
WALTER ACOSTA
Y EL TESTAMENTO DE FLORENCIO SÁNCHEZ
Nuestro prolífico teatrista de reconocida relevancia internacional Walter Acosta acaba de estrenar en el Teatro de la Embajada del Uruguay en la Argentina ¿Quién dijo miedo?, una obra sobre la vida y la muerte de Florencio Sánchez. Una vez más, Acosta escarba en el filón del Hombre Nuevo uruguayo y universal, “como ejercicio de una vocación irrenunciable y como respuesta al embate globalizador que nos aqueja”.
¿Cómo redimensionás el “salvajismo anti-establishment” de Florencio Sánchez en este nuevo enfoque?
Si interpreto bien la pregunta (¡respondo desde Buenos Aires vía Internet a un periodista incorpóreo en Montevideo!) me apresuro a decir que mi obra sobre Florencio Sánchez no aspira a revelar un nuevo enfoque ni propone un nuevo discurso crítico sobre su vida y su producción. Dediqué meses a investigar exhaustivamente el asunto y lo hice para conocer a fondo su obra, su tiempo, sus circunstancias personales y los considerables ríos de tinta que ya se han escrito al respecto. No me guiaba pretensión revisionista alguna. Me parece, de todas formas, que la crítica encendida que Sánchez descarga sobre el orden establecido en la sociedad rioplatense de principios del siglo 20 no justifica la calificación de salvajismo con todo lo que dicha categoría tiene de pulsión incontrolada y áspera.
Florencio sabía muy bien qué era lo que le interesaba escribir y cómo. Su teatro responde a una meditada y ferviente elaboración tanto estética como ideológica, sin que en ello cuente demasiado haber producido obras en una noche o en varios meses o la falta de método riguroso. Pese a que algunos de sus textos resultaban singular y comprensiblemente urticantes, hay también quienes han llegado a sostener que Florencio Sánchez reflejaba y/o servía los intereses y los códigos morales del orden establecido y la oligarquía de la época en ambas orillas del Plata. Tal es el caso de David Viñas cuya opinión no comparto.
El abrazamiento no temeroso con la muerte implica -más o más allá de cualquier apoyatura metafísica religada o religionada- una fe en la trascendencia humana. ¿Cuál pensás que fue el concepto de verdad invencible que sostuvo la altura de ánimo del autor de Barranca abajo?
Pese a su brevedad, el llamado “testamento de Sánchez” es un verdadero autorretrato al confesar que la única dificultad que no pudo vencer en la vida fue la de vivir. Establece que no habrá luto ni ceremonia y dona cualquiera de sus músculos a la ciencia para provecho de la humanidad. Ateo y anarquista, no sé si Florencio habló alguna vez de verdad invencible pero ciertamente fue una persona que reconoció ser celosa de sus ideas por creerlas justas, siendo “implacable con la mentira como tolerante con el error”. Ese es el Sánchez que me gusta.
¿En qué parámetros teatrales y existenciales te identificás con él?
El estudio de la producción del Sánchez periodista y dramaturgo, lo que se conoce de su epistolario y las contadas ocasiones en que se sintió obligado a asumir públicamente su propia defensa como persona y artista conforma una gran fuente de referencias reveladoras. A ello se suman abundantes testimonios y comentarios de admiradores y detractores, aunque allí entran en juego apreciaciones teñidas de sospechosa subjetividad, sobre todo en las opiniones vertidas por Mariano Bosch.
Destaca el caso de Samuel Blixen, cuya brillante pluma criticó a Sánchez rogándole que se dejara “de tesis, de personajes simbólicos y anarquismo en acción”. Florencio ya había escrito “M´hijo el dotor” y según Blixen debía hacerse “sainetero y pintor exacto de los tipos y costumbres de nuestra campaña”. Luego de ese consejo, Blixen cantará loas entusiastas a Sánchez tras el estreno de “Los derechos de la salud” en el Teatro Solís sin que la obra tenga algo que ver con sainete y pintura costumbrista. Blixen será el primero en sugerir que el gobierno uruguayo envíe a Sánchez al Viejo Mundo para trabajar tranquilo durante tres o cuatro años permitiendo al país “el lujo de contar dentro de poco con un hijo universalmente célebre”.
Sánchez -decepcionado a los 22 años con el enfrentamiento armado entre blancos y colorados- se declaró un flojo, pero fue todo menos conformista. Rehusó dar explicaciones en tono de conferencia sobre la moral en el teatro y dijo una y otra vez que sus ideas al respecto debían encontrarse en sus obras (acusadas de indecentes e inmorales) y en ninguna otra parte.
¿En qué medida persiste una prospectiva hacia el Hombre Nuevo como combustible de la enamorada compulsión creativa de Walter Acosta?
Persiste -¡y cuánto!- como ejercicio de una vocación irrenunciable y como respuesta al embate globalizador que nos aqueja.
