WALTER ACOSTA ENTREVISTADO POR ELENA SEGADE
CON TINTA Y CON SANGRE
Walter Acosta, autor del libro y la obra que se presentó en el Salón Dorado del Teatro Nacional Cervantes el miércoles 31 de marzo bajo los auspicios de la embajada uruguaya, lleva más de cuatro décadas de vida en el teatro. Inició sus estudios de arte escénico en El Galpón de Montevideo y luego fue actor de su elenco estable hasta 1962, fecha en que -sin abandonar su tarea de actor- fundó y dirigió en Uruguay el Teatro de los Comediantes.
En 1967, Acosta viaja a Inglaterra y allí permanece 23 años alternando su actividad entre la BBC de Londres y el teatro. Dirige, entre otros, a John Gielgud en La Tempestad, a Trevor Howard en El Rey Lear, a Kenneth Brannagh en Noche de Reyes, a Julie Christie en Tres hermanas y al propio Harold Pinter en su obra Una especie de Alaska. También monta en Londres Tres historias para ser contadas de Osvaldo Dragún, Prueba de fuego de Ugo Ulive, OK de Isaac Chocrón, y su adaptación escénica en inglés de El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez.
Vive luego en Suiza (Ginebra) donde dirige, entre otras obras, Antígona de Sófocles y Ha llegado un inspector de J. B. Priestley.
En el año 2000 Acosta decide ampliar su actividad para dedicar su tiempo a la escritura teatral. Un año después, su drama “molieresco” sobre Pinochet y Margaret Tatcher, Farsa del escorpión y la comadreja, obtiene en Cuba el Premio Casa de las Américas.
Desde entonces, Acosta ha escrito una decena de obras inspiradas en el visionario Diderot, la muerte alucinada de Pablo Podestá, Meyerhold ejecutado en Rusia, Lope de Vega como escritor y sacerdote transgresor, Onetti y sus fantasmas, y Miguel Hernández agonizando en las cárceles franquistas. A esto se agrega la llamada trilogía uruguaya en la que Acosta se ocupa de los años negros de Uruguay bajo la dictadura militar.
Ahora, al inspirarse en la Revolución de Mayo de 1810, su obra CON TINTA Y CON SANGRE confirma el particular interés que Acosta tiene en la Historia. Según el autor, esta nueva obra trata de estimular una reflexión sobre la lucha por el poder en medio de un aprendizaje forzado por circunstancias adversas y por el carácter de los protagonistas.
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CON TINTA Y CON SANGRE
Walter Acosta, autor del libro y la obra que se presentó en el Salón Dorado del Teatro Nacional Cervantes el miércoles 31 de marzo bajo los auspicios de la embajada uruguaya, lleva más de cuatro décadas de vida en el teatro. Inició sus estudios de arte escénico en El Galpón de Montevideo y luego fue actor de su elenco estable hasta 1962, fecha en que -sin abandonar su tarea de actor- fundó y dirigió en Uruguay el Teatro de los Comediantes.
En 1967, Acosta viaja a Inglaterra y allí permanece 23 años alternando su actividad entre la BBC de Londres y el teatro. Dirige, entre otros, a John Gielgud en La Tempestad, a Trevor Howard en El Rey Lear, a Kenneth Brannagh en Noche de Reyes, a Julie Christie en Tres hermanas y al propio Harold Pinter en su obra Una especie de Alaska. También monta en Londres Tres historias para ser contadas de Osvaldo Dragún, Prueba de fuego de Ugo Ulive, OK de Isaac Chocrón, y su adaptación escénica en inglés de El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez.
Vive luego en Suiza (Ginebra) donde dirige, entre otras obras, Antígona de Sófocles y Ha llegado un inspector de J. B. Priestley.
En el año 2000 Acosta decide ampliar su actividad para dedicar su tiempo a la escritura teatral. Un año después, su drama “molieresco” sobre Pinochet y Margaret Tatcher, Farsa del escorpión y la comadreja, obtiene en Cuba el Premio Casa de las Américas.
Desde entonces, Acosta ha escrito una decena de obras inspiradas en el visionario Diderot, la muerte alucinada de Pablo Podestá, Meyerhold ejecutado en Rusia, Lope de Vega como escritor y sacerdote transgresor, Onetti y sus fantasmas, y Miguel Hernández agonizando en las cárceles franquistas. A esto se agrega la llamada trilogía uruguaya en la que Acosta se ocupa de los años negros de Uruguay bajo la dictadura militar.
Ahora, al inspirarse en la Revolución de Mayo de 1810, su obra CON TINTA Y CON SANGRE confirma el particular interés que Acosta tiene en la Historia. Según el autor, esta nueva obra trata de estimular una reflexión sobre la lucha por el poder en medio de un aprendizaje forzado por circunstancias adversas y por el carácter de los protagonistas.
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Si recorremos temáticamente sus obras a partir del Premio Casa de las Américas que usted obtuvo en el año 2001, vemos que se ocupa primero de Pinochet y Margaret Thatcher, luego de Meyerhold y el régimen de Stalin, más tarde escribe una trilogía sobre los años negros de la dictadura uruguaya y, ahora, explora la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires. Su particular interés por la historia y la política es más que obvio.
Es que la política lo invade todo. Es así incluso en otras obras mías, porque cuando yo escribo sobre la muerte de Pablo Podestá en un sanatorio o cuando muestro a Lope de Vega ya ordenado sacerdote y víctima compulsiva de sus apetitos carnales, bien puede decirse que la política y la historia también están presentes en la peripecia de esos personajes con innegables influencias condicionantes.
