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CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (19)


EL GAUCHO CULTA

RICARDO AROCENA



Era el 1º de octubre de 1812 y "las necesidades originaban una fiebre maligna que había conducido a muchos centenares a los horrores del sepulcro", al decir de los vecinos, cuando el gaucho José Culta, enarbolando por primera vez en territorio oriental una bandera celeste y blanca, reinicia el cerco de la fortificada ciudad de Montevideo. Su retaguardia era protegida por más de cien charrúas, comandados por el "Caciquillo" Manuel Artigas.

Enterado de la novedad Fernando Otorgués le enviará a aquellas tropas y a su conductor "mil enhorabuenas por el ardor con que han sabido defenderse e imponerles la ley a esos tiranos". En el saludo hacía referencia a los lóbregos meses del terrorismo de estado hispano, cuando las "partidas tranquilizadoras" recorrían la Banda reprimiendo a los patriotas que no habían podido emigrar junto al Jefe de los orientales.

Operando en las peores condiciones y desde la más profunda clandestinidad, el gaucho José Culta se había transformado en uno de los mentores de la resistencia, de la cual irrumpía para poner fin a los tiempos "del lobo", del salvajismo y de la muerte.

Sus compatriotas habían sido, a la distancia, impotentes testigos de la cruenta represión. Ya en diciembre de 1811 José Artigas, había advertido sin éxito, que se "veían venir los sucesos" y había solicitado a Buenos Aires "los medios de inutilizar cualquier intento del enemigo". Pero el gobierno no lo había escuchado, y el resultado para los orientales había sido particularmente doloroso.

Refiriéndose a la represión hispana, el Jefe patriota había protestado ante la sordera porteña: "ellos han dirigido sus marchas y... el Gualeguay, Arroyo de la China y Villa de Belén han sido el teatro de sus iniquidades, los robos se cometen por millones y sus crueldades llegaron al extremo de dar tormento a algunos americanos, asesinando también a otros". Y aquellos solamente habían sido los inicios...

Al día siguiente de concretado el segundo sitio de Montevideo, el patriota de San Carlos Francisco Antonio Bustamante evocará que desde la retirada de los ejércitos independentistas: "a cualquier parte que se tendía la vista no se divisaba sino la imagen de la persecución, acompañada de pesados grillos y cadenas con que se sepultaban en oscuros e inhumanos calabozos, la honradez e inocencia de mis compatriotas".

La ofensiva de Culta, a la par que ponía fin a los tiempos del genocidio hispano y confinaba a los represores entre los muros de la ciudad, abría la posibilidad del retorno de los orientales y empujaba al gobierno de Buenos Aires a pasar a la ofensiva. Apenas veinte días después arribarían a Montevideo las tropas bonaerenses, comandadas por José Rondeau.

Por haberse mantenido en lo más recóndito de la resistencia, muy posiblemente Culta ignorara que durante los meses anteriores la prensa porteña se había hecho eco de centenares de denuncias sobre cuanto estaba ocurriendo en la Banda Oriental desde la firma del Armisticio. Probablemente tampoco le llegó el aliento con que emocionadamente, desde la distancia, se estimulaba a los patriotas a continuar con el desigual combate contra bárbaros represores como José Obregón, Benito López, o el tristemente célebre Capitán Larrobla.

Para el enemigo colonial los que resistían eran "malévolos, amantes del desorden y de la causa infame", que habían sido intoxicados con teorías disolventes y desorganizadoras. Y se había lanzado a imponerles la "verdadera y sola causa" realista, a la que se le debía obediencia, sumisión e irracional respeto. Eliminando a los "tupamaros", que rompían con el "mundo feliz", todo volvería a su lugar.

La precursora divisa coloreada de celeste ondulando en las afueras Montevideo, era la más rotunda evidencia de que el régimen no había logrado sus tristes objetivos. Para Culta comenzaba una nueva etapa en la cual las contradicciones ya no sería tan claras y por eso Otorgués le escribe, alertándolo: "Vosotros es preciso que viváis en la mayor cautela, porque según entiendo tratan de desarmarlos, lo que lleguen los pardos...".

El comandante artiguista sospechaba que los operadores porteños intentarían reducir a las tropas patriotas, como lo venían intentando desde los inicios del campamento en el Ayuí, y por eso le advierte a Culta que "viva Vm. desengañado de que con el ejército de Buenos Aires jamás irán las cosas bien, mientras no se muden los gobiernos y no le dé cuidado de nada que los orientales han jurado ser libres o dejar de existir".

Otorgués ponía de esa forma a su compadre al tanto de sucesos que desconocía, y lo prevenía que las autoridades bonaerenses podían valerse de las mismas obscenas artimañas que ya habían sido manejadas contra el resto de los orientales. "Anime Vm. a todos esos paisanos, para que no se dejen llevar de palabras dulces porque a la postre le han de amargar", le recomendará.

