jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE / MI HERMANAY YO


DECIMOSEXTA ENTREGA

CAPÍTULO QUINTO (III)

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Rousseau era uno de los más grandes sacerdotes que halagan y ordenan, pero al incluir a madame de Warens en la comunidad de los santos, no estaba acrecentando la historia, sino simplemente alimentaba su propia vanidad perversa. No puedo hacer lo mismo con Cósima, Lou o Lama, pues tengo demasiado respeto por la verdad para ajustarla a la imagen de un ideal religioso o romántico.

Si he sido cruel con mis revelaciones respecto al bello sexo, no puedo igualar la audacia de George Sand, que transformaba a todos sus amantes en tinta de imprenta y amonedaba sus besos en dinero contante y sonante que servía para cuidar de ella y su familia.

Si he usado un cuchillo metafórico para cortar la cabeza de una o dos mujeres, no he sido tan feroz como la Agripina de Claudio, que dio muerte a Lollia Paulina, porque la temía como rival del cariño del emperador. Dio Cassius nos cuenta, que como no reconoció la cabeza de la mujer cuando se la trajeron, le abrió la boca con su propia mano e inspeccionó la dentadura, que tenía ciertas particularidades.

Nunca fue culpable de tales horrores, especialmente en relación con las mujeres, y aunque he aconsejado a los demás que sea duros y crueles, toda mi vida he estado uncido al yugo de la piedad, y cuando vi en Turín que un caballo era castigado por su dueño, corrí fuera de la casa, abracé al animal y vertí amargas lágrimas por su destino.

Esto ha sido la causa de mi ruina: el divorcio entre lo que he predicado y lo que he hecho, y lo ha sido también de la mente occidental, que, como la mía, está enloqueciendo.

Como Diceópolis (1) el obstinado labriego, quiero paz a toda costa, y como soy el único que la desea, he formalizado un convenio solemne conmigo mismo. Pero los carboneros (2) de Acharnae se apresuran a atacarme por traidor a la causa de la guerra, causa que en mis escritos he glorificado.

¿Lo he hecho? ¡Qué hábiles han sido los nietzscheanos para hacer que Nietzsche se volviera contra sí mismo! Cuando hacía el elogio de la guerra no quería significar la matanza de las poblaciones hacia la cual tienden las guerras modernas. Sólo los soldados de Bismarck cosechan beneficios: acuñan en oro y plata la sangre de los hombres, mujeres y niños. ¡Desde Waterlooo la guerra ha llegado a ser un medio anticuado e inútil de saldar las disputas, y tenemos necesidad de otro Aristófanes que precipite a los luchadores en olas de risa! Cuando la carnicería de la masa llegue a ser ridícula y se la despoje de toda nobleza, los filisteos cesarán de defenderla por temor de transformarse en víctimas del escarnio público.

Pero al decir esto temo proceder como los antiguos griegos que incendiaron la escuela de Sócrates para liberar a Atenas de la retórica socrática que esconde la necedad en los velos dialécticos de la razón. ¡El culto de la guerra está demasiado arraigado para que las manos de las risas puedan desenraizarlo, y aun cuando llegue a ser una farsa sangrienta que amenace la existencia de la humanidad misma, los hombres se abalanzarán hacia sus barriles de cerveza para beber el amargo fermento (3) de la muerte y la destrucción!

Pero la risa, en sí misma es preciosa, como lo comprueban los maniáticos de este manicomio, y aunque no consiga evitar las guerras, puede por lo menos mostrar lo ridículo de los demagogos cuando los persiguen los sabuesos de la ironía en sus metafóricos paños menores. En Los Caballeros, Aristófanes hace que el esclavo Demóstenes examine a un vendedor de salchichas para descubrir si es lo suficientemente ignorante como para ser estadista y provocador de guerras. No se les debiera permitir a nuestros Bismarcks gobernar y arruinar naciones, antes de ser interrogados por un loco como yo: ya que al ser un perfecto idiota puedo reconocer a los politiqueros sin hacer muchas preguntas.

Platón nos cuenta que las Gracias, buscando un templo que no pereciera, eligieron el alma de Aristófanes. El espíritu de la risa es imperecedero, y tan imbuido estoy de ese espíritu que me río de mi propia locura. El hombre contemporáneo que busque un refugio contra la furia de las masas guerreras puede atrincherarse en mi cerebro: aquí reina la “risa” suprema, y aquellos que se aferran a las vestimentas de este payaso pueden contemplar el abismo con una sonrisa.

