
UNDÉCIMA ENTREGA
2 / LOS MITOS ANTIGUOS Y EL HOMBRE MODERNO (I)
Joseph L. Henderson
Los símbolos eternos
La historia antigua del hombre se está significativamente redescubriendo hoy día en las imágenes simbólicas y mitos que han sobrevivido al hombre antiguo. Cuando los arqueólogos excavan el pasado, no son los sucesos del tiempo histórico los que aprendemos a atesorar sino estatuas, dibujos, templos y lenguas que nos hablan de antiguas creencias. Los filólogos y los historiadores de la religión nos revelan otros símbolos y nos pueden traducir esas creencias en inteligibles conceptos modernos. Estos, a su vez, son revividos por los antropólogos de la cultura. Nos pueden mostrar que los mismos modelos simbólicos es posible encontrarlos en los rituales o mitos de pequeñas sociedades tribuales aun existentes, inmutables durante siglos, en los márgenes de la civilización. Tales investigaciones han contribuido mucho para rectificar la actitud unilateral de estos hombres modernos que mantienen que esos símbolos pertenecen a los pueblos de la antigüedad o a las “atrasadas” tribus modernas y, por tanto, carecen de importancia para las complejidades de la vida moderna. En Londres o en Nueva York podemos prescindir de los ritos de fertilidad del hombre neolítico por ser supersticiones arcaicas. Si alguien proclama haber tenido visiones u oído voces, no se le trata como a un santo o a un oráculo. Se dice que es un perturbado mental. Leemos los mitos de los antiguos griegos o las narraciones populares de los indios americanos, pero no somos capaces de ver ninguna relación entre ellos y nuestra actitud respecto a los “héroes” o los sucesos dramáticos de hoy día. Sin embargo, hay relación. Y los símbolos que la representan no han perdido su importancia para la humanidad. Una de las principales contribuciones de nuestro tiempo para la comprensión y revalorización de tales símbolos eternos la hizo la Escuela de Psicología Analítica del Dr. Jung. Ha ayudado a romper la arbitraria distinción entre el hombre primitivo, a quien los símbolos le parecían parte natural de su vida diaria, y el hombre moderno, para quien los símbolos, aparentemente, no tienen significado y carecen de importancia. Como ya ha señalado el Dr. Jung en este libro, la mente humana tiene su propia historia y la psique conserva muchos rastros de las anteriores etapas de su desarrollo. Es más, los contenidos del inconsciente ejercen una influencia formativa sobre la psique. Conscientemente, podemos desdeñar esos contenidos, pero inconscientemente respondemos a ellos y a las formas simbólicas -incluidos los sueños- con los que se expresan. Al individuo puede parecerle que sus sueños son espontáneos y sin conexión. Pero al cabo del tiempo, el analista puede observar una serie de imágenes oníricas y notar que corresponden a un modelo significativo; y al entenderlo, su paciente puede adquirir, quizá, una nueva actitud respecto a la vida. Algunos de los símbolos en tales sueños derivan de lo que el Dr. Jung llamó “el inconsciente colectivo”, es decir, esa parte de la psique que conserva y transmite la común herencia psicológica de la humanidad. Esos símbolos son tan antiguos y desconocidos para el hombre moderno que no puede entenderlos o asimilarlos directamente. Ahí es donde puede ayudar el analista. Es posible que el paciente deba librarse del estorbo de los símbolos que se han hecho añejos e inadecuados. O es posible que necesite ayuda para descubrir el valor permanente de un viejo símbolo que, lejos de estar muerto, trata de renacer en forma moderna. Antes que el analista pueda explorar eficazmente, con un paciente, el significado de los símbolos, tiene que adquirir un amplio conocimiento de sus orígenes y significancia. Porque las analogías entre los mitos antiguos y las historias que aparecen en los sueños de los pacientes modernos no son ni triviales ni accidentales. Existen porque la mente inconsciente del hombre moderno conserva la capacidad de crear símbolos que en otro tiempo encontró expresión en las creencias y ritos del hombre primitivo. Y esa capacidad aun desempeña un papel de vital importancia psíquica. De más formas de las que podamos percibir, dependemos de los mensajes que transmiten tales símbolos y nuestras actitudes y nuestra conducta están profundamente influidos por ellos. En tiempo de guerra, por ejemplo, encontramos mayor interés en las obras de Homero, Shakespeare o Tolstoi y leemos con nueva comprensión los pasajes que dan a la guerra su significado