viernes

CONFESIONES DE UN GUIONISTA INDECENTE / H. G. V.


LO DIFÍCIL

Esta columna estará dedicada a repartir reflexiones que consideramos útiles para aprender a tocar el cielo sin las manos.

Porque eso es lo posible. Lo imposible es poner el corazón en el cielo si uno elige romperse la cabeza contra los glamorosos cielorrasos implantados tan académica como tinellescamente por la culturita global del establishment.

Nuestra Escuela de Cineastas acaba de cumplir su primer semestre de entrelazamiento de cursos, talleres y producciones dirigidos a concretar un foco celeste y revolucionario digno del Axis Mundi que se fundó hace casi ya dos siglos en Purificación.

Es difícil.

Pero Diego Forlán acaba de demostrar que no hay jabulani capaz de robarnos los goles que le hacen falta al mundo si se trabaja con un emperramiento enamorado.

La semana pasada volvió de Los Ángeles el actor Luis Medina para reincorporarse a nuestro staff docente y me regaló una preciosa mini-edición argentina de Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke. Yo lo había leído a los quince años, por consejo de Esther de Cáceres a mi padre, y ahora que me cayó de arriba no tengo más remedio que copiar algún parrafo especialísimamente dedicados a nuestros estudiantes.

Y aquí le formulo un ruego: lea la menor cantidad posible de obras de crítica estética; o son producto de anquilosados espíritus escolares, privados de sentido por su desvitalización o bien son hábiles juegos de palabras en los que hoy prevalece un punto de vista y mañana el opuesto. Las obras de arte son de una infinita soledad y nada está más distante de ellas que la crítica. Sólo el amor puede comprenderlas y apreciarlas y ser justo con ellas. (…) Todo consiste en llegar hasta el justo término y después, dar a luz. Dejar que se complete cada impresión y madure cada germen de un sentimiento, en lo oscuro, en lo inexpresable e inasequible para el propio entendimiento. Aguarde con profunda humildad y paciencia la hora en que ha de nacer una nueva claridad. Vivir como artista es sólo eso…

Y aclaremos que el indecente y enfermizo Rilke llegó a demorar años en completar alguno de sus libros porque su dominio técnico era tanto, que le permitía conocer infaliblemente cuándo se está embadurnando al prójimo con cacona triunfalista (Indio Solari dixit) y cuándo se le está agregando una flor a la selva.

Ser artista es no calcular ni contar. Crecer como lo hace el árbol, que no apresura su savia y que resiste, confiado, las tormentas de primavera, sin angustiarse por la posibilidad de no llegar al próximo verano. Y el verano llega, pero sólo para quienes tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos, como si ante ellos se extendiese la eternidad. Lo aprendo cotidianamente: lo aprendo en medio de sufrimientos a los cuales agradezco: la paciencia lo es todo.

Rilke murió infectado por el inocente pinchazo de una rosa que le ofreció a una amiga.


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