20 LOS LOCOS / LA PALOMA
Isabelino Pena y Díaz Grey saludaron con un gesto a Marcos Bergner y a Tito Perotti mientras Jorge Malabia clavaba la pala en una franja arenosa que separaba a los naranjos de la verja llena de glicinas y le advertía al quintero:
-El pozo lo hago yo solo pero vos lo tapás antes de que amanezca. Así que no chupes más.
El peón se llama Mingo y puede tener cuarenta o sesenta años borrachos desde siempre: los padres de Blue Eyes veranean en Villa Petrus y el enorme fondo aplastado por las estrellas huele como un baldío.
-Acabo de cruzarme con doña Glyde y Ana María en el Camino de las Tropas -le pasó la petaca Marcos a Tito: -Iban a ver a Higinia en la jardinera. Se está muriendo en Enduro y las mandó llamar.
Entonces miro al doctor pero encuentro la luz del parrillero bloqueándole los lentes y me erizo pensando en Lux y en el horror del Hugo.
-Vos rodaste por tu culpa / y no fue inocentemente / berretines de bacana / que tenías en la mente -filosofó acomodándose la golilla jolivudense Tito Perotti: -La parda Higinia. Qué preciosidad.
-Qué lo parió. Este terreno es una mierda -se saca la camisa Jorge y sigue hundiendo la pala a tacazos y amontonando arena sobre el óvalo del farol a mantilla que sombrean las palomas alborotadas: -Tres años sin tenis y sin remo y estoy más oxidado que los notables del Club del Progreso. Con todo respeto, doctor.
-Por lo menos no precisa bastón -sopló el humo con la angustia clavada en las Tres Marías el hombre de elegancia perpetua: -Me imagino que lo habrá enterrado bastante hondo para que no lo profanara la perrada.
-Lo que se llama una sepultura misericordiosa -sacude la melena y eructa con alevosía Superman Bergner: -Sin cruz, pero cristiana.
-Así que Higinia también vino a reventar a Santa María -pareció comentarle nada más que a su barriga el padrino de Anita.
-El paraíso tan temido -se agarra los riñones Blue Eyes y me acuerdo del Caballero de la Rosa amontonando flores para agradecer el reconocimiento de su última pureza: -Los que vuelven están más locos que nosotros.
Cuando sonaron las doce campanadas en la plaza Orión ya no se veía y Jorge se acalambró y terminó tirando los guantes y la linterna desde el fondo del pozo.
-Aquí no queda ni un hueso ni un cuerno ni una pezuña del cabrón. Te voy a matar, Mingo: esto fue culpa tuya.
El quintero retrocede y cae sentado contra las glicinas mientras Marcos se arrodilla estirando los brazos al borde de la polvareda fosforecente y chista con cariño:
-Arriba, pibe. Y mirá que se anula la apuesta porque me convenciste de que enterraste a Jerónimo. Pero alguien lo robó.
-Qué cagada -sonrió babosamente Tito: -El Hugo se llevó los huesos pal puchero, nomás.
-Bueno -recoge el pañuelo que puso sobre el banco de cemento hecho para comer asados Díaz Grey: -Yo lo lamento mucho y juro por el pater Brausen que nunca más publico nada.
-¿Y qué hacemos con el misterio? -rechazó la ayuda del grandote Blue Eyes y se cayó dos veces antes de emerger juvenilizado por el enchastre playero.
-Contrate un detective -levanta el bastón el médico hacia la platería infinita: -Aunque el misterio es el problema más grande de la humanidad.
-Es que el único enfermo que pudo haber hecho esto fue el Hugo. ¿Y vos cómo no lo viste, perro de mierda? -amagó patear a Mingo el muchacho-hombre chorreante: -¿O me van a convencer de que el orejudo tiene cerebro para mamarte primero y después escarbar y tapar y cargar la jardinera sin que nadie lo vea?
-Las torturas dejáselas a los matones de Rufianeli -hace rebrillar la petaca el grandote y se la ofrece al quintero, que no atina a soltarse la boina y babea un desamparo más hondo que el de un perro.
Entonces se desató un inconfundible tremolar de alas en cruz y vieron subir una paloma blanquísima desde la tumba y atravesar el monte de naranjos para incrustarse en el cobalto pálido.