soportable (o “arquetípico”). Suscitan en nosotros una reacción que es mucho más profunda que la producida en alguien que jamás hubiera conocido la intensa experiencia emotiva de la guerra. Las batallas en las llanuras de Troya fueron totalmente distintas a los combates en Agincourt o Borodino, sin embargo, los grandes escritores pueden sobrepasar diferencias de tiempo y lugar y expresar temas que son universales. Reaccionamos porque esos temas son fundamentalmente simbólicos. Un ejemplo más notable que resultará más conocido para todo el que haya crecido en una sociedad cristiana: en Navidad podemos expresar nuestra emoción íntima por el nacimiento de un niño semidivino aunque no creamos en la doctrina del virginal nacimiento de Cristo o no tengamos ninguna clase de fe religiosa consciente. Sin darnos cuenta, hemos recaído en el simbolismo del renacer. Este es una reliquia de una fiesta solsticial muchísimo más antigua que traía la esperanza de que se renovara el nebuloso paisaje invernal del hemisferio septentrional. A causa de toda nuestra artificiosidad nos complacemos en esa fiesta simbólica, al igual que nos unimos a nuestros hijos en Pascua en el grato ritual de los huevos y los conejos de Pascua. Pero ¿comprendemos lo que hacemos o vemos la relación entre la historia del nacimiento, muerte y resurrección de Cristo y el simbolismo popular de la Pascua? Por lo general, ni nos preocupamos en recapacitar en tales cosas. Sin embargo, se complementan mutuamente. La crucifixión de Cristo en Viernes Santo parece a primera vista pertenecer al mismo modelo del simbolismo de fertilidad que se encuentra en los rituales de otros “salvadores” como Osiris, Tammuz, Orfeo y Balder. También ellos tuvieron nacimiento divino o semidivino, florecieron, fueron muertos y resucitaron. De hecho, pertenecen a las religiones cíclicas en las que la muerte y resurrección del dios-rey era un mito eternamente repetido. Pero la resurrección de Cristo en el Domingo de Pascua es mucho menos satisfactoria desde el punto de vista ritual que el simbolismo de las religiones cíclicas. Como Cristo asciende a sentarse a la diestra de Dios Padre, su resurrección ocurre de una vez para siempre. Es esta finalidad del concepto cristiano de la resurrección (la idea cristiana del Juicio Final tiene un análogo tema “cerrado”) la que distingue el cristianismo de otros mitos del dios-rey. Ocurrió una vez y el ritual meramente lo conmemora. Pero este sentido de finalidad es probablemente una de las causas de que los primeros cristianos, influidos aun por las tradiciones precristianas, comprendieran que el cristianismo necesitaba suplementarse con algunos elementos de un ritual de fertilidad más antiguo. Necesitaban la repetida promesa de resurrección; y eso es lo que se simboliza con el huevo y el conejo de Pascua. He puesto dos ejemplos muy distintos para mostrar cómo el hombre moderno continúa reaccionando a profundas influencias psíquicas de una clase que, conscientemente, desecha algo más que como cuentos populares de gente supersticiosa e inculta. Pero es necesario ir más lejos aun. Cuanto más de cerca se examina la historia del simbolismo y el papel que los símbolos desempeñaron en la vida de muchas culturas diferentes, más se comprende que hay también en esos símbolos un significado de recreación. Algunos símbolos se refieren a la infancia y la transición a la adolescencia, otros a la madurez y otros, también, a la experiencia de la ancianidad, cuando el hombre se prepara para su inevitable muerte. El Dr. Jung ha descrito cómo los sueños de una niña de ocho años contenían símbolos que normalmente se asocian con la vejez. Sus sueños presentaban aspectos de iniciación en la vida como si perteneciesen al mismo modelo arquetípico de iniciación a la muerte. Por tanto, esta progresión de las ideas simbólicas puede producirse en la mente inconsciente del hombre moderno al igual que se producía en los rituales de las sociedades antiguas. Este vínculo crucial entre mitos primitivos o arcaicos y los símbolos producidos por el inconsciente es de inmensa importancia práctica para el analista. Le permite identificar e interpretar esos símbolos en un contexto que les da perspectiva histórica y también significado psicológico. Examinaré ahora algunos de los mitos más importantes de la antigüedad y mostraré cómo -y con qué fin- son análogos al material simbólico que encontramos en los sueños.
























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