Ahora, con esta obra suya, alusiva a la Revolución de Mayo en Buenos Aires, usted se concentra únicamente en los primeros sietes meses de gestión de la Junta. ¿Por qué?
Porque al final de ese corto pero intenso período germinal se produce una ruptura que compromete seriamente el destino de la gesta de Mayo. Me refiero a la renuncia del Secretario y Ministro de Guerra Mariano Moreno.
¿Qué ocurre entonces?
A partir de la instalación de la Junta el 25 de mayo de 1810, los siete primeros meses de su gestión se caracterizan por decisiones que debieron tomarse en circunstancias dramáticas y adversas. Ese período culminó con la confrontación entre Moreno y el Presidente de la Junta, Cornelio Saavedra. Fueron siete meses de ejercicio del poder y de aprendizaje forzado. La improvisación, la intransigencia, y el acoso de quienes conspiraron para defender sus privilegios perdidos, contribuyeron a obstaculizar el propósito final del movimiento emancipador, es decir, acabar con la dominación colonial de España. En las dificultades, los aciertos y los errores de los primeros desafíos encontré abundante material dramático.
¿Podría decirse que su obra tiene reminiscencias de la estructura utilizada por Brecht en Los días de la Comuna?
Aparte de los personajes históricos, Brecht recurrió a los hombres y mujeres de la calle para contar la epopeya francesa. Su caso no es el único. Salvadas las distancias, mi obra podría responder a un enfoque similar, sobre todo en los episodios tumultuosos de la gesta, es decir, la renuncia del Virrey Cisneros y el Cabildo Abierto, o en la utilización de dos juglares del pueblo que glosan la historia. Pero más allá de esos recursos y episodios, yo me concentro en los protagonistas de la Junta y en sus conductas. El carácter mercurial de Mariano Moreno acusaba una fuerte influencia jacobina de la Revolución Francesa. Saavedra, por su parte, militar de carrera y hasta cierto punto humanista, no podía exceder los límites de su naturaleza conservadora. Las posiciones de ambos terminaron por ser irreconciliables.
¿Por qué no se pudo evitar ese choque de personalidades?
Creo que ese choque pudo haberse evitado si otros integrantes de la Junta hubieran permanecido en Buenos Aires durante el período inicial del nuevo régimen. Me refiero principalmente a Manuel Belgrano y a Castelli. El notable diplomático y pensador que era Belgrano fue destinado a encabezar una expedición militar para la cual ni estaba preparado ni contaba con un verdadero ejército. Sólo mucho más tarde, Belgrano lograría demostrar y afirmar sus cualidades para la guerra. Castelli, otro brillante abogado, fue destinado a Córdoba y a Potosí, acabó convirtiéndose en “Comisario” de la Junta y brazo ejecutor de la muy polémica política del arcabuz para liquidar sumariamente a los enemigos de la revolución. La ausencia de Belgrano y de Castelli en Buenos Aires privó a Mariano Moreno de un apoyo fundamental, tanto para el manejo de los complejos problemas que se presentaban a la Junta como para moderar las pasiones que animaban al Secretario.
Los integrantes de la Junta, ¿tenían una visión clara de que estaban luchando por “la independencia”?
Pienso que todos no. Cuando estalló la Revolución de Mayo -más por fuerza de las circunstancias que por iniciativa propia- muchos de sus protagonistas estaban de alguna manera en el umbral de una real conciencia política sobre la importancia del hecho.
Los conceptos de autodeterminación, soberanía, independencia y nación, se fueron gestando y afirmando en Buenos Aires a lo largo del tiempo. Se ha dicho, y con razón, que aunque en la misma época hubo otros estallidos similares contra España en el resto de las colonias americanas, esos focos de rebelión no generaron un esfuerzo mancomunado de dimensiones continentales. No se supo o no se pudo superar las diferencias regionales ni aunar las voluntades en torno a una plataforma común. Cada proceso tuvo su propia dinámica. El sueño americano de Bolívar también iba a sufrir ese mismo estado de cosas.
La victoria en las Invasiones Inglesas en Buenos Aires fue un antecedente importante.
Sí, es cierto, pero el detonante es en realidad la invasión napoleónica que sacudió los cimientos de la corona española. Finalmente, cautivo Fernando Séptimo, el caos institucional que afecta a España entera alienta el reclamo de soberanía en las colonias. Debe subrayarse de cualquier forma que, una vez instalada la Junta, el gobierno criollo condenó de viva voz la invasión napoleónica pero se abstuvo durante bastante tiempo de declarar corporativamente y en términos inequívocos que lo que se buscaba era la emancipación total de España. Hubiera sido un grave error estratégico declararlo así, teniendo en cuenta que, a pesar de esa cautela, la Junta encontró seria resistencia en Montevideo y en varias provincias del Virreinato.
¿Hay algún mensaje en su obra?
Ninguno que yo haya buscado voluntariamente. Sin limitarse al rigor histórico de los hechos, la obra pretende mostrar el comienzo de una aventura colectiva donde los protagonistas están expuestos al vaivén de sus ideas, sus pasiones y sus contradicciones. La sola exposición de ese proceso podría estimular una reflexión intemporal sobre la lucha por el poder y la liberación. Podría también transferirla a la experiencia de nuestro tiempo, donde el juego de la política y su gravitación sobre el ciudadano común parece estar tan lejos de aquella experiencia fundacional. Depende exclusivamente del espectador o del lector de la obra.
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