-Estos bichos viven cagando todo y metiéndose en todo y después dicen que representan al Espíritu Santo -le acepta whisky Jorge Malabia a Marcos Bergner: -Y pensar que los cuentos de milagros que eructan los Favieri se inventaron usando estas casualidades.
21 EL DEGÜELLO Y EL ROBO / LA PELOTA
Isabelino Pena gritó:
-Te dije que te fueras, carajo.
Estoy soñando con In my life, una canción de los Beatles que mi hijo adoraba: y cuando reconozco como mi mejor recuerdo el rostro de la muchacha que me ofreció la primera visión perfecta de mi alma se superpone la belleza de mi madre muy joven y pego un salto horrible.
-Voy -se sentó en la cama el viejito después que le aporrearon varias veces la puerta y corrió a abrir vestido con una bermuda negriazul y la camisa chorreada por el jugo del pulpón.
-Perdone la hora, don Pena -entra sin pedir permiso Jorge Malabia.
-Qué pasó.
-Degollaron al Hugo y robaron al chivo.
El detective metió la cabeza abajo de la canilla de la mesada y prendió maquinalmente el primus:
-Qué horas son.
-Están por las dar las ocho -le distingo nada más que la nariz cadavérica y los pinchos broncíneos de la barba mientras abre la persiana y apelotona una caja de Lucky Strike y busca otra en el vaquero: -Lo encontró el Tito después que terminamos de timbear en el yate, muy de madrugada. No estábamos tan borrachos. Pero al gordo le dio un ataque místico y empezó a acordarse de cuando tomamos la comunión y dijo que precisaba ver a Lux y me pidió que lo acompañara al Cristo obrero y yo no le di bola.
Isabelino Pena preparó el mate y espantó el humo tosiendo:
-Abrí un poco la ventana. ¿Dónde está Ana María?
-Ya las traje de Enduro. Tito vino a despertarme después que hizo la denuncia y yo no quise ni ver, pero parece que al Hugo lo habían degollado un rato antes porque la cuchilla todavía goteaba. Y en el camino a la Colonia hay pintadas frescas que dicen PAZ Y UNIDAD y TODOS AL ASTILLERO.
-¿Y Marcos?
-No tengo idea. Últimamente duerme la mona tirado donde caiga y el Impala no está en el club. Merecería escracharse contra un caballo o que se lo llevara puesto un tren, pero no tiene suerte. Ah, me olvidaba: a Díaz Grey lo llamaron a meter el hocico en la autopsia porque el notabilísimo no puede quedar afuera de nada digno de ser noticia. Y a Ana María le robaron el vestido de comunión. La plata la tenía doña Glyde arriba, por supuesto.
-Le robaron el vestido.
Y durante las ocho campanadas que se eternizan en la plaza me encorvo para besar la bombilla porque siento que en lugar de brazos tengo caños de hielo.
-Lo quiero contratar para que investigue la maldición de los chivos, don Pena -casi sonrió Blue Eyes: -¿Cuánto cobra?
-Carísimo. Preciso que tengas fe. Las milicias de la evolución hacen lo que hay que hacer para que el dueño de la perfección conquiste otra morada.
No me doy cuenta si Jorge se agacha aplastándose el oro sucio de las entradas para no cagarse de risa o para no llorar, pero advierto:
-Si pensás que la fe se te acabó cuando le diste la orden al Señor de que desemputeciera a Rita vas muerto. Los milagros los ofrece el Señor pero los hacemos nosotros. Sin que nadie dé órdenes.
-Lástima que no conoció al padre Bergner -se despatarró en la cama muy revuelta de la pensión el tío de Ana María Malabia: -Hablaba como usted: en marciano. Y siempre se las arreglaba para hacerme sentir que el que tenía razón era él.
-Eso es porque la razón la tenemos nosotros: las milicias. Y me tuteás o te vas.
-¿Pero qué precisás además de fe?
-Transporte. Un chofer fijo. ¿Dónde van a velar al Hugo?
-En el establo.
-¿Sabés jugar al fútbol?
-No tanto como al tenis, pero nací con calidad.
-Y modestia. Bueno, la fe es igual a una pelota de esas que aguantan los pibes sin dejar caer al suelo: con las dos piernas y las dos rodillas y la cabeza y hasta la nuca.
-Gané varios concursos. Y una vez llegué al 777.
-Gran número. Lástima que los dueños de la culturita nunca les enseñen que si te perfeccionás en serio un día la globa queda flotando y entendés la verdad.
