9 LA VACIEDAD / LA ITALIANA
Isabelino Pena subió al Fregate de Díaz Grey y explicó:
-Se llama Eladio Linacero. Es un escritor uruguayo que vivió muchos años en la Colonia Suiza y fue amigo del padre Bergner y de Larsen.
-Raro que no lo haya sentido nombrar -bosteza lacrimosamente el médico que acaba de interrumpir un solitario y La pasión según San Juan para entrajetarse de azul: -Es un privilegio atender a alguien con vértigo rimbaudiano. ¿Será pedante regalarle Para una tumba sin nombre?
-De ninguna manera. ¿Y qué piensa hacerle escuchar?
-El cuarto movimiento de La italiana de Mendelssohn. ¿Está muy borracho?
-El problema es la superlucidez, no el alcohol. Quiere casarse con Anita Malabia. Una boda mística, claro.
-Comprendo. Pero para eso hay que estar a la altura del Señor de la Paciencia. Y no querer ser Él.
-Eso lo tiene claro.
-Entonces hay esperanza.
Cuando llegaron al rascacielos Isabelino Pena cargó la caja del tocadiscos y el médico sondeó las luciérnagas de las lanchas con dulzona indolencia:
-Es la primera vez que llevo música a domicilio. El otro día traté de curarle la vaciedad sociologista en el consultorio a un profesor de literatura, Paulo Rocco. Uruguayo, también. Y se alivió mucho escuchando el quinteto en Do de Schubert, pero al salir ya se había idiotizado otra vez y comentó: Lástima que un romántico tan irremisiblemente ingenuo y equivocado esté tan lleno de vida y de arte.
-El mundo está lleno de sabios que no saben nada, pero como Francia y el Uruguay no hay.
Onetti se sacó el pañuelo muy blanco de la cara para contemplar a Díaz Grey con humildad y orgullo:
-Disculpe la hora, doctor. Pero siento como si me hubieran amputado la pierna que baila.
Y de golpe me doy cuenta que los versos de Darío están sustituidos por dos líneas menos temblorosas que infantiles:
-Tu mano en el altar: / no hay más jazmín que eso.
-Su amigo me contó lo de los ojos-colmenas facetados con vidas breves -enchufó el tocadiscos y sacó del portafolios la sinfonía de Mendelssohn el hombre apenas rengo.
-Un psiquiatra católico muy inteligente que me atendió una vez en Montevideo diría que esto es locura degenerada -manotea los cigarrillos Juan: -Como la paranoia final de Hemingway, que pensaba que el FBI lo perseguía por corromper nenas.
Díaz Grey hojeó la biografía de Enid Starkie y demoró en diagnosticar:
-Es falta de paciencia. Pero si usted escribe y conoce los espejismos que desesperaron a este chico sabe que la magia negra no paga. Moraleja de policial barata. ¿Vamos a escuchar algo?
Y me hace una seña y me acuerdo que tengo que encajar la púa en el último surco.
-Voilà. Ahora le pido que se concentre en los colores de los vientos. No se precisa ser un melómano para levitar tirado en este tapiz. Y usted sabe el trabajo que da hilvanar historias por amor. O por nada.
Lo único que se mezcló con el entramado del Saltarello-Presto fue un gemido de lancha parecido al de un ballenato y al final Onetti desembuchó:
-No hables. Una sola carne. Tiene que ser así, debe ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
Y después de transformarse en un señor coronado de tristísima paciencia agrega:
-Gracias, doctor. ¿Cuánto le debo?
-Me alcanzaría con ganar un lector. Le traje una historieta ambientada en Santa María que acabo de publicar.
-¿No me lo firma?
-No. Fue escrito por puro miedo y sin la menor ambición literaria. Lo único que precisamos es paz.
-No. Lo único que precisamos es la resurrección -sonrió Isabelino Pena.
