domingo

YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL DE PEPE ARTIGAS





TERCERA ENTREGA (CAPÍTULOS 11 AL 15 DE UNO)

11 / MADRE


La costumbre de purificarme dándome baños de estrellas la heredé de madre, que la adquirió desde muy niña con mi abuela canaria.

Ella tampoco creía en los casuales.

Y una noche, después que ya alternábamos residencia en la chácara de Carrasco y en Montevideo, la encontré desgranando el rosario en la misma hamaca paraguaya donde yo me había escondido con los cuzcos a los cuatro años y nunca le vi los ojos tan puramente tristes.

Los hinchaba una fluorescencia más celeste que la de la bahía.

Y ayer pasaron cosas hondas como milagros, porque mientras pensaba en madre llegó mi hijo a preguntarme por qué lo habíamos bautizado Juan Simeón y hesité.

El muchacho debe haber pensado que dormía y salió al punto, pero yo me quedé absorto en aquel paisaje lleno de garcitas blancas que volvían del bañado y pensé en el Evangelio según San Lucas.

Y en Monterroso.

A mí siempre me costó el papeleo con la Biblia, aunque en Curuguaty le fui tomando gusto.

Y al rato vislumbré la advertencia que madre me dio en aquella hamaca, porque ya hacía ratazo que me tiraba el dirme a toldear con los indios y corambrear por el norte y bautizarme en fuego. Casupá no alcanzaba para sentirme el Chantre que se mentaba tanto en el Hacha.

Ella empezó contándome que la ley mosaica obligaba a consagrar el primer hijo al Señor y ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones de paloma, y que cuando nació Jesús vivía en Jerusalén un hombre justo y esperanzado en la libertad de su pueblo.

Se llamaba Simeón, y el Espíritu Santo le comunicó que no iba a morir sin ver al Mesías de Israel.

Eso me entusiasmó.

Y dizque Simeón fue guiado al templo para que se cumpliera la ley y que cuando vio al niño lo tomó en brazos y dijo en alabanza: Ahora ya está cumplida tu promesa, Señor: puedo morir en paz. Porque ya vi la salvación que comenzaste a realizar a la vista de los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la honra de Israel.

Pero después de bendecirlos le dio aviso a María, que lo escuchaba maravillada junto con José: Este niño está destinado a que la gente caiga o se levante en Israel, porque muchos rechazarán sus señales y se descubrirá la oscuridad de muchos corazones. Pero para ti todo va a ser como una espada que te traspasará el alma.

Entonces madre me pidió que la abrazara y terminó empapándome, y yo no entendía nada pero me asusté mucho.

Eso debe haber pasado el día cuando se festejaba la purificación de la Virgen.

Y ahora que hay tantas almas traspasadas por mis luchas ni siquiera recuerdo si fue Clara o fui yo quien le implantó el segundo nombre a este hijo tan curioso.


12 / OLOR

Cuando cumplí los quince ya estaba conchabado en Soriano con los Gadea y presumía de baquiar cualquier arcano de la vida suelta, hasta que hice mansión en una toldería.

Allí encontré el olor de lo que no se borra.

Mi abuelo me contaba que el maturrango De Viana no dejaba que los minuanes le pisaran el Fuerte porque el tufo del aceite que usan para escudarse del bicherío le infestaba las paredes por una semana.

Y pensar que el perfume francés de Sarratea no se me va de la ánima en ninguna pesadilla.

No hay pior brotamiento con purulencia que el que llaga la fe.

Diz Caracciolo que los hechiceros de la metafísica despiritualizada como Espinosa nos contagian de un gori-gori chupador de caracuses. Y lo que me espachurró aquí en Ibiray fue producir conciencia de que Josef María ya se olvidó hasta de llorar desde la calavera.

Una cosa es regar con tristeza al caído y otra cosa es mearlo.

Yo a padre lo empecé a conformar despachándole cueros desde Santo Domingo en las carretas de Ravía y Latorre, que también se encargaba de repartir el metálico.

Y a intramuros bajaba selectamente para encajetillarme y acariciar manitos en contradanzas emperifolladas o jaranear con madre, que siempre fue capaz de domar a lo canario y fumaba más que yo.

Pero el sueño que me seguía inquietando era pelarme pal kilombo del Norte.

Y el día que conocí al mismísimo cabecilla que llamábamos Chantre o Chatre, supe que haber jugado tanto a los vaqueros en el Hueco de la Cruz me inició en la escolaridad de cuartear empresas levantiscas.

