DUILIO LURASCHI (Uruguay, 1963) ha producido ocho cuentarios: Vértigo (1955), El duelo (1996), El huésped (1999), Providencias (2000 / 2004), Las fieras (2002), Montenegro (2004) y La Frontera (2008), además de participar en los volúmenes colectivos El lado oscuro de la luna (1996) y La mirada escrita (2006).
Algunos de sus textos fueron recogidos en la antología Estación Pereira (2005) y estudiados en los cursos de literatura iberoamericana que dirigió el Prof. OLVER GILBERTO DE LEÓN en la Universidad de Paris-Sorbonne (Paris IV).
También ha sido incluido, en 2009, en el blog de elMontevideano / Laboratorio de Artes.
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La explosividad onírica de tus cuentos te emparenta con el trabajo de subsuelo realizado por Felisberto Hernández y Mario Levrero, para hablar de dos mojones señalizadores imprescindibles de nuestra narrativa. ¿Dejás fluir la conceptualidad hermética del inconsciente con la misma paciencia que tenían ellos o reestructurás el panorama con una racionalidad más programática?
Felisberto y Levrero son de mis narradores preferidos. Quizá lo que herede de ellos, sobre todo del primero, son las atmósferas y la mirada inocente.
Pero yendo al plano de lo inconsciente y lo racional, existen dos momentos muy precisos y distintos dentro del proceso de creación de mis cuentos. Una primera parte que podría decirse es el momento de inspiración, es ese momento que es el que es y no otro, donde desesperadamente busco un papel, una agenda, el margen de una página de un diario, y escribo esa idea, esa historia, esa descripción, eso que va saliendo muy rápidamente y es lo que siento, vivo, padezco o me gratifica. Como decía Onetti voy a la literatura como quien va hacia una amante. Luego existe otra etapa, posterior, en donde trabajo con el lenguaje. No para transformar lo escrito en algo agradable sino para limar ciertas asperezas propias de esa escritura desordenada y con desesperación. Y es allí donde elijo tal o cual palabra, no porque se vea mejor o más linda, sino porque debe ser ésa y no otra; es la que pide el texto.
¿Qué pensás de las obsesiones místicas que aparecen recurrentemente en tus tramas? Una vez me dijiste que no te considerabas religioso.
No me considero religioso porque no soy creyente, pero de una forma insistente el tema religioso resurge en mí. No tengo idea del momento en que nació esa pasión por lo místico y por las religiones, pero recuerdo charlas con personas mayores donde yo metía mi opinión, siendo niño de escuela y ya con lecturas arriba y pensamientos propios. Leí bastante sobre religión, los textos sagrados y la historia de las religiones. Eso quizá va unido a mi otra pasión que es la historia antigua y medieval. Pero también respeto la religiosidad popular tanto como a los exegetas, doctores y padres de de Iglesia.
Hay también, por supuesto, algo irracional, algo que me lleva hacia temas y sentimientos religiosos.
¿Cuál sería tu definición del éxito artístico? ¿Ser muy leído o peinar almas tristes? Las dos cosas no suelen coincidir.
El deseo de llegar a ser un best-seller no fue algo que interfirió nunca con mi escritura. Yo escribo lo que siento, lo que recuerdo -quizá- o lo que necesito decir, y eso es para el público adecuado, que si es mucho, mejor, pero no me quita el sueño las grandes ventas o la fama inmediata. Quizá soy un poco más ambicioso y me preocupe por saber si mis libros me van a sobrevivir y cómo se me leerá en unos años. Soy consciente que mi estilo no es un estilo para reunir grandes multitudes de lectores, pero es la forma que encontré para expresarme, y me da una gran libertad y profunda independencia, las que si me propusiera como meta el mercado se verían acotadas, amordazadas, travestidas.
¿En qué tenés fe?
Soy una persona de poca fe.
