
RICARDO AROCENA
LAS CHANZAS DEL PADRE XAVIER
Radiante por la conformación en Buenos Aires de la denominada "Junta de Mayo", que daría inicio al proceso independentista en el Río de la Plata, el párroco interino del Pueblo de Santo Domingo de Soriano, don Tomás Xavier Gomenzoro, escribió en el Libro de los Muertos de su parroquia un epitafio dedicado al imperio español, que décadas más tarde sería censurado por las más altas autoridades eclesiásticas.
"El día 25 de este mes de Mayo expiró en estas provincias del Río de la Plata la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación despótica de la península española y el escandaloso influjo de todos los españoles. Se sancionó en la capital de Buenos Aires por el voto unánime de todas las corporaciones reunidas en Cabildo Abierto, una Junta Superior independiente de la península...", registró en el "acta de defunción", con no poca ironía por el lugar elegido para hacerlo, el modesto cura rebelde.
Sucederían muchísimas cosas con posterioridad a aquel irrefrenable minuto de alegría. En otras, casi de inmediato vendría la denominada "Admirable Alarma", y más tarde el sitio a Montevideo, luego la Redota, las Instrucciones de 1813, la conformación de la Liga Federal y la democracia paisana de 1815, hasta la invasión "portuga" y de ahí en más, la crisis del año 20 y el exilio del Jefe oriental en tierras paraguayas.
Más adelante vendría la cruzada libertadora y con la independencia, la conformación de la república caudillista, a continuación la denominada Guerra Grande, y con el paso de los años, la época de los pactos de fusión, la presidencia de Flores, la de Berro, la guerra con el Paraguay, etc. Y llegamos así a la proximidad, de la revolución de Timoteo.
Es decir, profusa agua correría bajo los puentes, hasta que en 1869, y en medio de un entorno político caldeado, Jacinto Vera, el poderoso obispo de Megara, decide visitar la iglesia del antiguo pueblo de indios de Santo Domingo de Soriano.
Llegado que hubo al lugar, y luego de que de alguna forma tomara conocimiento de la ocurrencia que 59 años antes tuviera el padre Xavier, absurdamente ordena a su secretario personal que tache minuciosamente, letra por letra, palabra por palabra, la irónica inscripción, aún cuando la misma nada tuviera que ver con los conflictos políticos que en ese momento dividían las aguas del Uruguay independiente.
Pero la tardía censura no logra su objetivo, y el patriótico sarcasmo llega hasta nosotros para rebelarnos el regocijo de aquel humilde sacerdote, dejando de paso mal parado al poderoso monseñor, que con su disposición terminaría, inútilmente, por colocarse ante la historia, en un lugar particularmente espinoso.
Desde los inicios de la Patria Vieja innumerables "padres paisanos", además de orar desde el púlpito por sus feligreses, recogerían sus sotanas y tomarían partido, y sensibles a sus necesidades se jugarían por lo que entendían era justo y necesario para la prosperidad colectiva.
Es más, no solamente influirían con su prédica rebelde, irían más lejos y llegada la "hora de los hornos", se situarían en las primeras filas de la causa revolucionaria, lo que los llevaría a contravenir las disposiciones de las más altas autoridades eclesiásticas, incluidas las emanadas de la propia Santa Sede, que recomendaba a los sacerdotes americanos que incidieran en sus comunidades a favor de la monarquía.
No dudamos que "no habréis cesado de inspirar en vuestra grey el justo y firme odio" con que se debe mirar "las conmociones de estos países, que tan amargas han sido para nuestro corazón", había exhortado el Papa Pio VII, quien como parte de su cruzada contra la influencia de la Ilustración acabaría por reinstalar a la Compañía de Jesús y a la Santa Inquisición, entre otras medidas que incluían la conformación de un nuevo Index de libros prohibidos.
El denominado "Papa Rey", refiriéndose al levantamiento americano, llamaba a "no perdonar esfuerzo para "desarrugar y destruir completamente la cizaña de los alborotos y sediciones que el hombre enemigo siembra en esos países". En su opinión la causa de las "calamidades" era la proliferación de libros que condenaban "las leyes de la monarquía y los preceptos de Dios".
"Nadie que no sea un malvado podrá desconocer que el origen de la discordia y de todas las calamidades públicas se encuentra en los libros, debéis con todo el peso de vuestra palabra alejar a los pueblos de su lectura", ordenaba.
