lunes

YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL DE PEPE ARTIGAS






SEGUNDA ENTREGA (CAPÍTULOS 6 AL 10 DE UNO)


6 / CASUPÁ


Yo ya tenía once años cuando murió abuelo Juan Antonio y padre heredó la estancia de Casupá, que se parangonaba muy superiormente con Carrasco y el Sauce.

Allí me hice devoto dendeveras.

Y descubrí que todito el maná que mastiqué en La conversación consigo mismo, el libro de Caracciolo que me regaló Clara en Curuguaty, me había empezado a germinar en aquellos sinfines junto a los corambreros de hacienda cimarrona criados entre la prole de don Andrés Polanco.

Ellos ya venían paridos en completa mixtura porque allí había toldeado el venerable cacique Gasupá, de la nación Minuán.

Yo no creo en los casuales.

¿Cómo les puedo haber contestado a Pérez Castellano y a padre que cuando me le perdí a Pascasio y me engolfé en la hamaca con los cuzcos estaba conversando conmigo mismo?

Clara dijo que pescó aquel libraco del anaquel del tío-abuelo difunto pa que me divirtiera pero lo que me trajo fue mandioca divina. Y después de rumiarlo por lo menos veinte años se lo acabo de regalar al hijo de Fulgencio.

Los Yegros son muy gente, y yo ya estoy pa dirme.

Lo curioso es que recién en Casupá y no en Carrasco ni en el Sauce haya empezado a sentir que las estrellas hablan.

Eso espantó a Joaquín, aunque de encantamiento.

Y como es poeta él sabe que uno embucha manjares y después que le obsequié el libro al Teniente Rómulo se las rebusca para que le recite trozos que oye salir como si columbrara un vaivén de pandorga.

El que más lo sacia es: ¿Cuántas riquezas hay depositadas en la esencia no más de este Yo Mismo, de quien vamos a hablar? ¿Cuántos medios de conversar con nosotros, cuándo sabemos preguntarnos y examinarnos? La Conversación supone a lo menos dos personas que discurren entre sí, y que ya conforman, ya se oponen; de este propio modo experimentando dentro de nosotros un Yo no sé qué que ya nos aconseja, ya nos reprende, ya quiere, y ya no quiere, podemos sin dificultad ni contradicción conversar interiormente.

Seguro que él también se lo memorió mucho, pero a veces es forzoso que los hombres escuchen su tesoro con eco.

En Casupá había un minuán que llamaban Masalana y descargaba funciones de amor con luna llena. Preparaba un pocito y se emporraba al mundo y le echaba por lo menos cuatro leches seguidas.

Meta suspiros blancos.

Caracciolo explicaba: Todo lo que yo sé es, que el mundo que forja un espectáculo de sus asambleas, y que se envanece con ellas, debería tener vergüenza de comprometerse de tal modo.

Este indio era distinto.


7 / MISERIA

En aquel tiempo las subastas de esclavos no eran de tanto hábito como fueron después en la Aguada y en la barra del Miguelete.

Un día acompañé a padre hasta una chácara de allende el Cerrillo porque se nos había enfermado el camunguero y cuando la mierda se juntaba una semana era imposible comer por más que se les revolearan sábanas sin descanso al mosquerío.

Fue en un barracón pegado a dos corrales que servían de matadero y formación de barro con caballos azuzados en comparsa, según la técnica moderna que se adoptó para la industria ladrillera.

Había mucho currutaco.

Pero jamás hubiese esperado encontrar a la Nuestra Niña de boca bermellón que se adoraba con Garafales, acompañada por el terrateniente rugoso como mi abuelo que la usaba de guitarra y la forzaba a desgranar tonadillas tañéndole los orificios a uñazo pelado.

El vicioso se llamaba José de Lanzarote, y recién en Purificación me enteré que había sido un espía canario muy bien visto en Janeiro por los angleses.

Robertson me contó que pertenecía a una logia fundada por el marqués toscano Felipe Buonarroti, un anarquista que participó junto a Gracchus Babeuf en la insurrección que osó derrocar al Directorio en el 97.

Yo siempre me las compuse para enterarme por diretes de los enjuagues lúbricos.

Y hasta me interesó que el tal Gracchus creyera que la Revolución debía arribar a un régimen socialista donde se compartieran todos los bienes. Dizque Buonarroti salvó la cabeza porque estaba menos comprometido que Babeuf y fue desterrado a Italia, donde infiltró a la francmasonería y a los Carbonari.

Lástima que esos revolucionarios que no se sienten corderos capaces de arrodillarse frente a la ortodoxia persecutoria y privilegiada que nos ordenó aplastar Voltaire siempre terminan siendo los dioses de sus propias iglesias.

Al final padre compró un molembo de buena dentadura que iba a terminar muriendo cuarenta años después en el Ayuí, a mis órdenes.

