jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE / MI HERMANA Y YO


VIGESIMOSEXTA ENTREGA

CAPÍTULO NOVENO (II)

13

Un sirviente ingenioso de este manicomio ha provocado considerables carcajadas. Simulaba ser San Pedro y decía al médico que Dios se había vuelto loco.
¿Qué le pasa?, preguntaba el médico que se había convertido en cómplice.
El Todopoderoso cree ser el Profesor Nietzsche.
Si Dios viviera, esto no hubiera sido una broma sino un hecho obvio.

14

He sido injuriado porque dije en Más allá del bien y del mal que debiéramos considerar a las mujeres una propiedad, tal como hacen los orientales. Elisabeth rió simplemente al leer esta afirmación porque conoce la amarga verdad: las mujeres son la única propiedad privada que tiene el control completo sobre su dueño. Así como la maquinaria de nuestro siglo industrial ha llegado a ser humana y usa un cinto de cuero para vapulear las manos de la máquina y esclavizarla, la mujer es el monstruo de Frankenstein, construido con el material de los cementerios sociales, que persigue al hombre hasta su condena. Mi consejo de ser duro con ellas es tan ridículo como lo sería el consejo de un ratón nietzscheano, en una convención de ratones, de ser inflexible con el despótico gato.

Esta analogía felina es verdadera. Como dije en Así habló Zaratustra, las mujeres no son capaces de amistad: son todavía gatitas o pájaros, o como máximo pueden elevarse a la categoría de vacas, aunque no estoy de acuerdo con Schopenhauer en que las partes eróticas de una mujer, tales como los pechos, son antiestéticos, parecidos a los de una vaca y sólo simples trampas para apresar al hombre a través de su instinto copulativo.

Siempre expresé el deseo de haber vivido en la Atenas de Pericles o en la Florencia de los Médici, porque en estos dos siglos dorados se consideraba a las mujeres como obras de arte y no aspirantes a trabajar en un taller o en una fábrica de encurtidos. Aspasia es mi mujer ideal, que sobresale en ambas artes, el horizontal y el vertical, en el amor y en la sabiduría, y durante un tiempo pensé que Lou era mi sueño de Aspasia que se convertía en realidad. Mi ilusión ha sido la causa de mi derrota.

15

He dicho que la guerra es el único remedio para evitar que el ideal del estado se convierta en un ideal monetario. Pero los ricachos bismarckianos, culpables de esto, me proclaman el apóstol de la guerra. He cantado un himno a la guerra, he escuchado a Apolo, el gran guerrero, “haciendo rechinar terriblemente su arco de plata”, pero nunca he identificado a Apolo con los soldados de la Bolsa de Comercio que beben cerveza y comen salchichas.

Me agrada por lo tanto el apoyo del señor Bolsillos Llenos que viene a visitarme a este manicomio y me asegura que se ocupará de mi futuro cuando salga. Es por miedo a que cumpla su amenaza, que prefiero permanecer aquí.

16

He dicho en alguna parte (1), que una buena batalla merece el coraje de un hombre, pero que el verdadero heroísmo consiste en no luchar en absoluto. He hecho notar también que los pensamientos más grandes son los mayores acontecimientos. Pero no considero a una guerra bismarckiana o a un pogrom sangriento como grandes acontecimientos. Siempre he despreciado a los prusianos que levantan la bandera pirata de la guerra para sacar provecho del despojo; y menosprecio profundamente a los alemanes como mi cuñado, que impulsan el hambre de sangre de la masa contra sus superiores, los judíos.

Sí, debo repetir: los alemanes me producen una aguda indigestión, y si me siguen visitando más alemanes los echaré fuera de mi santuario.

Dice Hobbes que la guerra civil inglesa tuvo lugar porque el poder estaba dividido entre el rey, los aristócratas y el pueblo. La guerra civil en Naumburg ocurrió porque el poder se dividía entre mi madre, mi hermana y mis tías. Una guardia palaciega de faldas me vigilaba; yo era un monarca prisionero en su propio castillo, y cuando escribí: si te acercas a una mujer no olvides el látigo, provoqué el pánico en la familia. Mis tías lo tomaron seriamente y se retiraron con rapidez, pero Lama y Mamá se mantuvieron junto a sus cañones y dispararon injurias sobre mí. De acuerdo con mi experiencia como antiguo artillero, naturalmente devolví el ataque. Pero finalmente ganaron ellas, porque no pude llevar a cabo en mi vida privada la máxima de Hobbes que adopté: En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales.