Y EL TESTAMENTO DE FLORENCIO SÁNCHEZ
Nuestro prolífico teatrista de reconocida relevancia internacional Walter Acosta acaba de estrenar en el Teatro de la Embajada del Uruguay en la Argentina ¿Quién dijo miedo?, una obra sobre la vida y la muerte de Florencio Sánchez. Una vez más, Acosta escarba en el filón del Hombre Nuevo uruguayo y universal, “como ejercicio de una vocación irrenunciable y como respuesta al embate globalizador que nos aqueja”.
¿Cómo redimensionás el “salvajismo anti-establishment” de Florencio Sánchez en este nuevo enfoque?
Si interpreto bien la pregunta (¡respondo desde Buenos Aires vía Internet a un periodista incorpóreo en Montevideo!) me apresuro a decir que mi obra sobre Florencio Sánchez no aspira a revelar un nuevo enfoque ni propone un nuevo discurso crítico sobre su vida y su producción. Dediqué meses a investigar exhaustivamente el asunto y lo hice para conocer a fondo su obra, su tiempo, sus circunstancias personales y los considerables ríos de tinta que ya se han escrito al respecto. No me guiaba pretensión revisionista alguna. Me parece, de todas formas, que la crítica encendida que Sánchez descarga sobre el orden establecido en la sociedad rioplatense de principios del siglo 20 no justifica la calificación de salvajismo con todo lo que dicha categoría tiene de pulsión incontrolada y áspera.
Florencio sabía muy bien qué era lo que le interesaba escribir y cómo. Su teatro responde a una meditada y ferviente elaboración tanto estética como ideológica, sin que en ello cuente demasiado haber producido obras en una noche o en varios meses o la falta de método riguroso. Pese a que algunos de sus textos resultaban singular y comprensiblemente urticantes, hay también quienes han llegado a sostener que Florencio Sánchez reflejaba y/o servía los intereses y los códigos morales del orden establecido y la oligarquía de la época en ambas orillas del Plata. Tal es el caso de David Viñas cuya opinión no comparto.
El abrazamiento no temeroso con la muerte implica -más o más allá de cualquier apoyatura metafísica religada o religionada- una fe en la trascendencia humana. ¿Cuál pensás que fue el concepto de verdad invencible que sostuvo la altura de ánimo del autor de Barranca abajo?
Pese a su brevedad, el llamado “testamento de Sánchez” es un verdadero autorretrato al confesar que la única dificultad que no pudo vencer en la vida fue la de vivir. Establece que no habrá luto ni ceremonia y dona cualquiera de sus músculos a la ciencia para provecho de la humanidad. Ateo y anarquista, no sé si Florencio habló alguna vez de verdad invencible pero ciertamente fue una persona que reconoció ser celosa de sus ideas por creerlas justas, siendo “implacable con la mentira como tolerante con el error”. Ese es el Sánchez que me gusta.
¿En qué parámetros teatrales y existenciales te identificás con él?
El estudio de la producción del Sánchez periodista y dramaturgo, lo que se conoce de su epistolario y las contadas ocasiones en que se sintió obligado a asumir públicamente su propia defensa como persona y artista conforma una gran fuente de referencias reveladoras. A ello se suman abundantes testimonios y comentarios de admiradores y detractores, aunque allí entran en juego apreciaciones teñidas de sospechosa subjetividad, sobre todo en las opiniones vertidas por Mariano Bosch.
Destaca el caso de Samuel Blixen, cuya brillante pluma criticó a Sánchez rogándole que se dejara “de tesis, de personajes simbólicos y anarquismo en acción”. Florencio ya había escrito “M´hijo el dotor” y según Blixen debía hacerse “sainetero y pintor exacto de los tipos y costumbres de nuestra campaña”. Luego de ese consejo, Blixen cantará loas entusiastas a Sánchez tras el estreno de “Los derechos de la salud” en el Teatro Solís sin que la obra tenga algo que ver con sainete y pintura costumbrista. Blixen será el primero en sugerir que el gobierno uruguayo envíe a Sánchez al Viejo Mundo para trabajar tranquilo durante tres o cuatro años permitiendo al país “el lujo de contar dentro de poco con un hijo universalmente célebre”.
Sánchez -decepcionado a los 22 años con el enfrentamiento armado entre blancos y colorados- se declaró un flojo, pero fue todo menos conformista. Rehusó dar explicaciones en tono de conferencia sobre la moral en el teatro y dijo una y otra vez que sus ideas al respecto debían encontrarse en sus obras (acusadas de indecentes e inmorales) y en ninguna otra parte.
¿En qué medida persiste una prospectiva hacia el Hombre Nuevo como combustible de la enamorada compulsión creativa de Walter Acosta?
Persiste -¡y cuánto!- como ejercicio de una vocación irrenunciable y como respuesta al embate globalizador que nos aqueja.
























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