Un corazón de oro.

Y de repente el negrero anunció a una mulata de ojos color océano nacida en la Isla de Francia y el barracón se alborotó como si nos fustearan igual que a la caballada del corral donde se amasaba el chocolate para el ladrillerío.

Otra quinceañera regalona manufacturada con yeito de orfebre tape.

Y mientras la babosería de los cajetillas pujaba en rebatiña vi cómo las dos Inmaculadas se entitilaban con una miseria de amor tan horrible que tuve que salir corriendo a vomitar el café.

Padre se quedó viendo el final de la penca centaurina.

Y cuando salió a contarme que se la había encolmillado el marido de la Celeste ofertando quinientos patacones eructé un odio asesino por el coleccionista de guitarras de carne.


8 / HACHA

Si dijera que le llegué a tener odio a la escuela, tacharía lo correto de mi estrategia de pertrecharme con sesera propia para resolver vados.

Garafales sabía enseñar y yo sabía empacarme, siempre que me aburriera.

De lo que me salvé fue de las aulas de Gramática, Filosofía y Teología que se fundaron en el 83. Eso me hubiese obligado a juirme mucho antes. Y tampoco me apetecieron los mil tomos prohibidos que heredó padre de Ortega y Monroy y terminó embarcando para La Coruña.

Marat me daba asco nada más que de escuchar el nombre del pasquín guillotinero, y Paine y Rousseau llegaron cuando el cielo dispuso.

Leer el mundo es lo bravo.

Con Pascasio nos las arreglábamos para escaparnos a la pulpería que después se llamó del Hacha, por motivo de un crimen. Y allí nos despachaban un sorbete y una caña y meta a barajear con los menospreciados.

Ya había mucho marino contrabandista, también.

Y además en el Hueco, unas manzanas baldías que quedaban de paso para el muelle, acampaban las carretas peregrinas y allí se churrasquiaba entre guitarreos de mi flor y yo me agarré el vicio de fumar orejeando fogones.

Ahora veo claritamente que en aquella libertad se me desenrolló el odio que fui juntando intramuros y terminé por dotorarme en judeadas. Me acuerdo que con los gurises agarrábamos sapos y los obligábamos a chupar las colillas hasta que reventaban como bombas de tripa.

Es que a mí siempre me estragó obedecer de callado.

Y hoy, a los ochenta y seis años, todavía me trompetean y me arde la locura. Claro que uno la doma y la embozala y la yerra y todo lo que se les ocurra a los déspotas del espíritu, pero al final siempre aparece el odio a escupirnos el asado.

Una tarde encontré a Pérez Castellano tomando jerez solo en la biblioteca y cuando se le respingó la nariz afiladísima colegí que me estaba esperando.

Ya no me gustó nada.

Al principio me volvió a alabar la copla que me había enseñado Garafales y después se puso a explicarme el proceso de la revolución en la América del Norte.

Eso no me aburrió, pero yo estaba segurísimo de que la cosa iba a terminar con lo de mi capellanía.

Y sin embargo lo que me preguntó era qué había querido significar con la protesta de que la Iglesia para mí siempre iba a ser el campo abierto y cuando le conté que en Casupá sentía hablar a las estrellas se sirvió otra copita.

Y de golpe la nariz se le alzó como una hoz al advertirme que el hijo pródigo pudo haber pensado lo mismo cuando dejó su casa.

No le faltó razón.

Pero yo seguí el consejo del cuadro del holandés y ahora me siento un Padre acariciador de su propia derrota.


9 / ELLA

Claro que hay judeadas y judeadas.

Ahora estoy engrillado por una gripa que me obliga a que me tomen confesión en el catre y me acuerdo de Garafales.

El beso en la alfombrita persa extraviada por la Celeste.

Es una pena que al Marqués de Caracciolo no se le haya ocurrido escribir El casamiento consigo mismo, que no equivale a la conversación. Quien lo vivió comprende a qué me refiero y quien no lo vivió mucho más, porque sin el pasaje por ese altar no hay alma que resista.

Ayer le escuché cantar al Joaquín con el arpa: El no comer no mata, el no comer no mata. Mata el odio y la envidia.

Y ahora que me place a mares dirigir el rosario me acuerdo de la mañana cuando murió la Niki pariendo unos cachorros color ambrosía y mi maestro lloró tanto que decidí pedirle confesión y le conté el pecado de la pilastra.

Yo no sé montar números de arrepentimiento al pedo.

Entonces el muchacho sucio y de crenchas amieladas me llevó de la mano hasta la estatua de Nuestra Señora y me explicó que Ella existía en una floración que rebrilla más acá y más allá de los ojos de las infantas que nos van habitando y guiando por este infierno.

Y después recitó: Del Verbo divino / la Virgen preñada / viene de camino: / ¡si le dais posada!