Cuando más contemplaba a Elisabeth, más admiraba a César Borgia. Él era demasiado fuerte. Hábil e inescrupuloso para ser víctima de la furia de unas faldas.

Cuando estaba con Lou en Tautenburg y afirmaba en mí a la bestia rubia, desafiando a Lama y a los chismes que se suscitaban en la ciudad, abrigué la simpática idea de aplicar a mi hermana el método de Borgia, y hasta hice pruebas con una serie de venenos. Pero por supuesto mi plan homicida nunca fue más allá de la etapa experimental. Mi conciencia luterana impidió mi voluntad de ser tan fiero como un león y tan astuto como un zorro. Traté de ser el príncipe Maquiavelo, pero en lugar de eso era el pequeño pastor temeroso del Dios que sepulté en mi juventud.

17

Un huésped de este hospicio tiene un perro de lanas al que llama Atma (el alma del mundo) igual que el perro que Schopenhauer quería tanto. El animal se ha encariñado conmigo, como si reconociera a un compañero filósofo confinado en la perrera. Cuando uno de los guardias castigó al animal, se oyó su gañido. ¡Basta, grité yo, no le peguen! ¡Es el espíritu de un amigo mío! ¡Reconocí su voz!

Uno de los médicos anotó solemnemente mi observación como prueba ulterior de mi locura. El filisteo no se dio cuenta que yo simplemente remedaba a Pitágoras y repetía su famosa exclamación cuando vio que un zorrino de figura humana maltrataba a un perro. Pero la idea de la transmutación de las almas no es tan descabellada como parece, y mi concepto del eterno retorno es simplemente una resurrección moderna del credo de Pitágoras. Hemos sido perros alguna vez y volvemos nuevamente a nuestra primaria humanidad canina.

Por lo menos esto es verdad en Schopenhauer, que se reconocía a sí mismo en su perro; y su principal trabajo, El mundo como voluntad e idea, que él consideraba le fue dictada por el Espíritu Santo, era realmente el producto de su mente canina. Los perros de lanas son animales inteligentes que aprenden fácilmente varias artimañas, y tienen más aptitud para las trampas que el filósofo que despreciaba la vida en su filosofía, pero vivió como Trimalchio, el cerdo burgués de Petronio, todos los días de su puerca existencia. Este voluptuoso de Dresden, que odiaba a las mujeres en sus libros y las amaba en su cama, fue una vez mi ídolo, hasta que descubrí que su ascético budismo era simplemente una máscara para la diosa ramera de Carlyle, la misma prostituta de Babilonia.

18

¿Hubiera sido más afortunado si hubiese decidido permitir que la madre de Schopenhauer me diese la vida en lugar de hacerlo la mía? Me lo pregunto a menudo.

Mi madre se ha establecido aquí en Weimar, tal como lo hizo la madre de Schopenhauer (desea estar cerca de su hijo derrotado), pero con esto se acaba el parecido en sus caracteres, excepto que las dos eran hembras dominadoras para quienes el amor maternal constituía un arma conveniente con el cual imponían a sus hijos la subordinación y el servilismo canino.

La madre de Schopenhauer era una bohemia docta que mantenía un salón literario, y amantes que elogiaban sus libros con sus labios, mientras admiraban su cuerpo con sus ojos de lechuguinos. Nunca asumió una pose puritana, y por lo tanto no se la puede acusar de llevar una doble conducta mental y moral, que constituía el notorio vicio de su famoso descendiente, ya que se ocultaba en el velo budista de Maya, mientras deshacía los corsés de las mujeres con sus manos brutales y arrojaba por un tramo de escalera a una costurera de edad madura para demostrar su doctrina de amor y piedad.

Pero hay algo que le agradezco: cuando la anciana murió después de veinte años, no debió pagarle más los quince táleros cada trimestre, asignados según un fallo judicial; y anotó en su libro de cuentas: Obit anus, abit onus (La vieja muere, la carga desaparece). Cuando mamá se aleje finalmente de este valle de lágrimas y reciba su recompensa, haré mías las oraciones de alivio de Schopenhauer, el único pensamiento loable de toda su filosofía.