10 LA SEGUNDA ERECCIÓN / LA PISTOLA
Isabelino Pena volvió de acompañar a Díaz Grey y encontró al hombre-caballo roncando dulcemente. Entonces se me desmanda una erección tan brutal que apenas puedo caminar y decido prepararme otro mate y amanecer en el balcón, inventando una vela de fantasmas. El detective se sentó entre la damajuana de Los abuelos y una botella de JB y ordenó:
-Pueden hablar, señoras.
-Nunca vas a dejar de estar borracho -me cuesta distinguir las iniciales del whisky y de mi esposa en la noche oscurísima: -Por eso me suicidé.
El viejito con cabeza de pájaro cebó con mucho cuidado y mordió la bombilla que parecía espejar el consuelo quemante de las constelaciones.
-Yo también me suicidé por eso -se le agiganta la barriga descorchada a mi madre: -Naciste mago negro y vas a morir así. Emborrachando a la gente.
-Los magos negros no adoran las coronas de alegría que usa la gente cuando tiene fe.
-Yo te tuve fe, amor. Pero nunca me escuchaste cuando te pedía que te tragaras mi desesperación. Porque no soy un whisky: soy tu esposa.-La desesperación es el peor de los pecados.
-¿Peor pecado que perder las ganas de chupar el pezón de una madre? Soy tu leche, no tu vino. Tu madre.
Entonces Isabelino Pena se paró como un macaco con resorte y escupió hacia el terciopelo fluvial de la ciudad:
-Aquí se está llamando a las criaturas / y de esta agua se hartan aunque a escuras / porque es de noche.-Lo único que te importó siempre fue el agua de tu bragueta -llora insoportablemente mi esposa. -Da vergüenza mirarte.
-Y la peor vergüenza es verte el pantalón mojado adelante de todos.
El detective volvió a escupir hacia la rambla que serpenteaba sobre los barrancos y las luciérnagas del lancherío y mostró los colmillos:
-Apártate de mí, paraíso con miseria de amor.
-Pero antes de que amanezca me tomarías tres veces, mi amor.
-Y te tomarías los tres litros que me quedan y te conformarías con el único pecho que te quiso ver feliz.Y recién entiendo lo que hay que hacer y me desnudo sacándome primero el gacho y los zapatos y tengo que desabrocharme el pantalón para poder bajarme el cierre metálico que está a punto de reventar.
-Ahora me va a curar el amanecer, señoras.
-Lo que siempre quisiste fue parecer un loco para contrariarla a ella. Pero yo no soy tu madre. Soy tu mujer.-Yo soy tu única mujer. Y vas a resfriarte.
El viejito se agachó incrustando las protuberancias caricaturescas del falo, la nariz y el jopo en el aire ya lila hasta que la virazón lo descompaginó y se tuvo que taponear dieciséis estornudos y abrazarse bruxando para poder gritarle a su entrepierna con ronquera de pez en la orilla:
-Te calmaste, carnosa.
Después me visto y recupero el aire cantando:
-En el borde del camino hay una silla / la rapiña merodea aquel lugar / la casaca del amigo está tendida / el amigo no se sienta a descansar. / Sus zapatos de gastados son espejos / que le queman la garganta con el sol / y a través de su cansancio pasa un viejo / que le seca con la sombra el sudor.Onetti seguía roncando con los belfos curvados hacia el lambriz y el detective colocó la damajuana y la botella en el altar de Buda y saludó torciéndose el gacho a lo Bogart-Marlowe: -Me voy a misa y vuelvo, hermano.
Y de golpe Juan desparrama una especie de gemido sediento que me retrotrae a la PAX-LUX del barrio insolado por las glicinas:
-Ella no es una mujer, mamá.
-No te preocupes, Juan -le sacó las balas al revólver y lo guardó en la matera Isabelino Pena: -Igual no va a entenderte.
Y siento que la botella y la damajuana retrucan:
-No tendrías que haber sido tan duro ni tan dulce.
-Ni durado sin mí.