EL CHASQUE Y LOS PAISANOS

El propio Jefe oriental le escribe a Culta, sumándose a los saludos: "... yo tengo el gusto de felicitar a Vm. asegurándole de las consideraciones de todos los paisanos por su mérito". Y con profunda valoración y reconocimiento por el deber cumplido agrega que "la sinceridad de mi afecto es la garantía mayor de los deseos con que me ofrezco a Vm. su seguro amigo y tengo el placer de saludarle y a los patriotas de su división, felicitándolos por sus glorias".

Pero ni aún en aquel momento de victoria la zapa sarrateísta se detiene. Gran parte de la correspondencia de los conductores de la revolución para las tropas sitiadoras, en las que se notifica de los proyectos inmediatos, es incautada por los porteños. El propio Otorgués escribirá en la posdata del documento que le remite a Culta: "esta es la única carta que he recibido de Vm., me hago cargo que las otras las han de haber llevado al Arroyo de la China porque el Presidente (Sarratea) tira a cortarnos todas las correspondencias de todas partes".

No se equivocaba el comandante oriental. Cavia había retenido en su Cuartel General un importante número de copias de documentos remitidos por Artigas y sus colaboradores, a sus compatriotas que cercaban Montevideo. En algunos de ellos se hacía referencia a la conflictiva relación que había con el gobierno. Reunificados los orientales luego del exilio, crecerá entre ellos la preocupación por cuanto estaba aconteciendo en lo concerniente a su relacionamiento con Buenos Aires.

Es que lejos de concluir con el cerco de la ciudad, la confrontación continuó progresando hasta extremos de asombrosa tensión. Ante la situación, desde su nuevo campamento a orillas del Yi, Artigas había conminado a los paisanos que andaban "por ahí", a que se le reunieran, "o al menos que tenga yo en mi poder sus armas". Documentos de época nos permiten recrear situaciones y entornos e imaginar posibles coloquios entre los alarmados orientales, que se convocaban al constatar que una vez más, como en 1811, la alegría de la ofensiva era empañada por razones difíciles de explicar:

-Correspondencia de los sujetos fidedignos que tenemos en Buenos Aires le dicen a nuestro General que su ruina y la de todos sus aliados está decretada. -le comenta uno de los paisanos a otro, que se aprontaba para recorrer la comarca con información proveniente del Cuartel General artiguista.
-El partido de él es muy grande y no tememos morir a su lado... -balbucea el chasque, mientras acomoda debajo de la montura unos manuscritos que debía trasladar.
-Con todo sigilo debe alistarse para salir -interviene un tercer criollo, al que le preocupaba que ya había empezado a clarear, lo que hacía más difícil eludir posibles controles.
-Este chasque va con toda brevedad... -responde el enviado con un dejo de fastidio, palmoteando a la bestia que resoplaba. Y hablando en voz alta, para que los otros dos estuvieran tranquilos que tenía muy clara su misión, agrega:
-Solo para dar este aviso: si Uds. son adictos a Artigas traten de unirse con él en el momento que Uds. vean que hay en esa algún movimiento...
El primer paisano le reafirma que debía quedar claro que "esa" era la plaza de Montevideo. Y agrega, punzante:
-José Cuevas y Pancho Fredes se fueron para "esa..."
El tercer criollo, preocupado de que fueran convocados la mayor cantidad de patriotas posibles con sus armas y animales, interrumpe la chanza con nuevas recomendaciones:
-Ud. tratará, en el momento, que se presenten en este campamento... Y a José María lo propio,... y éste que traiga el malacara, ... el colorado que tiene mi compadre, el de Chopitea y el bayo cebrino..., y en fin... los mejores caballos que haya míos.
Con impulso patriótico acababa de brindar todo lo que tenía para el "dulce sistema". Y agrega:
-Y dígales que Artigas pide que si son de los orientales, deben comunicarle todas las órdenes que Uds. conozcan, que se dirigen en contra nuestra, o lo que Uds. vean que es favorable. Cuidado si llegasen a mandar algún chasque, vea primero a quien lo entrega.

El Jefe oriental le había pedido a su gente que cualquier información que considerara trascendente, le fuera enviada de inmediato, porque la consideraba un escudo contra la intriga y la hipocresía. Y además quería acabar con las apropiaciones de documentos. Ya el jinete había montado cuando el primer paisano, más tranquilo y distendido, colocando sus gruesas manos en el anca del bruto, y con una sonrisa afectuosa agrega:
-Y a doña Petrona y a mi compadre Tadeo..., que se vean en la estancia, que estarán mejor.

LA OMINOSA VITRINA


La tenebrosa leyenda negra, que caerá como un manto sobre las glorias de la Patria Vieja, intentará tapar los sacrificios de sus héroes. Culta, al igual que Encarnación, Gay, Casavalle, Gari y Amigó, entre tantos otros, quedó en la historia como un bandido a pesar de sus sacrificios. Los poderosos colocaron su nombre en una ominosa vitrina histórica, en la cual continuará en muchos aspectos hasta el presente.

Sobre él se dijo que había sido uno de los tantos matreros que luego del éxodo oriental había rastrillado la campaña, y que a la cabeza de una partida de forajidos, atacaba pertenencias de patriotas. Según esa mitología Tomás García de Zúñiga lo había convencido de que debía convertirse en soldado de la patria y el gaucho había cercado Montevideo.

