tenga hambre realmente. Mastica, con los brazos sobre la mesa, y fija la mirada en algo que está del otro lado de la cocina. Después me mira a mí, pero desvía la vista. Se limpia la boca con la servilleta. Se encoge de hombros y sigue comiendo.
-¿Por qué me mirás? -pregunta. -¿Por qué? -repite, y deja el tenedor arriba de la mesa.
-¿Te estaba mirando? -tuerzo la cara.
Suena el teléfono.
-No contestes -dice.
-Capaz que es tu madre.
-Descolgá y no hables.
Levanto el tubo y escucho. Mi marido deja de comer.
-¿Qué te dije? -grita cuando cuelgo. Sigue comiendo. Después tira la servilleta arriba del plato. Grita: -Mierda. ¿Por qué la gente no se mete en lo suyo? Decime lo que hice mal, te escucho! Yo no era el único que estaba allí. Lo hablamos y lo decidimos entre todos. No podíamos volver así nomás. Estábamos a cinco millas del coche. Y no voy a tolerar que me juzgues. ¿Entendés?
-Vos ya sabés qué es lo que pienso.
Él sigue gritando:
-¿Qué es lo que sé, Claire? Decime lo que se supone que sé. Yo sé una sola cosa -fabrica una mirada que piensa que es terrible. -Estaba muerta -sigue. -Y a mí me duele más que a nadie. Pero estaba muerta.
-Esa la cosa -digo yo.
Levanta las manos. Aparta la silla. Saca los cigarrillos y sale al fondo con una lata de cerveza. Lo veo sentarse en una silla de jardín y volver a agarrar el diario.
Su nombre está en primera plana. Junto con los de sus amigos.
Cierro los ojos y me apoyo en la pileta. Después empujo el escurridero y tiro todos los platos al suelo.
Él no se mueve. Sé que oyó todo. Y hasta levanta la cabeza como si siguiera oyendo la caída. Pero no se mueve. No mira para atrás.
Él y Gordon Johnson y Vern Williams juegan al póquer y a los bolos y van a pescar. Van a pescar en primavera y a principios del verano, antes de que los parientes les caigan de visita. Tienen hijos e hijas que van al colegio con nuestro hijo Dean.
El viernes pasado estos hombres de familia fueron hasta el río Naches. Estacionaron en las montañas y siguieron a pie hasta el sitio elegido para pescar. Cargaron con sus sacos de dormir, su comida, sus barajas y su whisky.
Vieron a la muchacha antes de acampar. La encontró Mel Dorn. Estaba completamente desnuda. El cuerpo se había quedado enganchado en unas ramas que asomaban desde la orilla.
Mel llamó a los demás y fueron todos a ver. Entonces discutieron. Uno de ellos -Stuart no me dijo quién- opinó que lo que tenían que hacer era volver inmediatamente. Los otros se pusieron a remover la arena con los pies, y dijeron que no tenían ningunas ganas de volver. Argumentaron cansancio, lo tarde que era, aparte de que la muchacha tampoco se iba a ir a ningún lado.
Al final siguieron con sus planes y acamparon. Prendieron fuego y bebieron whisky. Recién cuando apareció la luna volvieron a hablar de ella. Alguien sugirió que tenían que asegurar el cuerpo para que no se la llevara la corriente. Agarraron las linternas y bajaron al río. Uno de los hombres -pudo ser Stuart- se metió en el agua y se acercó a la muchacha. La llevó hasta la orilla agarrándole una mano. Le ató una cuerda de nylon a la muñeca y anudó la otra punta en un árbol.
Al otro día desayunaron, tomaron café y bebieron whisky. Después se fueron a pescar cada uno por su lado. De noche prepararon el pescado, asaron papas, tomaron café, bebieron whisky. Después bajaron al río a lavar las ollas, los platos y los cubiertos cerca de donde estaba ella.
Más tarde jugaron a las cartas. Es posible que hayan jugado hasta que las cartas se les volvieran ilegibles. Vern Williams se fue a dormir. Pero los demás se quedaron charlando. Gordon Johnson comentó que las truchas que pescaron estaban duras por la terrible frialdad del agua.