Tampoco León VII, quien sucedería a Pio VII, vería con buenos ojos la causa independentista. Por su parte el Cardenal Paca, en sintonía con sus superiores, arremetería prohibiendo la vacuna y el alumbrado público, novedosos descubrimientos de la época, por considerarlos "peligrosas innovaciones liberales".
"EL FREIR DE LOS HUEVOS"
Pero una cosa era lo que ordenaban las altas autoridades eclesiásticas, tanto de Europa como del continente, y otra muy diferente lo que los curas paisanos en forma masiva estaban haciendo. Gaspar Vigodet, exasperado protestaría ante Monseñor Lue y Riega porque "los pastores eclesiásticos se empeñan en sembrar la cizaña y alterar el orden, persuadiendo la rebelión (...). "¡Esta es la conducta general de casi todos los párrocos y eclesiásticos seculares y regulares que sirven la cura de almas de esta compañía!", constataba, para luego agregar que "trascendentales son los daños que pueden seguirse de una conducta tan abominable y escandalosa..."
Furioso el mandamás le exigía al clero que se sometiera a las "determinaciones de la Iglesia". En su opinión, los párrocos alzados en armas eran "¡partidarios del error!" al que difundían "con desvergüenza audaz, muy ajena de su sagrado carácter", inspirando "el odio contra los buenos vasallos del Rey". Y haciendo referencia a los feligreses que los rodeaban, se quejaría de que su "craza ignorancia no les deja ver sino lo que les dicen los curas que por desgracia han sido los más declarados enemigos de la buena causa."
Al tan poderoso como impotente jerarca lo había sacado de quicio el cura del "Canelón" con su prédica americanista. En una carta que le fue reenviada a Vigodet, el párroco había escrito a un españolista que lo había amenazado: "¡Eche Ud. la vista al tiempo venidero! ...Y al freír de los huevos no sé quien ha de perder...".
Desde la premonitoria "conspiración de Casablanca", antecesora del Grito de Asencio, la casi totalidad de los curas del interior se venían sumando a la revolución. Entre los párrocos "mezclados" con los rebeldes, estaban "Silverio Martínez y el religioso dominico Fray Ignacio Mestre", según lo que se desprende de los "sumarios" realizados por el Comandante español José Urquiza.
Por causa de aquellos "sumarios" Martínez debió escapar y esconderse hasta que pasara el peligro. Cuando lo creyó oportuno volvió a su parroquia. Estando allí es que se entera de la ocupación de Mercedes y de Santo Domingo de Soriano. Inmediatamente se pone a disposición de los patriotas para costear un "chasque" hasta Buenos Aires, para que designe "una cabeza" que dirija el espontáneo levantamiento popular.
Entusiasmado escribe una carta a los insurgentes, en la que ofrece su ayuda: "... hoy he sabido a ciencia cierta que ha habido insurrección en Mercedes y Soriano... y no teniendo aquí de quien valerme hago este expreso, para que haga Ud. un chasque, a todo costo que yo lo pago, manifestando la insurrección que hay en esta campaña, la necesidad de una cabeza...", porque en su opinión no otra cosa se necesitaba para "acorralar a los realistas" dentro de "las murallas de Montevideo".
Era lúcido el análisis de Martínez y los tiempos inmediatamente venideros le darían la razón. La "cabeza" sería José Artigas, quien en aquel mismo momento partía desde Colonia hacia Buenos Aires, para ponerse a disposición de las autoridades revolucionarias. No mucho tiempo después los hispanos quedarían encerrados entre los muros de la ciudad.
En pleno sitio de Montevideo, Artigas, desde su campamento del Cordón, rendiría homenaje a los párrocos revolucionarios en la figura de uno de ellos: "Entre los muchos distinguidos patriotas que han propendido con empeño el sostén de nuestra justa causa, merece un lugar distinguido el Dr. José Gabriel de la Peña, Cura de la Villa de San Bautista, a quien no solamente se le debe el influjo con que ha contribuido a propagar el patriótico entusiasmo entre las gentes de su pueblo, sino también en la formación de la compañía de voluntarios que en dicha villa se ha organizado, con otros distinguidos servicios que le hacen acreedor al goce de benemérito de la Patria".
