jueves

La América Latina del Siglo XXI

DECIMOQUINTA ENTREGA

CAPÍTULO 4: EL MOSAICO SE COMPONE (I)

COMIENZO IDEAL DEL PROCESO DE INTEGRACIÓN: LOS ADELANTADOS / LOS COMIENZOS REALES DEL ABC (ARGENTINA-BRASIL-CHILE) A LA COMUNIDAD SUDAMERICANA DE LAS NACIONES / IDAS Y VENIDAS EN EL CAMINO HACIA LA UNIDAD / LAS PRINCIPALES ETAPAS / ALIADOS Y ADVERSARIOS DE LA INTEGRACIÓN / EL MODELO EUROPEO, ESTADOUNIDENSE, LATINOAMERICANO: LÍMITES Y ORIGINALIDAD DEL CASO SUDAMERICANO / LA IGLESIA Y LA UNIDAD DE AMÉRICA LATINA / EL ISLAM VISTO DESDE EL SUR

De la globalización a la integración: o mejor, en la globalización, la integración. De hecho, al observar la historia reciente de América Latina, estos se perciben como dos movimientos estrechamente unidos, sincrónicos en su marcha hacia el futuro.

Es más preciso hablar de un movimiento de unificación, que comienza a dar los primeros pasos después de la fragmentación posterior a los procesos de independencia nacionales de los que hemos hablado.

América Latina se agrupa en torno a dos núcleos: el imperio español, con sus virreinatos y capitanías, y el imperio portugués con su virreinato, luego reino del Brasil junto a Portugal. La independencia coincide con la subdivisión de la parte española -que comienza a fraccionarse hasta conformar los veinte países que hoy conocemos- cuyos fragmentos más importantes son: México en el norte y la Argentina y Colombia en el sur.

Un elemento característico de este proceso de fragmentación es el conformarse de lo que el chileno Pedro Morandé llamó la “polis oligárquica” (1), es decir los “estados-ciudad” que ejercían el control en los enormes hinterland, generalmente poco habitados y con mínima intercomunicación. Estas polis estaban estrechamente vinculadas a un centro externo (el Imperio Británico en el caso de América del Sur, hacia el que comenzó a acumular una deuda externa formidable) mientras que, en cambio, no estaban o estaban muy poco comunicadas entre ellas.

Por lo tanto, si Castilla y Portugal están en el origen de la América Latina moderna independiente Gran Bretaña está en lo económico y, en el terreno cultural, Francia. Sintetizando mucho, diría que el modelo-base al que se refieren y del que obtienen inspiración nuestras jóvenes naciones independientes al asentarse es la Tercera República Francesa. Eso, en el último tercio del siglo XIX.

En este contexto, y confirmando la fragmentación de nuestros países, nuestros estados-ciudad en un primer momento tienden a imitar la forma de los estados-nación consolidados en Europa. Se copian incisamente las constituciones europeas. Era un progreso manuscrito. Pero si bien en la primera mitad del siglo XX la idea de estado-nación alcanza su apogeo, en la segunda comienza a modificarse y aparece en el horizonte operativo la idea inédita de una América Latina integrada. Hasta que se forma el núcleo fundamental de la unificación de América del Sur, que a mi juicio podía lograrse sólo en la alianza argentino-brasileña (2). Esta alianza puso en marcha la actual proliferación de acuerdos en la región, que comenzó en 1991.

Hasta este momento se refirió a la globalización en términos positivos, como un proceso de perfeccionamiento de las antiguas ecúmenes; positivo para las sociedades latinoamericanas, y positivo para la Iglesia, intrínsecamente globalizadora. Sin embargo, ahora está hablando de bloques de integración regional. ¿No se contradicen estos dos movimientos, globalización e integración?

No, porque la integración es el único modo de participar en la globalización, el único para poder entrar verdaderamente en el concierto mundial de las potencias contemporáneas sin ser aplastados (3).

Me parece entender que la lógica de su discurso desemboca en el proceso de integración entre Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay: el Mercado Común del Sur, MERCOSUR.

Pero el punto de pasaje es anterior. La idea de integración está en el programa de varios partidos desde Haya de la Torre en adelante. A partir de allí deja de ser una cuestión fundamentalmente juvenil, algo utópica, y toma connotaciones de un proyecto político efectivo.

Juan Domingo Perón, en 1951, propondrá a Getulio Vargas y a Carlos Ibáñez del Campo un nuevo ABC (son las iniciales de los tres países involucrados: Argentina-Brasil-Chile) concebido como un trampolín hacia los “Estados Unidos de América del Sur”, como lo llamaba el presidente argentino (4). El centro de aglutinación de América del Sur, en el razonamiento de Perón, era la alianza entre Argentina y Brasil. Alrededor de este núcleo duro podría realizarse la confluencia del conjunto.