Al otro día se levantaron tarde, bebieron whisky, pescaron un poco, desarmaron las carpas, enrollaron los sacos de dormir, recogieron el resto de las cosas y volvieron caminando.
Después localizaron un teléfono con el coche. Fue Stuart el que hizo la llamada y los otros lo escucharon hablar parados en el sol, lo más tranquilos. No tenían nada que ocultar. No se avergonzaban de nada. Dijeron que iban a esperar a que llegara alguien con instrucciones a tomarles una declaración.
Yo estaba dormida cuando llegó a casa. Pero me desperté cuando lo oí en la cocina. Lo encontré apoyado en la heladera, con una lata de cerveza. Me rodeó con sus fuertes brazos y me acarició la espalda con sus manos grandes. En la cama me volvió a tocar, y después se quedó quieto como si pensara en otra cosa. Yo me di vuelta y abrí las piernas.
Claro que él, después, siguió despierto.
Al otro día se levantó antes que yo. Supongo que era para ver si había salido algo en el diario.
A las ocho ya empezó a sonar el teléfono.
-Váyase al diablo! -lo escuché gritar.
El teléfono volvió a sonar enseguida.
-No tengo nada que agregar a lo que le declaré al sheriff!
Y colgó con violencia.
-¿Qué pasa? -pregunté.
Y entonces me contó lo que acabo de explicar.
Recojo los platos rotos y salgo al jardín del fondo. Ahora Stuart está tirado en el césped, con el diario y la lata de cerveza al lado.
-Stuart -propongo. -¿Podemos dar una vuelta en el auto?
Gira sobre sí mismo y me mira.
-Vamos a comprar cerveza -se para y me toca la cadera al pasar. -Esperá un minuto.
Atravesamos el centro sin hablar. Estaciona el coche frente a un supermercado, al borde de la carretera, para comprar cerveza. Veo un montón de diarios apilados en la entrada, atrás de la puerta. En el escalón de arriba, una mujer gorda con un vestido estampado le da una barra de cereal a una chiquilina. Después cruzamos Everson Creek y entramos al parque. El arroyo desemboca en un gran embalse, centenares de metros más allá del puente. Lo veo a él en todos los hombres que pescan. Tanta agua y tan cerca de casa.
Pregunto:
-¿Por qué tuvieron que ir tan lejos?
-No me saques de quicio.
No sentamos en un banco, al sol. Stuart abre unas latas de cerveza. Dice:
-Tranquilizate, Claire.
-Los declararon inocentes. Dijeron que estaban locos.
-¿De quién hablás?
-De los hermanos Maddox. Mataron a una chiquilina que se llamaba Arlene Hubly. En mi pueblo. Le cortaron la cabeza y tiraron el cuerpo al río Cle Elum. Cuando yo era adolescente.
-Me vas a enloquecer.
Miro el arroyo. Estoy allí, con los ojos nublados, boca abajo, mirando con fijeza el musgo del fondo, muerta.
-No sé lo que te pasa -confiesa mientras volvemos a casa. -Me estoy volviendo loco de verdad.
Eso no puedo negárselo.
Trata de concentrarse en la carretera. Pero no deja de mirar por el retrovisor.
Él sabe lo que me pasa.
Stuart cree que esta mañana me está dejando dormir. Pero estaba despierta mucho antes de que sonara el despertador. Trataba de pensar acurrucada lo más lejos posible de sus piernas peludas.
Prepara a Dean para ir al colegio, lo despide y después se afeita, se viste y se va al trabajo. Antes viene dos veces a aclararse la garganta en la puerta, pero yo no abro los ojos.
Encuentro una nota en la cocina. Firma: Amor.
Me siento en el rincón del desayuno, tomo café y pongo un servilletero sobre la nota. Primero doy vuelta para arriba y para abajo al diario que está sobre la mesa. Después lo leo. El cuerpo fue identificado y reclamado. Pero tuvieron que examinarlo, introducirle ciertas cosas, pesarlo, medirlo, volver a poner todo en su lugar y coserlo.