11 ENCUENTRO CON MARCOS BERGNER / LA BESTIA
Isabelino Pena terminó de ver amanecer en la plaza grande, sentado frente a la catedral. Los jazmines podridos que amontonan los barrenderos me hacen pensar en la blancura madrugadora de Anita, y mientras cruzo a la misa de ocho veo estacionar un colachata último modelo y sé que el hombrón rubio que se acerca chuequeando descamisadamente es el mismísimo Marcos Bergner.
-¿El señor detective? -le ofreció la mano a Isabelino Pena el dueño del Impala Mariposa.
Y después que se presenta agrediéndome con un aliento de puente roto y un desprecio pituco entiendo que no está borracho de whisky y sonrío:
-Los lectores de Díaz Grey son pocos pero buenos.
-Yo casi no leo nada y al final no entendí un carajo de la novela. Con todo respeto por un notable de resonancia internacional como el doctor.
-Y sin embargo parece que la novela lo hubiera emborrachado, señor Bergner.
-Me dolió -esperó que sonara la octava campanada para aplastar un Marlboro el grandote de melena apolínea: -Yo hasta pensé en casarme con la muchacha que se prostituyó para que el chivo no pasara hambre.
-Rita.
-Rita. La sirvienta del mocoso Malabia que jugaba al anarquismo y terminó por braguetear a la hija del ferretero. Claro que yo también anduve metido en un falansterio y todo esa basura.
Y los derrames color malvón de las córneas parecer agregar:
-Figúrense ustedes el pesar creciente, el ansia de huir, la repugnancia impotente, la sumisión, el odio.
-¿Va a entrar a misa, Marcos?
-Por supuesto. Hace tiempo que vivo tratando de no matarme.
-O de no matar a nadie.
-Es lo mismo. Así que usted tiene fe. A los uruguayos que jieden en Santa María no les importa ni haber ganado el mundial de Maracaná.
-Porque para ganar ese mundial se precisó mucha fe.
-¿Sabe que a lo mejor podríamos ser amigos?
-Si no me tuteás, no -se sacó el gacho para persignarse el detective apenas se enfrentaron a los vitrales llenos de pureza rabiosa.
El padre Favieri detecta relampagueantemente el jazmín de mi solapa y me doy cuenta que el Concilio Vaticano II y el escándalo teilhardiano lo enloquecen hasta hacerlo irradiar una babosidad de morgue.
-Mi tío era santo -murmuró Marcos Bergner: -Y ahora hay que comerle en la mano a un bagre-sapo mussolinista.
-No mire hombre: mire prelado.
La homilía empieza por defenestrar a los sindicatos ateístas que son capaces de aprovecharse del rebaño cristiano, pero enseguida nos latiguea la trompa a los nuevos herejes:
-Y hoy tenemos en la estación a la miseria infantil en llaga viva y manipulada por una perversidad criolla que diviniza a un chivo, hermanos. Ahora falta marcarle el 666 a la bestia con pezuñas y pedir que la adoremos igual que durante los cien días cuando nos pretendió sojuzgar la horrorosa iniquidad de un infierno tarifado: el prostíbulo de Barthé y el judío errante.
-Que comulgue tu madrina -salió haciendo chirriar los championes el hombre que olía a gastritis.
Y no tengo más remedio que seguirlo, aunque casi agradezco el ayuno del maná manoseado por Favieri.
-Lo único que hay que hacer en esta ciudad es joderse -gargajeó en la vereda Marcos Bergner: -¿No querés conocer a los personajes principales de Una tumba sin nombre? Hoy hay asado con timba en el Club Uruguayo de La Paz.
-Tendría que dormir un poco.
-Yo también. Te paso a buscar a mediodía.
-Hecho. Estoy en la pensión donde paraba Larsen. ¿Sabés que durante la misa acabo de inventar un dicho doble? La iglesia es santa porque la humanidad es santa. O viceversa. ¿Cuál elegirías?
-Ninguno. Yo creo más en los chivos que en la gente -prende un Marlboro el pituco de córneas ensangrentadas.
