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CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (3)



MARIA JUÁREZ: UNA MUJER “PERVERTÍSIMA”

RICARDO AROCENA

Cuando ya no tuvo con qué defender la revolución, María Juárez recurrió a la más peligrosa de las armas: el don de la palabra, con la que le hizo la guerra a la falsedad y la traición. Poco se sabe de ella, salvo que fue una valiente luchadora artiguista oriunda de Entre Ríos, que terminó siendo confinada, por "fraguar" desde su casa "horribles atentados contra el gobierno" de Buenos Aires, en defensa del "sistema de América" que el Protector José Gervasio Artigas impulsaba.

Después de un "procedimiento" sumario la entrerriana fue destinada a la Casa de Recogidas "por toda su vida", acusada de ser una "mujer pervertísima", según rezan los pliegos acusatorios realizados por Blas José Pico, comandante al servicio de Buenos Aires. En el parte el militar agrega que "ella sola", era culpable de haber "hecho la guerra con las noticias que contra nosotros inventaba".

En 1814, luego de retirarse del segundo sitio de Montevideo, el Jefe de los Orientales había decidido concentrar sus fuerzas en Entre Ríos, adonde al decir del oficial mencionado, "toda la gente" era "adicta a Artigas".

Pero más allá del respaldo popular, el escollo militar era importante. Es con el objetivo de volcar la balanza a favor de la causa federal que Artigas acepta el apoyo de Genaro Perugorría, quien visita el campamento artiguista obteniendo demostraciones de "consideración" y "aprecio". El líder de los orientales, confía en él al punto de que lo nombra su representante "cerca del gobierno de Corrientes".

Pero luego de aceptar el ofrecimiento, el caudillo entrerriano decide cambiarse de bando, pasando con armas y bagajes a servir al patriciado porteño. "Desembocemos la capa y basta de apariencias; la tropa que está a mi mando y yo estamos decididos por el Gobierno de Buenos Aires", diría ante el Cabildo correntino, dando comienzo a la represión de todos aquellos que continuaban leales a la causa federal y que habían confiado en él.

Poderosos comerciantes y terratenientes lo respaldaban, entre ellos Ángel Fernández Blanco, quien con ferocidad justificaría la represión contra los "ciudadanos libres", como se definían los patriotas artiguistas, diciendo: "Nuestros paisanos no quieren ser buenos, lo serán a fuerza de bala".

De acuerdo a los comunicados militares de la época la más feroz represión cayó contra la gente común por el inaceptable delito de ser "adicta" al sueño de conformar una Patria Grande latinoamericana. Entre las víctimas de aquellas redadas estuvo María Juárez, quien a pesar de ser mujer, estar "sola" y en "su casa", llegó a preocupar a poderosos jefes militares, al Secretario del Departamento de Guerra Javier de Viana y al propio gobernador interino de Buenos Aires Gervasio Posadas, quien terminaría por confinarla, como se le había solicitado, con especial recomendación de "estar a la mira de su conducta".

El documento que nos ha permitido conocer la historia de esta heroica mujer fue rescatado del olvido por el fallecido historiador Alfonso Fernández Cabrelli, quien comentaría: "Era la gente mínima la que, leal, se jugaba por los ideales del gran Viejo de la libertad; muchos son los ejemplos que se pueden recoger de tantos casi anónimos sacrificios, de tantos patriotas castigados por la justicia militar de los centralistas, fusilados muchos de ellos sin forma alguna de proceso".

El parte completo no tiene desperdicio, cada palabra pesa como una condena, por eso lo transcribimos en forma textual. Es revelador tanto de la arbitrariedad de los enemigos de la revolución, como de la dignidad de miles de patriotas que no vacilaron en dar sus vidas para defenderla:

"Remito a María Juárez en cuya casa en la revolución pasada y al presente se han sumado horribles atentados contra el Gobierno, quien debe ser destinada a la Casa de Recogidas por toda su vida; es mujer pervertísima tanto que ella sola en estos últimos días nos ha hecho la guerra con las noticias que contra nosotros inventaba".


PURIFICACIÓN

Fue merced a aquella gente "pervertísima" que 1815 se transforma en un año de triunfos: el apogeo de la causa revolucionaria inicia con la retirada porteña de Montevideo. La autoridad artiguista se consolida en nuestras tierras, extendiéndose con la conformación de la Liga Federal. El sueño de libertad hace retroceder a los enemigos y mancomuna a los pueblos de Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y de la Banda Oriental.

Es en los campos del terrateniente Juan Bautista Dargain, ubicados entre el Daymán, el Chapicuy Grande y el Río Uruguay, que el Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, construye la villa de Purificación. Desde aquel mítico lugar Artigas le escribirá al Cabildo de Montevideo: "Me es muy satisfactorio comunicar a V. S. que los opresores (...) han sido derribados".

En Purificación estaba el estado mayor artiguista y la capital del Protectorado. Desde ahí emanaban hacia los cuatro puntos cardinales las directivas revolucionarias. A ese lugar fueron trasladados los peores enemigos de la causa, por lo general europeos, quienes debieron trabajar en campos de labranza que les fueron destinados, aunque también habitaban el lugar enormes contingentes patriotas del más variado origen.

Es así que, por ejemplo, en junio de 1816 se incorporan a la población 400 indios abipones, con sus correspondientes familias, que junto a los Guaycurúes, se integran "a nuestra sociedad", según relata Artigas en una carta al Cabildo de Montevideo.