Me quedo un rato largo pensando con el diario en la mano. Después llamo a la peluquería para reservar hora.
Estoy sentada en el secador con una revista en la falda, y dejo que Marnie me arregle las uñas.
-Mañana voy al funeral -le comento.
-Lo siento mucho -suspira Marnie.
-Fue un asesinato.
-Fue peor que un asesinato.
-No son íntimos míos -aclaro. -Pero te imaginarás.
-Va a ir bien arreglada -me asegura Marnie.
De noche duermo en el sofá y me levanto antes que nadie. Pongo el café en el fuego y preparo el desayuno mientras él se afeita.
Aparece en la puerta de la cocina con la toalla sobre el hombro desnudo, y me mira fijo.
-Ahí está el café -digo. -Y a los huevos les falta un minuto.
Despierto a Dean, desayunamos los tres juntos. Cada vez que Stuart me mira le pregunto a Dean si quiere más leche, más tostadas, etcétera.
-Después te llamo por teléfono -avisa Stuart al salir.
-No creo que me encuentres en casa -le advierto.
-Okey.
Me visto impecablemente. Me pruebo un sombrero y me miro al espejo. Le escribo una nota a Dean:
Mi amor, mami tiene cosas que hacer esta tarde, pero volverá luego. Quedate adentro o en el fondo hasta que uno de los dos venga.
Con amor, mami.
Miro la palabra amor y después la subrayo. Después miro la palabra fondo. ¿No tendrían que ser una sola palabra en lugar de dos?
Atravieso en el coche campos de avena y de remolacha azucarera, dejo atrás manzanos y ganado que pasta. Y todo va cambiando: ahora son más cabañas que granjas, más bosques madereros que grandes huertos. Después montañas, y allá abajo, a la derecha, a veces se ve el río Naches.
Aparece una camioneta verde y se queda pegada atrás mío durante varios quilómetros. Yo reduzco la velocidad sorpresivamente, con la esperanza de que se me adelante. Lo hago varias veces, y al final acelero. Pero también lo hago a destiempo. Me agarro al volante hasta que me duelen los dedos.
Hasta que en una larga recta despejada se me adelanta. Pero durante unos momentos avanza al lado mío: es un hombre con el pelo cortado al cepillo, con camisa de faena azul. Nos miramos. Me hace una seña con la mano, toca la bocina y se adelanta.
Bajo la velocidad y estaciono en un descanso. Apago el motor. Oigo el río allá abajo, más abajo de los árboles. Entonces la camioneta retrocede. Le pongo el seguro a la puerta y subo la ventanilla.
-¿Se siente bien? -pregunta el hombre. Pega unos golpecitos en el vidrio. -¿Está bien? -Apoya los brazos en la puerta y pega la cara a la ventanilla.
Lo miro fijo. No se me ocurre otra cosa.
-¿No pasa nada malo ahí adentro? ¿Por qué anda toda encerrada?
Sacudo la cabeza.
-Baje la ventanilla -Mueve la cabeza, mira hacia la carretera y después hacia mí. -Bajelá.
-Por favor -digo. -Tengo que irme.
-Abra la puerta -insiste, como si no me hubiera oído. -Se va a asfixiar ahí adentro.
Me mira los pechos, las piernas. Estoy segura de que es eso lo que está mirando.
-Eh, preciosa -explicita. -Estoy aquí para ayudar, nomás.
El ataúd está cerrado y cubierto de ramos de flores. El órgano empieza a tocar en el momento en que me siento. La gente sigue entrando y buscando sitio. Hay un chiquilín con pantalones acampanados y camisa amarilla de manga corta. Se abre una puerta y entra la familia en grupo y se dirigen a un apartado con cortinas que hay a un costado. Las sillas crujen cuando los asistentes se sientan. Enseguida un hombre que usa un elegante traje oscuro se levanta y nos pide que inclinemos la cabeza. Dice una oración por nosotros, los vivos, y cuando termina dice una oración por el alma de la muerta.