El oficial español Manuel Alonso, encargado de la represión en Concepción de las Minas, dejaría constancia en una carta al Virrey Elío de que los curas patriotas estaban dispuestos a dar la vida por aquello en lo que creían: "tengo noticias de algunas armas que están en manos de quienes no debían estar, pero no determino a recogerlas sin orden expresa de Vuestra Excelencia, pues el teniente cura de esta villa tiene tres armas largas, igualmente el cura también, dicen, tiene armas". Había por lo tanto que revisar la sotana, porque en aquella revolución también cabía, un sacristán.
"LOBOS CARNICEROS"
Para el militar José Salazar el responsable de la conducta revolucionaria de los curas era el propio "estado eclesiástico", porque le "constaba" que en el confesionario "la primera pregunta" que se hacía era si el penitente era "patricio o sarraceno", nombre con el que eran conocidos "los verdaderos españoles que reconocemos el Congreso Nacional". Y agregaría, coincidiendo plenamente con Urquiza y Vigodet, que por su parte no sabía de ningún sacerdote que no estuviera "contagiado con las perversas máximas de la Junta de Buenos Aires".
Aquellos "alborotadores y sediciosos", pero con sotana, según los términos del Papa Pío VII, irritarían al recién llegado de España a Montevideo Fray Cirilo de Alameda, quien en forma escasamente autocrítica comentaría en un artículo publicado en el periódico La Gaceta que "aquí no se hubieran cometido tantos delitos si hubieran sido más justos algunos párrocos y hubieran trabajado no como soldados de la independencia, sino como soldados de Jesús".
Enfurecido arremetía además contra el "apóstata excomulgado cura Hidalgo", alegrándose porque estaba "próximo a sufrir el rigor de los anatemas que los Príncipes de la Iglesia fulminaron contra su sacrílega conducta". En el escrito vinculaba, en forma expresa y como parte de un mismo comportamiento, la lucha del religioso mexicano alzado en armas, con la de los que por estas latitudes, en definitiva hacían lo mismo. Y podemos decir que al hacerlo no estaba para nada equivocado.
Por colocarse al frente de las partidas patriotas que habían organizado en sus propias congregaciones, o por oficiar de capellanes de los cuerpos de milicias, no pocos clérigos terminaron "sufriendo el rigor", tal fue el caso del padre Delgado, teniente cura de Maldonado, quien en 1812 sería arrestado por una siniestra "partida tranquilizadora", verdadero escuadrón de la muerte español, que asolaba la campaña con el objetivo de aniquilar a los revolucionarios.
Es muy larga la lista elaborada por los historiadores con los nombres de los curas patriotas y el lugar adonde se desempeñaron. Leyéndola se puede deducir que con su prédica influyeron a lo largo y ancho de todo el territorio oriental, en los lugares más distantes entre sí, desde Canelones hasta Maldonado, pasando por Colonia hasta Paysandú.
En la protesta ante Monseñor Lue y Riega a la que hacíamos referencia, Vigodet menciona a algunos de los sacerdotes que conspiraban contra España: "¡El de Colonia y el clérigo Arboleya que estuvo en Colla, y cuyo actual paradero ignoro, promueven constantemente la división, el de Las Víboras hace lo mismo, el de Santo Domingo de Soriano le imita, el de San José es tan reprensible como éstos y, de una vez, todos...", señalaría.
"Los religiosos mercedarios Fray Casimiro Rodríguez y el Maestro Fray Ramón Irrazábal, y el dominico José Risso, el primer teniente de San Ramón y el último de Canelones abandonados a su capricho y locura obran como los párrocos a quienes sirven, de modo que todas las ovejas de la grey de V. S. Exima., se hallan entregadas a lobos carniceros", agregaría insultante.
Que el enemigo monárquico los tratara de "lobos carniceros", entre otros epítetos, no frenó a los curas rebeldes. Por la contribución que hicieron a la causa americana también a ellos se los podría homenajear con el título de "beneméritos de la Patria", como pidió Artigas que se hiciera con José Gabriel de la Peña.
Como por razones de espacio no podemos recordar a todos y cada uno de los curas insurrectos, en forma simbólica, escogemos algunos nombres, que sumamos a los anteriores, porque por el lugar adonde sus parroquias estaban ubicadas, sin lugar a dudas jugaron un papel fundamental durante la "Admirable Alarma", punto de arranque de la revolución oriental.