El vasco era un hombrón que gastaba una agudeza y una astucia a lo Azara, aunque más petimetre. Cada tanto se allegaba a encontrarse con Candiotti en una pulpería sorianense donde ya corría el fomes contra el despotismo monopólico al que tenían que uncirse los hacendados de América.

Y decían que hasta el Virrey fraguaba contrabando.

Después empecé a subir al Queguay y una noche sin luna un portugo charruizado me condujo a su toldo y allí me ardió la Troya.

Me di un baño de estrellas tan largo que de golpe sentí que había un cielo más arriba de aquella platería que uno adoraba tanto.

Pero estaba vacío.

Entonces me achuchó un horror que demoré tres lustros en descifrar coligiendo que la gran liberación huele a desierto triste y que la verdadera caridad es repartirle coraje al desperado.

Sólo respira en paz quien entiende que las moradas puras no son de este terreiro.

Y yo siempre caté que la dueña de la inmaculación nos mira como la miró el Padre cuando le anunció al Hijo.

La indiada es muy valiente.


13 / BILÚ

Y al otro año ya inverné en los potreros de Arerunguá.

¿Cómo iba a imaginarme que toda aquella pampa que amanecía peinada por gasas color flamenco iba a ser el centro de mis recursos de aquí a la eternidá?

Porque sigue siendo mía, carajo.

Y al despuntar setiembre se le pusieron los Ojos de Plata a una Nuestra Niña que toldeaba con el cacique, y en un repelús pasó tres días a monte con la frente embadurnada por un azul guerrero y volvió preparada para el apareamiento.

Yo me había hecho lenguaraz desde que nos llevaban a Santo Domingo siendo críos y oía que los canoeros usaban la voz bilú al reverenciar el iris de las lunas gigantes.

Y a Ella la nombré así aunque para mi coleto, pois se llamaba Alba.

Después se faenó mucho y recalé salado en el Rincón del Chatre y a padre lo auxilié rodeando las tamberas de Sauce, pero a Montevideo ni le vi las murallas porque me costó un Perú grasearme bien la trenza y allá había que bañarse.

Vivía pensando en Bilú.

Ella me recordaba a la mulata de la Isla de Francia que compró el viejo sucio y a Rafaela al mismo tiempo, y una vez la descubrí en un vado frotándose el coñito con otra hembrita en flor y casi me enloquezco.

Porque de golpe pasó una gaviota y empezaron a imitarla con los brazos y después equilibraron pezón contra pezón y les quedó un solo reflejo redondo en la cañada.

Todavía me cosquillea el pijo cuando las pienso.

Y al volver fue imposible inferir si el cacique ya se la abotonaba o si la reservaba en la tropiya de engorde, nomás.

Sufrí pior que en la guerra.

Y aquellos Ojos de Plata me seguían taladrando con un convite tan todopoderoso que un día me escapé a clavar la cabeza en el vado para llorar a gusto.

Y cuando me decidí a emboscarla la encontré embobadísima frente a un atardecer que parecía una majada de jacarandases y de golpe ella se resbaló y apenas tuve tiempo de zambullirme en el pedregal de la orilla para descabezar a una cascabel que se le abalanzó rejucilando.

Yo todavía no andaba desnudo como ellos: usaba bombacha y botas.

Entonces la chalouá se metió en la cañada y me llamó y recién terminé de desencinchar cuando el agua me llegó a la cintura, de tan carpa que estaba.

Bilú se me sentó en el mástil abrazándome con las piernas mientras me descrinaba la trenza y me la volvía a tejer expirando runrunes, hasta que ardió la luna.

Quedó todo hecho leche.

Aquel año trajiné corambreando a destajo al mando de cien hombres y cuando volví a los toldos ella me mostró un hijo de ojitos amielados confiándome que era nuestro.

Y entonces entendí que lo mejor del mundo es creer en la verdad que venció a la serpiente.

Le pusimos Manuel.


14 / NARANJOS

Lo malo es que la Bilú se volvió un manjar reservado del cacique y al único que miraba con corazón de nácar era a Manuel.

Y adiós.

Demoré cuatro años en ascender de jefe corambrero a socio del Chatre, y en Soriano revolié las patas de lo lindo y la noche que conocí a la mujer que abandonó el facineroso Arrúa me enamoré bailando.

Cuando la gente baila me sobra felicidad.

La Isabel me llevaba cuatro años y gastaba como virtud esa diversión mansa que le forma una tercera orilla en la boca a los humildes.

