VIGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
CAPÍTULO 6: DESTELLOS DE FUTURO (4)
El documento conclusivo de la Conferencia de Medellín -llegamos así a 1968- dedica a los laicos el séptimo capítulo (15). Allí se habla de los movimientos laicales en relación con el proceso de modernización de la sociedad latinoamericana. Por lo tanto, se valora una cierta especialización -se habla de funcionalidad- de la presencia de las organizaciones de los laicos (16). ¿De qué laicado se estaba hablando?
Del laicado que existía, la Acción Católica especializada: el MOAC para el mundo operario, el MIEC para el universitario, el MIC para el ámbito de los intelectuales. También estaban los empresarios de la Acción Católica, el Movimiento Familiar Cristiano, etc.
La Acción Católica indiferenciada ya no servía, había dado todo lo que podía dar. En una sociedad multisectorial como la sociedad industrial que se estaba configurando, se intentó adaptar la propuesta asociativa principal de la Iglesia a un ambiente más complejo que el agrario, cuyas bases eran predominantemente familiares. También se debe considerar que los obispos tenían una formación fundamentalmente parroquial, ligados al territorio. No viajaban mucho, no recibían desde Roma las solicitaciones que hoy reciben, el CELAM recién nacía o todavía no existía, no acostumbraban reunirse a nivel latinoamericano; recibieron de buen grado los movimientos especializados, como una respuesta que se adaptaba mejor a los cambios que se estaban dando, pero sin tener una idea precisa, global, de la revolución industrial, de las profundas transformaciones que se producían en América Latina.
¿Puede decirse que la Conferencia de Medellín promovía un laicado especializado, más adaptado a la sociedad que estaba cambiando?
No lo promueve activamente. Medellín es hija de este laicado y lo continúa, no inventa nada, adopta e impulsa lo que ya estaba en auge: justamente las Acciones Católicas especializadas. Los obispos no se plantearon el problema de innovar. La cuestión que tenían delante era adaptar la Iglesia en su complejidad a la situación singular de América Latina, un continente dividido, pobre, que al final de los años 60 ya no era mayoritariamente rural.
Demos un salto de once años, hasta llegar a la Conferencia de Puebla de los Ángeles, 1979. ¿Qué laicado auspician los obispos reunidos en esta tercera conferencia general? ¿Es diferente del asumido por la Iglesia en Medellín?
En Puebla ya no se habla de Acción Católica, ni general ni funcional, sino de comunidades eclesiales de base, las famosas CEB (17). En aquel momento estaban en su apogeo (18). Hundían sus raíces sobre todo en los sectores pobres: suburbios urbanos, favelas, ciudades satélites, conventillos, zonas marginales y periferias de toda clase… No por casualidad el ímpetu más fuerte lo tenía Brasil, un país en plena revolución industrial, y por lo tanto, atravesado por grandes fenómenos de inmigración interna, de urbanización acelerada, de crecimiento salvaje de las ciudades. No se preocupaba de crear servicios sociales decentes, o de hecho no los creaba.
Las comunidades de base nacen en estos lugares, alrededor de iglesias mal edificadas, barrios ilegales y sin servicios, tierras invadidas por masas de campesinos urbanizados. Allí actúan parroquialmente, es decir, quienes pertenecen a estas comunidades se hacen cargo de necesidades elementales como la casa, la electricidad, el agua potable, las cloacas y la higiene urbana en general. Las comunidades de base eran realidades muy dinámicas, que consideraban el territorio como asentamiento de familias.
Por lo demás, las comunidades eclesiales de base proliferan en un momento de suspensión de la dialéctica política normal -la dictadura militar de 1964-1985- y se convierten en un factor no inmediatamente partidista de reivindicación social allí donde los partidos no podían actuar.
En la Conferencia de Santo Domingo, quince años más tarde, se habla -creo por primera vez- de “nuevos movimientos apostólicos”. Se menciona todavía a las comunidades eclesiales de base, pero con menos optimismo, y hasta con cierta sospecha. En muchos debates y reflexiones se trata el tema con cautela, desconfianza, también con cierta alarma…
Estaban declinando. Santo Domingo habla todavía de las comunidades eclesiales de base ligándolas estrechamente al territorio, y en él especialmente a la parroquia (19), pero el tono es de preocupación. Se observan que muchas comunidades son “víctimas de manipulación ideológica o política”. En síntesis, se ratifica su validez pero se subrayan los riesgos y se advierte sobre la necesidad de definir los criterios de la eclesialidad. Por primera vez se redacta un capítulo sobre los movimientos apostólicos, pero sólo para decir que necesitan madurar (20).
Río de Janeiro, 1955: Acción Católica tradicional; Medellín, 1968: Acción Católica especializada; Puebla, 1979: comunidad eclesial de base; Santo Domingo, 1992, los todavía no bien definidos movimientos apostólicos.
En Santo Domingo se dio mucho espacio a la reflexión sobre la “cultura cristiana” y sobre la “acción educativa de la Iglesia”, pero se dedicaron pocas líneas a la universidad católica, solamente para decir que debe responder al desafío de realizar un proyecto cristiano de hombre (21).
