(el caso de las brujas siamesas)
folletín policial y de magia negra de
HUGO GIOVANETTI VIOLA
folletín policial y de magia negra de
HUGO GIOVANETTI VIOLA
DECIMOSÉPTIMA ENTREGA
33 TACOS
Esa tarde la Nena pegó sus clásicos nudillazos mientras sonaban las dos campanadas en la Matriz, aunque ya había logrado alborotarme el mariposerío estomacal haciendo retumbar alevosamente el alfileramiento de los tacos en todo el último tramo de la escalerita.
-Te traje a Oïstrakh -me abrazó y pude verle la calavera-vulva abajo de una oreja y tuve que embucharme un reflujo bilioso como cuando me neurotizaba en la adolescencia durante los eternos torneos metropolitanos de ajedrez. -Y tiene razón la santa. Poné a Franck y vas a ver que la versión de la Jackie y el zar Barenboim parece un rocanrol de faloperos.
-Nunca te dije que mi esposa era igual de alta que vos -contrataqué desensobrando el CD Nro 3 del introuvable con cara de abrir un chiche entre el pasto y el pan duro que le dejaban mis hijos a los Reyes.
-Y eso a mí qué me importa.
-¿Trajiste beberaje? -señalé el bolso donde se podía distinguir una botella encelofanada contra el capuchón del hábito.
-Grapamiel casera, papi. Shirley siempre me manda.
-¿No me dejás probarla?
-Ni en pedo que estuviera. ¿Llevás cuatro años sobrio y querés que yo te envenene y me banque otra culpa?
-Cuál sería la otra culpa.
-Cuáles -corrigió ella, sentándose en un escalón de los que iban al entrepiso y tapándose las rodillas con la avalancha botticelliana que me hacía adorarla más que al estrellerío. -Si querés me confieso igual que con Noel.
-No. Ya estás perdonada.
-Eso dicen ustedes. ¿Vos podés creer que el enfermo de mi novio no te puede oír nombrar?
Eso me gustó más que la PAX-LUX del violín de David Oïstrakh que escuchaba por primera vez en mi vida, aunque me hice el boludo:
-No me digas que me tiene celos en serio.
-A mí nunca me enseñaron a vivir.
-¿Pero no nos podríamos juntar un rato de vez en cuando para querernos en paz, ahijada? Aquí nadie habla de sexo.
-La adoración es más que el sexo, Maestro -dejó asomar el estrabismo la maja de higos tristes. -Mirá que yo ya sé que Shirley te explicó todo.
-Y yo entendí.
-Te parece que entendiste. Pero recién querías chupar, otra vez. Y en el tercer poema de los que me mandaste pusiste que la garcita seguía juntando cadáveres. Y es la pura verdad. ¿Vos te creés que yo no podría dejar mañana de mañana con el Rulo y cagarme de risa? Ta: me volví a enamorar como una gila, pero me da lo mismo. La sed que me contagiaste es algo más terrible que lo terrible. Cristo.
34 OFFSIDE
Ensayamos cuatro tardes seguidas en el pub y Magui simuló los desnudos utilizando una malla color carne heredada de Shirley y yo leía la voz de Salomón y las pirujas chillaban las respuestas populares con un yeito murguero que quedó interesante. Al final ya trabajábamos sobre un guión-base estable donde comprimí y reordené los cantos en cuatro secuencias y la Nena se iba embutiendo el cuello impoluto o el capuchón del hábito para ovillarse monologando o danzar entre los ecos del Amado y el Coro con una gracia de ingravidez y abismalidad que se me fueron volviendo cada vez más escalofriantes.
-Entonces me levanté / y recorrí la ciudad -decía Magui en el último puzzle- buscando al amor de mi vida / por las calles y las plazas. / ¿No han visto ustedes al amor de mi vida? / Mujeres de Jerusalén, / si encuentran a mi amado / prométanle decirle / que me estoy muriendo de amor.
Y ellas:
-¿Qué de especial tiene tu amado / hermosa entre las hermosas? / ¿Qué de especial tiene tu amado / que nos pides hacerte tal promesa?
Y Salomón:
-Tus pechos son dos gacelas / dos gacelas mellizas / que pastan entre las rosas. / Me robaste el corazón / hermanita, novia mía / me robaste el corazón / con una sola mirada tuya. / Tú, hermanita, novia mía / eres jardín cerrado / cerrada fuente / sellado manantial.
Y la Sulamita:
-¡Ojalá fueras tú un hermano mío / criado a los pechos de mi madre! / Así, al encontrarte en la calle / podría besarte y nadie se burlaría de mí; / podría llevarte a la casa de mi madre / te haría entrar en ella / y tú serías mi maestro.
Hasta que el domingo llegué media hora tarde a El infierno tan querido porque no tuve más remedio que mandarle unos mails muy jugados a la Nena antes de salir del cucho y cuando terminaron las fotos fijas la llamé aparte al camarín y desembuché con un alivio helado:
-La verdad nos hace libres, Magui. Y ahora preferiría decirte en persona lo que vas a encontrar en el correo cuando llegues a la pensión.
-Qué pasó.
-Nada demasiado grave. Y quisiera aclararte de entrada que a mí siempre me dieron asco los viejos enganchadores de pendejas y no se lo perdoné ni a Salinger, que está casado por tercera vez con una mujer cincuenta años menor que él.
-Uau.
-Y lo que quería decirte es que aunque sea algo imposible, yo me casaría contigo mañana de mañana.
-Perdoná, Carvalhito -golpeó justo la elfa. -Tenés una llamada del padre Jorge en el celu de Nanda.