Y empezamos a noviar abajo de los naranjos y le hice un hijo rápido, aunque ella tenía más prole que recursos de risa. Nunca se desquitó de mis bestialidades, y la infidelidad que produjo a Pedro Mónico se me enterró como una perla barroca en el garguero.

Una avería intragable.

Los que me inventan las leyendas negras ni siquiera conocen el horror que uno embucha cuando seduce al pedo.

Y una cosa es el don de alucinar montañas que se lleva dende antes que nos corten el ombligo y otra el embaucamiento imbuido para vengarse, por más sanguijuelas que te chupen el lomo.

Pero su Majestad sabe repartirnos infierno.

La chaná me ensedaba la trenza con azahares y una vez que bajé a Las Piedras por negocios se armó una mojiganga y encontré a la Celeste. Lanzarote se había disfrazado de pirata y parecía que el parche enfocaba el más allá vacío que inventó la ceguera filosófica.

Y al rato saqué en limpio que aquella confitura era virgen de polla y la empecé a enchispar en todos los molinetes y las cadenas de la contradanza con las sobas de ashé que aprendí en Arerunguá para derretir yeguas.

Hasta en eso soy mejor que los diablos, carajo.

Y al final del sarao la adoradora de Garafales me deslizó una cedulilla rogando que la encontrara en un hostal de intramuros, el viernes.

Resultó que el buonarrotista viajaba a Buenos Aires y terminé bañándome en agua de rosas.

Pero la preciosura estaba tan enviciada con el juego de ser tañida a uñazos que ni le importó mi polla y la tuve que forzar y me sentí más sucio que el pirata corneado.

Muertes que uno se busca.

Cuando volví a estrechar a Isabel entre el soplo de los naranjos sentí que ella tenía la gracia de humillación suficiente para intuir perdonando.

Si supiera Sarratea cómo aprendí a sentirme esclavo de la grandeza.

Y lo que a nadie le importará nunca es que mi dulcísimo Pedro Mónico haya nacido por sirvengüencear con una degenerada en el hostal Las rosas.

Quién va a gastarse en historiar mis cuitas.


15 / CHATRE


Con el Chatre aprendí lo de la Revolución Francesa.

Mi socio amparaba negros agitadores que se fugaban de las bodegas de los barcos haitianos y yo me llegué a saber el libreto de la Asamblea Nacional mejor que el catecismo.

Y mucho antes que Napoleón se quedara con todo.

Dizque lo primero que hizo el aspirante a César cuando cundió la sangre y el Directorio precisó un engalonado pa sofocar un malón campesino fue zamarrearles los cañones de frente a los infelices y así empinó copete. Por algo Alvear lo amaba más que a la Carlota Joaquina y al Fernandito juntos.

Robertson me contó en Purificación que apenas se encasquetó la chistera de Emperador pasó al lado del Pepe Botella mormorando: Si nos viera papá.

Y esos críos mean al mundo.

Nunca supe si fue Candiotti o los franciscanos los que le contrabandeaban al Chatre los mismos libros prohibidos por la Iglesia que había en la biblioteca de padre. Y él se cuidaba mucho de mentar a las logias, todavía.

Pero yo ya pispaba que la Hermandad de San José que fundó el hospital finalmente bautizado en honor a Maciel era pura fachada.

Lo del fomes liberal resultó un trozo pérfido para encajarle muela.

Porque fue en la segunda gobernación de Viana que ya empezaron a dictarse medidas de represión contra nuestro negocio. Y todos eran masones tapados y al mismo tiempo bufos capaces de flagelarse y chuparse las patas coronados de cardos en la Casa de Ejercicios Espirituales.

Con el tiempo entendí que a ningún mandón chapeado le importa mucho entender si cree o no cree.

Es más fácil.

Pero una noche el vasco se me puso pesado con que había que ir a misa para ejemplarizar a la chusma y me mosquié.

El asunto es no bandearse en la caña si uno anda con guirigay y terminé gritando que la verdadera lástima en el mundo es que la gente viva calafateándose las orejas para escurrirle el bulto a la divinidá.

Y como no me entendió un carajo le eché la falta de que había mucho más escuchadores de estrellas en el kilombo que en el mojiganguerío de intramuros y él me recomendó que me confesara rápido.

No le faltó razón.

Hacía tiempo que no entraba a despenarme frente a las estatuillas que tallaron los tapes güevudos y musiqueros.

Madre los adoraba y sabía una fanega más de la vida que Montesquieu y Voltaire y el taita Robespierre, que jamás entendió que los que se arrodillan con el cielo entre los dientes son los únicos oídores del hablar del Altísimo.

Me cago en Napoleón.

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