Grandes esperanzas cifraba el Protector en los fieles indígenas, por lo que procuraba sumarlos a la construcción de la patria junto al resto de los paisanos. "Estos robustos brazos darán un nuevo ser a estas fértiles campañas, que por su despoblación no descubren todo lo que en sí encierran, ni toda la riqueza que son capaces de producir", diría.

Detengámonos por un momento en los conceptos de Artigas. Por un lado habla de los "robustos brazos" de aquellos indios, no en función de lo militar, sino para hacer producir los campos despoblados y para que éstos den todo lo que están en condiciones de dar.

Toda una definición programática, que habla de inclusión social, de construcción y de futuro. Son tiempos de ciudadanos libres, de protección aduanera, de reforma agraria y de un sistema de independencia, solidaridad y cooperación entre los pueblos de América.

"Refrénese el desorden, plántese la mejor administración en la economía pública, háganse los magistrados dignos de sí y merecerán las bendiciones de sus conciudadanos", reclamaría Artigas para la felicidad pública.

La invasión "portuga" quebraría el posible desarrollo de Purificación y nada quedaría de aquella floreciente aventura. El invasor terminaría por aplicar una política de tierra arrasada y pocos patriotas lograrían escapar a la espantosa carnicería que se abatió sobre el lugar.

Así como la leyenda negra y la desmemoria cayó sobre el artiguismo, también caería sobre la legendaria villa. Tendrían que pasar casi doscientos años para que, a comienzos del siglo XXI, se realizaran esfuerzos serios de divulgación de la ubicación exacta de la Capital de los Pueblos Libres, poniéndose a disposición pública los padrones adonde se encuentran sus restos arqueológicos.

LA TIERRA LEVE

Desde la segunda mitad del 1816, hasta marzo de 1820 Artigas combate a los poderosos ejércitos portugueses, hasta que con la derrota de Tacuarembó decide retirarse rumbo al Paraguay. Finalmente el 16 de septiembre llega a Asunción "sin más equipaje que una chaqueta colorada y una alforja".

Rodríguez de Francia dispone que se le suministre todo lo necesario, aunque lo recluye temporariamente en el Convento de la Merced, lejos de cualquier contacto con personas que pudieran estar interesadas en contactarse con él.
Artigas intenta reiteradas veces entrevistarse con el "Supremo", pero no lo consigue. Y a los tres meses es enviado a más de cuatrocientos kilómetros de la capital paraguaya, a una población perdida, ubicada entre sierras, selvas y campos intransitables, adonde aún hoy en día es difícil acceder, llamada San Isidro del Labrador de Curuguaty.

En aquella perdida localidad se dedica a vivir como había pregonado, cultivando una chacra. Y fiel a su antigua consigna de que los "más infelices sean los más privilegiados", se transforma en el padre de los pobres de aquel lugar.

Durante veinte años estuvo perdido en aquellas soledades quien un día, entre el tronar de cañones, reclamó para los pueblos que lo habían erigido su Protector, una vida libre y digna. Pero al morir Francia, nuestro querido "Viejo de la Libertad", es engrillado y encarcelado hasta que con la normalización de la vida política paraguaya, finalmente es liberado.

Todos los intentos realizados desde el Uruguay independiente para que retornara a su tierra natal fracasan rotundamente. Un emocionado Artigas preguntará ante una de las tantas tratativas: "¿Entonces... mi nombre suena todavía?". Imaginemos aquel momento: los aires de gloria del Ayuí, Tres Cruces y Purificación, seguramente acariciaron su alma por un segundo. Pero la decisión de quedarse lejos estaba tomada.

De cualquier forma, en su alejado retiro, recibiría numerosas visitas, entre ellas la de su hijo, José María Artigas, quien estaba dispuesto a quedarse con su padre si éste no quería retornar a la Banda Oriental. No se quedó, pero mucho de lo que se sabe de los últimos tiempos del Jefe de los Orientales se lo debemos a él.

El legendario montonero fallece a los treinta años de que llegara a la capital del Paraguay. Cinco días después de su muerte el periódico El Paraguayo Independiente publica en Asunción una nota necrológica que termina diciendo: "Pueden sus amigos y parientes tener el consuelo de que nada le faltó, y que sucumbió agobiado por el peso de noventa años, porque es la suerte común. Séale la tierra leve".

"SUENA TODAVÍA"

No han faltado, con el correr de los años, quienes han pretendido justificar la duplicidad de individuos como Gerardo Perugorría, con el pretexto de que todo puede ser opinable cuando hablamos de un período de pasiones como el vivido durante los años de la Patria Vieja. Los que así opinan nada han hecho por rescatar del olvido a las víctimas de su traición.

Es más, hoy en día, posmodernas historiografías están tendiendo a relativizar a la propia gesta de la Patria Vieja, en nombre del final de la historia y del fin de las ideologías. Cualquier sacrificio colectivo les resulta incomprensible a los adoradores del individualismo exacerbado, del pasotismo y del consumismo.

Se nos ocurre que la mejor respuesta que se les puede dar es recordar en concreto, en forma rigurosa, la entrega de gente sencilla como María Juárez, Encarnación Benítez y Francisca Vera, entre tantos otros "ciudadanos libres". Parafraseando a su Jefe, Don José Artigas, simplemente decimos que su nombre... "suena todavía".

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