jueves

La América Latina del Siglo XXI

VIGÉSIMA ENTREGA

CAPÍTULO 5: DEL ATEÍSMO MESIÁNICO AL ATEÍSMO LIBERTINO (II)

La alarma por la multiplicación de las sectas evangélicas comenzó a resonar en la Iglesia latinoamericana desde un determinado momento, quizás desde la III Conferencia General del Episcopado en Puebla.

En verdad, desde antes. En la Conferencia de Río de Janeiro, treinta años antes de Puebla, se aludía al protestantismo y a los distintos movimientos hostiles al catolicismo que se empezaban a ver en varios países (8). Luego, la atención de los participantes se desplazó hacia el espiritismo y la superstición (9). La segunda reunión plenaria de la Conferencia de Medellín se enfrentó con el gran desafío de “la injusticia que grita al cielo” (10) y el tema de la violencia, sobre el cual se pronunció con sorprendente claridad (11). Sólo en forma marginal trató los temas de los nuevos movimientos religiosos evangélicos. Puebla sí; la Conferencia trata las sectas en el tercer capítulo, reservado a “La realidad eclesial de hoy en América Latina”. Con aguda autocrítica, los obispos notan que un cierto relativismo religioso favoreció la radicación de las sectas evangélicas (12). La alarma fue muy fuerte luego, en Santo Domingo, hasta en el discurso de apertura pronunciado por el Papa Juan Pablo II. Se dedica entonces un capítulo entero a las sectas fundamentalistas, donde se intenta clasificarlas, individualizar sus orígenes y dinámica interna, captar los distintos grados de peligrosidad (13).

Después de esto no hubo prácticamente reuniones de organismos eclesiales latinoamericanos -incluso de niveles menos comprometidos que las Conferencias Generales- no hubo documento o síntesis que no reprodujera la alarma frente a las sectas evangélicas. Todavía hoy sigue siendo el tema dominante en tantas reuniones de obispos. Parecería que los nuevos movimientos religiosos de matriz evangélica hubieran sustituido al marxismo mesiánico en la jerarquía de adversarios de la Iglesia latinoamericana. ¿Cree usted que el fenómeno evangélico sectario merece esta preeminencia?

Merece alarma y atención, pero en la medida que sustituye al enemigo principal, el fenómeno de las sectas termina por ser sobrevaluado.

Es interesante notar que las sectas evangélicas reclutan y se expanden sobre todo en los sectores medio, bajo e indigente. Justamente donde se difunde, a su vez, el ateísmo libertino. Son una manifestación dependiente, no primaria. O al menos cumplen también este rol complementario. En cierto sentido, las sectas son una reacción contra la amenaza de la droga y la pornografía. La gente que va a “Pare de sufrir” (14), lucha contra estas cosas y lo dice abiertamente. Las sectas se expanden porque son una forma de lucha contra lo que se expande más, justamente, el ateísmo libertino, con mayor virulencia. Éste también tiene, para las clases indigentes, la máxima suprema “pare de sufrir” que se traduce en la búsqueda del goce sensual frustrado. Las sectas buscan, por el contrario, el amor de Dios y lo proclaman como una especie de medicina infalible.

La vulgarización del ateísmo libertino, su omnipresencia, colabora con la paralela expansión de las sectas. Lo que domina al mundo es esto; es necesario tener conciencia y no perderlo de vista.

Entonces, ¿es un error hacer de las sectas el principal adversario de la Iglesia?

No hay que subestimar su peligrosidad. Incluso se necesitarían algunos estudios más rigurosos que los que se han hecho hasta ahora. Nos daríamos cuenta de que las sectas son mucho más tributarias de la pretensión iluminista de medir el Misterio, de poseer a Dios, de cuanto se piensa. Pero hoy -no quiero decir que siempre haya sido así- las sectas asumen un rol de redención de los estratos más expuestos como víctimas de la sociedad de consumo. Son como un remedio: se expanden por donde el ateísmo libertino genera más destrucción o, desde otro punto de vista, por donde tiene más éxito.

La devastación operada por el ateísmo libertino sobre los sectores más indigentes de América Latina induce a una respuesta que sustituya este fracaso. El ateísmo libertino sigue avanzando y es esto lo que no hay que perder de vista. El límite a su avance puede ponerlo solamente quien sabe captar esta instancia profunda.

¿Qué quiere decir?

Se puede decir también así: las sectas retroceden y mueren en el umbral de la universidad, es decir, de un pensamiento consciente de la totalidad. Los grupos evangélicos generalmente agudizan un aspecto del protestantismo: la falta de conciencia histórica; mientras que una fe consciente es siempre histórica, es conciencia de la encarnación, de la presencia salvadora de Cristo en la historia de la Iglesia como pueblo en camino. La universidad es lugar privilegiado para la maduración de tal conciencia universal e histórica.

Dice que el mundo de las sectas es a-histórico, que viven un puro presente contingente. ¿Qué significa? ¿Que no tienen futuro?

Una cosa no es idéntica a la otra. De hecho, sobreviven multiplicándose, desaparecen y reaparecen, se diluyen y se vuelven a formar con otros pastores y otros profetas. Su presencia no practica una inteligencia del tiempo histórico; no personalizan y no cumplen una lectura de los signos de los tiempos, un análisis de conjunto, indispensable hoy más que nunca. Las sectas difícilmente conducen a una maduración estable. Son un lugar altamente transitorio, de pasaje. Realizan una erotización del ágape; el erotismo busca el éxito a través del eros; las sectas, a través del ágape; algunas filosofías orientales, mediante el aniquilamiento del deseo.