12 EL CLUB / ENCUENTRO CON JORGE Y TITO
Isabelino Pena y Marcos Bergner bajaron por un camino de polvo blanco que se ondulaba entre los trigales, los viñedos y la fábrica Los abuelos para desembocar en el Yacht Club Uruguayo de la Colonia Piamontesa. Hay un puente ferroviario y un fondeadero con malecón en la curva del arroyo lleno de ceibos donde la gente pesca y acampa mansamente.
-Jorge Malabia y el Tito Perotti compraron un yate más grande que el mío -sacó una petaca de la guantera el grandote para embucharse un trago que lo hizo sacudir la melena como un perro: -Ahora juegan a la felicidad con visera de capitán. Esperame en el club, que voy a traer más nafta escocesa.
-¿Jorge está casado con la hermana de Tito?
-Se casan en Navidad. El gordo y la hermana son los padrinos de comunión de Anita Malabia.
Y cuando me siento a tomar mate abajo de los eucaliptos veo venir a un homúnculo galoneado que me juna el jazmín con placidez psicótica:
-Usted es el detective.
-Sí, jefe. Isabelino Pena, el detective con fama quevediana. Porque hasta por el culo me conocen.
-Sub-comisario Giorgio Rufianeli -se sacó el quepis policial para descubrir una calva color hueso el enano de bigotes y lentes caricaturescos: -Disculpe que lo moleste, pero en Santa María se sabe todo y me moría de curiosidad por conocerlo: jamás pensé que existieran privés chandlerianos en la vida real. Es igual que encontrar a un Quijote sin Sancho.
-Privé tendrá usted el culo, jefe.
Rufianeli se seca la pelada con impavidez y hasta me ofrece el rebrillo de las paletas de aperiá:
-Y con los mismos malos modales de Marlowe y todo. Es fantástico. Espero que si hay crímenes no tengamos que hacerlo estrenar el celdario de máxima seguridad. ¿Hasta cuándo se queda?
-Hasta que haya crímenes. Y fíjese cómo tiemblo por lo del celdario, Monsieur le Rufián.
-Le aclaro que el chiste con el apellido me lo hacen desde antes de empezar la escuela. Pero quedamos a las órdenes, caballero andante.
-Caballero de la fe, botonazo. Un kierkegaardiano puro -ladró el viejo, aunque el sub-comisario ya no llegó a escucharlo.
El homúnculo sale corriendo hasta un sulky para ayudar a bajar a Angélica Inés Petrus: la novia de Díaz Grey usa rodetes bajo una capelina novecentista y persigue bizqueando a una mariposa que la sobredora como un satélite.
-Vine a ofrecerle mi protección personal después que me enteré del escándalo del acto comunista -le besó la mano el sucesor del fugitivo oficial Medina a la mujerona que le llevaba dos cabezas.
-No se preocupe que yo con este látigo los hago marcar el paso por el Camino de las Tropas -se baja sola Josefina y ata las riendas con un resentimiento ancestral: -¿Ya llegó la putita?
-¿Quién? -le dio el brazo Rufianeli a la walkiria ninfómana que no parecía irradiar la menor inquietud por violarlo.
-Anita Malabia -explica la ex-sirvienta y actual dama de compañía: -Hoy es el cumplemés del chivo y el padrino le regaló una chalana y el Hugo la anda paseando por el arroyo.
En ese momento bajaron del yate más lujoso dos hombres treintones con quepis naval y una muchacha despampanante que usaba un bikini estilo Brigitte Bardot.
-Que la madrina de la nena sea la Miss Calienta Hombres de Villa Petrus es una ofensa a Nuestra Señora -se le encabrita el odio achinado a Josefina.
Jorge Malabia y los hermanos Perotti se sentaron en una mesa reservada del Yacht Club a esperar a Marcos Bergner, que apareció enseguida con un escocés etiqueta negra y llamó por señas al detective.
-Tengo el honor de presentarle a dos de los personajes principales de Una tumba sin nombre -se burla con cierto orgullo.
Isabelino Pena les apretó las manos a los púberes eternos y le aclaró a la futura esposa de Jorge Malabia:
-A vos tengo que besarte el anillo por orden del Tata Brausen.
(continúa próximo sábado)
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