Hoy se sabe que Culta fue cabo de un regimiento y que ante el llamado de Artigas se alzó por su cuenta "por el Miguelete y Peñarol", a la cabeza de un grupo de paisanos mal armados, que le reconocían su formidable arrojo y gran valor. Durante las horas más duras del terrorismo hispano / lusitano, fue convocado por Zúñiga y Pedro J. Sienra, que le proporcionan ropa, armamentos y dinero y lo ayudan a hacer la guerra de un modo regular y disciplinado.

Testimonios de la época lo definen como un hombre común y corriente, pero muy querido, que logró con su sacrificio ganarse el respeto de cada día mayor número de personas, al punto que sitia Montevideo con 350 hombres, luego de derrotar a varias guarniciones realistas de diversos pueblos y de confiscar enormes caballadas y numeroso armamento. Ante su empuje se desmoronarían muchas de los atroces "escuadrones", que hostigaban a los patriotas.

Cuando el primer día de octubre de 1812 José Culta se presenta en el Cerrito, con un pendón celeste y blanco, ya se había ganado con creces el mote de "terrible artiguista", que difundía el "espanto" y del cual huían las guarniciones "por su fiereza" y "osadía". Pero ni bien se instala en las alturas desde donde vislumbraba Montevideo, el caudillo popular debe hacer frente a las tropas del ejército hispano.

En una de sus arremetidas los peninsulares detienen a uno de los patriotas con correspondencia que Culta estaba esperando. Por no comprometer a nadie el hombre se come "el pliego de bocados", por lo que lo conducen al patíbulo, luego de pasar por un Consejo de Guerra, sin delatar a ninguno de sus compañeros, aunque le ofrecían el perdón si "cooperaba". Lo ejecutaron con trescientos garrotazos, pero se mantuvo firme hasta el final y "entre los ayes que el dolor arranca", solamente se le oye expresar: "quiero morir más no decirlo".

Hay otras anécdotas: no habían llegado aún las tropas porteñas, cuando una gran conmoción sacude a la sitiada ciudad. Uno de los centinelas españoles divisa entre las penumbras tres bultos embozados y alarmado les dispara un tiro. Inmediatamente todo se alborota, poniéndose en pie las fuerzas de la plaza ante la virtual invasión. Entre el gentío unos gritaban "asalto", mientras que otros "traición", lo cual genera enfrentamientos con muertos y heridos. El gestor de todo aquello había sido Culta que pese a su pequeño poderío, con mil artimañas mantenía en jaque a los sitiados.

Todos los datos de que se disponen revelan una espléndida foja de servicios del militar patriota. Uno de los momentos memorables de su trayectoria, fue a principios de 1813, cuando junto con Caparros, Urasma y sesenta hombres más, a bordo de unos lanchones, asalta a la poderosa flota naval española. Aquel operativo-comando no logra su objetivo y Culta es encarcelado en los calabozos de la fortaleza montevideana.

LA HISTORIA OFICIAL

Exactamente tres meses después de iniciado el segundo sitio de Montevideo, los jerarcas españoles Gaspar de Vigodet y Vicente Muesas atacan con alrededor de 2300 efectivos al ejército de Rondeau, al que duplicaban en número y en pertrechos bélicos.

-Los insurgentes no solo han socavado los cimientos de nuestro edificio social, no solo han sido rebeldes con el rey, (...) ahora empuñan el cuchillo con que creen que desbaratarán nuestros corazones: empero ellos son tan cobardes como delincuentes. -había arengado a sus tropas el gobernador, incitándolas al combate.

Al principio parecía que la derrota patriota era inevitable. Pero las fuerzas sitiadoras reaccionan, y una avanzada de negros libertos contraataca, paralizando a los peninsulares, que ven caer herido de muerte al brigadier Muesas, lo que les genera mayor confusión. El patriota Hortiguera con su caballería completa la dispersión del enemigo. El episodio bélico quedará en la historia con el nombre de la "Batalla del Cerrito" y marcará a fuego a los españoles que ya no volverán a abandonar Montevideo. Durante aquellas horas dramáticas Culta había descollado por su coraje, lo que lo hizo merecedor a un ascenso en su carrera militar.

Como no lo pudieron mostrar como un "cobarde", como pintaba Vigodet a los insurgentes, entonces se lo expondría como un malhechor, que luego del minuto de gloria en el Cerrito, habría desertado del asedio, para volver a antiguas andadas. Contemporáneos de aquel hombre dirán lo contrario: por ejemplo Francisco Acuña de Figueroa, al que se puede considerar "ideológicamente incontaminado" de ideas revolucionarias, al punto de que se definía de ferviente pasión realista, acabará reconociendo que la mayor parte de las acusaciones lanzadas contra Culta, no eran más que pura "invención".

"A este caudillo y su gente el vulgo absorto designa cual fantasma asolador que forja la fantasía", explicará. Y luego aclara que "mucho el terror exagera, no poco inventa la intriga, más el que imparcial escribe, vulgaridades omite". Tampoco él creía en la campaña de difamación lanzada contra el combatiente oriental y con responsabilidad prescindía de repetirla.

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