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Mi hermana me ha leído un artículo (4) de un escritor que ha demostrado quizás una mayor comprensión de mi significado histórico que yo mismo. Decía:…

Me he rebelado contra filosofías tales como la de Hegel y el socialismo, y religiones tales como el cristianismo, que colocan a un mismo nivel e inevitablemente hacen desaparecer toda sensación de distancia entre los de mente vigorosa que constituyen la minoría y los débiles de espíritu, es decir, la mayoría, pulverizando así la cultura humana en un molde común de estéril mediocridad. Los sofistas modernos, al forzar a la filosofía a “amasar pan” para las masas, han desmenuzado la mente como Protágoras, conduciéndola a la corriente de Heráclito, y no dejaron norma para el juicio excepto la fantasía e imaginación del individuo. Hemos llegado al nihilismo extremo del sofista Gorgias: nada existe; los conocimientos no pueden ser transmitidos porque nada existe realmente.

Como Parménides lo hizo hace mucho tiempo, compruebo que el problema primordial de la filosofía es descubrir nuevamente aquello que existe permanentemente, el ideal del Superhombre hacia el cual debe dirigirse todo esfuerzo humano. La paradoja de la vida estriba en el hecho de que si abandonamos lo ideal por lo real, lo absoluto por lo relativo, lo eterno por lo finito, no conservamos nuestra humanidad puesto que la perdemos en el torbellino ciclónico del cambio incesante. La medida no es el hombre sino el Superhombre; Protágoras debe dar paso a Nietzsche y debemos comenzar a observar las estrellas como Tales de Mileto, aunque como él alguno de nosotros puede caer en un pozo.

Creí conveniente, por supuesto, llevar una joven traciana que me acompañara en mis paseos a través del campo para contemplar las estrellas, pero en lugar de protegerme de que diera un mal paso fatal, exhibió su hermosa pierna, de modo que tropecé contra ella y caí. Por lo tanto, aconsejo a los filósofos que hagan en soledad sus paseos para contemplarlas, y cuando vean una estrella danzarina se aseguren que no es producto de su imaginación, una trampa para apresar al crédulo…

Agradezco especialmente al escritor inglés, porque en Inglaterra casi se me ignora y no se me denuncia como Anticristo. Por el contrario, si el cristianismo significa la sustitución de la cruz por el embuste y el oportunismo, debo entonces, con seguridad, ser aceptado como discípulo de Jesús. Si como dice Justino Mártir, Sócrates fue el único cristiano antes de la llegada de Cristo, yo he sido el único cristiano después de la llegada de Cristo.

Ésta es la verdad positiva que el próximo siglo descubrirá, cuando sobre mi hipótesis de la voluntad de pensar se construya una estructura del mundo sin fraude, un edificio a prueba de mentiras como el mismo Partenón.

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Lou Salomé tenía, como George Sand, dos ídolos: su arte y su cuerpo, y su arte se expresaba habitualmente mediante su cuerpo de Venus. La ficción de George Sand era simplemente la confesión de su yo erótico; estudiaba cada gesto íntimo, medía cada suspiro de sus temerosos amantes y los detallaba cuidadosamente en sus libros. Pero esta Napoleón de dormitorio, esta estratega de infinitas campañas en las batallas desnudas de los sexos, era puramente corporal al compararla con Lou, cuyo vestuario de estudiada simplicidad sólo acentuaba los voluptuosos contornos de su cuerpo, y cuyo penetrante perfume, tan provocador como el desnudo encanto de Elena, inducía a la pasión, al místico ritual de Afrodita.

También como George Sand, ella era una ley en sí misma, y sólo una mujer puede desafiar las leyes del hombre y de la naturaleza sin sufrir la venganza de los dioses. A las mujeres, como a los judíos, nunca se les permitió la condición de mortales: o son ángeles o son demonios, o ambos a la vez, y están colocados sobre los peldaños de la escalera de Jacob que une el cielo con el infierno. No desean existir porque son la existencia misma, y personifican el principio eterno del mal y del bien. Ya que la mujer es una fuerza elemental, es tan ridículo acusar a una mujer por faltar a la moral como lo sería condenar al rayo por herir a una iglesia, burlándose así de Dios.