¿Qué tienen que ver las filosofías orientales con las sectas?

Son simultáneas a este ateísmo del que estamos hablando, incluso temporalmente. Más aún: no es una casualidad. Buda es la contratara de Sade: la supresión del deseo, la disciplina que controla las aspiraciones, la impasibilidad, la no pasión. Mientras Sade es la exacerbación infinita del deseo, Buda es la eliminación del deseo, el Nirvana. La exacerbación del deseo genera las antípodas: el control y el exorcismo del deseo.

Buda es un príncipe, un aristócrata, un Don Juan hindú si queremos, que llevó una vida de placeres en su juventud. Hasta que un día tomó conciencia de que esto generaba sufrimiento. La finitud del placer generaba un vacío angustiante, terminaba en sufrimiento. Así que Buda genera una disciplina espiritual para erradicar el sufrimiento, es decir, el deseo. Sin deseo, no hay sufrimiento.

Las prácticas budistas están orientadas a la eliminación de sí mismo como sujeto de deseos, para alcanzar la quietud, con una suave sonrisa irónica, señorial. En el fondo, el budismo es una ética “de señor”, nacida en el mundo de las castas guerreras, de las aristocracias hindúes, no entre los brahmanes. Los hombres guerreros debían someterse a un entrenamiento profundo, hasta llegar al dominio sobre la muerte. Desaparecido el deseo, desaparece la muerte.

En nuestra época Sade y Buda se sostienen mutuamente. He escrito un artículo en el 95 (15) donde decía que Buda era la otra cara de Sade, pero no percibía qué los unificaba.

¿Es una genealogía percibida por la Iglesia latinoamericana?

Como una sensación dispersa, no tipificada con claridad, no delineada en su perfil de fondo. Personalmente, creo que vendrá una época de gran sincretismo. La “aldea global” tiene necesidad de una religión que asuma el conjunto de las tradiciones religiosas mundiales.

Retomemos el razonamiento principal: finaliza el ateísmo mesiánico en su vertiente histórica marxista y se afirma el ateísmo libertino.

El ateísmo libertino, en esencia, es lo contrario del ateísmo mesiánico. Éste busca y persigue la transformación de la Tierra, supone que instaurará la reconciliación entre los hombres, la libertad, la amistad en el seno de la historia del mundo; el ateísmo libertino es indiferente a la justicia universal, crítico con ese particular criticismo que no cree en nada, empeñado en la búsqueda del placer como mero placer.

En este sentido el ateísmo libertino es aliado de un poder de conservación, parasitario del statu quo que tiende a confirmar. Augusto del Noce lo vaticinó ya hace un cuarto de siglo, cuando sostuvo que la sociedad de consumo tecnológica digería el marxismo vaciándolo de su contenido mesiánico. Este es el modo en que veíamos transformarse al marxismo -en su actuación histórica- en un momento de la construcción de la sociedad tecnológica y opulenta. Y así sucedió.

¿Piensa que la sociedad latinoamericana de hoy se puede interpretar a la luz de Sade?

No estoy diciendo que la sociedad sea “sadista”; pero Sade es un paradigma en el que se lleva al límite una serie de comportamientos que sólo se comprenden a la luz de esta lógica extrema.

¿En qué comportamientos está pensando?

En la incapacidad de aceptar el sacrificio, por ejemplo, tan difundida en nuestros días. El sadismo siente el sacrificio -que en última instancia es dar la vida por el otro- como algo contradictorio. Para Sade la creación es una esencial autodestrucción permanente. El ateo libertino común pone el acento en el placer; Sade va más allá: el placer es un momento de aniquilamiento de la creación.

Acaba de decir que el ateísmo libertino es lo contrario del ateísmo mesiánico…

Ateísmo mesiánico y ateísmo libertino son dos polos antitéticos del ateísmo, se oponen y se atraen mutuamente. En un momento de su historia también el marxismo tuvo la tentación del amor libre, que luego rechazó. Brzezinski también entiende al ateísmo libertino que generan las sociedades opulentas, acuñando la imagen de la “cornucopia permisiva” de la que ya hemos hablado: cuando parece que la democracia liberal norteamericana va a realizar su victoriosa expansión universal, es entonces que se dilata contemporáneamente algo que estaba en su interior y la devora.

Augusto del Noce fue más allá. Mostró la otra cara de la crisis descripta por Brzezinski: que la decadencia del ateísmo mesiánico -al perder éste su finalidad- se convierte, al mismo tiempo, en el final de la utopía coercitiva y se continúa en la sociedad opulenta, como materialismo vulgar. Marx pensaba que la ideología natural de la burguesía fuera el materialismo vulgar; Del Noce afirma que la crisis del marxismo genera dos ramas: el materialismo dialéctico por una parte, revolucionario y mesiánico, y el vulgar de la sociedad victoriosa por el otro, que lleva la irreligiosidad a un grado máximo. La reflexión de Del Noce sobre el ateísmo en la post-modernidad aporta un fundamento sistemático y filosófico a la percepción casi solamente política de Brzezinski, quien sostiene que en el instante de la victoria de la democracia liberal se erosiona la base en la que se sostienen los derechos humanos.

(continúa próximo jueves)

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