Paso con la gente junto al ataúd. Salgo a los escalones de la entrada, iluminados por la tarde. Adelante mío baja una mujer rengueando.
-Lo agarraron -explica ya en la vereda. -Aunque eso no nos sirva de consuelo. Escuché en la radio antes de venir que lo agarraron esta mañana. Es un muchacho de aquí, de la ciudad.
Caminamos por la vereda caliente. Los coches arrancan. Alargo la mano y me agarro a un parquímetro. Capós relucientes y aletas relucientes. La cabeza me da vueltas.
Comento:
-Tienen amigos, esos asesinos. Nunca se sabe.
-Yo conocía a esta muchacha desde que era chiquita -cuenta la mujer. -Siempre venía a casa y yo le hacía pasteles para que se los comiera viendo la televisión.
Encuentro a Stuart tomando un whisky en la mesa. Durante un momento de delirio pienso que le pasó algo a Dean.
-¿Dónde está? -grito. -¿Dónde está Dean?
-Afuera -contesta mi marido.
Apura el whisky y se levanta. Dice:
-Me parece que yo sé lo que estás precisando.
Me pasa un brazo por la cintura y con la otra mano empieza a desabrocharme los botones de la chaqueta y después sigue con los de la blusa.
-Lo primero es lo primero.
Dice algo más, pero no necesito escuchar. No puedo escuchar nada con tanta agua corriendo.
-Okey -acepto, y termino de sacarme la ropa yo misma. -Antes que venga Dean. Apurate.
Mi marido come con ganas. Pero no creo que tenga hambre realmente. Mastica, con los brazos sobre la mesa, y fija la mirada en algo que está del otro lado de la cocina. Después me mira a mí, pero desvía la vista. Se limpia la boca con la servilleta. Se encoge de hombros y sigue comiendo.
-¿Por qué me mirás? -pregunta. -¿Por qué? -repite, y deja el tenedor arriba de la mesa.
-¿Te estaba mirando? -tuerzo la cara.
Suena el teléfono.
-No contestes -dice.
-Capaz que es tu madre.
-Descolgá y no hables.
Levanto el tubo y escucho. Mi marido deja de comer.
-¿Qué te dije? -grita cuando cuelgo. Sigue comiendo. Después tira la servilleta arriba del plato. Grita: -Mierda. ¿Por qué la gente no se mete en lo suyo? Decime lo que hice mal, te escucho! Yo no era el único que estaba allí. Lo hablamos y lo decidimos entre todos. No podíamos volver así nomás. Estábamos a cinco millas del coche. Y no voy a tolerar que me juzgues. ¿Entendés?
-Vos ya sabés qué es lo que pienso.
Él sigue gritando:
-¿Qué es lo que sé, Claire? Decime lo que se supone que sé. Yo sé una sola cosa -fabrica una mirada que piensa que es terrible. -Estaba muerta -sigue. -Y a mí me duele más que a nadie. Pero estaba muerta.
-Esa la cosa -digo yo.
Levanta las manos. Aparta la silla. Saca los cigarrillos y sale al fondo con una lata de cerveza. Lo veo sentarse en una silla de jardín y volver a agarrar el diario.
Su nombre está en primera plana. Junto con los de sus amigos.
Cierro los ojos y me apoyo en la pileta. Después empujo el escurridero y tiro todos los platos al suelo.
Él no se mueve. Sé que oyó todo. Y hasta levanta la cabeza como si siguiera oyendo la caída. Pero no se mueve. No mira para atrás.
Él y Gordon Johnson y Vern Williams juegan al póquer y a los bolos y van a pescar. Van a pescar en primavera y a principios del verano, antes de que los parientes les caigan de visita. Tienen hijos e hijas que van al colegio con nuestro hijo Dean.
El viernes pasado estos hombres de familia fueron hasta el río Naches. Estacionaron en las montañas y siguieron a pie hasta el sitio elegido para pescar. Cargaron con sus sacos de dormir, su comida, sus barajas y su whisky.