Confío en las esforzadas empresas solitarias y creo que la lucha diaria contra los cientos de obstáculos que se nos presentan conducirá a una forma de justicia o recompensa, que impartirá a cada quien el fruto de su siembra. Eso también en el plano literario.
Algunos de sus textos fueron recogidos en la antología Estación Pereira (2005) y estudiados en los cursos de literatura iberoamericana que dirigió el Prof. OLVER GILBERTO DE LEÓN en la Universidad de Paris-Sorbonne (Paris IV).
También ha sido incluido, en 2009, en el blog de elMontevideano / Laboratorio de Artes.
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La explosividad onírica de tus cuentos te emparenta con el trabajo de subsuelo realizado por Felisberto Hernández y Mario Levrero, para hablar de dos mojones señalizadores imprescindibles de nuestra narrativa. ¿Dejás fluir la conceptualidad hermética del inconsciente con la misma paciencia que tenían ellos o reestructurás el panorama con una racionalidad más programática?
Felisberto y Levrero son de mis narradores preferidos. Quizá lo que herede de ellos, sobre todo del primero, son las atmósferas y la mirada inocente.
Pero yendo al plano de lo inconsciente y lo racional, existen dos momentos muy precisos y distintos dentro del proceso de creación de mis cuentos. Una primera parte que podría decirse es el momento de inspiración, es ese momento que es el que es y no otro, donde desesperadamente busco un papel, una agenda, el margen de una página de un diario, y escribo esa idea, esa historia, esa descripción, eso que va saliendo muy rápidamente y es lo que siento, vivo, padezco o me gratifica. Como decía Onetti voy a la literatura como quien va hacia una amante. Luego existe otra etapa, posterior, en donde trabajo con el lenguaje. No para transformar lo escrito en algo agradable sino para limar ciertas asperezas propias de esa escritura desordenada y con desesperación. Y es allí donde elijo tal o cual palabra, no porque se vea mejor o más linda, sino porque debe ser ésa y no otra; es la que pide el texto.
¿Qué pensás de las obsesiones místicas que aparecen recurrentemente en tus tramas? Una vez me dijiste que no te considerabas religioso.
No me considero religioso porque no soy creyente, pero de una forma insistente el tema religioso resurge en mí. No tengo idea del momento en que nació esa pasión por lo místico y por las religiones, pero recuerdo charlas con personas mayores donde yo metía mi opinión, siendo niño de escuela y ya con lecturas arriba y pensamientos propios. Leí bastante sobre religión, los textos sagrados y la historia de las religiones. Eso quizá va unido a mi otra pasión que es la historia antigua y medieval. Pero también respeto la religiosidad popular tanto como a los exegetas, doctores y padres de de Iglesia.
Hay también, por supuesto, algo irracional, algo que me lleva hacia temas y sentimientos religiosos.
¿Cuál sería tu definición del éxito artístico? ¿Ser muy leído o peinar almas tristes? Las dos cosas no suelen coincidir.
El deseo de llegar a ser un best-seller no fue algo que interfirió nunca con mi escritura. Yo escribo lo que siento, lo que recuerdo -quizá- o lo que necesito decir, y eso es para el público adecuado, que si es mucho, mejor, pero no me quita el sueño las grandes ventas o la fama inmediata. Quizá soy un poco más ambicioso y me preocupe por saber si mis libros me van a sobrevivir y cómo se me leerá en unos años. Soy consciente que mi estilo no es un estilo para reunir grandes multitudes de lectores, pero es la forma que encontré para expresarme, y me da una gran libertad y profunda independencia, las que si me propusiera como meta el mercado se verían acotadas, amordazadas, travestidas.
¿En qué tenés fe?
Soy una persona de poca fe.
Confío en las esforzadas empresas solitarias y creo que la lucha diaria contra los cientos de obstáculos que se nos presentan conducirá a una forma de justicia o recompensa, que impartirá a cada quien el fruto de su siembra. Eso también en el plano literario.
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