jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE


MI HERMANA Y YO

TERCERA ENTREGA

CAPÍTULO PRIMERO (III)

23

Adelántanse los pies espontáneamente. Ciérranse los dedos en los puños. Levántanse las manos y caen como pistones de una máquina. Yo ni ante el más violento deseo me levanto. Me veo yacer, como otro apéndice vermiforme, entre mis muslos. ¿Cuánto deberá herir el amor para causar una hemorragia?

24

Tengo manos y pies pequeños como los de una mujer. ¿Habré sido concebido para ser mujer? ¿Soy una frustración del intento de mi Creador?

25

El hombre a quien confío estas notas en la esperanza de que podrá llevarlas a un editor, sin la intervención de mi hermana o de mi madre, está terriblemente resfriado. No me atrevo a acercármele, no sea que después de esto vigilen más mis movimientos. Espero que se reponga. Entre estornudo y tos parece estar listo en cualquier momento para entregar el alma.

26

La gente pelea por muchos motivos y pasiones, pero la única vez que peleé con un arma letal y derramé sangre fue con un amigo. Después de toda la tinta que utilicé en dicho tema, no sé realmente qué quiero decir con “una buena pelea”. Quizás si la gente peleara con violines en lugar de espadas y esgrimiera pianos contra el prójimo en lugar de obuses…

27

Esta mañana un pájaro voló cerca de la ventana frente a la cual estaba sentado escribiendo estas notas. Era un pájaro castaño con el pecho azul y las alas castañoblancuzcas. Deslizábanse con un movimiento tan lento que hubiera podido ser Dios personificado que daba un paseo por el mundo y me observaba. Su más fiel súbdito. Según creo, Dios puede ser cualquier cosa en el mundo, el mismo mundo, o nada. Si Él constituye sólo el poderoso origen del cual fluyen todas las cosas, como un nuevo elemento químico que surge de una combinación premeditada de otros elementos, deja de importarme, y estoy seguro que ya no me interesa.

28

Me pregunto si hubiera odiado al cristianismo con tanto ardor y abandono si no me hubiera rendido tan completamente a sus halagos en los inocentes días de mi niñez.

29

Cuando mi presencia física no estaba tan alejada de Elisabeth como para que pudiera olvidarme, en la mayoría de las cosas éramos ella y yo contra el mundo. Pero siempre había en Elisabeth una tendencia a la paz y la comodidad, que es concomitante a la conformidad del statu quo. Apenas me alejaba del hogar, una cantidad de reproches surgían en ella, y en sus cartas. Con la aparición en escena del antisemita Foerster ni siquiera mi presencia la influía ya.

30

Una conversación de tres o más personas se convierte en una palestra de las cualidades personales, aunque rara vez determina nada más importante que cuál de los participantes tiene la voz más estridente. Una con conversación entre dos personas constituye dos monólogos con series de interrupciones más o menos pacientes.

31

Mamá viene a verme hoy para decirme que Elisabeth ha arreglado sus asuntos en Paraguay (1), y vuelve a Alemania para quedarse con nosotros definitivamente. Durante unas semanas me permití el lujo de despreocuparme de su presencia en parte alguna. Mamá me asegura nuevamente que jamás hubiese enfermado si Elisabeth hubiese estado aquí, en lugar de ayudar a su loco marido en América del Sur a sembrar semillas de odio a través del Atlántico sur. No tengo nada que decirle sobre esto. Podría contestarle que quizás no hubiera necesitado ayuda alguna si no fuera por la interferencia inicial de Elisabeth en mi vida. Si hiciera eso, debía hacerle saber también la verdadera situación de las relaciones entre sus hijos, y entonces, casi inmediatamente, nos hubieran confinado a los dos en lugar de uno solo.

32

Si hubiera cedido a las llamadas de mi naturaleza primaria que en todo hombre clama por paz en el statu quo, hubiera podido ser tanto músico como teólogo. Sin duda, habría llegado a ser una gran mediocridad en cualquiera de los casos. Mi elección final, la de convertirme en filósofo, fue realmente un acto de profunda cobardía. En primer lugar, tenía miedo de jamás alcanzar la grandeza de un Wagner; y, en segundo lugar, no admitía ser el segundo violín de nadie, ni siquiera de Dios.

33

Haced la prueba; puedo recordar a casi todos mis primeros maestros de música y a ninguno de los que me enseñaron literatura por vez primera. ¿Esto significa que es más fácil enseñar música o que los oídos son más agradecidos que los ojos?

34

Me sentí como un fugitivo cuando abandoné Bonn. No lo comprendí entonces. No era un fugitivo de Bonn, sino de la vida.

35

Todavía estoy huyendo. ¿De quién, de qué estoy huyendo ahora? Creí haber despejado todas las dudas cuando terminé de escribir Ecce Homo. ¿Cuál es la razón extraordinaria por la cual está tan mal visto por mi familia y se impide su publicación? No hay nada en Ecce Homo que no haya dicho por lo menos una vez en mis otros libros. Únicamente que en Ecce Homo me encuentro muy aplomado y puedo definir todo más aguda y claramente.

(1) Frau Foerster sólo volvió a Alemania en los últimos tiempos del confinamiento de su hermano en Jena. El elemento “tiempo” está confundido más de una vez. (NOTA DEL TRADUCTOR INGLÉS). En lo sucesivo (N. del T. I.).

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