domingo

UN MEMORABLE DIÁLOGO CON MARTA GULARTE Y SU HIJO JORGINHO

(aparecido en El Popular el 17 de febrero de 1989)

TARZÁN EN ÁFRICA Y MANDELA EN HOLLYWOOD

Gustavo Goldman / Hugo Giovanetti Viola

(reportajes recuperados)

PRIMERA ENTREGA

Los entrevistamos el día antes de las llamadas. Un par de copas para los cronistas (que casi no hablaron) y un contrapunto entre madre e hijo que será difícilmente olvidado por el lector.

MANOS Y CABEZAS RAJADAS

¿Qué significa para Marta Gularte una llamada más? ¿La expectativa es la misma, después de tantos años? ¿Las llamadas son las mismas?

Marta: Para nosotros es un día muy significativo, el de las llamadas. Es, en parte, como dice mi versito: encuentro de mil caminos / donde se entrevera el pueblo / entre tambores y vino. Lo que más quiere uno es que sea una llamada donde intervengan tanto los que desfilan como el pueblo que viene a divertirse. Que sea un carnaval sin agresiones, con un poco de comprensión de lo que es la alegría.

El carnaval es una sátira: por lo tanto, ese día todos pueden divertirse y reírse. Si somos libres y hay tanta democracia como se dice, que se cumpla esa democracia. Para mí significa mucho esa palabra. Es libertad, libertad de acción.

El año pasado hubo problemas.

Marta: Hubo problemas, pero vaya a saber cómo fue la historia. En un país si no hay ley no hay orden, ¿entendiste? Pero a veces hay personas que dentro de la autoridad abusan un poco. Es común que en la llamada aparezca un personaje y la gente quiera mirar. Y si no podés mirarlo empujás un poquito, ¿no?

Ahora, si entre ese tumulto -que es normal- viene uno con un machete y se pone a repartir palos, no puede ser. Yo estoy de acuerdo en que la autoridad vigile el movimiento, como pasa en Río, donde el carnaval es tan abierto y tan amplio: participan millones de personas, lo ves por televisión y no ves un uniforme. Andan de particular. Porque fijate, yo soy mujer y alguno me mete una mano y estoy contenta y no digo nada, el milico está mirando y piensa bueno, no hay problema. Pero si viene otra señora y dice un momento, salga de aquí, siempre va a encontrar alguien que la ayude. Son cosas diferentes. Lo que no es justo es que traigas a tus hijos a divertirse y salgan con la cabeza rajada, pisoteados.

¿Cuál fue su primer carnaval? Desde entonces hasta ahora, ¿el entusiasmo popular ha crecido o decrecido, a su modo de ver?

Marta: Bueno, como empezar a divertirme empecé en el 45, pero oficialmente salí en el 49. Era la época en que se traían grandes orquestas de afuera: Pérez Prado, Ray Ventura, Los Lecuona Cuban Boys, Oscar Alemán, Ary Barroso, etc. Claro que esto tendría que haber surgido acá: no se precisan orquestas extranjeras para armar bailes. Denle de comer al artista uruguayo, abran teatros, escenarios nuevos y que la gente baile. La gente va a bailar.

Yo pienso que desde aquel entonces el entusiasmo ha decrecido porque le han ido prohibiendo al ser humano la libertad de poder divertirse. Tirabas una serpentina y venían y te decían: “Tch: para atrás, para atrás”. Lógico, la gente mayor ya estaba acostumbrada a ir por la calle acompañando a los carros y a las agrupaciones. Eso es carnaval, es el pueblo que sale a la calle, ese día vos te ponés una careta, y vos sos el portero, el almacenero o lo que se te dé la gana.

ESTE PÁJARO HOY ESTARÍA HABLANDO EN INGLÉS O EN TURCO

¿Fue usted la introductora de la “vedette” en el carnaval uruguayo?