Y la Nena bajó un perfil tan infinitamente triste que me hubiera matado.
33 TACOS
Esa tarde la Nena pegó sus clásicos nudillazos mientras sonaban las dos campanadas en la Matriz, aunque ya había logrado alborotarme el mariposerío estomacal haciendo retumbar alevosamente el alfileramiento de los tacos en todo el último tramo de la escalerita.
-Te traje a Oïstrakh -me abrazó y pude verle la calavera-vulva abajo de una oreja y tuve que embucharme un reflujo bilioso como cuando me neurotizaba en la adolescencia durante los eternos torneos metropolitanos de ajedrez. -Y tiene razón la santa. Poné a Franck y vas a ver que la versión de la Jackie y el zar Barenboim parece un rocanrol de faloperos.
-Nunca te dije que mi esposa era igual de alta que vos -contrataqué desensobrando el CD Nro 3 del introuvable con cara de abrir un chiche entre el pasto y el pan duro que le dejaban mis hijos a los Reyes.
-Y eso a mí qué me importa.
-¿Trajiste beberaje? -señalé el bolso donde se podía distinguir una botella encelofanada contra el capuchón del hábito.
-Grapamiel casera, papi. Shirley siempre me manda.
-¿No me dejás probarla?
-Ni en pedo que estuviera. ¿Llevás cuatro años sobrio y querés que yo te envenene y me banque otra culpa?
-Cuál sería la otra culpa.
-Cuáles -corrigió ella, sentándose en un escalón de los que iban al entrepiso y tapándose las rodillas con la avalancha botticelliana que me hacía adorarla más que al estrellerío. -Si querés me confieso igual que con Noel.
-No. Ya estás perdonada.
-Eso dicen ustedes. ¿Vos podés creer que el enfermo de mi novio no te puede oír nombrar?
Eso me gustó más que la PAX-LUX del violín de David Oïstrakh que escuchaba por primera vez en mi vida, aunque me hice el boludo:
-No me digas que me tiene celos en serio.
-A mí nunca me enseñaron a vivir.
-¿Pero no nos podríamos juntar un rato de vez en cuando para querernos en paz, ahijada? Aquí nadie habla de sexo.
-La adoración es más que el sexo, Maestro -dejó asomar el estrabismo la maja de higos tristes. -Mirá que yo ya sé que Shirley te explicó todo.
-Y yo entendí.
-Te parece que entendiste. Pero recién querías chupar, otra vez. Y en el tercer poema de los que me mandaste pusiste que la garcita seguía juntando cadáveres. Y es la pura verdad. ¿Vos te creés que yo no podría dejar mañana de mañana con el Rulo y cagarme de risa? Ta: me volví a enamorar como una gila, pero me da lo mismo. La sed que me contagiaste es algo más terrible que lo terrible. Cristo.
34 OFFSIDE
Ensayamos cuatro tardes seguidas en el pub y Magui simuló los desnudos utilizando una malla color carne heredada de Shirley y yo leía la voz de Salomón y las pirujas chillaban las respuestas populares con un yeito murguero que quedó interesante. Al final ya trabajábamos sobre un guión-base estable donde comprimí y reordené los cantos en cuatro secuencias y la Nena se iba embutiendo el cuello impoluto o el capuchón del hábito para ovillarse monologando o danzar entre los ecos del Amado y el Coro con una gracia de ingravidez y abismalidad que se me fueron volviendo cada vez más escalofriantes.
-Entonces me levanté / y recorrí la ciudad -decía Magui en el último puzzle- buscando al amor de mi vida / por las calles y las plazas. / ¿No han visto ustedes al amor de mi vida? / Mujeres de Jerusalén, / si encuentran a mi amado / prométanle decirle / que me estoy muriendo de amor.
Y ellas:
-¿Qué de especial tiene tu amado / hermosa entre las hermosas? / ¿Qué de especial tiene tu amado / que nos pides hacerte tal promesa?
Y Salomón:
-Tus pechos son dos gacelas / dos gacelas mellizas / que pastan entre las rosas. / Me robaste el corazón / hermanita, novia mía / me robaste el corazón / con una sola mirada tuya. / Tú, hermanita, novia mía / eres jardín cerrado / cerrada fuente / sellado manantial.
Y la Sulamita:
-¡Ojalá fueras tú un hermano mío / criado a los pechos de mi madre! / Así, al encontrarte en la calle / podría besarte y nadie se burlaría de mí; / podría llevarte a la casa de mi madre / te haría entrar en ella / y tú serías mi maestro.
Hasta que el domingo llegué media hora tarde a El infierno tan querido porque no tuve más remedio que mandarle unos mails muy jugados a la Nena antes de salir del cucho y cuando terminaron las fotos fijas la llamé aparte al camarín y desembuché con un alivio helado:
-La verdad nos hace libres, Magui. Y ahora preferiría decirte en persona lo que vas a encontrar en el correo cuando llegues a la pensión.
-Qué pasó.
-Nada demasiado grave. Y quisiera aclararte de entrada que a mí siempre me dieron asco los viejos enganchadores de pendejas y no se lo perdoné ni a Salinger, que está casado por tercera vez con una mujer cincuenta años menor que él.
-Uau.
-Y lo que quería decirte es que aunque sea algo imposible, yo me casaría contigo mañana de mañana.
-Perdoná, Carvalhito -golpeó justo la elfa. -Tenés una llamada del padre Jorge en el celu de Nanda.
Y la Nena bajó un perfil tan infinitamente triste que me hubiera matado.
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