Arístides fue condenado al ostracismo porque el pueblo se cansó de llamarlo el “justo”, y los hombres se exilan a sí mismos de la buena conducta humana para tratar de justificarse a sí mismos a expensas del Eterno Femenino, el telón de los siglos. Y al contemplar a la humanidad en su conjunto, a la sobria luz del realismo, estoy de acuerdo con la exclamación de Lessing:

Der Mensch, wo ist er her?
Zu schlecht für einen Gott, zu guts furs Ungefärh.
(5)

El deseo de ser buenas es una ilusión, una fantasía a la que pocas mujeres se entregan. Su virtud fue una vez la realización más grande del hombre, el triunfo del arte sobre la naturaleza femenina. Pero Lou Salomé, educada en la escuela del nihilismo ruso, eligió la emancipación femenina y se despojó de la camisa de fuerza de la moral filistea. Esto es lo que me atrajo a ella; como en Aspasia, era decidido su rechazo de los valores burgueses de los que yo sólo me atreví a abjurar en mis libros.

Si perdí la fe en ella es porque perdí la fe en mí mismo, en el destino de mi vida. Ahora la súplica de mi Zaratustra se ha cumplido: Vosotros, seres divinos, dadme la locura, para que pueda creer en mí mismo. Al estar completamente loco, creo con firmeza en mí mismo y me aferro a Lou con la cósmica certidumbre de Job. Puedo decir con verdad, parafraseando al turbado judío que se atrevió a utilizar a Dios para justificar su conducta ante los hombres: Aunque me ha matado, todavía creo en ella.

16

He tratado de convertir la filosofía en un arte, el arte de vivir. Con este objetivo a la vista seguí el ejemplo de Empédocles de Agrigento y traté de organizar todo el conocimiento en una unidad total, para que armonizara con la sinfonía de los planetas. Música, poesía, ciencia, filosofía, ética, política y literatura, todo lo estudié para establecer la hegemonía del hombre sobre la naturaleza, de manera que pudiera superarse hacia su “divina virilidad”, y alcanzar la meta del Superhombre.

Pero como no había amor en mi era, ni en mi vida privada, no pude concebir ningún “amor” cósmico arraigado en los miembros del hombre, como lo hizo Empédocles, y del conflicto cósmico entre el amor y la lucha que por sí mismo se armonizan en el conflicto dinámico del vivir, sólo quedó para mí, la lucha, la brutalidad pura del darwismo social. Fue Lou Salomé la que se evadió con su tesis tolstoiana de la hegemonía del amor sobre el odio, tesis que el mismo Empédocles había ya desarrollado y en la que perdí mi fe cuando, niño aun, se me expuso el helado puritanismo de Naumburg con su escalofriante atmósfera de gazmoñería y decoro.

En sus brazos pude muy bien creer con Empédocles que el amor cósmico estaba arraigado en mis propios miembros y se atestiguaba por sí mismo. Y si obré como el Werther de Goethe cuando me fue arrebatada por las viles tácticas de Lama, fue porque estaba histérico de miedo de perder mi asidero al amor que había llegado a ser la vida misma para mí, ¡vida desnuda y triunfante!

Los creadores de leyendas vieron a Empédocles lanzándose a las vomitantes llamas del Etna, pero ese destino no se reservó para el gran presocrático, sino sólo para mí. Cuando se me separó del amor de mi vida, el amor que me hizo humano, di mi desesperado salto a las llamas de la locura, y confié como Zaratustra en arrebatar la fe en mí mismo evadiéndome de la mente para entrar en una región superior de la cordura, la cordura del delirio lunático, ¡la locura normal de los condenados!
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Notas

(1) Héroe de la obra Los Acarnienses, de Aristófanes.
(2) ¿Guardias del asilo?
(3) El odio de Nietzsche por la cerveza, que constituye una herejía para el alemán genuino, está asociado aquí con el veneno mortal del suicidio del mundo. (N. del T.I.)
(4) El manuscrito está aquí en tan malas condiciones que la nacionalidad del escritor, y la cita que Nietzsche da de él, no puede descifrarse con exactitud. Al principio se supuso que hacía referencia a u artículo de John G. Robertson, pero la fecha de su aparición, 1898, hizo desechar esta conjetura. (Nota del E.I.)
(5) Hombre, ¿dónde está tu senda? Demasiado buena para la ventura, demasiado vil para ser divina.

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