Kant fue mordido por Rousseau, la tarántula de la humanidad, pero yo fui mordido por mi madre, y recibí una herida mortal que los cristianos llaman conciencia. También Lou me mordió, pero fue la picadura del amor, que cura todas las heridas.

Pero ahora he vuelto al dominio moral de Kant: los guardias son estrictos y no me dejan escupir sobre el farfullante idiota que con los dedos adentro de su nariz me mira todo el día y cita: Así habló Zaratustra, Profesor Treitzshke. Me confunde con el fanático militarista prusiano, y los idiotas del siglo próximo cometerán el mismo error, haciéndome marcar el paso de ganso con los imperialistas como Bismarck, a quien detesto como asesino de la cultura, un filisteo que traga cerveza y engulle salchichas.

Si pudiera evocar el espíritu de Diógenes me animaría a escupir a la faz de la respetable necedad, como lo hizo el gran cínico. Pero (¡ay!) los griegos eran civilizados a pesar de sus malos modales, mientras que nosotros somos bárbaros a pesar de nuestra buena educación y los sombreros de copa que colocamos sobre nuestras calvas molleras.

19

Hegel avanzó en un sexto sentido. El sentido histórico, es decir, superar nuestro ateísmo científico y aferrarnos a la divinidad de existir. Sí, la existencia, sólo el loco puede probar la divinidad de la vida por su sagrada locura.

Dostoievski, un epiléptico, transformó su dolencia nerviosa en un testimonio de fe sublime en el hombre, en la dignidad de la existencia humana.

Su Hombre Inferior y mi Superhombre son la misma persona que se eleva del pozo hacia la luz del día, magullado, derribado y sangriento, pero siempre ansioso de soldar su angustia al recio acero del espíritu prometeico.

Si llego a hundirme en la necedad completa consideraré que es un estado sagrado y, como un monje trapense, mantendré mis labios fuertemente cerrados y haré frente al amor de Lama y Mamá con absoluto silencio.

La locura tiene sus victorias, no menos grandiosas que la cordura.

20

Zenón fue honrado con una cruz de oro y un monumento en Kerameikos. No espero tal beatificación. Mientras pase la carroza fúnebre a través de las calles de Jena, me alegraré si ninguna ventana se abre y no vacían ningún orinal. Éste sería un triste fin para el autor de Zaratustra, el prometeico que trató de hurtar los fuegos del cielo y fue encadenado a la roca de la autoabnegación y el tormento.

Dice el Corán que San Mateo fue un hombre honesto. Quizás los adoradores de Alá me considerarán en sus memorias como el único cristiano honesto de Europa, un cristiano que era demasiado orgulloso para aceptar la moral esclava de San Pablo y prefirió retumbar en el trueno del Viejo Testamento, como lo hizo el mismo Jesús.

21

Las solteronas de la ciencia son criaturas estériles, pero honorables, que no osan crear nuevas tablas de valores para nuestro siglo enfermo de muerte. Yo, como filósofo, he debido asir un martillo e imponer nuevos valores en el mundo. No hay nuevos valores ahora, sólo hay nuevos cadáveres y nuevas tumbas. Reposo aquí en la sombra de la muerte, mientras mi Helena rusa se divierte en los burdeles de París, como lo hacen todas las Helenas. Sin embargo, sin embargo, ¿quién puede renunciar a la imagen de Helena, y cambiarla por la de la Virgen que coloca la simiente de la muerte en los labios de sus amantes?

Una calandria canta sobre mi tumba y oigo el murmullo de la brisa sobre las siemprevivas. La atmósfera se estremece con una nueva vida: deben ser los albores de la primavera, aunque ya muerto, he perdido todo sentido del tiempo.

¡Oh, Extraviado!, ¿cuándo será mi resurrección?

22

Lou me preguntó cuando estaba en sus brazos: “¿Te gustaría que esto se repitiera una vez más, eternamente?” (2).

Transformar la sagrada idea del eterno retorno en un perpetuo orgasmo, el rajante éxtasis de Dionisio, era un concepto esencialmente femenino.