Isabelino Pena y Díaz Grey saludaron con un gesto a Marcos Bergner y a Tito Perotti mientras Jorge Malabia clavaba la pala en una franja arenosa que separaba a los naranjos de la verja llena de glicinas y le advertía al quintero:
-El pozo lo hago yo solo pero vos lo tapás antes de que amanezca. Así que no chupes más.
El peón se llama Mingo y puede tener cuarenta o sesenta años borrachos desde siempre: los padres de Blue Eyes veranean en Villa Petrus y el enorme fondo aplastado por las estrellas huele como un baldío.
-Acabo de cruzarme con doña Glyde y Ana María en el Camino de las Tropas -le pasó la petaca Marcos a Tito: -Iban a ver a Higinia en la jardinera. Se está muriendo en Enduro y las mandó llamar.
Entonces miro al doctor pero encuentro la luz del parrillero bloqueándole los lentes y me erizo pensando en Lux y en el horror del Hugo.
-Vos rodaste por tu culpa / y no fue inocentemente / berretines de bacana / que tenías en la mente -filosofó acomodándose la golilla jolivudense Tito Perotti: -La parda Higinia. Qué preciosidad.
-Qué lo parió. Este terreno es una mierda -se saca la camisa Jorge y sigue hundiendo la pala a tacazos y amontonando arena sobre el óvalo del farol a mantilla que sombrean las palomas alborotadas: -Tres años sin tenis y sin remo y estoy más oxidado que los notables del Club del Progreso. Con todo respeto, doctor.
-Por lo menos no precisa bastón -sopló el humo con la angustia clavada en las Tres Marías el hombre de elegancia perpetua: -Me imagino que lo habrá enterrado bastante hondo para que no lo profanara la perrada.
-Lo que se llama una sepultura misericordiosa -sacude la melena y eructa con alevosía Superman Bergner: -Sin cruz, pero cristiana.
-Así que Higinia también vino a reventar a Santa María -pareció comentarle nada más que a su barriga el padrino de Anita.
-El paraíso tan temido -se agarra los riñones Blue Eyes y me acuerdo del Caballero de la Rosa amontonando flores para agradecer el reconocimiento de su última pureza: -Los que vuelven están más locos que nosotros.
Cuando sonaron las doce campanadas en la plaza Orión ya no se veía y Jorge se acalambró y terminó tirando los guantes y la linterna desde el fondo del pozo.
-Aquí no queda ni un hueso ni un cuerno ni una pezuña del cabrón. Te voy a matar, Mingo: esto fue culpa tuya.
El quintero retrocede y cae sentado contra las glicinas mientras Marcos se arrodilla estirando los brazos al borde de la polvareda fosforecente y chista con cariño:
-Arriba, pibe. Y mirá que se anula la apuesta porque me convenciste de que enterraste a Jerónimo. Pero alguien lo robó.
-Qué cagada -sonrió babosamente Tito: -El Hugo se llevó los huesos pal puchero, nomás.
-Bueno -recoge el pañuelo que puso sobre el banco de cemento hecho para comer asados Díaz Grey: -Yo lo lamento mucho y juro por el pater Brausen que nunca más publico nada.
-¿Y qué hacemos con el misterio? -rechazó la ayuda del grandote Blue Eyes y se cayó dos veces antes de emerger juvenilizado por el enchastre playero.
-Contrate un detective -levanta el bastón el médico hacia la platería infinita: -Aunque el misterio es el problema más grande de la humanidad.
-Es que el único enfermo que pudo haber hecho esto fue el Hugo. ¿Y vos cómo no lo viste, perro de mierda? -amagó patear a Mingo el muchacho-hombre chorreante: -¿O me van a convencer de que el orejudo tiene cerebro para mamarte primero y después escarbar y tapar y cargar la jardinera sin que nadie lo vea?
-Las torturas dejáselas a los matones de Rufianeli -hace rebrillar la petaca el grandote y se la ofrece al quintero, que no atina a soltarse la boina y babea un desamparo más hondo que el de un perro.
Entonces se desató un inconfundible tremolar de alas en cruz y vieron subir una paloma blanquísima desde la tumba y atravesar el monte de naranjos para incrustarse en el cobalto pálido.
-Estos bichos viven cagando todo y metiéndose en todo y después dicen que representan al Espíritu Santo -le acepta whisky Jorge Malabia a Marcos Bergner: -Y pensar que los cuentos de milagros que eructan los Favieri se inventaron usando estas casualidades.