Vieron a la muchacha antes de acampar. La encontró Mel Dorn. Estaba completamente desnuda. El cuerpo se había quedado enganchado en unas ramas que asomaban desde la orilla.
Mel llamó a los demás y fueron todos a ver. Entonces discutieron. Uno de ellos -Stuart no me dijo quién- opinó que lo que tenían que hacer era volver inmediatamente. Los otros se pusieron a remover la arena con los pies, y dijeron que no tenían ningunas ganas de volver. Argumentaron cansancio, lo tarde que era, aparte de que la muchacha tampoco se iba a ir a ningún lado.
Al final siguieron con sus planes y acamparon. Prendieron fuego y bebieron whisky. Recién cuando apareció la luna volvieron a hablar de ella. Alguien sugirió que tenían que asegurar el cuerpo para que no se la llevara la corriente. Agarraron las linternas y bajaron al río. Uno de los hombres -pudo ser Stuart- se metió en el agua y se acercó a la muchacha. La llevó hasta la orilla agarrándole una mano. Le ató una cuerda de nylon a la muñeca y anudó la otra punta en un árbol.
Al otro día desayunaron, tomaron café y bebieron whisky. Después se fueron a pescar cada uno por su lado. De noche prepararon el pescado, asaron papas, tomaron café, bebieron whisky. Después bajaron al río a lavar las ollas, los platos y los cubiertos cerca de donde estaba ella.
Más tarde jugaron a las cartas. Es posible que hayan jugado hasta que las cartas se les volvieran ilegibles. Vern Williams se fue a dormir. Pero los demás se quedaron charlando. Gordon Johnson comentó que las truchas que pescaron estaban duras por la terrible frialdad del agua.
Al otro día se levantaron tarde, bebieron whisky, pescaron un poco, desarmaron las carpas, enrollaron los sacos de dormir, recogieron el resto de las cosas y volvieron caminando.
Después localizaron un teléfono con el coche. Fue Stuart el que hizo la llamada y los otros lo escucharon hablar parados en el sol, lo más tranquilos. No tenían nada que ocultar. No se avergonzaban de nada. Dijeron que iban a esperar a que llegara alguien con instrucciones a tomarles una declaración.
Yo estaba dormida cuando llegó a casa. Pero me desperté cuando lo oí en la cocina. Lo encontré apoyado en la heladera, con una lata de cerveza. Me rodeó con sus fuertes brazos y me acarició la espalda con sus manos grandes. En la cama me volvió a tocar, y después se quedó quieto como si pensara en otra cosa. Yo me di vuelta y abrí las piernas.
Claro que él, después, siguió despierto.
Al otro día se levantó antes que yo. Supongo que era para ver si había salido algo en el diario.
A las ocho ya empezó a sonar el teléfono.
-Váyase al diablo! -lo escuché gritar.
El teléfono volvió a sonar enseguida.
-No tengo nada que agregar a lo que le declaré al sheriff!
Y colgó con violencia.
-¿Qué pasa? -pregunté.
Y entonces me contó lo que acabo de explicar.
Recojo los platos rotos y salgo al jardín del fondo. Ahora Stuart está tirado en el césped, con el diario y la lata de cerveza al lado.
-Stuart -propongo. -¿Podemos dar una vuelta en el auto?
Gira sobre sí mismo y me mira.
-Vamos a comprar cerveza -se para y me toca la cadera al pasar. -Esperá un minuto.
Atravesamos el centro sin hablar. Estaciona el coche frente a un supermercado, al borde de la carretera, para comprar cerveza. Veo un montón de diarios apilados en la entrada, atrás de la puerta. En el escalón de arriba, una mujer gorda con un vestido estampado le da una barra de cereal a una chiquilina. Después cruzamos Everson Creek y entramos al parque. El arroyo desemboca en un gran embalse, centenares de metros más allá del puente. Lo veo a él en todos los hombres que pescan. Tanta agua y tan cerca de casa.