¿A qué se debe la quasi extinción del laicado organizado?
A una evaluación insuficiente que le da el episcopado a la dinámica de la sociedad industrial y a la inserción de la Iglesia en ésta. No existe un pensamiento fuerte, iluminador, acerca de los cambios que suceden en la sociedad latinoamericana de los años 70 y 80. Está ausente en Medellín; Puebla lo señala como una exigencia pero no resuelve el tema.
¿Qué espacio tuvo el tema de la universidad en las conferencias de Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo? No se conocen elaboraciones al respecto.
En la Conferencia de Río de Janeiro no existe ninguna mención sobre la universidad. La única alusión se encuentra en la parte en que se recomienda vigilancia ante la difusión del protestantismo y de movimientos anticatólicos. Entre los movimientos anticatólicos la masonería es el más temido; en este punto se hacer referencia a la universidad como una institución que puede ayudar a la Iglesia en la defensa de sectas ocultas (22). Se recupera la universidad en clave de defensa.
En Medellín, hay algunos puntos que se pueden resumir en la recomendación dirigida solamente a la Universidad Católica de establecer un diálogo entre “saber científico” y “saber teológico” (23). En la voz “otros problemas”, se menciona la exigencia de promover un “sistema educativo verdaderamente crítico y constructivo”, sin más especificaciones. Luego se habla de la universidad y se la indica como “opción estratégica” de la Iglesia (24). Pero es una alusión aislada, no la preceden ni la suceden consideraciones de método.
Puebla añade a la opción preferencial por los pobres la de los jóvenes (25). Pero sorprende leer qué poco se los caracteriza y se los contextualiza en el ambiente escolástico y universitario.
¿A qué se debe esta escasa consideración de la universidad?
Al hecho de que la necesidad de una reflexión fue velada por la existencia de movimientos especializados. Estos últimos intentaban responder al conjunto de la sociedad industrial en formación; pero no se dirigían al corazón de la generación de las especializaciones mismas. No veían su génesis constructiva. Eran una respuesta a partir de los resultados, más que a partir de la fuente misma. Quedaba sin afrontar un problema de conocimiento, y por lo tanto sin resolver. El corazón unitario de una universidad se concentra en la fides y en la ratio, con la mediación de la poética.
Volvemos entonces a la constatación con la que partíamos: quedan cenizas de un laicado organizado.
Ni más ni menos, de vez en cuando se sopla sobre las cenizas y las brasas se reavivan. Pero hoy es así, quedan sólo cenizas.
CAPÍTULO 6: DESTELLOS DE FUTURO (4)
El documento conclusivo de la Conferencia de Medellín -llegamos así a 1968- dedica a los laicos el séptimo capítulo (15). Allí se habla de los movimientos laicales en relación con el proceso de modernización de la sociedad latinoamericana. Por lo tanto, se valora una cierta especialización -se habla de funcionalidad- de la presencia de las organizaciones de los laicos (16). ¿De qué laicado se estaba hablando?
Del laicado que existía, la Acción Católica especializada: el MOAC para el mundo operario, el MIEC para el universitario, el MIC para el ámbito de los intelectuales. También estaban los empresarios de la Acción Católica, el Movimiento Familiar Cristiano, etc.
La Acción Católica indiferenciada ya no servía, había dado todo lo que podía dar. En una sociedad multisectorial como la sociedad industrial que se estaba configurando, se intentó adaptar la propuesta asociativa principal de la Iglesia a un ambiente más complejo que el agrario, cuyas bases eran predominantemente familiares. También se debe considerar que los obispos tenían una formación fundamentalmente parroquial, ligados al territorio. No viajaban mucho, no recibían desde Roma las solicitaciones que hoy reciben, el CELAM recién nacía o todavía no existía, no acostumbraban reunirse a nivel latinoamericano; recibieron de buen grado los movimientos especializados, como una respuesta que se adaptaba mejor a los cambios que se estaban dando, pero sin tener una idea precisa, global, de la revolución industrial, de las profundas transformaciones que se producían en América Latina.
¿Puede decirse que la Conferencia de Medellín promovía un laicado especializado, más adaptado a la sociedad que estaba cambiando?
No lo promueve activamente. Medellín es hija de este laicado y lo continúa, no inventa nada, adopta e impulsa lo que ya estaba en auge: justamente las Acciones Católicas especializadas. Los obispos no se plantearon el problema de innovar. La cuestión que tenían delante era adaptar la Iglesia en su complejidad a la situación singular de América Latina, un continente dividido, pobre, que al final de los años 60 ya no era mayoritariamente rural.
Demos un salto de once años, hasta llegar a la Conferencia de Puebla de los Ángeles, 1979. ¿Qué laicado auspician los obispos reunidos en esta tercera conferencia general? ¿Es diferente del asumido por la Iglesia en Medellín?