No me dio penitencia por la picardía. Y además me surtió de la explicación teológica del Triclinio, que es la belleza trinitaria espejándose en las faciones de la Madre del Mundo.

Eso lo aderezó Santo Tomás de Aquino. Un misterio más hondo que el estrellerío interior y exterior que nos abisma.

Y al rato agregó otra copla de San Juan de la Cruz, quien me dijo ser el más grande poeta de la Contrarreforma, aunque todavía soslayado por la vulgaridad de la feria letrística. Llámase Suma de la perfección, y la llevo colgajeada como un abrojo de oro: Olvido de lo criado, / memoria del Criador / atención a lo interior / y estarse amando al Amado.

Sólo que a los pocos días se me ocurrió indagar cómo podía emparejársele un Amado a un varón y Garafales me leyó el Cantar de los Cantares y me habló del casamiento consigo mismo.

Y agregó que no pueden concebirse varón ni hembra perfectos si no hay boda de entretelas con un otro en reverso.

Pero no hay mucha gente que pueda concebirlo.

Yo ni me acuerdo de cuántas fueron las mujeres con las que me encarné entregando el corazón y recién siento que llevo formada una sola costilla celeste que apunta hacia lo eterno.

La patria es una sola.


10 / TOROS

En las primeras corridas que organizó Sancho Escudero en beneficio de la compostura de las calles intransitables, me fijé con largueza en mi prima Rafaela.

Ella cumplió cuatro años en el 80, y tía Pancha la emperifollaba con medias de seda azul estilo Escorial y cuchillitas en las pendientes como si fuera mozuela, aunque lo que yo le veía eran Ojos de Plata.

Una vez miró pasar una garza rosada y le quedó un vitral posado en la sonrisa.

Claro que mi enamoramiento mayor todavía recalaba en las crenchas de la señora del espía Lanzarote, que alardeaba de poder echar plática con cualquier animal y una vez protestó de que nuestra civilización se había apestado porque Cristo sudó sangre cobarde en lugar de dar guerra.

Y lo espetó en las gradas del coliseo, mientras sorbía un blanquillo y estornudaba gorgoritos fungosos.

El problema es que en ese entonces ya sobraban los bobos capaces de aplaudirlo.

Lo pior de las patrias tristes no son los sabios que no saben nada, sino los que precisan arrebañárseles y lorear macanerías de café o de tertulia para seguir viajando apoltronados en las bodegas de las fragatas creyendo que ven el cielo.

Hasta Barreiro terminó así y le tuve que engrillar los requesones flácidos.

Pero en estas toraidas lo inasible de la justicia se descargó una tarde que no parecía invernal y los cerros de Maldonado y el velerío se azulaban con una nitidez tormentosa y supe que había hidra en puerta.

Porque el último toro no siempre salía embolado y los banderilleros se cuidaban de exponer las verijas al brindarles suertes a las currutacas y cosechar onzas de oro o pesos fuertes o hasta alhajas macizas, y de repente un berrendo ya muy picaneado destripó a un caballo blanquísimo y don José de Lanzarote saltó al ruedo y se puso a cantar un aria entre las astas llenas de mierda y sangre.

Lo único que interrumpió al seductor durante todo el lance fue el alboroto de las gaviotas que pescaban en la bajante y los Coño y los Voto al chápiro y los Toma ya murmurados por el alcahuetaje y el suspirerío cachondo de los putones.

Pero yo ese día aprendí que la vida está muy bien hecha.

Porque lo único que le importaba al buonarrotista era exhibir su superioridad sobre el Espíritu que nos presta su baquía sacrosanta en este valle y hasta me pareció escucharlo pensar: Un fortín tan salvaje que cae en embeleso porque no tiene un cuchitril para montar una ópera da más asco que los osarios.

Y de golpe Rafaela, que usaba una corona de jazmines del país sobre la negrura sin rulos que le llovía hasta la cintura, le tiró una cuchillita al sexagenario pulsador de guitarras de carne y eso lo trastornó.

Lanzarote miró el palco del Gobernador y quedó tan prendado de mi prima de cuatro años que al agacharse para agarrotar babosamente la recompensa se distrajo y el toro lo empitonó y el verdor que chorreó en un rejucilo por detrás de la hemorragia fue más color de calavera que de ojo reventado.

1 comentario:

JL dijo...

Sr. Hugo Giovnetti:

Qué palabrería vacía y "al pepe..."
Bien dicen que "más vale tener gracia que hacerse el gracioso..."
Un escrito sin ton ni son...

Digno de la "uruguayez porteño-montevideana" que odia nuestra tradición Oriental -

Ah... maldición de Malinche:-sos tan agresivo con lo nuestro, como servil con el inversor extranjero...
El "escrito" es muy pobre...
Lo califico - miserable...

Mi saludo Oriental
José

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