Pregunto:
-¿Por qué tuvieron que ir tan lejos?
-No me saques de quicio.
No sentamos en un banco, al sol. Stuart abre unas latas de cerveza. Dice:
-Tranquilizate, Claire.
-Los declararon inocentes. Dijeron que estaban locos.
-¿De quién hablás?
-De los hermanos Maddox. Mataron a una chiquilina que se llamaba Arlene Hubly. En mi pueblo. Le cortaron la cabeza y tiraron el cuerpo al río Cle Elum. Cuando yo era adolescente.
-Me vas a enloquecer.
Miro el arroyo. Estoy allí, con los ojos nublados, boca abajo, mirando con fijeza el musgo del fondo, muerta.
-No sé lo que te pasa -confiesa mientras volvemos a casa. -Me estoy volviendo loco de verdad.
Eso no puedo negárselo.
Trata de concentrarse en la carretera. Pero no deja de mirar por el retrovisor.
Él sabe lo que me pasa.
Stuart cree que esta mañana me está dejando dormir. Pero estaba despierta mucho antes de que sonara el despertador. Trataba de pensar acurrucada lo más lejos posible de sus piernas peludas.
Prepara a Dean para ir al colegio, lo despide y después se afeita, se viste y se va al trabajo. Antes viene dos veces a aclararse la garganta en la puerta, pero yo no abro los ojos.
Encuentro una nota en la cocina. Firma: Amor.
Me siento en el rincón del desayuno, tomo café y pongo un servilletero sobre la nota. Primero doy vuelta para arriba y para abajo al diario que está sobre la mesa. Después lo leo. El cuerpo fue identificado y reclamado. Pero tuvieron que examinarlo, introducirle ciertas cosas, pesarlo, medirlo, volver a poner todo en su lugar y coserlo.
Me quedo un rato largo pensando con el diario en la mano. Después llamo a la peluquería para reservar hora.
Estoy sentada en el secador con una revista en la falda, y dejo que Marnie me arregle las uñas.
-Mañana voy al funeral -le comento.
-Lo siento mucho -suspira Marnie.
-Fue un asesinato.
-Fue peor que un asesinato.
-No son íntimos míos -aclaro. -Pero te imaginarás.
-Va a ir bien arreglada -me asegura Marnie.
De noche duermo en el sofá y me levanto antes que nadie. Pongo el café en el fuego y preparo el desayuno mientras él se afeita.
Aparece en la puerta de la cocina con la toalla sobre el hombro desnudo, y me mira fijo.
-Ahí está el café -digo. -Y a los huevos les falta un minuto.
Despierto a Dean, desayunamos los tres juntos. Cada vez que Stuart me mira le pregunto a Dean si quiere más leche, más tostadas, etcétera.
-Después te llamo por teléfono -avisa Stuart al salir.
-No creo que me encuentres en casa -le advierto.
-Okey.
Me visto impecablemente. Me pruebo un sombrero y me miro al espejo. Le escribo una nota a Dean:
Mi amor, mami tiene cosas que hacer esta tarde, pero volverá luego. Quedate adentro o en el fondo hasta que uno de los dos venga.
Con amor, mami.
Miro la palabra amor y después la subrayo. Después miro la palabra fondo. ¿No tendrían que ser una sola palabra en lugar de dos?
Atravieso en el coche campos de avena y de remolacha azucarera, dejo atrás manzanos y ganado que pasta. Y todo va cambiando: ahora son más cabañas que granjas, más bosques madereros que grandes huertos. Después montañas, y allá abajo, a la derecha, a veces se ve el río Naches.
Aparece una camioneta verde y se queda pegada atrás mío durante varios quilómetros. Yo reduzco la velocidad sorpresivamente, con la esperanza de que se me adelante. Lo hago varias veces, y al final acelero. Pero también lo hago a destiempo. Me agarro al volante hasta que me duelen los dedos.
Hasta que en una larga recta despejada se me adelanta. Pero durante unos momentos avanza al lado mío: es un hombre con el pelo cortado al cepillo, con camisa de faena azul. Nos miramos. Me hace una seña con la mano, toca la bocina y se adelanta.