21 EL DEGÜELLO Y EL ROBO / LA PELOTA
Isabelino Pena gritó:
-Te dije que te fueras, carajo.
Estoy soñando con In my life, una canción de los Beatles que mi hijo adoraba: y cuando reconozco como mi mejor recuerdo el rostro de la muchacha que me ofreció la primera visión perfecta de mi alma se superpone la belleza de mi madre muy joven y pego un salto horrible.
-Voy -se sentó en la cama el viejito después que le aporrearon varias veces la puerta y corrió a abrir vestido con una bermuda negriazul y la camisa chorreada por el jugo del pulpón.
-Perdone la hora, don Pena -entra sin pedir permiso Jorge Malabia.
-Qué pasó.
-Degollaron al Hugo y robaron al chivo.
El detective metió la cabeza abajo de la canilla de la mesada y prendió maquinalmente el primus:
-Qué horas son.
-Están por las dar las ocho -le distingo nada más que la nariz cadavérica y los pinchos broncíneos de la barba mientras abre la persiana y apelotona una caja de Lucky Strike y busca otra en el vaquero: -Lo encontró el Tito después que terminamos de timbear en el yate, muy de madrugada. No estábamos tan borrachos. Pero al gordo le dio un ataque místico y empezó a acordarse de cuando tomamos la comunión y dijo que precisaba ver a Lux y me pidió que lo acompañara al Cristo obrero y yo no le di bola.
Isabelino Pena preparó el mate y espantó el humo tosiendo:
-Abrí un poco la ventana. ¿Dónde está Ana María?
-Ya las traje de Enduro. Tito vino a despertarme después que hizo la denuncia y yo no quise ni ver, pero parece que al Hugo lo habían degollado un rato antes porque la cuchilla todavía goteaba. Y en el camino a la Colonia hay pintadas frescas que dicen PAZ Y UNIDAD y TODOS AL ASTILLERO.
-¿Y Marcos?
-No tengo idea. Últimamente duerme la mona tirado donde caiga y el Impala no está en el club. Merecería escracharse contra un caballo o que se lo llevara puesto un tren, pero no tiene suerte. Ah, me olvidaba: a Díaz Grey lo llamaron a meter el hocico en la autopsia porque el notabilísimo no puede quedar afuera de nada digno de ser noticia. Y a Ana María le robaron el vestido de comunión. La plata la tenía doña Glyde arriba, por supuesto.
-Le robaron el vestido.
Y durante las ocho campanadas que se eternizan en la plaza me encorvo para besar la bombilla porque siento que en lugar de brazos tengo caños de hielo.
-Lo quiero contratar para que investigue la maldición de los chivos, don Pena -casi sonrió Blue Eyes: -¿Cuánto cobra?
-Carísimo. Preciso que tengas fe. Las milicias de la evolución hacen lo que hay que hacer para que el dueño de la perfección conquiste otra morada.
No me doy cuenta si Jorge se agacha aplastándose el oro sucio de las entradas para no cagarse de risa o para no llorar, pero advierto:
-Si pensás que la fe se te acabó cuando le diste la orden al Señor de que desemputeciera a Rita vas muerto. Los milagros los ofrece el Señor pero los hacemos nosotros. Sin que nadie dé órdenes.
-Lástima que no conoció al padre Bergner -se despatarró en la cama muy revuelta de la pensión el tío de Ana María Malabia: -Hablaba como usted: en marciano. Y siempre se las arreglaba para hacerme sentir que el que tenía razón era él.
-Eso es porque la razón la tenemos nosotros: las milicias. Y me tuteás o te vas.
-¿Pero qué precisás además de fe?
-Transporte. Un chofer fijo. ¿Dónde van a velar al Hugo?
-En el establo.
-¿Sabés jugar al fútbol?
-No tanto como al tenis, pero nací con calidad.
-Y modestia. Bueno, la fe es igual a una pelota de esas que aguantan los pibes sin dejar caer al suelo: con las dos piernas y las dos rodillas y la cabeza y hasta la nuca.
-Gané varios concursos. Y una vez llegué al 777.
-Gran número. Lástima que los dueños de la culturita nunca les enseñen que si te perfeccionás en serio un día la globa queda flotando y entendés la verdad.
(continúa próximo martes)
No hay comentarios:
Publicar un comentario