Nos referimos a Fray Francisco de Somellera, y a Manuel Antonio Fernández, ambos de Mercedes y al ya aludido Tomás Xavier Gomenzoro, del pueblo de indios de Santo Domingo de Soriano. Al contrario de lo que decía Monseñor Fray Cirilo de Alameda, por "ser justos" y estar verdaderamente comprometidos con la prédica de Jesús, y como consecuencia lógica, aquellos curas paisanos habían acabado por ser "soldados de la independencia". Ocuparon un lugar en la lucha, porque para ellos el mandato de la patria no era otra cosa que "Dios que gritaba revolución".
"NO DE MADERA SINO DE LUZ"
Dejamos para una próxima nota al cura de Pintado, Don Santiago Figueredo, quien por "capricho" y por "locura", al decir de Vigodet, estuvo entre el grupo de letrados, que encabezados por Joaquín Suárez, conspiraron contra los españoles, en coordinación con revolucionarios radicados en Buenos Aires, desde la mismísima ciudad de Montevideo.
Por ahora digamos solamente que logró eludir la represión que se desató contra el grupo e irse al exilio bonaerense, para volver más tarde en forma clandestina, con el objetivo de colaborar con el alzamiento repartiendo prensa clandestina y convenciendo a "las ovejas de la grey", con la perspectiva de que muy pronto comenzaría la ofensiva contra el poder colonial.
Enterado de la llegada de Artigas para conducir la revolución oriental, envía al flamante conductor un sentido mensaje: "Acabo de recibir la plausible noticia de su arribo a las costas de esta banda con el objeto de salvar nuestra patria, el mismo fin me condujo a estos destinos, aunque por medios extraordinarios, deseando dar a mis paisanos el último testimonio de mi amor".
Ese amor, que empujó a tantos "padres patriotas" durante los tiempos de la lucha por la primera independencia, sería el mismo que inspiraría a muchos religiosos de generaciones posteriores, que tampoco vacilaron cuando, contra viento y marea, tomaron partido por las causas populares. Todos ellos, con su compromiso, fueron construyendo a lo largo de los siglos, no una cruz de madera, "sino de luz".
*Dedico este artículo a la entrañable militante cristiana Ana Perusso, quien sin lugar a dudas es una digna heredera de aquellos curas precursores, que por amor tanto aportaron durante los resplandecientes tiempos de la Patria Vieja.
LAS CHANZAS DEL PADRE XAVIER
Radiante por la conformación en Buenos Aires de la denominada "Junta de Mayo", que daría inicio al proceso independentista en el Río de la Plata, el párroco interino del Pueblo de Santo Domingo de Soriano, don Tomás Xavier Gomenzoro, escribió en el Libro de los Muertos de su parroquia un epitafio dedicado al imperio español, que décadas más tarde sería censurado por las más altas autoridades eclesiásticas.
"El día 25 de este mes de Mayo expiró en estas provincias del Río de la Plata la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación despótica de la península española y el escandaloso influjo de todos los españoles. Se sancionó en la capital de Buenos Aires por el voto unánime de todas las corporaciones reunidas en Cabildo Abierto, una Junta Superior independiente de la península...", registró en el "acta de defunción", con no poca ironía por el lugar elegido para hacerlo, el modesto cura rebelde.
Sucederían muchísimas cosas con posterioridad a aquel irrefrenable minuto de alegría. En otras, casi de inmediato vendría la denominada "Admirable Alarma", y más tarde el sitio a Montevideo, luego la Redota, las Instrucciones de 1813, la conformación de la Liga Federal y la democracia paisana de 1815, hasta la invasión "portuga" y de ahí en más, la crisis del año 20 y el exilio del Jefe oriental en tierras paraguayas.
Más adelante vendría la cruzada libertadora y con la independencia, la conformación de la república caudillista, a continuación la denominada Guerra Grande, y con el paso de los años, la época de los pactos de fusión, la presidencia de Flores, la de Berro, la guerra con el Paraguay, etc. Y llegamos así a la proximidad, de la revolución de Timoteo.
Es decir, profusa agua correría bajo los puentes, hasta que en 1869, y en medio de un entorno político caldeado, Jacinto Vera, el poderoso obispo de Megara, decide visitar la iglesia del antiguo pueblo de indios de Santo Domingo de Soriano.
Llegado que hubo al lugar, y luego de que de alguna forma tomara conocimiento de la ocurrencia que 59 años antes tuviera el padre Xavier, absurdamente ordena a su secretario personal que tache minuciosamente, letra por letra, palabra por palabra, la irónica inscripción, aún cuando la misma nada tuviera que ver con los conflictos políticos que en ese momento dividían las aguas del Uruguay independiente.