Con estos rasgos se prefigura el actual MERCOSUR.

Un hecho de alcance histórico, dice usted.

El nacimiento del MERCOSUR es una novedad en la historia del continente, más de lo que imaginaron, incluso sus mismos actores, en aquel momento. El Mercado Común del Sur representa el movimiento inverso al proceso de fragmentación al que me he referido.

Si se observa el mapa, se ve rápidamente que en la inmensa y dispersa América del Sur, la única frontera viviente de Castilla y Portugal era la vasta “cuenca” del Plata. El resto, el gran arco amazónico, está todavía en formación, y por lo tanto representa más un confín abstracto que una frontera real. Sus fronteras reales están naciendo.

Volvamos al proceso de integración, actualmente en curso, entre los cuatro países sudamericanos. ¿Usted lo sitúa en el pensamiento ideal que comienza con lo que ha llamado la generación del 900?

Sin duda. El proceso de integración retoma, persigue y perfecciona las intuiciones de aquella generación. Continúa la tarea inconclusa de Bolívar, San Martín y Artigas. Ellos acuñan la idea de la Patria Grande en contraposición con las pequeñas patrias, cuyo destino inexorable sería el de empequeñecerse cada vez más.

Las iniciativas más importantes desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy son los esfuerzos, más o menos frustrados, de llevar a cabo una mayor integración. Se intenta de una manera y se falla, se intenta de otra y se logra algo, luego se entra en una fase de cansancio, luego se retoma el camino, y así se sigue, dentro de un alternarse de resultados contradictorios que, mirados superficialmente, podrían desilusionar.

Es un “interregno”, un período de transición entre el antiguo aislamiento en el que cada uno se recluía en su casa, y el intento necesario, de reunir las varias casas para ser una voz fuerte, que se escuche y que tenga peso en la historia común.

¿Usted no tiene dudas de que el camino de la historia latinoamericana conduzca hacia la integración, hacia la unidad del continente?

No, no tengo dudas.

¿Por qué está tan seguro…?

…Porque ello obedece a una profunda lógica de nuestra realidad…

¿…De que la integración sea benéfica para el conjunto de estas naciones?

Esto está por verse. Dependerá del perfil que asuma el proceso de integración. La unificación de América del Sur puede obedecer a tres tipologías distintas: la de ser un continente unificado a partir de los intereses de los Estados Unidos, la de serlo a partir de la hegemonía de Brasil sobre América del Sur, o la de unificarse teniendo como centro una equilibrada integración del área hispano y portuguesa mestizas sudamericanas.

En el primer caso, el continente asumiría el aspecto de un gigantesco Puerto Rico; en el segundo asistiríamos a un camino hecho de avances y retrocesos, en una lucha perpetua entre potencias que aspiran a ser continentales. Además un hegemonismo brasileño consolidaría la intervención de otros poderes extra-latinoamericanos. Sería un modo de mantener la actual disgregación. Sólo la tercera vía de equiparación entre el conjunto hispanoamericano y el brasileño, llevaría a la comunidad nacional sudamericana.

¿Y en cambio?

Es la tercera posibilidad. La viabilidad del proyecto de integración tiene necesidad de dos mitades equivalentes; sólo así será posible una fusión real. La alianza argentino-brasileña muestra, por una parte, al país hispanoparlante de mayor importancia, y por otra, al único país lusoparlante del continente. Por eso la Argentina, mucho más que el Brasil, tiene necesidad no sólo de una buena estrategia en la alianza con su partner principal, sino también de una sabia y realista estrategia con los otros ocho países de lengua española. Es la única forma en la que la Argentina puede representar un poder equivalente al brasileño. Sin una paridad real sería difícil construir una integración duradera.

Los países de América del Sur deben ser conscientes de que sus destinos están ligados a su equivalencia; una política inteligente apuntaría a sostener esta alianza argentino-brasileña para sostenerse a sí mismos. La objetivación más significativa es que lo hispanoamericano concentre su equivalencia en Argentina. De esto era consciente Perón, pero en su país, nadie más se le ha equiparado. Por ejemplo, la política de fondo de Uruguay, el país más pequeño del MERCOSUR, debe ser la equidistancia entre Brasil y Argentina, pero para ser equidistante, Uruguay debería estar un poco más cerca de Argentina que de Brasil. A mi parecer, esta es una regla general para todos los países sudamericanos, que de otro modo quedarían en una posición de clara inferioridad con respecto a Brasil y, por lo tanto, no podrían realizar una integración con bases sólidas y duraderas.


(continúa próximo jueves)

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