No creía en el solemne predicamento de Salomón, hasta que conocí a mi Helena rusa. Pero él no tenía una, sino mil vaginas insaciables con quienes combatir. Esto era demasiado para cualquier hombre, aún para Salomón, que fue el único judío con pasión por el imperio, y ansiaba extender las fronteras de su reino hasta los confines de la tierra. Él ansia judía del poder alcanzó en él esta gloriosa cúspide: tratar de incorporar el cielo y la tierra bajo el estandarte de Jehová, imponiendo en el mundo de la barbarie la Pax Judaica.

Lou, como un Salomón hembra (Hipatía fue su precursora) tenía la misma ambición de dominar el mundo del cuerpo, mente y espíritu, y ella creía que yo lo encarnaba. Gobernándome, podía llegar a dominar el mundo, pero su destino anatómico la derrotó.

Sólo las grandes meretrices como Pompadour y Montespan podían dirigir el mundo desde sus alcobas, pero tenían el consentimiento de sus amantes los soberanos, que eran idiotas. Pero yo no soy idiota, a pesar de los informes de los psiquiatras, que sólo se basan en datos estadísticos falsos.

Comunicaré estos pensamientos a mi amigo Strindberg; el pobre hombre sufre constantemente de disgustos femeninos y se sorprenderá al descubrir que el profesor Nietzsche era un compañero de sufrimiento.

23

He vivido mi eterno retorno; he filosofado con mi ser total y las ruedas del caos me han arrastrado al torbellino de la locura. Pero en sus brazos siento el empuje vital del “eterno femenino”; ella me hizo goethiano y fui salvado de la condena.

Ahora he vuelto a la terrible rueda.

El Dios de la cósmica ironía que nos juzga dio un adecuado fallo sobre mí: aquí en Weimar, en el reino intelectual de Goethe, estoy confinado en un manicomio: mi credo en su eterno femenino, mi creencia de un momento, se ha vuelto contra mí ¡y estoy eternamente condenado!

24

El pueblo puede ser insensato, decía Rousseau, pero jamás está equivocado. Éste es el error fatal de la democracia; que sólo el número determina la justicia o la injusticia de la causa. Este error se demuestra en el hospicio. Los locos constituyen la mayoría de esta comunidad y por eso consideran a los empleados, que son la minoría, como sus opresores. Es correcto lo que hacen, aunque los guardias del manicomio los castigan por hacer las cosas correctamente.

Es obvio que esta forma de razonar es equivocada, para toda persona que haya leído Maquiavelo o haya experimentado la extremidad del garrote de un policía, como lo sufrí yo en mis días de estudiante en Bonn. La justicia siempre ha sido determinada por la minoría que usa garrotes, códigos o cañones para mantener su autoridad sobre las mayorías. Por supuesto, los códigos psicológicos son más efectivos que los cañones, y si en nuestra democracia el pueblo cree que rige sus propios destinos es porque la moral esclava de los cristianos sujeta por igual al dueño y al esclavo.

25

El millonario y el pobre concurren a la misma iglesia, ambos escuchan los sermones del amor cristiano, de la justicia y de la benevolencia, y ambos tienen el mismo derecho a volverse locos por miedo al hambre y a la miseria, aunque pocos millonarios han aprovechado este dudoso privilegio.

Hay un millonario en este hospicio que cree ser Marco Antonio y recibe los favores de “Cleopatra” -la mujer de un sirviente-. Un loco con dinero puede hacer, aún de los cuerdos y hermosos, sus más humildes esclavos, ¡a pesar de Rousseau y su patraña igualitaria!

26

En este mundo todo va de acuerdo con el juicio que Dios determine en el duelo; la fuerza, por supuesto, es la medida de todo valor. Dadle tiempo a las cosas; si triunfan es lo justo.

Lou creía que este pensamiento de Carlyle era la llave de mi filosofía, como si el prusianismo británico pudiera igualarse a las ideas de Zaratustra.

Carlyle trató de probar que la justicia y la fuerza eran sinónimos, y colocó la faz de Jehová en la bandera pirata del imperialismo inglés. Yo, por el contrario, no tengo nada que ver con la palabra justicia, que es simplemente miel para atrapar moscas humanas.