Pero la tardía censura no logra su objetivo, y el patriótico sarcasmo llega hasta nosotros para rebelarnos el regocijo de aquel humilde sacerdote, dejando de paso mal parado al poderoso monseñor, que con su disposición terminaría, inútilmente, por colocarse ante la historia, en un lugar particularmente espinoso.
Desde los inicios de la Patria Vieja innumerables "padres paisanos", además de orar desde el púlpito por sus feligreses, recogerían sus sotanas y tomarían partido, y sensibles a sus necesidades se jugarían por lo que entendían era justo y necesario para la prosperidad colectiva.
Es más, no solamente influirían con su prédica rebelde, irían más lejos y llegada la "hora de los hornos", se situarían en las primeras filas de la causa revolucionaria, lo que los llevaría a contravenir las disposiciones de las más altas autoridades eclesiásticas, incluidas las emanadas de la propia Santa Sede, que recomendaba a los sacerdotes americanos que incidieran en sus comunidades a favor de la monarquía.
No dudamos que "no habréis cesado de inspirar en vuestra grey el justo y firme odio" con que se debe mirar "las conmociones de estos países, que tan amargas han sido para nuestro corazón", había exhortado el Papa Pio VII, quien como parte de su cruzada contra la influencia de la Ilustración acabaría por reinstalar a la Compañía de Jesús y a la Santa Inquisición, entre otras medidas que incluían la conformación de un nuevo Index de libros prohibidos.
El denominado "Papa Rey", refiriéndose al levantamiento americano, llamaba a "no perdonar esfuerzo para "desarrugar y destruir completamente la cizaña de los alborotos y sediciones que el hombre enemigo siembra en esos países". En su opinión la causa de las "calamidades" era la proliferación de libros que condenaban "las leyes de la monarquía y los preceptos de Dios".
"Nadie que no sea un malvado podrá desconocer que el origen de la discordia y de todas las calamidades públicas se encuentra en los libros, debéis con todo el peso de vuestra palabra alejar a los pueblos de su lectura", ordenaba.
Tampoco León VII, quien sucedería a Pio VII, vería con buenos ojos la causa independentista. Por su parte el Cardenal Paca, en sintonía con sus superiores, arremetería prohibiendo la vacuna y el alumbrado público, novedosos descubrimientos de la época, por considerarlos "peligrosas innovaciones liberales".
"EL FREIR DE LOS HUEVOS"
Pero una cosa era lo que ordenaban las altas autoridades eclesiásticas, tanto de Europa como del continente, y otra muy diferente lo que los curas paisanos en forma masiva estaban haciendo. Gaspar Vigodet, exasperado protestaría ante Monseñor Lue y Riega porque "los pastores eclesiásticos se empeñan en sembrar la cizaña y alterar el orden, persuadiendo la rebelión (...). "¡Esta es la conducta general de casi todos los párrocos y eclesiásticos seculares y regulares que sirven la cura de almas de esta compañía!", constataba, para luego agregar que "trascendentales son los daños que pueden seguirse de una conducta tan abominable y escandalosa..."
Furioso el mandamás le exigía al clero que se sometiera a las "determinaciones de la Iglesia". En su opinión, los párrocos alzados en armas eran "¡partidarios del error!" al que difundían "con desvergüenza audaz, muy ajena de su sagrado carácter", inspirando "el odio contra los buenos vasallos del Rey". Y haciendo referencia a los feligreses que los rodeaban, se quejaría de que su "craza ignorancia no les deja ver sino lo que les dicen los curas que por desgracia han sido los más declarados enemigos de la buena causa."
Al tan poderoso como impotente jerarca lo había sacado de quicio el cura del "Canelón" con su prédica americanista. En una carta que le fue reenviada a Vigodet, el párroco había escrito a un españolista que lo había amenazado: "¡Eche Ud. la vista al tiempo venidero! ...Y al freír de los huevos no sé quien ha de perder...".
Desde la premonitoria "conspiración de Casablanca", antecesora del Grito de Asencio, la casi totalidad de los curas del interior se venían sumando a la revolución. Entre los párrocos "mezclados" con los rebeldes, estaban "Silverio Martínez y el religioso dominico Fray Ignacio Mestre", según lo que se desprende de los "sumarios" realizados por el Comandante español José Urquiza.