En Puebla ya no se habla de Acción Católica, ni general ni funcional, sino de comunidades eclesiales de base, las famosas CEB (17). En aquel momento estaban en su apogeo (18). Hundían sus raíces sobre todo en los sectores pobres: suburbios urbanos, favelas, ciudades satélites, conventillos, zonas marginales y periferias de toda clase… No por casualidad el ímpetu más fuerte lo tenía Brasil, un país en plena revolución industrial, y por lo tanto, atravesado por grandes fenómenos de inmigración interna, de urbanización acelerada, de crecimiento salvaje de las ciudades. No se preocupaba de crear servicios sociales decentes, o de hecho no los creaba.
Las comunidades de base nacen en estos lugares, alrededor de iglesias mal edificadas, barrios ilegales y sin servicios, tierras invadidas por masas de campesinos urbanizados. Allí actúan parroquialmente, es decir, quienes pertenecen a estas comunidades se hacen cargo de necesidades elementales como la casa, la electricidad, el agua potable, las cloacas y la higiene urbana en general. Las comunidades de base eran realidades muy dinámicas, que consideraban el territorio como asentamiento de familias.
Por lo demás, las comunidades eclesiales de base proliferan en un momento de suspensión de la dialéctica política normal -la dictadura militar de 1964-1985- y se convierten en un factor no inmediatamente partidista de reivindicación social allí donde los partidos no podían actuar.
En la Conferencia de Santo Domingo, quince años más tarde, se habla -creo por primera vez- de “nuevos movimientos apostólicos”. Se menciona todavía a las comunidades eclesiales de base, pero con menos optimismo, y hasta con cierta sospecha. En muchos debates y reflexiones se trata el tema con cautela, desconfianza, también con cierta alarma…
Estaban declinando. Santo Domingo habla todavía de las comunidades eclesiales de base ligándolas estrechamente al territorio, y en él especialmente a la parroquia (19), pero el tono es de preocupación. Se observan que muchas comunidades son “víctimas de manipulación ideológica o política”. En síntesis, se ratifica su validez pero se subrayan los riesgos y se advierte sobre la necesidad de definir los criterios de la eclesialidad. Por primera vez se redacta un capítulo sobre los movimientos apostólicos, pero sólo para decir que necesitan madurar (20).
Río de Janeiro, 1955: Acción Católica tradicional; Medellín, 1968: Acción Católica especializada; Puebla, 1979: comunidad eclesial de base; Santo Domingo, 1992, los todavía no bien definidos movimientos apostólicos.
En Santo Domingo se dio mucho espacio a la reflexión sobre la “cultura cristiana” y sobre la “acción educativa de la Iglesia”, pero se dedicaron pocas líneas a la universidad católica, solamente para decir que debe responder al desafío de realizar un proyecto cristiano de hombre (21).
¿A qué se debe la quasi extinción del laicado organizado?
A una evaluación insuficiente que le da el episcopado a la dinámica de la sociedad industrial y a la inserción de la Iglesia en ésta. No existe un pensamiento fuerte, iluminador, acerca de los cambios que suceden en la sociedad latinoamericana de los años 70 y 80. Está ausente en Medellín; Puebla lo señala como una exigencia pero no resuelve el tema.
¿Qué espacio tuvo el tema de la universidad en las conferencias de Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo? No se conocen elaboraciones al respecto.
En la Conferencia de Río de Janeiro no existe ninguna mención sobre la universidad. La única alusión se encuentra en la parte en que se recomienda vigilancia ante la difusión del protestantismo y de movimientos anticatólicos. Entre los movimientos anticatólicos la masonería es el más temido; en este punto se hacer referencia a la universidad como una institución que puede ayudar a la Iglesia en la defensa de sectas ocultas (22). Se recupera la universidad en clave de defensa.
En Medellín, hay algunos puntos que se pueden resumir en la recomendación dirigida solamente a la Universidad Católica de establecer un diálogo entre “saber científico” y “saber teológico” (23). En la voz “otros problemas”, se menciona la exigencia de promover un “sistema educativo verdaderamente crítico y constructivo”, sin más especificaciones. Luego se habla de la universidad y se la indica como “opción estratégica” de la Iglesia (24). Pero es una alusión aislada, no la preceden ni la suceden consideraciones de método.
Puebla añade a la opción preferencial por los pobres la de los jóvenes (25). Pero sorprende leer qué poco se los caracteriza y se los contextualiza en el ambiente escolástico y universitario.
¿A qué se debe esta escasa consideración de la universidad?
Al hecho de que la necesidad de una reflexión fue velada por la existencia de movimientos especializados. Estos últimos intentaban responder al conjunto de la sociedad industrial en formación; pero no se dirigían al corazón de la generación de las especializaciones mismas. No veían su génesis constructiva. Eran una respuesta a partir de los resultados, más que a partir de la fuente misma. Quedaba sin afrontar un problema de conocimiento, y por lo tanto sin resolver. El corazón unitario de una universidad se concentra en la fides y en la ratio, con la mediación de la poética.
Volvemos entonces a la constatación con la que partíamos: quedan cenizas de un laicado organizado.
Ni más ni menos, de vez en cuando se sopla sobre las cenizas y las brasas se reavivan. Pero hoy es así, quedan sólo cenizas.
(continúa próximo jueves)
No hay comentarios:
Publicar un comentario