Bajo la velocidad y estaciono en un descanso. Apago el motor. Oigo el río allá abajo, más abajo de los árboles. Entonces la camioneta retrocede. Le pongo el seguro a la puerta y subo la ventanilla.
-¿Se siente bien? -pregunta el hombre. Pega unos golpecitos en el vidrio. -¿Está bien? -Apoya los brazos en la puerta y pega la cara a la ventanilla.
Lo miro fijo. No se me ocurre otra cosa.
-¿No pasa nada malo ahí adentro? ¿Por qué anda toda encerrada?
Sacudo la cabeza.
-Baje la ventanilla -Mueve la cabeza, mira hacia la carretera y después hacia mí. -Bajelá.
-Por favor -digo. -Tengo que irme.
-Abra la puerta -insiste, como si no me hubiera oído. -Se va a asfixiar ahí adentro.
Me mira los pechos, las piernas. Estoy segura de que es eso lo que está mirando.
-Eh, preciosa -explicita. -Estoy aquí para ayudar, nomás.
El ataúd está cerrado y cubierto de ramos de flores. El órgano empieza a tocar en el momento en que me siento. La gente sigue entrando y buscando sitio. Hay un chiquilín con pantalones acampanados y camisa amarilla de manga corta. Se abre una puerta y entra la familia en grupo y se dirigen a un apartado con cortinas que hay a un costado. Las sillas crujen cuando los asistentes se sientan. Enseguida un hombre que usa un elegante traje oscuro se levanta y nos pide que inclinemos la cabeza. Dice una oración por nosotros, los vivos, y cuando termina dice una oración por el alma de la muerta.
Paso con la gente junto al ataúd. Salgo a los escalones de la entrada, iluminados por la tarde. Adelante mío baja una mujer rengueando.
-Lo agarraron -explica ya en la vereda. -Aunque eso no nos sirva de consuelo. Escuché en la radio antes de venir que lo agarraron esta mañana. Es un muchacho de aquí, de la ciudad.
Caminamos por la vereda caliente. Los coches arrancan. Alargo la mano y me agarro a un parquímetro. Capós relucientes y aletas relucientes. La cabeza me da vueltas.
Comento:
-Tienen amigos, esos asesinos. Nunca se sabe.
-Yo conocía a esta muchacha desde que era chiquita -cuenta la mujer. -Siempre venía a casa y yo le hacía pasteles para que se los comiera viendo la televisión.
Encuentro a Stuart tomando un whisky en la mesa. Durante un momento de delirio pienso que le pasó algo a Dean.
-¿Dónde está? -grito. -¿Dónde está Dean?
-Afuera -contesta mi marido.
Apura el whisky y se levanta. Dice:
-Me parece que yo sé lo que estás precisando.
Me pasa un brazo por la cintura y con la otra mano empieza a desabrocharme los botones de la chaqueta y después sigue con los de la blusa.
-Lo primero es lo primero.
Dice algo más, pero no necesito escuchar. No puedo escuchar nada con tanta agua corriendo.
-Okey -acepto, y termino de sacarme la ropa yo misma. -Antes que venga Dean. Apurate.
2 comentarios:
Muy buena traduccion aunque me parece que algo falla en la parte dr "amor" y "fondo" ... cuando se dice "no deberia ser una sola palabra?". En el original en ingles la palabra amor no tiene nada que ver. Se trata de " backyard" que aqui fue traducido como "fondo". En realidad seria " patiotrasero"; o deben ser dos palabras? "Patio trasero". La palabra amor queda afuera de ahi.
Muy buena traduccion aunque me parece que algo falla en la parte dr "amor" y "fondo" ... cuando se dice "no deberia ser una sola palabra?". En el original en ingles la palabra amor no tiene nada que ver. Se trata de " backyard" que aqui fue traducido como "fondo". En realidad seria " patiotrasero"; o deben ser dos palabras? "Patio trasero". La palabra amor queda afuera de ahi.
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