Por causa de aquellos "sumarios" Martínez debió escapar y esconderse hasta que pasara el peligro. Cuando lo creyó oportuno volvió a su parroquia. Estando allí es que se entera de la ocupación de Mercedes y de Santo Domingo de Soriano. Inmediatamente se pone a disposición de los patriotas para costear un "chasque" hasta Buenos Aires, para que designe "una cabeza" que dirija el espontáneo levantamiento popular.
Entusiasmado escribe una carta a los insurgentes, en la que ofrece su ayuda: "... hoy he sabido a ciencia cierta que ha habido insurrección en Mercedes y Soriano... y no teniendo aquí de quien valerme hago este expreso, para que haga Ud. un chasque, a todo costo que yo lo pago, manifestando la insurrección que hay en esta campaña, la necesidad de una cabeza...", porque en su opinión no otra cosa se necesitaba para "acorralar a los realistas" dentro de "las murallas de Montevideo".
Era lúcido el análisis de Martínez y los tiempos inmediatamente venideros le darían la razón. La "cabeza" sería José Artigas, quien en aquel mismo momento partía desde Colonia hacia Buenos Aires, para ponerse a disposición de las autoridades revolucionarias. No mucho tiempo después los hispanos quedarían encerrados entre los muros de la ciudad.
En pleno sitio de Montevideo, Artigas, desde su campamento del Cordón, rendiría homenaje a los párrocos revolucionarios en la figura de uno de ellos: "Entre los muchos distinguidos patriotas que han propendido con empeño el sostén de nuestra justa causa, merece un lugar distinguido el Dr. José Gabriel de la Peña, Cura de la Villa de San Bautista, a quien no solamente se le debe el influjo con que ha contribuido a propagar el patriótico entusiasmo entre las gentes de su pueblo, sino también en la formación de la compañía de voluntarios que en dicha villa se ha organizado, con otros distinguidos servicios que le hacen acreedor al goce de benemérito de la Patria".
El oficial español Manuel Alonso, encargado de la represión en Concepción de las Minas, dejaría constancia en una carta al Virrey Elío de que los curas patriotas estaban dispuestos a dar la vida por aquello en lo que creían: "tengo noticias de algunas armas que están en manos de quienes no debían estar, pero no determino a recogerlas sin orden expresa de Vuestra Excelencia, pues el teniente cura de esta villa tiene tres armas largas, igualmente el cura también, dicen, tiene armas". Había por lo tanto que revisar la sotana, porque en aquella revolución también cabía, un sacristán.
"LOBOS CARNICEROS"
Para el militar José Salazar el responsable de la conducta revolucionaria de los curas era el propio "estado eclesiástico", porque le "constaba" que en el confesionario "la primera pregunta" que se hacía era si el penitente era "patricio o sarraceno", nombre con el que eran conocidos "los verdaderos españoles que reconocemos el Congreso Nacional". Y agregaría, coincidiendo plenamente con Urquiza y Vigodet, que por su parte no sabía de ningún sacerdote que no estuviera "contagiado con las perversas máximas de la Junta de Buenos Aires".
Aquellos "alborotadores y sediciosos", pero con sotana, según los términos del Papa Pío VII, irritarían al recién llegado de España a Montevideo Fray Cirilo de Alameda, quien en forma escasamente autocrítica comentaría en un artículo publicado en el periódico La Gaceta que "aquí no se hubieran cometido tantos delitos si hubieran sido más justos algunos párrocos y hubieran trabajado no como soldados de la independencia, sino como soldados de Jesús".
Enfurecido arremetía además contra el "apóstata excomulgado cura Hidalgo", alegrándose porque estaba "próximo a sufrir el rigor de los anatemas que los Príncipes de la Iglesia fulminaron contra su sacrílega conducta". En el escrito vinculaba, en forma expresa y como parte de un mismo comportamiento, la lucha del religioso mexicano alzado en armas, con la de los que por estas latitudes, en definitiva hacían lo mismo. Y podemos decir que al hacerlo no estaba para nada equivocado.
Por colocarse al frente de las partidas patriotas que habían organizado en sus propias congregaciones, o por oficiar de capellanes de los cuerpos de milicias, no pocos clérigos terminaron "sufriendo el rigor", tal fue el caso del padre Delgado, teniente cura de Maldonado, quien en 1812 sería arrestado por una siniestra "partida tranquilizadora", verdadero escuadrón de la muerte español, que asolaba la campaña con el objetivo de aniquilar a los revolucionarios.