Marta: Sí. A mí me parecía como que venía la tribu y no tenía una reina. Además, yo era vedette en ese momento: había trabajado en el teatro “Comedia” de Buenos Aires con la empresa de Carlos Petit y Francisco Petrelli, con Marrone, Tito Lusiardo y muchos otros. Entonces se me ocurrió poner alguien delante de la comparsa, representando a la mujer: elegir una linda negra, bien exuberante, que se destacara un poquito de las demás bailarinas.

Se le puso “vedette” porque yo era vedette, no por otra razón. Además, yo veía que las chiquilinas desfilaban con un vestido largo hasta abajo, ajustadito, con un voladito, y alpargatas y cintitas. Entonces fue que dije: “Por favor, así no. Vamos a ponernos taquitos, polleras cortas, volados, una manga sí y otra no”. Y también agregué movimientos de brazos, porque en aquel entonces se bailaba muy a lo africano, ¿sabés, Jorge? Y yo le puse una coreografía más adelantada, menos colonial. Junté esa bailarina de danzas africanas con lo que había venido haciendo: danza cubana, zapateo, de todo.

Ah sí, yo me la jugué. Yo estaba en Montevideo porque había perdido una niña chiquitita de meningitis. Por eso me vine de Chile. Si no, a mí no me hubieran visto el pelo jamás, porque iba arrancando para arriba. Este pájaro hoy estaría hablando en inglés o en turco, ¿entienden cómo es?

¿Y cómo surgió la idea de integrarse a una comparsa?

Marta: Eso surgió porque un día vino Pirulo y me invitó a poner unas coreografías en “Añoranzas”. Yo era muy amiga de la mamá de Pirulo y de Chichita y Coca, las hermanas. Chichita fue una gran bailarina y la Coca una gran candombera, la mejor. Bueno, entonces le contesté a Pirulo que si me pagaban no tenía problema. Yo siempre trabajé, pasara lo que pasara y fuera como fuera. Fijate que a los cuatro días de haber perdido la niña fui al cabaret. Porque había que vivir. Y triunfé, pese a todo mi dolor.

El artista es el artista, más allá de sus problemas personales. Yo lloré cuando perdí la niñita, y reflexioné. La había dado para que me la cuidaran, pero Dios me encargó a mí ese deber, no a la vecina de al lado. Entonces, cuando tuve a Jorge, que fue el segundo, aprendí, me quedé un tiempito con él (tenía el papá, lógico, que me ayudaba, ya fue otra cosa) y a los ocho meses empecé a trabajar: lo alimentaba bien, lo llenaba hasta arriba y lo dejaba trancado. Por eso Jorge me escribió una canción que se llama “Fermina”, donde cuenta cómo era yo, a los ojos de él. De día, la madre como me ves ahora. Mirá la cuerda: está llena de ropa, lavé todo eso. Y hace un momento estaba cocinando. Dentro de un rato me pegó un baño y entonces ahí sí, no me molesten, porque soy la vedette. ¿Entendiste?

Bueno, sigo contándote. Pirulo y la hermana le dieron mucha brillantez a la comparsa, aquel brillo de candombe puro y nato. Y alguien muy importante fue don Antonio Lungo, también: una mente joven, ágil, pensador de cosas lindas. Y así empezamos. Yo hablé en el cabaret y no tuve ningún problema y salí en “Añoranzas” como principal.

En ese momento yo usaba tacos muy altos, mucha pintura, y si agarrás fotos mías del 50 vas a ver que tenía unas tangas, unas cosas así, cuadradas, con tiras. Era muy avanzada. Y la gente se soltaba más que ahora, además. Claro, después vinieron épocas terribles. Como si hubiera pasado una manga de langostas. Se llevaron todo. Y quedaron los campos pelados. Ahora, mientras usted planta de nuevo, mientras eso florece y usted recoge todo aquello que ha sembrado, puede pasar bastante tiempo. Pero va a llegar.

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