En un mundo de poder los traficantes de la justicia son sólo bárbaros ataviados como reformistas cristianos.

Hay dos clases de bárbaros, dijo Condillac, una precede a centurias de ilustración y la otra la sigue.

Los traficantes de la justicia son Héctores, primitivos hombres de poder que viven en un siglo decadente de ilustración y temen descargar sus garrotes en público. ¡Cuando son bastante atrevidos como para exhibir sus garrotes, nos dicen que esgrimen batutas wagnerianas o cetros papales!

27

El idealismo moral no puede vencer las compulsiones económicas de nuestra “era del poder”: Ruskin, Carlyle y otros ingleses estúpidos, especialmente John Stuart Mill, no han aprendido el hecho básico de la vida moderna.

Si yo no fuera César sería Cristo, el socialista, montaría un asno y cabalgaría hacia Jerusalén con Carlos Marx. La lujuria del poder de los marxistas iguala el ansia de poder de los nietzscheanos, pero prefiero cabalgar a Jerusalén en un corcel árabe que en un asno proletario.

Brandes me llama un radical aristócrata, y soy exactamente eso. En la morada de mi padre hay muchas mansiones, pero ¿quién sino un judío puede desenmascararme y revelar el rostro de Disraeli, el “tory” radical? Los reaccionarios extremos y los radicales extremos son hermanos de sangre: ambos tienen desprecio por el fraude liberal y humanitario, y sólo conocen un camino para el éxito: el camino del “dominio”.

Hay que regir al pueblo con mano de acero y yo profetizo una era de Césares proletarios que, influidos por Rousseau como lo ha sido Marx, llegarán a ser caudillos de las dictaduras democráticas, donde la voluntad de un albañil o de un planchador de pantalones se identifica con la voluntad de Dios y está codificada por leyes draconianas escritas en letras de sangre.

28

Los judíos fueron los primeros que rehusaron universalizar los valores culturales de la antigüedad. Han sido mis precursores al insistir en una completa revolución copérnica en el mundo del pensamiento, ¡la trasvaluación (3) de todos los valores! Pero es tan importante el espíritu materialista, nuestro siglo de mercantilismo craso y el llamado nexodinero de Carlyle, que aún los judíos (no todos, debo admitirlo) han confundido a Jehová con el Banquero Todopoderoso.

El burgués transforma a Dios en un caballero burgués, y, si como nos dice Pascal, los suizos se sienten insultados cuando los llaman caballeros, es porque se consideran superiores al Dios burgués, el cual no es más que un buhonero deificado.

29

Se me acusa de blasfema egomanía por haberme sustituido al Señor. Pero realmente soy en extremo modesto en mis pretensiones, ya que mi egomanía es el reverso de mi sentido de inferioridad.

Una deidad que regatea es una criatura muy baja para mi gusto aristocrático, y es una degradación y no una promoción elevarme a las enrarecidas alturas del Sinaí: ¡la Bolsa de Comercio!

Trasvaluando todo los valores como el anciano Abraham, debí aislar la idea de Dios y entregar el problema de la traficación de Dios en las manos de los imperialistas británicos, los hipócritas Carlyles que han descubierto en Él la palanca de Arquímedes para elevar a Londres al centro del poder del mundo.

Así hablo Zaratustra.

30

Ah, mi hermosa discípula, tú adoptaste mi lema que hurté de los santos “asesinos”, el espasmo de los devotos cruzados: Nada es verdadero, todas las cosas son legítimas. Como uno de los héroes de Dostoievski, no titubeaste en destrozarme como un acto de pura santidad dictado por tus dioses nihilistas.

El hombre expoliador es un aristócrata; la mujer expoliadora es una prostituta, pero la prostituta es el extremo de la aristocracia: no tiene el orgullo de la propiedad, ni siquiera de su propio cuerpo.

¡Oh, ramera de Babilonia, cúbreme con tus pecados!

Notas

(1) En Humano, demasiado humano.
(2) Cita de La alegre sabiduría, de Nietzsche.
(3) Para respetar exactamente la idea del autor se usa el neologismo “trasvaluación”, como se usó también en inglés. Los vocables “revaluación” o “subversión” no hubieran expresado la sutileza del concepto.

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