Es muy larga la lista elaborada por los historiadores con los nombres de los curas patriotas y el lugar adonde se desempeñaron. Leyéndola se puede deducir que con su prédica influyeron a lo largo y ancho de todo el territorio oriental, en los lugares más distantes entre sí, desde Canelones hasta Maldonado, pasando por Colonia hasta Paysandú.
En la protesta ante Monseñor Lue y Riega a la que hacíamos referencia, Vigodet menciona a algunos de los sacerdotes que conspiraban contra España: "¡El de Colonia y el clérigo Arboleya que estuvo en Colla, y cuyo actual paradero ignoro, promueven constantemente la división, el de Las Víboras hace lo mismo, el de Santo Domingo de Soriano le imita, el de San José es tan reprensible como éstos y, de una vez, todos...", señalaría.
"Los religiosos mercedarios Fray Casimiro Rodríguez y el Maestro Fray Ramón Irrazábal, y el dominico José Risso, el primer teniente de San Ramón y el último de Canelones abandonados a su capricho y locura obran como los párrocos a quienes sirven, de modo que todas las ovejas de la grey de V. S. Exima., se hallan entregadas a lobos carniceros", agregaría insultante.
Que el enemigo monárquico los tratara de "lobos carniceros", entre otros epítetos, no frenó a los curas rebeldes. Por la contribución que hicieron a la causa americana también a ellos se los podría homenajear con el título de "beneméritos de la Patria", como pidió Artigas que se hiciera con José Gabriel de la Peña.
Como por razones de espacio no podemos recordar a todos y cada uno de los curas insurrectos, en forma simbólica, escogemos algunos nombres, que sumamos a los anteriores, porque por el lugar adonde sus parroquias estaban ubicadas, sin lugar a dudas jugaron un papel fundamental durante la "Admirable Alarma", punto de arranque de la revolución oriental.
Nos referimos a Fray Francisco de Somellera, y a Manuel Antonio Fernández, ambos de Mercedes y al ya aludido Tomás Xavier Gomenzoro, del pueblo de indios de Santo Domingo de Soriano. Al contrario de lo que decía Monseñor Fray Cirilo de Alameda, por "ser justos" y estar verdaderamente comprometidos con la prédica de Jesús, y como consecuencia lógica, aquellos curas paisanos habían acabado por ser "soldados de la independencia". Ocuparon un lugar en la lucha, porque para ellos el mandato de la patria no era otra cosa que "Dios que gritaba revolución".
"NO DE MADERA SINO DE LUZ"
Dejamos para una próxima nota al cura de Pintado, Don Santiago Figueredo, quien por "capricho" y por "locura", al decir de Vigodet, estuvo entre el grupo de letrados, que encabezados por Joaquín Suárez, conspiraron contra los españoles, en coordinación con revolucionarios radicados en Buenos Aires, desde la mismísima ciudad de Montevideo.
Por ahora digamos solamente que logró eludir la represión que se desató contra el grupo e irse al exilio bonaerense, para volver más tarde en forma clandestina, con el objetivo de colaborar con el alzamiento repartiendo prensa clandestina y convenciendo a "las ovejas de la grey", con la perspectiva de que muy pronto comenzaría la ofensiva contra el poder colonial.
Enterado de la llegada de Artigas para conducir la revolución oriental, envía al flamante conductor un sentido mensaje: "Acabo de recibir la plausible noticia de su arribo a las costas de esta banda con el objeto de salvar nuestra patria, el mismo fin me condujo a estos destinos, aunque por medios extraordinarios, deseando dar a mis paisanos el último testimonio de mi amor".
Ese amor, que empujó a tantos "padres patriotas" durante los tiempos de la lucha por la primera independencia, sería el mismo que inspiraría a muchos religiosos de generaciones posteriores, que tampoco vacilaron cuando, contra viento y marea, tomaron partido por las causas populares. Todos ellos, con su compromiso, fueron construyendo a lo largo de los siglos, no una cruz de madera, "sino de luz".
*Dedico este artículo a la entrañable militante cristiana Ana Perusso, quien sin lugar a dudas es una digna heredera de aquellos curas precursores, que por amor tanto aportaron durante los resplandecientes tiempos de la Patria Vieja.
























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